11

Comencé la nueva semana experimentando un pequeño inconveniente de ser mujer: el periodo. Aunque me resultó incómodo, por fortuna no fue traumático para mí como hubiera podido ser la primera menstruación de una adolescente. Ya tenía la experiencia de la Lucía original en este tema, y el que tomase la píldora anticonceptiva lo hizo todo mucho más fácil porque, incomodidades aparte, supe exactamente cuándo me iba a llegar, y apenas tuve molestias como las que los recuerdos de Lucía me mostraban de su vida antes de tomar el medicamento que regulase sus ciclos. De hecho, aparte de por el sexo que con relativa frecuencia Lucía había practicado antes de ser yo ella, la razón principal de tomar ese método anticonceptivo había sido la prescripción médica para controlar unos ciclos irregulares y particularmente dolorosos. Por eso, aunque yo pensé que había empezado a tomarla para seguir las rutinas de mi jefa, en realidad había sido mi subconsciente el que me había empujado a ello, conocedor de los efectos que tendría interrumpir el tratamiento.

El trabajo comenzó a volverse, en cierto modo, rutinario. El estrés y las prisas eran el pan de cada día, y siempre tenía que convocar alguna reunión de urgencia para hacer frente a las continuas eventualidades y pulir cuantos aspectos fuesen necesarios.

Mis subordinados aceptaron con agrado mi cambio de actitud, encontrándome más dialogante y con trato más cercano, aunque finalmente mis decisiones y forma de trabajar tampoco distaban mucho de las de la antigua Lucía. Tal vez fuera una estirada exigente y autosuficiente, pero también había sido una gran profesional que había sido capaz de rayar la perfección en cuantos proyectos había abordado, por lo que en ese aspecto yo no podía aportar nada nuevo.

Tengo que confesar que en muchos momentos me sentí abrumada, y que llegué a creer que no sería capaz de soportar el cargo de Subdirectora de Operaciones como mi predecesora lo había soportado. En más de una ocasión tuve que admitirme a mí misma que yo no era tan brillante como ella lo había sido, pero por suerte, mi transformación en Lucía no había consistido en un mero cambio físico, y siempre podía echar mano de sus recuerdos, conocimientos y experiencia, los cuales sumados a los que yo ya tenía siendo Antonio, eran suficientes para cubrir las necesidades que el duro puesto requería.

El trabajo era tan exigente, que durante la semana apenas tenía tiempo más que para dedicarme a ello, hacer algo de ejercicio en mi gimnasio, y hacer algunas compras por internet. Había descubierto que me encantaba ir de compras, y a falta de tiempo, internet era mi aliado. Mi holgadísima situación económica me permitía cuantos caprichos se me antojasen, y sí, descubrí que ahora era un poco caprichosa. El día a día de una mujer y las intensas experiencias vividas desde que era una, habían cambiado muchas cosas en mi propia personalidad. Apenas quedaba rastro del antiguo Antonio que había habitado en mi cabeza. Había sido ahogado en un río de hormonas femeninas cuyo caudal se había descontrolado cada vez que había tenido una nueva experiencia sexual, hasta el punto de convertirse en un mar impredecible en el que, por el momento, no era capaz de tomar el timón para controlar la navegación. Cuando algo me gustaba, me gustaba mucho, y tenía que tenerlo. Ya fueran cosas, dulces u hombres. Por eso siempre había cedido al deseo, porque aún no era capaz de controlarlo, era presa de las pasiones y estaba totalmente desinhibida para hacer cualquier cosa que se me pasase por la cabeza.

Afiancé un inicio de amistad con las chicas con las que tomaba el café de media mañana, especialmente con las dos que eran de mi misma edad. Con una de ellas, Eva, estaba haciendo muy buenas migas. Eva era una chica muy inteligente y bastante tímida, pero una vez que conseguí franquear la barrera de su timidez, empezó a mostrarme su verdadero carácter, cayéndome fenomenal. Supe que sentía cierta admiración por mí en el terreno profesional, y sospeché que también en otros aspectos. Ella era una chica bastante atractiva, pero su timidez le impedía sacarse todo el partido con el que sería capaz de deslumbrar, así que me propuse ayudarle en ese terreno, ya que desde que me había convertido en Lucía, había desarrollado un especial y fino gusto por estar siempre radiante. Mi intención podría parecer frívola, pero en absoluto lo era. Quería hacerme amiga de Eva y ayudarle en lo que estuviera a mi alcance, y un cambio de look y actitud podría ser un comienzo.

Volví a hablar con mi amiga Raquel por teléfono, quien me contó que la relación con su nuevo novio iba viento en popa, disfrutando de la pasión y el descubrimiento mutuo. También me dijo que habían decidido ir a verme, estaba deseando presentarme a Sergio, como se llamaba su chico, aunque eso ya sería para un par de semanas después de aquella conversación, así que quedamos en que ya me avisaría de cuándo podrían visitarme.

También recibí algunos mensajes de Pedro, y tuvimos algunas conversaciones a través de ellos, pero siempre decliné sus invitaciones para quedar. No es que no me apeteciese quedar con él y charlar, pero sabía lo que él realmente deseaba, y la verdad es que yo también, por lo que sabía que si nos encontrábamos no podría reprimirme, en cuanto viera su paquete abultado por mí, dejaría que me follara sin compasión, Y eso no podía ser, tenía que pasar página y dejar aquello como un placentero capítulo pasado de mi vida, puesto que no podía llegar a nada más.

El jueves fui al hospital a ver a Antonio. Yo ya había asumido completamente que era Lucía, y así sería para siempre, pero me reconfortaba encontrarle allí tumbado y poder contarle mis experiencias como a un silencioso amigo que siempre me apoyara.

Cuando iba a marcharme, apareció allí Pedro, y no venía solo, le acompañaba su madre. Me dio un vuelco el corazón cuando vi a ambos. Alicia, su madre, estaba tan guapa como la recordaba, y por un momento despertó al resquicio de hombre que quedaba en mi interior clamando por aquella bella mujer que le había desvirgado. Ya rozaba la cuarentena, pero los amigos de Pedro tenían razón: estaba buena, y fui capaz de apreciarlo tanto desde mi ahogada masculinidad, como desde mi nueva y desbordante feminidad.

Pedro me la presentó como “Alicia”, recordándome lo curioso que me resultaba que siempre la llamase por su nombre; tal vez algún día le preguntaría la razón. Sentí una descarga eléctrica recorriéndome cuando su madre y yo nos dimos dos besos. Ella no pareció sentir lo mismo, tan sólo me observó de la cabeza a los pies sin ningún pudor, haciéndome un completo escáner con el que me clasificó y catalogó, aunque no mostró emoción alguna que me indicase cual era el resultado de esa catalogación.

– “Si supieras lo que he hecho con tu hijo…”- pensé-. “Y… si tu hijo supiera lo que tú hiciste con Antonio…”

Al final, Pedro me convenció para que me quedase un poco con ellos. Le explicó a su madre que yo era jefa de Antonio, y que nos habíamos conocido allí, en el hospital. También le contó que yo había estudiado la misma carrera que Antonio y que él estaba estudiando, y que le había dicho que tenía futuro. Así que de repente, tuvo una idea feliz:

– Lucía podría darme clases particulares de las asignaturas que me resultan difíciles –soltó repentinamente con una sonrisa.-. ¿Qué te parece, Alicia?.

– ¿Ah, sí? – dijo su madre-. La verdad es que te vendría bien, te han quedado tres para Septiembre…

– En dos de ellas me podría ayudar mucho…

– Bueno, no, yo no… -contesté buscando una excusa.

– ¡Sí, sí! –exclamó Pedro visiblemente excitado-. Alicia, convéncela, por favor…

– Si es por el dinero, no hay problema, podemos pagarlas –añadió ella-. Tal vez un par de horas a la semana por asignatura…

– ¡Eso es! –volvió a exclamar Pedro con brillo en sus ojos ante tal perspectiva.

– No, de verdad – contesté-. No es por el dinero, ni mucho menos, no podría cobrarle siendo amigo de Antonio… Es que no sé si soy buena profesora…

– Que sí –dijo Pedro-, eres buena profesora, ¡seguro!.

Ante el incontenible entusiasmo de su hijo, Alicia volvió a mirarme de arriba abajo, y ya sospechó.

– Bueno, cariño –le dijo-, si no quiere no insistas.

– No es que no quiera –traté de suavizar-, es que estoy fatal de tiempo por el trabajo…- traté de excusarme.

– Venga –insistió el chico-. Además, si uno solo te parece poco, se lo puedo decir también a mis amigos Carlos y Luis, seguro que ellos también quieren formar un grupo.

“¡Será cabrón!”, pensé. Mis hormonas se dispararon al instante. La posibilidad de repetir la experiencia con aquellos tres jovencitos calentó mi mente presentándome esa oportunidad como algo muy apetecible. Pero pude sobreponerme a ello, y tras tragar saliva, volví a negarme:

– No, no podría…

– Pedro –le inquirió Alicia con severidad-, deja de ponerla en un compromiso, ¿vale?. Si ya te ha dicho que no, es que no.

Volvió a estudiarme, y ante la insistencia de su hijo, llegó a la conclusión de que lo mejor sería dejar el tema.

Pedro agachó las orejas, y aunque se trataban de igual a igual, guardó un respetuoso silencio ante el toque de atención de su madre.

– Bueno, yo tengo que marcharme –dije rompiendo el incómodo silencio y poniéndome en pie.

– Te acompaño hasta abajo –me dijo Alicia-, voy a fumarme un cigarro. Ahora subo, cariño –le dijo a su hijo guiñándole un ojo con complicidad para suavizar la pequeña tensión que había surgido entre ambos.

Él sonrió asintiendo, estaba claro que sentía adoración por su madre. De hecho, el ponerse a estudiar una carrera, aparte de por el consejo de Antonio, había sido por hacerle feliz a ella.

Le di dos besos de despedida al chico, y salí de la habitación acompañada por su madre.

– Perdona por la insistencia de Pedro- me dijo cuando llegamos a la salida del hospital.

– No te preocupes –le contesté resuelta-. Los chicos de su edad son muy impetuosos.

– Precisamente por eso…

Salimos a la calle, encendió un cigarrillo y me ofreció a mí otro. Por un momento dudé, pero finalmente lo acepté. Llevaba casi una semana sin probar uno, desde aquella noche, y no me apetecía especialmente, pero sí que me apetecía prolongar la compañía de Alicia, me resultaba agradable, así que dejé que me encendiera el cigarrillo ofrecido.

– ¿A qué te refieres con lo de precisamente por eso? –le pregunté con curiosidad.

– ¿Puedo serte totalmente sincera? –me preguntó exhalando suavemente el humo del cigarrillo hacia arriba.

– Claro…

– Si hubieras sido un hombre, Pedro no habría puesto tanto entusiasmo en unas clases particulares.

– Ya…

Aunque no tenía ni idea de la historia entre su hijo y yo, Alicia era una mujer observadora. No sospechaba que hubiera habido nada entre nosotros, pero el comportamiento del chico había sido bastante evidente.

– A su edad, los chicos son un saco de hormonas – le dije-, pero bueno, a mí me ha parecido que Pedro estaba realmente interesado en que le diera esas clases para mejorar…

– Sí, sí- contestó Alicia-. Es muy buen chico, y no dudo de su verdadero interés por las clases, pero de verdad que te agradezco que finalmente hayas rechazado el dárselas.

– ¿Ah, sí?, ¿y eso por qué?.

– Si me permites seguir siendo sincera… Eres demasiado atractiva para darle clases… No creo que consiguieras centrarle en los estudios, y no quisiera pagar para que mi Pedro se pase el tiempo desnudándote con la mirada…

Aquello hirió mi orgullo más allá de lo que jamás hubiera podido imaginar. Lucía había pasado toda su vida luchando por no ser juzgada únicamente por su físico, y yo había asumido esos sentimientos haciéndolos míos. La nueva Lucía también era más que una cara y cuerpo bonitos, y estaba dispuesta a demostrarlo; así que ocultando el haberme sentido ofendida, cambié de opinión contestando con amabilidad:

– Gracias por el cumplido, pero no tienes que preocuparte por el tema económico… No me hace falta el dinero, y seguro que puedo sacar algún hueco para darle las clases a tu chico…

– De verdad, no hace falta que te molestes –me contestó sorprendida por mi cambio de opinión.

– No es molestia, lo haré encantada por vosotros. Sois amigos de Antonio, y me gustaría hacer algo por él, aunque sea ayudando a su amigo…

Alicia se quedó totalmente desarmada, y no pudo rechazar el generoso ofrecimiento. No estaban económicamente sobrados, y el que su hijo recibiese clases de apoyo gratuitas para aprobar las asignaturas que se le habían atragantado, ayudaría a rebajar la factura de matrícula en la universidad para el siguiente curso.

– Tranquila –concluí apagando el cigarrillo-, conseguiré que se concentre en los estudios.

No tenía nada que perder, y sí mucho que ganar, así que finalmente Alicia aceptó de buen grado, por lo que quedamos para la tarde del día siguiente en su casa con el objetivo de ver junto a Pedro las asignaturas en las que necesitaba ayuda, con vistas a empezar las verdaderas clases la siguiente semana.

Por la noche, recibí un entusiasta mensaje de Pedro:

– ¡Me vas a dar clases!. No sabes las ganas que tengo de volver a estar a solas contigo… ¡Eres mi diosa!.

– Sí, te voy a dar clases –le contesté-, y nada más. Tu madre estará en casa también, y me aseguraré de que aprovechas las clases para aprobar los exámenes.

– Seguro que las aprovecharé. El aliciente de verte me hará aplicarme. Gracias, Lucía.

Realmente Pedro era un buen chico, y la experiencia de darle clases también podría ser enriquecedora para mí. Me demostraría a mí misma que podía hacerlo y, por supuesto, también se lo demostraría a Alicia, quien a pesar de haberme ofendido por unos momentos, seguía cayéndome bien.

El viernes lo pasé en el trabajo de reunión en reunión, con un par de clientes importantes y, finalmente, con los Jefes de Sección para hacer un balance del trabajo semanal. Esta última reunión, de la última hora del día, del último día de la semana, la hice mucho más distendida, lo cual mis subordinados agradecieron. Discutimos de forma amable los pormenores de la semana, y me permití la frivolidad de coquetear un poco con aquellos tres hombres. Me encantaba sentirme deseada, y alenté los deseos de aquellos tres hombres para que acabaran la reunión regalándome la vista de sus entrepiernas abultadas al desfilar ante mí mientras les invitaba a salir de la sala de reuniones. Puesto que mi jefe y el Subdirector Económico no habían estado ese día en la oficina, habíamos tenido la planta entera para nosotros solos, y he de confesar que si en lugar de Rafael, Julio y Andrés, dos sexagenarios y un cincuentón, en aquella reunión hubiera tenido a tres hombres más jóvenes en la misma situación, les habría brindado todos mis agujeritos para que me los llenasen con sus duras y gordas vergas. La experiencia disfrutada con los tres jovencitos el fin de semana anterior, había dejado huella en mí, y cada vez que mi mente la evocaba, las hogueras rugían en mi interior. En el transcurso de la reunión, entre aleteos de pestañas, jugueteos de bolígrafo en mis labios, y algún que otro reclinado sobre la mesa mostrando abertura de camisa, mi mente recordaba una y otra vez la sensación de sentirse poseída por tres hombres, así que yo también salí de la reunión con un buen calentón.

Tras comer en casa, me di un satisfactorio baño en el hidromasaje, disfrutando de los cálidos chorros de agua incidiendo en mi piel mientras mis manos la acariciaban y mi mente fantaseaba con tres atractivos hombres tomándome vigorosamente en la sala de reuniones. Con dos dedos de una mano metidos en el coñito, y el corazón de la otra metido por detrás, alcancé un breve pero relajante orgasmo tras el que me quedé medio dormida, parcialmente sumergida en agua caliente.

Al salir de mi ensoñación, me di cuenta de que se me había pasado el tiempo sin enterarme. Había quedado con Alicia y Pedro en su casa, y ya que finalmente había sido yo quien había insistido en el asunto de las clases, no quedaría bien si llegaba tarde.

Me presenté en su casa vestida de forma más casual de lo que iría cuando realmente empezara a darle las clases al chico, ya que, cuando saliera de trabajar, comería algo rápido e iría directamente a su casa, ataviada con alguno de los trajes de trabajo que ayudarían a recalcar sobre Pedro mi figura de profesora, y no de amiga.

Alicia me recibió con dos sonoros besos. A pesar de su inicial reticencia en aquel asunto, pensando en que su hijo pondría más atención a mis tetas que a mis explicaciones, me dejó entrever que le había caído bien el día anterior, como ella a mí, aunque yo jugaba con la ventaja de haberla conocido siendo Antonio. Incluso, mi anfitriona comentó que le gustaba mi top veraniego y lo bien que me quedaba.

Su hijo me recibió en el salón con una sonrisa de oreja a oreja, y tras darme dos efusivos besos, no pudo evitar hacerme un escáner completo, tan exhaustivo como el que me había hecho su madre al abrirme la puerta. Así como su madre se había fijado en mis ajustados y caros pantalones vaqueros, y había alabado la colorida prenda superior que llevaba, la mirada del hijo no reparó en la ropa, sólo tenía ojos para la figura que ésta envolvía.

Nos sentamos los tres en el sofá, quedando yo en medio. ¡Qué recuerdos me traía ese sofá!. Tuve que apartarlos inmediatamente de mi mente.

Pedro me explicó en qué asignaturas necesitaba ayuda para aprobar en Septiembre. Como a casi todos los alumnos de primer año, se le había atragantado una asignatura de Física aplicada a la ingeniería, y una de Cálculo Integral. Juntos, bajo la atenta mirada de Alicia, que no entendía nada, echamos un rápido vistazo a sus apuntes y separatas sacadas de libros. Yo necesitaría recordar algunas cosas que no utilizaba en mi día a día profesional, pero en general, no tendría ningún problema para explicarle al chico cualquiera de las dos asignaturas. No en vano, Antonio había sido un alumno aplicado, y Lucía, directamente, había sido brillante. Entre los tres acordamos que le daría cuatro horas semanales de clase, dos de Física los Martes y dos de Cálculo los Jueves. Alicia volvió a insistirme con lo de pagarme, pero amablemente rechacé la oferta alegando un principio de amistad.

Como era viernes, Pedro había quedado con sus amigos, así que se disculpó ante mí por marcharse, dejándome sus apuntes para que pudiese hojearlos tranquilamente en casa y, dándome dos besos, se despidió de mí expresándome las ganas que tenía de comenzar las clases. Le dio un beso a su madre y, sorprendentemente, me dejó a solas con Alicia. Supuse que el chico estaba ansioso por ir a contar a los dos amigos que ya conocía quién sería su profesora particular.

– Yo también debería marcharme ya –le dije a la madre del joven.

– ¿Tienes algún plan? – me preguntó encendiéndose un cigarrillo y ofreciéndome otro-. Al menos podrías dejarme que te invite a tomar algo, yo no tengo ningún plan.

– Bueno, en realidad no tengo nada- le contesté dudando si coger el cigarrillo para finalmente aceptarlo.

– ¡Pues perfecto!. ¿Te apetece una cerveza o eres más de copas?. Ahora que Pedro se ha marchado podemos tomar algo aquí tranquilamente y conocernos más.

Me gustó la idea, me caía realmente bien, y ya que iba a pasar muchas tardes en su casa, me encantaría conocerla mejor, especialmente desde mi nueva perspectiva tratando con ella de mujer a mujer.

– Pues si tienes –le contesté-, me tomaría un ron-cola.

– Tú eres de las mías- me dijo guiñándome un ojo y levantándose para ir a la cocina.

Tomándonos una copa cada una, entablamos conversación. Con ella era muy fácil, era una persona extrovertida y vitalista. Le conté sobre mi trabajo, y ella me habló del suyo como jefa de tienda de una franquicia de moda. Le hablé de mi familia (la de Lucía, por supuesto), y ella me habló de la suya y de cómo había tenido que criar sola a Pedro. Conectamos enseguida, y comprobamos que nos íbamos a entender muy bien. Salvando ciertas distancias, coincidíamos bastante en forma de pensar y gustos, y la conversación fluía incesantemente, entre tragos y cigarrillos, pasando de la música a la cocina, del cine al arte, del deporte en gimnasio a la moda…

– La verdad es que esos vaqueros te quedan divinos – me dijo dando un trago de su segunda copa cuando yo volvía del servicio.

– ¿Ah, sí?- le dije girando sobre mí misma presumidamente para que los viera bien, y comprobando que el alcohol ya afectaba un poco a mi equilibrio-. Son los primeros que he pillado del armario…

– ¡Uf!, pues debes tener un armario bien surtido, porque esos cuestan una pasta…¡Menudo culazo te hacen!.

Alicia también sentía ya los efectos del alcohol, y sumándolos a la complicidad que habíamos asentado entre ambas, estaba muy desinhibida.

– ¿Me hacen el culo gordo?- le pregunté poniéndome en jarras simulando enfado.

– ¡Qué gamberra!- exclamó entre risas-, sabes que me refiero a que te hacen un culo precioso.

– Gracias, guapa, seguro que a ti también te quedarían genial.

– Uy, no creo, ojalá volviera a tener tu edad, entonces sí que hubiera podido ponérmelos, pero ahora… no me entrarían…

– ¡Venga ya! –le dije haciéndole ponerse en pie para poder observarla bien-, ¡si somos casi de la misma edad!. ¿A qué edad tuviste a Pedro?, ¿a los 15?.

Sabía que no era así, pero si realmente la hubiera conocido el día anterior, aquello sería lo que habría pensado.

– ¡Jajajaja!. Qué encanto eres. A Pedro lo tuve a los 21, así que imagínate… En un mes cumplo los 40… ¡Menudo palo!.

– ¡Vaya, pues quién lo diría!. Parece que los que cumplirás serán 30, ¡estás tremenda!.

– Gracias –me contestó con una amplia sonrisa-. Sí que es verdad que nadie acierta con mi edad, todo el mundo me cree mucho más joven. Será porque trato de cuidarme –me guiñó un ojo indicándome el paquete de tabaco y la copa sobre la mesa.

Me reí a carcajadas.

– Ahora en serio – me dijo-. Sí que me cuido con la alimentación, salgo a correr, voy al gimnasio… Ya sabes. Y siempre intento estar bien arreglada.

Alicia llevaba un vestido de color rosa palo, con tirantes y media falda con vuelo. Le quedaba perfecto. En su cuarentena conservaba un precioso cuerpo trabajado en el gimnasio, prieto pero no musculado, y era evidente que se había arreglado para estar guapa ante mi visita. Tal vez no fuera explosiva, pero era una mujer muy atractiva a la que seguramente muchas jovencitas envidiarían.

Observando su bien proporcionado cuerpo, sus grandes ojos color miel, su sedoso cabello castaño recogido con esmero para ensalzar su cuello y hombros, y sus sensuales labios, el hombre recluido en lo más profundo de mi ser se despertó para aclamar su belleza.

– Ojalá llegue yo a tu edad estando así de buena –añadí guiñándole un ojo.

Las dos nos reímos y volvimos a sentarnos para dar sendos tragos a nuestras copas. Nos sentíamos cómodas juntas, entablando una prometedora amistad que la Lucía original jamás habría logrado.

– Bueno- me dijo entre risas-, he de reconocer que sigo teniendo mi puntito. Pretendientes no me faltan…

– Cuenta, cuenta… -le pedí animada.

-¡Jeje!. Bueno, tengo mis cosillas por ahí, para darme algún homenaje esporádico, pero nada serio. Estoy muy desengañada de los tíos y no necesito ninguna relación estable. ¿Y tú tienes novio?.

– No, no, ¡qué va!- contesté resoplando-. Ahora mismo no me siento preparada para ningún romance… Sólo tomo lo que va surgiendo.

– Eso está bien, disfruta cuanto puedas, aún eres joven y no tienes por qué arruinar tus mejores años, como me pasó a mí. Soy feliz, pero si hubiese podido elegir, mi vida habría sido diferente…

– ¿No habrías tenido a Pedro? –le pregunté interesada.

– Bueno, sí, seguramente, pero no siendo tan joven. Habría tenido un hijo con un tío que realmente mereciera la pena, no con aquel cobarde que me dejó tirada para desaparecer de la faz de la tierra.

– Entiendo… Tienes un chico estupendo, y muy guapo… Se parece a ti.

– Gracias, la verdad es que estoy muy orgullosa de él. Nuestra vida no ha sido fácil, pero creo que he conseguido criar a un buen chico que se está convirtiendo en un auténtico hombre… Y sí, es muy guapo –añadió con un suspiro.

En aquel momento, me pareció percibir en ella que algo se cruzaba por su mente.

– Buen chico, guapo, y con un futuro prometedor por delante –le dije-. Y yo me aseguraré de que apruebe esas asignaturas que se le han atragantado para sentar las bases de ese futuro.

– Eres un encanto… –me contestó encendiéndose otro cigarrillo-. Aunque cuidado con él, está saliendo de la adolescencia y no piensa más que en lo único…

– Lo sé, lo sé… “Y no te imaginas cuánto”- pensé.

– Confío en que sepas centrarle en los estudios… Me he dado cuenta de cómo te mira…Y le gustas mucho, lo cual no me extraña…

Su gesto se había tornado serio, y me pareció ver un atisbo de celos en su mirada que se disipó al darle un último trago a su segunda copa. Se sirvió otra, ofreciéndome a mí también, pero yo apenas había empezado esa segunda.

– Tranquila –le dije con una sonrisa-. Podré manejarlo… Tu niño está a salvo conmigo…

– Precisamente porque ya no es un niño te prevengo. Sé por propia experiencia lo tentadores que pueden ser estos yogurines…

– ¿Ah, sí? –pregunté inocentemente sabiendo a la perfección de qué hablaba.

– Sí, y sé muy bien lo que es caer en la tentación…

La conexión que se había establecido entre nosotras, y la velocidad con la que Alicia consumía su bebida, le estaban proporcionando una sinceridad apabullante.

– ¡No me digas!- exclamé tratando de expresar sorpresa-. ¿Y cómo le conociste?. Y fue… ¿bien?.

– Era el hijo de una amiga… – contestó tras dudar unos instantes.

En aquel momento supuse que su duda se debía a que se había dado cuenta de que yo conocía a aquel jovencito al que se refería, de hecho, era la causa de que nos hubiésemos conocido, por lo que no quería revelarme su identidad.

– Digamos que fue un calentón… -prosiguió rememorando-. Tampoco es que fuera un polvazo, el chico era virgen y se notó, pero cumplió bien. Pero lo mejor de todo es que una experiencia así te da un auténtico subidón de autoestima.

Le dio otro trago a su bebida, y el hombre oculto en lo más profundo de mi mente comenzó a dar saltos de alegría ante tal revelación.

– Me alegro por ti –le dije con sinceridad-. A veces hay que soltarse la melena para disfrutar de la vida, pero no te preocupes, que yo no lo voy a hacer con Pedro, por muy tentador que pueda llegar a parecerme. Se ve que eres una madraza y le quieres mucho, es normal que quieras proteger a tu chico…

– “Si supieras la verdad…”- pensé-. “Pero no volverá a pasar”.

– Sí, es mi chico –dijo Alicia pensando en voz alta-. Y ya es todo un hombre… Y eso se nota en que nuestra relación ya ni siquiera parece de madre e hijo, más bien somos muy buenos amigos.

– Entiendo. Él, prácticamente, es un adulto, y tú aún eres joven. Os queréis mucho, y como la diferencia de edad no es tan grande, es normal que hayáis evolucionado así.

– Sí, supongo que sí –contestó manteniendo el aire pensativo y dándole un nuevo trago a su copa-. Es cierto que nos queremos muchísimo, siempre nos estamos dando muestras de cariño, tomamos decisiones juntos y tenemos nuestras peleas… En realidad, si lo piensas detenidamente, ahora somos más como una pareja de novios… solo que no follamos. -concluyó con una sonrisa en la que adiviné cierta ironía.

Estaba descubriendo algo en Alicia, algo que empezaba a intuir en sus palabras y señales, aunque me parecía increíble. Así que envalentonada por el alcohol ingerido y su arranque de sinceridad, favorecido por la mayor cantidad de alcohol que ella había consumido, me atreví a pregunta:

– ¿Pero a ti te gustaría?.

El silencio que se hizo por unos momentos fue revelador, y vi cómo un oscuro y profundo deseo prohibido se reflejaba por unos instantes en su mirada. Alicia apuró su copa de un trago.

Me quedé de piedra. Aquella bella mujer, a la que durante toda mi adolescencia masculina me había pasado admirando y deseando, tenía un lado muy oscuro. No sólo había sido capaz de desvirgar al mejor amigo de su hijo (Antonio, yo en aquel entonces), sino que ahora deseaba secretamente a su propio hijo… Mi fascinación por Alicia aumentó exponencialmente, y corroboré que, desde que me había convertido en Lucía, tenía la capacidad de hacer aflorar los más profundos deseos de cuantos me rodeaban.

– Y aquel yogurín que te comiste –traté de reencauzar el tema para que no se sintiese violenta-, ¿volverías a hacerlo?.

– No, claro que no –contestó aliviada viendo que yo había obviado su velada respuesta-. Primero porque es imposible…

– “Claro –pensé yo-, está en coma”.

– …y segundo porque es hijo de una amiga, y más de una vez acabaría con malas consecuencias… Aparte de que han pasado los años y ya no es tan yogurín –añadió con una carcajada.

Reí con ella.

– Creo que tengo un alto impacto en los chavalitos –añadió entre risas-. Ahora hay un par de compañeros de Pedro que vienen de vez en cuando por aquí, que noto que me comen con la mirada.

– ¡Jaja!. Seguro que para ellos eres una MQMF (Madre Que Me Follaría).

Alicia rio a carcajadas conmigo. De verdad que parecíamos amigas de toda la vida, y nos lo estábamos pasando en grande.

– Eso me temo, ¡jaja!. Sobre todo para uno de ellos, Luis, ese directamente me desnuda con los ojos, ¡jajaja!.

– ¡Le conozco! – exclamé-. “Y tampoco imaginas cuánto”- pensé-. Es monillo ese chico, ¿no?.

– Sí, no está mal… Pero lo que de verdad me pone “on fire” es su forma de mirarme. A veces tiene una expresión de salido que, no sé por qué, me pone burrísima.

– Sí, tienes razón. A mí también me pone mucho esa expresión de pervertido. Tal vez, si se me pusiera a tiro, sí que me comería ese yogurín. “Otra vez”- dije para mis adentros.

– La verdad es que si se dieran las condiciones, creo que yo también caería –afirmó mi nueva amiga apagando su cigarrillo-. No sé, supongo que esa cara de salido que se le pone, y su forma de desnudarme con la mirada, me dan para pensar que haría conmigo toda clase de guarradas…

– Mmmm, entiendo a qué te refieres –afirmé recordando mi experiencia con él-. Y si te pregunto qué guarradas le dejarías hacerte, ¿me contestarías?.

– Pues claro que sí, chica, no seas tan políticamente correcta. Ahora somos amigas, y creo que vamos a ser grandes amigas… Pues te contestaría que le dejaría follarme de todas las formas posibles…

La lengua de Alicia estaba totalmente desatada, ya no sentía ninguna necesidad de moderar su lenguaje, estábamos en confianza, y el alcohol nos permitía, sobre todo a ella por las tres copas que ya se había tomado por una y media que me había tomado yo, hablar sin ningún tipo de tapujo, expresando las cosas tal y como nos venían a la cabeza. Estábamos realmente cómodas las dos en compañía de la otra.

– ¡Ufff! –suspiré yo-. Eso suena de lo más excitante… ¡Al final va a resultar que eres una perra cachonda!.

Las dos nos partimos de risa.

– ¡Uy!, ¡y tanto!, ¡jajaja!. He estado casi 20 años criando a un niño yo sola, sin tiempo para mí misma, por lo que ahora que empiezo a tener tiempo para mí, me gustaría hacer cuanto no pude en su momento. Sí, soy una perra cachonda, y si pudiera pillar al “pervertido” de Luis…

– Te lo follabas sin compasión, de todas las formas posibles –le dije entre risas y continuando su lenguaje desinhibido-. No te ibas a dejar ningún agujerito sin explorar…

Esa última frase me recordó que precisamente eso era lo que yo había hecho en ese mismo sofá, y lo que esa misma tarde había fantaseado con hacer en la sala de reuniones… Me sentí excitada, muy excitada.

– ¡Exacto! – dijo Alicia casi tan excitada como yo.

Su respiración estaba acelerada, los pezones se le marcaban en el vestido subiendo y bajando al ritmo de su pecho, y arrastraba las palabras por su lengua saboreándolas como si al pronunciarlas pudieran hacerse reales.

– Me has preguntado qué guarradas le dejaría hacerme – me dijo bajando el tono de voz e indicándome con el dedo que me acercase para poder escucharle bien-, y ahora te lo voy a decir sin cortarme, porque veo que tú eres como yo…

Salvé la escasa distancia entre ambas, y coloqué mi rostro mejilla con mejilla, sintiendo la suavidad de su cutis sobre el mío.

– Soy toda oídos – le susurré sintiendo una ebullición en mi entrepierna al contactar sus duros pezones con la dureza de los míos.

Con delicadeza, apartó mi negro cabello de mi oreja, y su aliento se coló en mi oído produciéndome un exquisito cosquilleo:

– Le comería la polla hasta conseguir que se corriera en mi boca… Y le dejaría explotar dentro de ella para que me la llenase con su pervertida leche… ¿A ti te gusta eso?.

– Mmmm, a mí me encanta…

– Sabía que tú eras de las mías… Y después de sentir su corrida repentina dentro de mi boca, me lo tragaría todo mientras sigue follándomela hasta quedarse seco…

– Uffff…me calienta muchísimo que me llenen la boca de leche y me la hagan tragar…

– Y luego le dejaría comerme el coño, que me lo explorase con la lengua, y me pusiera el clítoris en carne viva…

Yo ya sentía la braguita mojada, y percibí que nuestros cuerpos, inconscientemente, se pegaban más el uno al otro. Nuestros pechos se aplastaban sobre los de la otra, y podía sentir cómo nuestras respiraciones se sincronizaban, subiendo y bajando a la vez nuestros femeninos atributos.

– …después dejaría que me pasara su dura polla por todo el cuerpo, se la cogería entre mis tetas, y le haría una paja con ellas…

– Ummm, creo que eso no lo he probado nunca –le susurré dubitativa.

– Yo tampoco, pero suena muy divertido. Recuerdo que hace años una amiga me contó que se lo había hecho a su chico…

– ¡No me digas!, ¿y qué tal fue?.

– Pues a ella no demasiado bien, ¡jaja!. La pobre no tiene mucho con lo que coger así una polla…

– ¡Jajaja!. Bueno, tú no tendrías ese problema, tienes un buen par de tetas –le dije sintiéndolas contra las mías-. Seguro que sí sería divertido.

– ¡Jaja!. Y tú tampoco tendrías ese problema con este par de melones que tienes –me contestó presionándome aún más los pechos con los suyos.

Las dos reímos.

– Sí, seguro que sería muy divertido cogerle la polla con mis tetas y ver el capullo aparecer y desaparecer por el canalillo –prosiguió-, viendo su cara de gusto mientras le estrujo el rabo con ellas…

– “¡Me encantaría que me lo hiciera a mí!”- gritó mi oculto macho interior.

– …y le pajearía y pajearía con las tetas, y le miraría a los ojos con cara de zorra para hacerle correrse otra vez. Dejaría que Luis, con lo pervertido que parece, se corriera en mi cara para que disfrutara disparando su semen sobre mi rostro, tratando de hacer diana en mi boca desde mis lolas…

– Joder, sí que le dejarías hacerte guarradas.

– Ya te lo he dicho… ¿Pero a que a ti también te gustaría?.

– Uuuufffff… – suspiré- Sí, creo que sí… Ahora mismo estoy cachondísima escuchándote e imaginándolo.

– Uuufffff, yo tengo el coñito hecho agua –confesó Alicia-. Pero espera, que aún hay más. –añadió rodeándome la cintura con uno de sus brazos para impedir que me separase de ella.

Yo no tenía ninguna intención de separarme y perderme esa íntima y excitante confesión-relato.

– Cuenta, cuenta, e imaginemos que no necesita descansar entre corridas. ¿Qué más dejarías que te hiciera ese chavalito salido?.

– Le dejaría frotarme el clítoris con la punta de la polla, para que me lo hiciera vibrar, y luego le dejaría que me la metiese salvajemente hasta clavármela entera en el coño.

– Uuuuuffff… cómo me gusta que me den caña…

Yo también le tomé a ella por la cintura, estaba tan excitada que necesitaba agarrarme a algo para que la cabeza no se me fuese, y hallé la bien delineada cintura de mi nueva amiga.

– Eso es, le dejaría darme caña sin parar, y le dejaría correrse dentro de mí para que me abrasase por dentro.

– Alicia, me estás matando…

– Después, volvería a comerle la polla, embadurnada de mis jugos y su leche, pero en lugar de correrse en mi boca, esta vez le dejaría que se corriese sobre mis tetas. Me encanta cómo quema la leche de hombre sobre la piel según cae…

– Y a ellos les encanta correrse sobre nosotras –completé su frase-. Eso también tendré que probarlo…

– A mí se me corrieron encima una vez, por accidente, y fue una sensación deliciosa…

– Alicia, estoy demasiado cachonda…

– Yo también…

Sin ser realmente consciente de ello, mi mano libre se deslizó entre los muslos de Alicia. Su piel estaba febril, y avanzando bajo su falda, llegué hasta sus húmedas braguitas.

– Mmmmm –gimió.

Correspondió mi gesto llevando su mano libre a la bragueta de mi pantalón vaquero. Con habilidad metió sus dedos entre los botones y los desabrochó para tocar con la punta de sus dedos mis también mojadas braguitas. Gemí como ella.

– No me van las tías –me susurró suspirando con mis caricias en su íntima prenda-. Pero estoy tan cachonda…

– Creo que a mí tampoco –le susurré suspirando yo también con sus caricias-. “¡A mí sí!” -gritó mi resquicio de masculinidad-. Pero me estás poniendo tanto con lo que me estás diciendo…

Nuestras mejillas se frotaron, hasta que nuestros labios se encontraron. Una descarga eléctrica recorrió nuestras espinas dorsales, esa característica descarga que se produce cuando algo que parece prohibido se prueba. Sus labios eran suaves y carnosos, y acariciaron los míos con la misma dulzura con la que los míos rozaron los suyos, una delicia de tenue y tímido encuentro. Recorrimos con los labios nuestros rostros, y volviendo a estar mejilla con mejilla, su voz se coló por mi oído con un cosquilleo:

– Qué labios tan suaves tienes… me gustan…

– A mí me gustan los tuyos –le contesté en el mismo tono-, son tan jugosos… Sigue contándome qué más guarradas dejarías que te hiciera el amigo de tu hijo.

– Después de correrse sobre mí –prosiguió manteniendo sus caricias en mi braguita como yo en la suya-, le tumbaría y le montaría con ganas. Dejaría que me estrujase las tetas hasta llegar al límite del dolor, y dejaría que me apretara el culo con sus manos para ensartarme su polla hasta el fondo…

– Uuuuffff, te gusta tan duro como a mí.

Mis dedos se colaron por un lateral de su ropa interior, y palparon los mojados y abultados labios vaginales de mi narradora.

– Ooooohhhh –gimió.

Sus dedos, tomando mi ejemplo, se abrieron paso por mi encharcado coñito, y dos de ellos lo penetraron arrancándome un gemido que coreó al suyo. Nuestras mejillas volvieron a frotarse, y nuestros labios se reencontraron en suaves caricias. La punta de mi lengua delineó su carnoso labio inferior, y la punta de la suya recorrió mi labio superior. Nuestras lenguas apenas llegaron a rozarse, tan sólo un efímero avance de lo que podría ser después. Aquellos besos de mujer eran un exquisito manjar prohibido, que postergaban el encuentro final prolongándolo y haciendo desearlo aún más.

– Le cabalgaría con fuerza, ensartándome más y más en su polla –continuó susurrándome al oído tras el beso-, y dejaría que me metiera un dedo por el culo mientras me lo follo…

Nuestros dedos ya estaban bien alojados en el coñito de la otra, y nos derretíamos mutuamente metiéndolos y sacándolos sin ningún pudor, entregadas a la satisfacción que mutuamente nos estábamos dando mientras nuestras imaginaciones volaban con el relato de Alicia.

– Vas a hacer que me corra en cualquier momento –le confesé.

– Y tú a mí…

– No pares, por favor –le supliqué-, esto me está gustando demasiado.

– Y a mí también –contestó entre jadeos-. Esto no significa que ahora nos gusten las mujeres…

– No, claro que no –le respondí alcanzando su duro clítoris con mis dedos para acariciarlo arriba y abajo-. Sólo somos dos amigas pasándolo bien mientras fantasean con una polla…

– Sí, eso es. Dos amigas que disfrutan de su nueva amistad…

Nuestros labios fueron nuevamente al encuentro, y nuestras lenguas dejaron de lado su timidez para acariciarse húmedamente la una a la otra, mientras nuestros pétalos de rosa seguían buscándose para acariciarse.

– ¿Dejarías que el chico se te corriera otra vez dentro? – le pregunté cuando volvimos a estar mejilla con mejilla.

– Uuuum, sí, dejaría que se corriera dentro de mí con su abundante y ardiente semen llenándome todo el coño mientras su dedito se me clava por el culo…

– Es una sensación increíbleeeeeee – dije prolongando la palabra al sentir sus dedos jugueteando hábilmente con mi clítoris.

– Sí, y después me tumbaría y le dejaría que me follase la boca haciéndome saborear su leche y mi flujo mezclados, sin darme casi tiempo a respirar, siendo él quien me la metiese y sacase penetrándome los labios y obligándome a comérmela entera a base de golpes de cadera. Hasta que me la llenase de repente otra vez de semen, obligando a tragármelo todo. Así de guarra soy…

– Yo también soy así de guarra, me encanta sentir cómo se corren en mi boca, aunque tan violento no lo he llegado a hacer… ¡Ufffff!, suena salvaje…

– Así de salvaje tampoco me lo han hecho nunca, pero… uuuummmmm… -gimió interrumpiéndose al disfrutar con mis dedos acariciando la rugosidad interna de su encharcado coño.

– Aún te falta un agujero por ser follado… -le dije con una carcajada de satisfacción al sentir sus dedos haciendo lo mismo dentro de mí.

– Por supuesto, es que me lo reservo para el final. Antes de que me follase ese agujerito, me pondría a cuatro patas, y dejaría que me comiera todo el culo…

– Mmmmm…

– …dejaría que me metiese la lengua y me lamiese el agujerito haciéndome cosquillas. Luego permitiría que su lengua entrase húmeda y jugosa dentro de él, cuanto pudiera metérmela…

Sus dedos salieron de mí y volvieron a penetrarme con decisión, arrancándome un gemido que ella coreó cuando mis dedos la perforaron del mismo modo.

– …y después dejaría que su gorda polla se metiera entre mis nalgas y me perforase el culito hasta taladrármelo…

Nuestros pechos se restregaban contra la voluptuosidad de los de la otra. Apretándose nuestras turgencias, mientras nuestros erizados pezones se rozaban a través de las finas prendas veraniegas.

– Me daría por el culo sin compasión, muy duro y profundo, porque es un pervertido. Y yo le apretaría tanto esa polla que me parte en dos, que se correría otra vez, sacándomela para colocarla en lo alto de mi culito y descargar su hirviente semen sobre mi espalda, haciendo que se me doble por la sensación…

-¡Guau!, ¡qué guarro y excitante suena eso!. ¿Te lo han hecho alguna vez?.

– No, siempre me han acabado dentro, y con condón, así que me encantaría que me lo hicieran. Seguro que a Luis le gustan esas guarradas…

– Seguro… Creo que a mí también me gustaría que me lo hicieran. Somos tan pervertidas o más que él…

Las dos nos reímos, y nuestras carcajadas hicieron que nuestros pechos se presionasen con mayor fuerza y nuestros dedos alojados dentro de la otra fueran estrujados por nuestros potentes músculos vaginales. ¡Qué delicia de mutua masturbación!.

– Me encanta tu forma de pensar –me contestó Alicia dándome un beso en la mejilla y recorriéndola para que nuestros labios y lenguas pudieran encontrarse de nuevo.

Sus jugosos labios acariciaron la suavidad de los míos, la punta de mi lengua jugueteó con la suya sintiendo la calidez de su aliento. La atrapó entre sus labios, y la succionó invitándola a entrar en su boca, donde su húmedo músculo la recibió trazando círculos sobre ella. Nuestros pétalos de rosa se acoplaron, y nuestras bocas se fusionaron. Nos fundimos en un tórrido beso con el que exploramos cada rincón de la voracidad de la amiga que nos masturbaba y era masturbada.

– Alicia, mmmmm -le dije al oído entre jadeos tras dejar un reguero de saliva mezclada en su rostro-, estoy a punto de correrme…

– Uuuuffff, yo también…

– Termina de contarme tu fantasía, y corrámonos juntas, uuuufffff….

– Para terminar, como nunca me han follado el culo sin condón, dejaría que me la clavara entera, a pelo y salvaje, que me montase poniéndome a cuatro patas, cogiéndome del culo y empujándome con tanta fuerza que me hundiría la cara en el colchón… Dejaría que me diese unos azotes en las nalgas mientras su polla se me clava en las entrañas, y finalmente le dejaría que me llenase las tripas con una corrida brutal que me dejase empotrada en el colchón, quemándome por dentro mientras yo me corro una y otra vez…

Su boca buscó la mía y me besó con urgencia. Nos devoramos mutuamente. Mis dedos entraban y salían de su chorreante coñito a toda y velocidad, y los suyos perforaban el mío cuanto podían profundizar.

– Mmmmmm, mmmmm, mmmmm….- gemía Alicia con su lengua en mi boca-. Oooh, ooooh, ooooooohhhh… –emitió separándose de mis labios para poder respirar.

– Aaaah, aaaaaah, aaaaaaaaah… – jadeé yo.

El aire entre ambas olía poderosamente a hembra y, gimiéndonos la una a la otra cara a cara, sincronizamos nuestros orgasmos embadurnando nuestras manos con los cálidos fluidos del placer alcanzado. Alicia me dio un tierno beso en los labios.

– Uuuuuffff, hacía años que no me masturbaba con una amiga –me dijo.

– Ha sido genial –le contesté recuperando la respiración normal-. Esto es empezar bien una amistad y lo demás son tonterías.

Las dos nos reímos a carcajadas.

-¡Y todo por fantasear con un chavalito que probablemente no sea ni la mitad de pervertido de lo que creemos! – exclamó Alicia entre risas.

Ambas nos recompusimos y adecentamos en el baño. Al volver al salón, el olor a sexo de hembra mezclado con el aroma del tabaco era tan evidente, que Alicia tuvo que abrir la ventana para que la estancia se ventilara.

– Ya te quedarás a cenar, ¿no? – me preguntó.

– Ahora mismo no estaría más a gusto en ningún otro lugar –le contesté.

Ayudé a Alicia a preparar una buena ensalada, y cenamos tranquilamente, hablando y riendo sin parar. Mi nueva amiga era tan golosa como yo, con especial preferencia por el chocolate, mi mayor debilidad, por lo que de postre disfrutamos juntas de un delicioso helado de chocolate que Alicia sirvió generosamente para ambas.

Nos despedimos con dos cariñosos besos, quedando en que volveríamos a vernos el martes siguiente, el primer día que le daría clases a su hijo.

Ya metida en mi cama, rememoré cada minuto del día. Me sentía llena de vida, encantada por todo lo vivido. Iba a poder ayudar a Pedro con sus estudios y eso me daría una gran satisfacción personal. Su madre me había fascinado, pasando de ser el amor platónico de mi masculina adolescencia, a lo que prometía ser una verdadera amiga en mi joven madurez femenina. Me dormí feliz.

CONTINUARÁ…

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