10

Al día siguiente de mi aventura en casa de Pedro, desperté sintiendo en mis propias carnes los efectos de los excesos de la noche anterior. A parte de un poco de resaca alcohólica, tenía los pechos más sensibles de lo normal, sentía algo doloridas las ingles por haber pasado demasiado tiempo abierta de piernas, y mi coñito también estaba hipersensible, sin llegar al dolor, pero resentido tras el delicioso homenaje que se había dado alternando entre tres jóvenes pollas.

Lo que sí era más notable, era el dolor de mi culito. Tampoco es que fuera insoportable, y si fuera necesario lo podría sobrellevar estoicamente pero, por suerte, era sábado y no tenía por qué esforzarme en estar cien por cien operativa, así que iba a limitar cualquier actividad para ese día. Había gozado con él más de la cuenta, y aunque el sexo por mi entrada trasera había sido increíblemente satisfactorio, todo debe hacerse con cierta mesura, y yo no había sido nada comedida, para mi propio disfrute y el de mis tres jóvenes amantes.

Así que, un poco hecha polvo, por los polvos echados, decidí tomarme un día de vagancia total, algo que no encontré entre los recuerdos de la antigua Lucía, quien nunca se permitió relajarse y siempre había necesitado estar ocupada en algo.

Pasé el día en casa, con el aire acondicionado bien regulado, en cómoda ropa interior, comiendo helado de chocolate y viendo varias de las películas de la colección en Blu-ray de clásicos del cine que la Lucía original había comprado, pero que ni siquiera había llegado a abrir. Gracias a este día, descubrí cómo mis gustos cinéfilos se habían refinado, pues mi nueva condición me aportaba una sensibilidad especial con la que era capaz de apreciar más matices en las historias que las películas narraban y, a pesar de que seguían gustándome las películas de acción, estas ya no eran mis favoritas, necesitaba argumentos más elaborados, incluso, más centrados en la naturaleza humana y los sentimientos.

Mi día de asueto sólo fue interrumpido por una llamada de María, mi hermana, quien al igual que el fin de semana anterior, quería invitarme a pasar la tarde con ella y los niños en la piscina. Aludiendo a una dura semana de trabajo y que lo único que me apetecía era estar en casa, conseguí declinar su invitación. Pero María era insistente y algo mandona, no en vano había medio criado ella a Lucía, así que tuve que aceptar ir al día siguiente a comer a su casa para después pasar la tarde del domingo en la piscina haciendo vida familiar.

La perspectiva del inevitable reencuentro con Ángel, mi cuñado, se me hizo cuesta arriba. La última vez que nos vimos acabé corriéndome con su polla metida en mi culo, pero dimos el tema por zanjado acordando que aquello jamás se repetiría. No sabía cómo podría mirarle a la cara, o cómo él podría mirarme a mí. La situación podría ser muy tensa…

Llegué a casa de mi hermana justo a la hora de comer, cargada con mi bolsa de deporte con todo lo necesario para una tarde de piscina. El encuentro con mi cuñado fue, como esperaba, inicialmente tenso, pero con el alboroto de mis sobrinos echándoseme encima, y la energía de mi hermana ordenándonos a todos sentarnos a la mesa, la tensión se difuminó y la situación se normalizó.

María había hecho paella, y nos sentamos en la mesa redonda de modo que a un lado tenía a mi sobrino mayor, y al otro a mi cuñado. Las dotes culinarias de mi hermana hicieron las delicias de nuestros paladares, y pasamos una comida distendida riéndonos con las ocurrencias de los pequeños. Ya en los postres, un escalofrío recorrió mi espalda cuando sentí una cálida mano sobre mi rodilla derecha. Miré a Ángel esbozando una sonrisa de disimulo, y éste, en lugar de apartar su mano, la subió por la cara interna de mi muslo aventurándose bajo mi ligera falda veraniega. Los pezones se me pusieron como puntas de flecha, apenas disimulados por el sujetador y el top, y una oleada de calor recorrió mi cuerpo haciéndome suspirar.

– ¿Estás bien?- me preguntó María.

– Sí, sí- contesté avergonzada-, es que…

– Estas natillas te han quedado tan ricas –se adelantó Ángel contestando por mí-, que quitan el aliento.

Me sonrió, y su mano continuó acariciándome el muslo sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. No podía meter la mano con la que sostenía la cuchara debajo de la mesa para apartar la de mi cuñado sin levantar sospechas, por lo que él continuó acariciando mi sensible piel, excitándome mucho más de lo que podría confesar, hasta que todos terminamos el postre.

Al terminar de comer y, siguiendo las indicaciones de María, recogimos la mesa, puesto que íbamos a bajar a la piscina, todos menos Ángel, que por suerte para mí, ya había quedado con sus amigos para ir a jugar a cartas en su bar favorito. Mi hermana y los niños ya tenían puestos los bañadores, por lo que, en cuanto yo me pusiera el bikini bajaríamos, nosotros a la piscina, y mi cuñado al garaje para coger el coche.

Justo cuando me metía en el dormitorio de matrimonio para cambiarme, sonó mi móvil.

– Es Raquel- le dije a María.

– Habla tranquila, cariño. Yo voy bajando con estas fieras y te espero tomando el sol.

– Hasta luego, Lucía –me dijo Ángel con una amplia sonrisa.

Asentí y descolgué el teléfono metiéndome en el dormitorio para tener intimidad, aunque enseguida me quedé sola en la casa.

Raquel, con su habitual “¡Hola, preciosa!”, sonaba especialmente contenta al otro lado de la línea. Me contó que, finalmente, no volvería a la ciudad hasta el siguiente fin de semana. La razón era que había conocido a un hombre “I-N-C-R-E-Í-B-L-E”, en sus propias palabras. Estaba muy ilusionada, “enamorada como una colegiala”, me dijo, así que quería pasar más tiempo con él para asegurarse de que “este sea el bueno”; por lo que prolongaría unos días su trabajo en la ciudad donde él vivía. Me alegré profundamente por ella, y obvié que teníamos una conversación pendiente. Por mi parte, tras los acontecimientos de los últimos días, ya no tenía mucho sentido, puesto que había descubierto que me gustaban los hombres, ¡y mucho!, dejando totalmente de lado mi atracción por las mujeres. Y por su parte, tenía menos sentido aún, puesto que si estaba comenzando una relación, lo único que necesitaría de mí sería una buena amiga, y yo estaba dispuesta a serlo.

Felicité a Raquel por su dicha, y como amiga, le recomendé precaución con el chico para que no se precipitara. Le pedí que volviera a llamarme en un par de días para mantenerme informada de los progresos y darme más detalles sobre su Don Juan. Con la promesa de que así lo haría, nos despedimos mandándonos besos.

Me puse el sencillo bikini negro que había escogido para no llamar la atención, y comprobé en el espejo que había a los pies de la cama, que a pesar de su sencillez y no ser de tanga, me quedaba “de muerte”.

– Estás para comerte entera –oí.

Asustada, me giré y vi a Ángel a la puerta del dormitorio. Había vuelto sin que le oyera, y me miraba embebiéndose de mi anatomía, marcando paquete en su pantalón corto.

-¿Pero tú no te habías ido a jugar a las cartas?- le dije sintiendo una oleada de calor.

– Sí –contestó acercándose hasta llegar a un palmo de mí-, pero al ver que tú te quedabas aquí, he vuelto para echarte un último vistazo.

– Ángel, dejé muy claro cómo quedaban las cosas entre nosotros- le dije poniendo mis manos sobre las caderas para mostrar una pose decidida-. Y lo que has hecho durante la comida ha estado mal, muy mal…

– Lo sé –dijo acortando aún más la distancia entre nosotros para tomarme por la cintura-, pero es que eres tan irresistible… Y he notado cómo a ti te excitaba…

El contacto de sus manos sobre la piel de mi cintura hizo que mis pezones volvieran a ponerse tan erectos como durante la comida, lo que la suave tela del bikini no pudo disimular.

– Yo… -apenas pude decir.

Estaba completamente desarmada. Me había pillado de improviso, y mi piel respondía al contacto con aquel hombre de modo que me impedía pensar. El hecho de que fuera mi cuñado, y como tal lo sintiera a través de los recuerdos que conservaba de la antigua Lucía, aumentaba mi excitación mucho más allá de lo que podría excitarme cualquier otro cuarentón como él. No me parecía especialmente atractivo, sino del montón, ¡pero cómo me ponía!. Para mí representaba el deseo de la fruta prohibida, y el recuerdo de cómo me había poseído en las dos ocasiones anteriores, no hacía sino avivar las llamas de mi lujuria.

Recorrió mi cintura con sus manos, y yo, inconscientemente, le dejé hacer.

– Estás tan rica… -me dijo- que no puedo conformarme sólo con mirarte…

– No… -conseguí decir humedeciendo mis labios-, no podemos…

Sus labios se posaron en mi cuello y succionaron provocando la humedad de la parte baja de mi bikini. Toda la piel se me puso de gallina, y esto le animó para recorrerme la yugular con los labios hasta la clavícula, y apretar mi cuerpo al suyo para hacerme sentir su tremenda erección presionándome el bajo vientre.

– No sigas… – le dije sin convicción alguna. Esos íntimos besos en tan erógena zona me estaban derritiendo.

– Eres deliciosa…

Sus labios bajaron por mi esternón, y sus manos subieron por mi cintura hasta agarrarme los pechos y apretarlos alzándolos a la vez que su boca atrapaba uno de ellos y lo succionaba a pesar de la tela del bikini.

– Uuuuuummmm… -gemí-. No sigasssss…

– Lucía, quiero comerte…

Sus manos bajaron hasta mi culo y lo agarraron con ganas, presionándome los glúteos mientras su cabeza seguía descendiendo con la lengua acariciándome el abdomen con rumbo sur, obligándole a clavar una rodilla en el suelo.

– Angel, no sigasssss…

Tenía la parte baja del bikini totalmente empapada, y mi voz sonaba carente de autoridad.

– Cuñadita, voy a comerte…

– Uuuuuuuufffff… – suspiré con la afirmación sintiendo cómo su boca besaba la húmeda tela que cubría mi vulva-. No sigaaaaasssss…

Sus manos bajaron mi prenda inferior acariciando mi culito y muslos al hacerlo y, al desnudar mi coñito, su lengua lo lamió recorriendo de abajo a arriba la grieta formada por mis hinchados labios vaginales.

– Uuuuuuuuummmmmm… No sigaaaaaaasssss… -repetí sintiendo cómo me licuaba.

Me hizo sentarme a los pies de la cama, y separando mis muslos con sus manos, metió su cabeza entre mis piernas. Me eché hacia atrás, apoyando mis manos sobre el lecho y facilitándole el acceso. Me ardía toda la piel, y sentía mis pezones capaces de agujerear el bikini. Me estaba dejando llevar, me estaba haciendo suya, y anhelaba que cumpliese sus palabras, pero aun así, todavía conseguí decir:

– No sigas… María me está esperando…

Oí la voz de Ángel surgiendo de entre mis muslos, respondiéndome:

– No voy a tardar…

Y acto seguido sentí su lengua colándose entre mis labios mayores y menores, penetrándome hasta que los labios de mi cuñado se adaptaron a mi vulva y la succionaron.

-¡Oooooooooooooohhhhh…!

La lengua de Ángel se volvió vivaracha dentro de mí, retorciéndose como la cola de una lagartija hasta donde su longitud le permitía penetrar en mi vagina. Besó mi coñito como si los labios de éste fueran los de mi boca y su lengua se estuviera enredando con la mía, estimulando mis sensibles paredes internas con un delicioso y húmedo cosquilleo que me hizo jadear.

– Uuuuuuuummmm, Ángel. Uuuuuuuummmm, me matasssssss…

Su destreza y la dedicación que puso en comerme, sin duda, eran fruto de los años que llevaba deseando a Lucía en secreto, y su inquieto músculo me lamía tan bien que, efectivamente, no tardaría en provocarme un orgasmo.

Veía cómo su cabeza se movía entre mis piernas, y eso acrecentaba aún más mi placer, hasta el punto de no poder mantenerme mirándolo y sentir cómo mi espalda se arqueaba obligándome a mirar hacia el techo con la boca abierta para tomar profundas bocanadas de aire, me estaba dejando sin aliento.

Se estaba bebiendo mi lubricación como si fuera un manjar de dioses, recorriendo cada milímetro de mi gruta de placer para no dejarse nada sin explorar, y eso me encantaba. Sacó la lengua del agujero y lamió entre mis labios hasta alcanzar mi duro clítoris. En cuanto la punta contactó con él, sentí que ya estaba a punto de derramarme.

– Uuuuuuuuuuuuuummmmmm…

El húmedo apéndice acarició con la punta mi botón de placer, provocándome descargas eléctricas que recorrieron mi espina dorsal para que toda mie espalda se arquease hasta el límite de sus posibilidades. Lamió mi perla, arriba y abajo, primero lenta y suavemente, y después con dureza y velocidad.

– Ah, ah, ah, ah, ah, ah…

Trazó círculos linguales alrededor de mi clítoris, y lo atrapó entre sus labios para succionarlo. Lo succionó y succionó con fuerza, haciéndolo vibrar mientras un aventurado dedo se introducía en mi vagina para entrar y salir de ella follándome sin tregua.

– Joderrr, joderrrrr, joderrrrr – susurraba apretando los dientes, enajenada de gusto.

Sin detener las poderosas succiones y duros lametazos en mi botoncito, el dedo salió de mí, y fue sustituido por otro más corto y grueso que, en lugar de proseguir con el mete-saca, empezó a realizar unos maravillosos movimientos circulares que me encantaron.

Esa exquisita doble estimulación me llevó en volandas al borde del precipicio, haciéndome desear que nunca acabara y, a la vez, anhelando lanzarme al vacío del orgasmo. Cuando, de pronto, percibí cómo el húmedo y largo dedo que antes me había follado, irrumpía con decisión entre mis glúteos, encontraba mi suave y estrecha entrada trasera, y la franqueaba sin dificultad para penetrarme en toda su longitud por sorpresa.

Aquello fue demasiado para mí. Sentí el terremoto sacudiendo mis entrañas, las hogueras ardiendo en mi sexo y el placer explotando para recorrer cada fibra de mi ser en un orgasmo con el que habría gritado en pleno éxtasis, pero me vi obligada a morderme con fuerza el labio inferior para no alertar y escandalizar a los vecinos.

Ángel sacó su pulgar de mi vagina permitiendo a su dedo corazón perforarme el culito con mayor profundidad, y acopló toda su boca a mi sexo acariciando con la lengua su interior para devorarme y beber todo mi zumo de hembra; prolongando mi orgásmica agonía hasta que todo el placer abandonó mi cuerpo culminando mi clímax.

Cuando recuperé la cordura, pude recomponerme y echar hacia atrás la cabeza de mi cuñado indicándole que ya había terminado de correrme Él sacó su dedo de mi retaguardia, se levantó limpiándose la barbilla, y se quedó en pie ante mí mientras yo me subía y recolocaba la prenda inferior del bikini, quedándome sentada en la cama.

Mis ojos no podían apartarse de la tremenda erección que se adivinaba bajo su pantalón corto, y la deseé. De sobra se había ganado que yo le correspondiera, y me sentía generosa.

– Quiero tu polla – le espeté como única respuesta.

Le cogí de la mano para que diese un paso hacia mí y se situase nuevamente entre mis piernas abiertas. Ya a mi alcance, acaricié su abultadísimo paquete sintiendo su dureza y forma con la palma de mi mano, y el suspiró.

– Uuuufffff, es toda tuya.

Bajé la cremallera, e introduciendo la mano por la bragueta, agarré su verga apartando el calzoncillo para liberarla y que asomase por la abertura del pantalón. Estaba congestionada, con la punta húmeda y rosada, y su tronco surcado de gruesas venas, lista para ser devorada. Me resultó curiosamente atractivo el no quitarle las prendas, me gustó la imagen de tenerle así, con tan solo su polla desnuda saliendo por la bragueta, remarcando lo clandestino y prohibido de la situación.

Le miré a los ojos con mi azulada mirada de largas y negras pestañas, sabía que en ese momento mi expresión era de puro vicio. Él resopló, y vi cómo una gota transparente surgía de la ranura de su glande. Posé mis labios sobre él, y lamí la salada ofrenda de su excitación. Él gimió.

Con mis labios en forma de “o”, envolví el glande impregnándolo con saliva, dándole suaves y succionantes besos que lo hacían deslizarse entre ellos para que sintiese su jugosidad. Acaricié el frenillo con la punta de mi lengua, y le oí gemir de nuevo. Agarré la base del tronco, poniendo la palma de mi mano sobre la tela de su pantalón, y fui metiéndome la polla de mi cuñado en la boca poco a poco. Succionando lentamente para que fuese desapareciendo entre mis labios y llenando mi boca.

– Diooooosssss… – evocó él.

Me penetré la boca hasta que sentí que alcanzaba mi garganta, con mi nariz pegando en su pantalón, y la dejé salir un poco antes de que me pudiera dar una arcada. Hasta ese momento, y en mis anteriores experiencias como felatriz, nunca había llegado tan profundo por iniciativa propia.

Succioné toda la longitud y grosor de la verga haciéndola salir, con mis carrillos hundidos por la fuerza de succión, y a mitad de recorrido, la sentí palpitar. Ya le tenía casi a punto. Sin duda, él había disfrutado mucho comiéndome, le había sobreexcitado, y yo ya sabía a ciencia cierta que se me daba especialmente bien practicar el sexo oral. El que yo misma hubiera sido un hombre para saber a la perfección qué les hacía derretirse, y lo excitante que me resultaba hacerlo disfrutando de ello, me estaban convirtiendo en una auténtica experta comedora de pollas.

– Uuuuufff, Lucía, vas a hacer que me corra enseguida…

– De eso se trata, cuñado – le dije sacándomela de la boca.

Le dejé respirar un poco, tampoco quería que se me corriese nada más empezar como ya me había pasado con alguno de los muchachos de dos días atrás. Cuando vi que era capaz de controlarse (él ya no era ningún chiquillo), volví a chupársela metiéndome toda su herramienta en mi boca para degustarla haciéndola salir lentamente, y así deleitarme con sus palpitaciones en mi paladar.

Hice una nueva pausa, y ante el suspiro que me indicó que volvía a serenarse, volví a la carga. Esa técnica estaba funcionando para que a los dos nos diese tiempo a disfrutar de la mamada en toda su extensión, sin una corrida precipitada, así que continué con ella: Engullido profundo-succión intensa-pausa… Engullido profundo-succión intensa-pausa… Engullido profundo-succión intensa-pausa…

Cuando mi cuñado llegase al orgasmo, su corrida iba a ser gloriosa, así que me relamí mentalmente pensando en cómo explotaría en mi boca llenándomela de leche, mientras él gemía con cada nuevo sondeo de mi garganta.

Engullido profundo-succión intensa-pausa… Engullido profundo-succión intensa-pausa… Engullido profundo-succión intensa-pausa… Engullido profundo…

– ¡Pero qué bonito!, ¡mi marido con la polla dentro de la boca de mi hermana! –oímos repentinamente.

Me quedé de piedra. Solté la verga y miré hacia la puerta del dormitorio. Allí estaba María, con los brazos cruzados y una expresión de sorpresa y enfado de la que no encontré comparación en ninguno de los recuerdos de Lucía que atesoraba.

– ¡María!- exclamó su marido-. Yo… nosotros…

Yo me había quedado completamente muda, sintiendo cómo la nueva vida de la que había tomado las riendas, comenzaba a derrumbarse como un castillo de naipes.

– ¡Cállate, cabrón! – le dijo-. ¡Venga, no os cortéis porque esté yo aquí!. Continuad con lo que estabais haciendo, no quisiera cortaros el rollo…

– Pero… ¿qué dices María? –consiguió preguntar Ángel.

– ¡Que te calles!- le espetó-. Venga, vuelve a meterle la polla en la boca a mi hermana…

– María… -conseguí decir con un hilo de voz.

– ¡A ti no te consiento que me digas nada! – su rugiente tono me intimidó, y a mí acudieron los recuerdos de la autoritaria pero cariñosa hermana mayor que había cuidado de Lucía cuando ésta era pequeña.

– ¡Vamos!- me incitó-, termina de comerte la polla de mi marido… No querrás que acabe con dolor de huevos, ¿verdad?.

Ángel y yo intercambiamos miradas de desconcierto. Aquella era la situación más surrealista que ambos habíamos vivido (bueno, no, yo no…).

– ¡Que sigáis o aquí se va a montar la de Dios es Cristo! –nos gritó- ¡Terminadlo!.

Intimidados, Ángel y yo volvimos a intercambiar miradas, y asentimos con los ojos. Mi cuñado volvió a girarse hacia mí, ofreciéndome nuevamente su pene, que por la impresión, colgaba medio flácido de la bragueta del pantalón. Lo sujeté con una mano y lo icé para metérmelo en la boca mirando de reojo a mi hermana. Ella asintió:

– Eso es – dijo con desprecio-. Acabad lo que habéis empezado mientras yo pienso qué voy a hacer con vosotros… Luego hablaremos.

Pero en lugar de salir del dormitorio, se quedó esperando, clavando su furiosa mirada en nosotros, atenta a que se cumpliesen sus órdenes.

El pene de Ángel estaba blando en mi boca, y su tamaño había mermado considerablemente, no me resultaba nada erótico. Así que viendo cómo María no perdía detalle, me aferré al atisbo de excitación que me producía el ser observada practicando sexo para chupar la carne de mi cuñado con algo de convicción. Enseguida, el miembro viril comenzó a responder a la calidez, suavidad y humedad de mi boca y pude sentir en ella cómo se iba hinchando. Esa sensación avivó mi llama, y sin perder de vista a mi hermana, chupé con más ganas.

Escuché un gemido ahogado de Ángel, y su polla continuó dilatándose en mi boca, poniéndose dura y llenándomela por completo. ¡Eso sí que me excitaba!. Comencé a succionar con más fuerza, y aquel falo adquirió todo su esplendor llenándome la cavidad bucal de pétrea carne de hombre. Me la saqué para tomar aire y vi que estaba completamente tiesa y congestionada, embadurnada con mi saliva. Miré a María, y ésta volvió a asentir con una irónica sonrisa. Miré a mi cuñado a la cara, y le vi ruborizado apretando los dientes.

– Acabemos con esto- le susurré.

Él sonrió denotando cierta amargura, pero movió su cadera hacia delante y su glande penetró mis labios hasta que alcanzó mi garganta. Succioné con fuerza, subiendo y bajando por el venoso tronco, acariciando el frenillo con la lengua, engullendo sin compasión la zanahoria, sintiendo cómo su dureza latía sobre mi lengua.

Ángel reprimía sus gruñidos a duras penas, y sentí los espasmos de su miembro. Con un último gruñido que no pudo retener, explotó dentro de mi boca. El semen inundó mi cavidad, deliciosamente hirviente, exquisitamente denso, y el sabor a leche de hombre deleitó mis papilas gustativas y saturó mi olfato con su retrogusto al deslizarse por mi garganta. Tragué y tragué, con media polla metida en mi boca regando mi lengua una y otra vez. Era una magnífica corrida, concentrada y abundante por la pausada mamada anterior a la irrupción de María, intensificada por el brusco parón, poderosa por la excitación acumulada. Y yo me la bebí toda, disfrutando de su generosidad, calidez, textura y sabor, recibiendo cada impetuoso lechazo en mi paladar como un regalo para mi glotonería hasta que, finalmente, mi cuñado concluyó su orgasmo con una última y ya escasa eyaculación en mi lengua. Me lo tragué todo, y al sacarme la polla de la boca, me limpié con los dedos los dos regueros que habían rezumado por la comisura de mis labios.

– ¿Ya está? –preguntó María-. Sí que debes ser buena –añadió acercándose para sentarse a mi lado en la cama-, se ha corrido enseguida.

Con un rastro de timidez, asentí chupándome los últimos restos de néctar de macho de mis dedos.

– María, lo siento… -dijo Ángel guardando su miembro en el pantalón.

– ¿Ahora lo sientes? –contestó visiblemente más calmada que momentos antes-. Si te digo la verdad, en cierto modo, me esperaba esto de ti…

– Yo…

– ¿Acaso crees que no me había dado cuenta de cómo miras siempre a mi hermana?. Sabía que la deseabas, y no te culpo por ello… ¡Joder!, es un bombón… pero…

– María –intervine-, yo sí que lo siento…

– De quien no podía esperarme esto era de ti –me dijo profundamente decepcionada-. Con la de tíos que matarían porque les comieras la polla, y tienes que comerte la de mi marido…

– Es que… -intenté buscar en vano una excusa.

– Cuando tuviste el accidente me dijiste que cambiarías, pero jamás imaginé que sería así… Lucía, no te reconozco…

Sentí una losa cayendo sobre mí.

– No le eches a ella toda la culpa –salió sorprendentemente en mi defensa Ángel-. Además, ha sido la primera vez… -mintió como un bellaco.

Aunque técnicamente aquello no era del todo falso, sí era la primera vez que le practicaba sexo oral.

– Es verdad – me sorprendí a mí misma diciendo con una fugaz mirada a mi cuñado.

Ante la perspectiva de que mi nueva vida se convirtiera en un auténtico infierno y acabase ahogada por la culpabilidad, preferí obviar las dos veces que su marido me había dado por el culo y la magnífica comida de coño que acababa de hacerme.

– Bueno, una mamada no es para tanto… -contestó mi hermana-. Y casi se podría decir que he sido yo la que os ha obligado a consumarla…

– Eso es, cariño –intervino mi cuñado viendo un resquicio de salida.

– Pero no soy tonta –una amarga sonrisa se dibujó en los labios de María-, sé que esto no iba a quedar así. Tú siempre la has deseado…

– No, no, esto se acabó. Lo siento, cariño… Yo te quiero y no ha sido más que un calentón…

– Eso es –añadí yo cogiendo su mano-. Yo también te quiero, eres mi hermana…

– Yo sé que los dos me queréis, estoy segura de ello. Pero también sé que hay cosas inevitables… Y están los niños…

María se quedó pensativa,

– ¡Eso!, ¡los niños!, ¿dónde están? –preguntó Ángel cayendo en ese momento en la cuenta.

– En la piscina con los vecinos –contestó mi hermana distraídamente-, están jugando bien vigilados… Yo había subido a por una botella de agua… Y os encuentro así…

– Pero no volverá a ocurrir, ¡te lo juro! –le dije.

– Él te desea, siempre ha sido así, y lo seguirá siendo… A no ser…

Una luz pareció encenderse en su cabeza, y su tono de abatimiento cambió radicalmente por uno claramente autoritario.

– No voy a dejar que destrocéis esta familia. Esto hay que arrancarlo de raíz, y la única forma que veo es que él cumpla su fantasía.

– ¿¿Cómo?? –preguntamos Ángel y yo al unísono.

– Que vas a cumplir tu deseo de tirarte a mi hermana –le dijo a él-, así daremos este asunto por zanjado. Haces realidad tu fantasía y todos la olvidamos por completo.

– ¿Pero qué dices? –preguntó mi cuñado desconcertado-. Cariño… No sabes lo que estás diciendo, estás en estado de shock.

– Sé perfectamente lo que digo- contestó María más autoritaria aún-. Te follas a mi hermana y se acabó para siempre. Los tres olvidaremos este asunto y jamás volveremos a mencionarlo.

– Pero María… -intervine.

– ¡A ti ni se te ocurra rechistar! – me soltó con tal severidad que me acobardó.

Para mí, a través de los recuerdos de Lucía, ella siempre sería mi hermana mayor, casi como mi madre, y le tenía mucho respeto e incluso temor a su enfado. En aquel momento me hizo sentir como una chiquilla.

– Después de lo que has hecho me vas a obedecer sin dudar –continuó-. Y es más, lo vais a hacer ahora mismo, ¡y delante de mí!.

– ¿Pero estás loca?- le dijo Ángel.

– Ni se te ocurra llamarme loca. Por mi salud mental y la de esta familia, si de verdad me queréis, haréis lo que yo diga. Así que, venga, ¡a ver cómo mi marido se folla a mi hermana!.

Angel y yo nos miramos perplejos, lo sórdido de aquella situación era de un nivel estratosférico.

Me sentí triste por mi hermana, confusa por lo acontecido, perpleja por la extraña reacción y… excitada, curiosamente excitada y expectante. Aún tenía el sabor de la leche de Ángel grabado en mis papilas gustativas, los ecos en mi cerebro de su polla engordando, endureciéndose y explotando en mi boca; mi hermana me estaba ordenando follar con mi cuñado, y la nueva Lucía en la que me había convertido era una perra cachonda… Así que sí, estaba excitada, y lo sentí con mis pezones poniéndose duros.

María tiró de mi mano y me hizo ponerme en pie ante su marido.

– Desnúdate –le ordenó.

Viendo que parecía haber una salida a aquella situación, y además, especialmente satisfactoria para él, Ángel obedeció sin rechistar.

¡Realmente lo íbamos a hacer!, ¡íbamos a echar un polvo delante de mi hermana!. Volví a sentirme húmeda.

-¡Vaya! – le dijo mi hermana a su marido observando su entrepierna-, ¿ahora no se te levanta?.

Ángel se puso más colorado que un tomate ante tal evidencia, y aunque yo no era capaz de creer lo que estaba ocurriendo, y la desnudez de mi cuñado tampoco es que fuera impresionante (menos aún con su miembro colgando), yo sí que sentía cómo la excitación seguía creciendo en mi interior.

– Es que… – dijo azorado- …esto es tan extraño…

– Ya, claro –contestó María-, y que hace nada que te has corrido en la boca de mi hermana, ¿no? –aseveró con una irónica sonrisa.

– Yo…

– Mejor no digas nada… Sólo piensa en que por fin te la vas a tirar, pedazo de cabrón…

Aquello pareció surtir cierto efecto en él. María extendió su brazo y tomó los testículos de su marido, sopesándolos y acariciándolos para después coger el falo y acariciarlo con la misma delicadeza, provocando un principio de reacción.

– Eso es – le dijo soltándole-. Y ahora mira a Lucía… Es guapa, ¿verdad?.

Ángel asintió mirándome a mí a los ojos.

– Y tiene un cuerpazo, ¿no? – continuó.

Mi cuñado volvió a asentir recorriendo toda mi anatomía con su mirada mientras su verga se iba desperezando. Mi respiración comenzaba a acelerarse.

Mi hermana se colocó tras de mí y, para mi sorpresa, sus manos pasaron bajo mis brazos y agarraron mis pechos apretándomelos.

– María… – intenté decir impresionada por la sensación.

– Shhhhhh – me susurró al oído-, sólo obedece…

Mis pezones ya estaban como pitones de morlaco, y sentí cómo María se afanaba en masajear mis grandes senos recreándose en pellizcar mis durezas por encima del bikini. Parecía que le estaba gustando tocar unos pechos que no fuesen los suyos, poniéndome a mí aún más caliente. Esas manos de mujer, manos de hermana, estimulando mis tetas, despertaban en mí oscuros y antinaturales sentimientos que me provocaban una electrizante sensación de auténtica lujuria.

– Tiene unas buenas tetas, ¿verdad? – le dijo a su marido-. Tan grandes, turgentes y bonitas…

Ángel volvió a asentir, esta vez con sus ojos brillantes y su falo alzándose.

Las manos de María descendieron por mi anatomía, recorriendo las curvas de mi cintura y caderas, provocándome un escalofrío e inconsciente contoneo de todo mi cuerpo, que fue correspondido por la polla de Ángel poniéndose dura y altiva.

– Eso está mejor – le dijo mi hermana acariciándome todo el cuerpo, poniéndome malísima.

Desató la lazada de la parte superior de mi bikini, liberando mis pechos para presentárselos a su marido sin saber que éste ya los había visto y estrujado con ganas en dos ocasiones. Volvió a descender, y deslizó la prenda inferior por mis muslos hasta que cayó al suelo por su propio y húmedo peso. Los tres percibimos el aroma de mi excitación.

– Parece que tú también deseas follarte a mi marido, ¿eh, zorrita? – me dijo.

– Yo… – dije con la respiración entrecortada- …es que…

– Ya, ya, con haberte comido su polla no es suficiente… Por eso quiero que consuméis vuestro deseo y esto acabe aquí y ahora…

Me dio un azote en el culo obligándome a pegarme a mi cuñado hasta que la punta de su asta presionó mi abdomen, y se apartó para dejarnos piel con piel. Los dos la miramos.

– ¡Venga! – nos incitó-, ¡a follar!, no querréis que os haga también de mamporrera, ¿no?.

Ángel me agarró del culo, y sus labios buscaron el beso que en una ocasión anterior yo le había negado. Acepté su lengua en mi boca, pero enseguida me quedó claro que el sentirse observado por su mujer no tenía en él el mismo efecto que para mí, estaba muy cohibido. Mi lengua se enredó con la suya, y sólo así conseguí que se dejase llevar devorando mi boca.

– Eso está mejor – oí que María susurraba.

El sentirme observada por ella, y el que el hombre cuya pértiga se me clavaba en el bajo vientre fuese mi cuñado, a mí me incendiaba, así que tomé completamente la iniciativa, rodeando su cuello con mis brazos, subiendo una de mis piernas a su cadera, y frotando mi húmedo sexo contra el suyo.

Sus besos se volvieron más apasionados, y sus manos apretaron mi culo como si quisieran fusionarse con él. Una de ellas subió hasta mi mandíbula y echó hacia atrás mi cabeza para besarme la garganta y descender hasta mis pechos. Besó ambos, y me hizo retroceder hasta que topé con los pies de la cama. Caí sobre ella arrastrándole conmigo, con su cabeza contra mi pecho sujetando un puntiagudo pezón con sus labios, haciéndome suspirar. Se colocó entre mis piernas, y acomodó mis posaderas para que nuestros sexos se enfrentasen cara a cara.

– Te la tengo que meter, Lucía – me susurró.

Yo ya no deseaba otra cosa.

– Métemela, cuñado.

Ambos miramos a aquella que nos observaba apoyada en la pared con los brazos cruzados, con una mirada que combinaba ira y excitación, y asintió con la cabeza.

Sentí cómo la polla de Ángel se abría paso por mi coñito penetrándolo para alojarse completamente en su húmeda calidez.

– Uuuuummmmmm – gemí.

– Te gusta, ¿eh?- me dijo María.

Asentí mordiéndome el labio inferior. Casi más placentero y excitante que la propia penetración, era saber que la polla que estaba dentro de mí era la de mi cuñado follándome mientras mi hermana nos miraba.

Ángel se retiró para volver a profundizar con ganas, provocándome otro gemido de gusto.

– ¡Vaya con mi hermana!. ¡Si encima es escandalosa…! ¿A ti te está gustando? – le preguntó a él.

– Uufffffff – fue lo único capaz de decir el aludido.

– Ya veo… Pues más vale que lo aproveches, porque vas a estar a palo seco muuuuuuuuuuuucho tiempo…

Aquello le cohibió completamente dejándole paralizado, pero yo estaba revolucionada, y necesitaba más, así que clavé mis uñas en su trasero y le espoleé como si fuera un potro, aunque la que estaba siendo montada era yo. Empezó un continuo mete-saca que hizo mis delicias mientras, en lugar de mirarle a él, no podía evitar mirar el severo rostro de mi hermana, quien observaba con enfado, fascinación y excitación cómo su marido me follaba. Nuestra conexión visual fue tan intensa en ese momento, que pude percibir que ella estaba disfrutando en secreto al contemplar mi cara de puro placer y escuchar mis gemidos.

Ángel trataba de darme con todas sus ganas, tal y como había hecho las dos veces que había gozado de mi cuerpo en el baño, pero estaba especialmente torpe. No era capaz de sentir ni transmitir la pasión de aquellas ocasiones, realmente le coartaba mucho la presencia de María, y parecía que aquello iba a surtir el efecto que mi hermana esperaba: jamás volvería a desearme como hasta entonces me había deseado.

Aunque físicamente aquel no estuviera siendo el polvo de mi vida, mi pervertida mente lo estaba elevando a la categoría de polvazo. Sentía la polla de mi cuñado dura y gorda moviéndose torpemente dentro de mí, su pelvis golpeando rítmicamente mi clítoris, mis tetazas bailando al ritmo de las embestidas, y lo que ensalzaba todo para hacerlo increíblemente excitante: la mirada de mi hermana clavándose en mí. Estaba empezando a llegar al punto de no retorno, al estado en el que sabía que cualquier pequeño aliciente podría hacer que me corriese. A mi mente acudían con recurrencia los momentos vividos poco antes: la magnífica comida de coño que mi cuñado me había hecho, y cómo su polla había explotado brutalmente en mi boca… Y mientras tanto, la sentía dentro de mí, entrando y saliendo, estimulando mis paredes vaginales que la succionaban guiándola para que me follase mejor… Pero su ritmo de caderas empezó a flojear, y tras un tiempo prolongando mi disfrute, Ángel empezó a desfallecer alejándonos a ambos del clímax. Las penetraciones se volvieron menos intensas, más espaciadas, hasta que finalmente se detuvieron dejándome con su verga dentro de mí, mientras mis desesperados músculos vaginales la estrujaban pidiéndole más.

– ¿Ya está? – preguntó María-. ¿Ya os habéis corrido?. ¡Qué decepcionante!.

Yo negué con la cabeza.

– Cariño –contestó Ángel resoplando-, yo no puedo más… Esto es tan extraño que no termino de entrar en situación…

– ¡Vaya!, con lo bien que me lo estaba yo pasando viéndoos… – dijo mi hermana con sarcasmo.

Aunque tratase de ser sarcástica, yo sabía que, irónicamente, María sí que estaba disfrutando de su voyerismo. Había detectado la oscura fascinación en su mirada.

– ¿No pensarás quedarte a medias? –preguntó-. Para que esto funcione tienes que correrte con mi hermana, es tu premio y castigo… Mírala, ella también lo necesita. ¿Verdad, cariño? –se dirigió a mí.

Sin atreverme a abrir la boca, asentí.

– Pero…-añadió mi cuñado- …yo no puedo más…

Mi hermana se quedó un momento pensativa, y vi la duda en su rostro. Parecía que, finalmente, esa rocambolesca situación iba a terminar dejándome con un tremendo calentón. Pero, repentinamente, María recuperó la determinación.

– Lucía, ¡móntale!.

Era como si hubiese leído mis pensamientos.

– Como tú digas –me atreví a contestar servicialmente.

Con una amarga sonrisa, Ángel salió de mí y se quedó tumbado boca arriba. Pude comprobar con mis propios ojos por qué ya no podía más: ¡su erección se estaba bajando!. Su mente estaba siendo más poderosa que su cuerpo, diciéndole que todo aquello era un disparate.

Me coloqué a horcajadas sobre él y vi cómo él estudiaba mi cuerpo desde su privilegiada perspectiva, pero a pesar de que noté reacción en su miembro, aún le faltaba consistencia para volver a estar listo para la acción.

– No puedo montarle –le dije a mi hermana-, no la tiene suficientemente dura.

– De verdad, Lucía, ¡tan puta hace un momento y tan chiquilla ahora! – me contestó haciéndome ruborizar-.¡Esto es increíble!, al final voy a tener que hacer de mamporrera…

Se acercó a la cama y, sentándose al borde, nos dejó alucinados al agarrar la polla de su esposo impregnada de mis fluidos, agacharse y metérsela en la boca.

Él gruño de placer, y yo, viéndolo desde las alturas, sentí cómo el calor volvía a recorrer cada fibra de mi ser.

María chupó con ganas la verga de su marido, haciéndola engordar y endurecerse en su boca mientras paladeaba mi sabor de hembra sobre ella. Cuando sintió que ya la tenía en su punto, se la sacó, me tomó por la cintura, me situó sobre ella, y apuntando con la mano que sostenía el mástil, me hizo ensartarme en él.

– ¡¡¡Ooooooooohhhhhhh!!! – gemimos Ángel y yo al unísono.

– Venga – nos dijo apartándose pero sin levantarse de la cama- ya no me necesitáis. Lucía, sé una buena putita y móntale hasta que se corra, es una orden.

No necesitaba que me lo ordenara, en aquel momento era lo que más deseaba, así que sin perder el contacto visual con ella, comencé a cabalgar suavemente, moviendo mis caderas hacia delante y detrás para que mis músculos oprimiesen con fervor la dura polla de mi cuñado.

Gozando del intenso masaje al que mi vagina le sometía, y observando cómo todo mi cuerpo se contoneaba cabalgándole, Ángel entró en situación dejando a un lado sus escrúpulos por la presencia de María, no en vano había sido ella misma la que le había vuelto a poner a tono.

La postura era de lo más cómoda para ambos. Yo podía controlar el ritmo y profundidad de las penetraciones, y al estar completamente perpendicular a él, Ángel podía disfrutar visualmente de mi cuerpo desnudo retorciéndose de placer sobre él, con sus manos libres para empezar a recorrer mis muslos e ir subiendo hasta acariciar mis pechos, que bailaban al ritmo de mis caderas con una cadencia que a mi montura le resultaba hipnótica. Y yo comencé nuevamente a gemir, pues en ese momento su polla sí que estaba proporcionándome auténtico placer.

Mantuve el contacto visual con mi hermana, quien a nuestro lado miraba en silencio. Su rostro ya no se mostraba severo, y aunque jamás lo reconocería, yo sabía a ciencia cierta que le estaba gustando mucho lo que estaba viendo, y eso a mí me ponía aún más. La excitación se adivinaba en sus ojos, y su mano derecha se movía indudablemente bajo el vestido piscinero, acariciando lenta e inexorablemente su entrepierna.

Me follé a mi cuñado sin prisa, recreándome en la situación, aprovechando que él había necesitado reiniciarse y aún podría hacerme pasar un buen rato con su polla moviéndose dentro, con mis caderas acomodándola en mi interior para que su punta me golpease una y otra vez profundamente mientras su grosor hacía las delicias de mis paredes internas dilatándolas.

Mi montura empezó a gruñir rítmicamente acompañando mis gemidos, y el masaje de sus manos en mis pechos se volvió más agresivo, apretándolos para proporcionarme una deliciosa sensación que bajaba por mi espina dorsal para obligarme a acelerar el ritmo de mis caderas.

– Así mejor – me dijo María sonriéndome-. Le gusta con más fuerza…

-¿Ah, sí? – pregunté entre jadeos y viendo cómo Ángel asentía.

– Claro, está acostumbrado a follar conmigo casi todos los días, por lo que tiene que darme duro para que los dos lo disfrutemos plenamente…

– Mmmmm… -gemí.

Entonces entendí la pasión que mi cuñado había puesto cuando me medio forzó el culito. No sólo era porque me deseara con toda su alma, lo cual era cierto, sino que era su forma de follar tras quince años de sexo conyugal con mi hermana.

– Así que para conseguir que se corra –prosiguió-, y más, después de haberle hecho ya una mamada, tendrás que dejar de hacerte la princesita remilgada, Lucía…

– Uuuuuummm, sí… -secundó Ángel bajando sus manos para agarrarme el culo con fiereza.

Por si la situación no era suficientemente sórdida, un poco más de surrealismo: mi hermana me estaba indicando cómo debía follarme a su marido para que se corriera dentro de mí. ¡Demencial!, y… excitante, ¡muy excitante!.

Dejé el vaivén de caderas, y empecé un sube y baja por el falo de mi cuñado ayudada por sus manos levantándome el culo. Era una auténtica exquisitez sentir el contorno de su glande recorriendo mi gruta desde la entrada hasta el fondo.

– Uuummmmm, ¿aaasssssí? –conseguí preguntar.

– Eso es –contestó María clavando su mirada en nuestros sexos-, ahora puedo verla entrando y saliendo… Venga, sé más puta, fóllatelo bien…

Aceleré el sube y baja, sintiendo cómo el aire escapaba de mi garganta con una interjección cada vez que llegaba abajo con un golpe seco, y mis tetas botaban como balones de voleibol:

-¡Ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!…

Los gruñidos de Ángel también eran más intensos, y el placer que me estaba dando era tal, que ya perdí el contacto visual con mi hermana. Necesitaba experimentar aquella delicia en toda su extensión, por lo que mis ojos se cerraron y me entregué al conjunto de sensaciones que se estaban dando en mi coñito, extendiéndose por todo mi cuerpo.

Ángel comenzó a marcarme el compás tirando de mis glúteos con sus manos. Me subía y bajaba por su palpitante tronco acelerándome aún más, estableciendo un ritmo rápido pero controlado, deleitándome con su experiencia, puesto que era capaz de mantener la velocidad sin que su polla se me saliera del todo cada vez que subía.

-¡Ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!…

La fogosidad juvenil de los chicos de dos días atrás, jamás habría podido conseguir eso. Cuando Luis me taladró el culo por última vez, fui yo quien controló el ritmo haciendo sentadillas sobre su verga, teniendo que esforzarme para que no se me saliese. Pero con mi cuñado, yo no tenía que preocuparme por esa eventualidad, sabía perfectamente hasta dónde debía subirme para volver a dejarme caer. Y era tan placentero, tan exquisito, tan glorioso, que me sentí transportada en volandas hasta las cumbres del orgasmo.

-¡Ah!… ¡aaah!… ¡aaaah!… ¡aaaaah!… ¡aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!…

Todo mi cuerpo se convulsionó en un poderoso clímax con el que yo misma atrapé mis tetazas, y las estrujé con mis manos consiguiendo ensalzar aún más mi propio goce. Ángel no se detuvo, y siguió dándome y dándome, haciéndome agonizar de placer sobre él, hasta que, por fin, con la última contracción de mis entrañas indicando el final de mi orgasmo, sentí la cálida corrida de mi cuñado vertiéndose dentro de mí.

-¡Y ya está! – dijo inmediatamente María sabiendo que su marido también había terminado-. Vestíos y asunto zanjado.

Descabalgué y me puse el bikini aún resoplando y sintiendo cómo mis piernas temblaban. Ángel también se vistió.

– Esto no ha pasado nunca –nos advirtió María a ambos-. Jamás hablaremos de ello, y seguiremos con nuestras vidas normalmente. Os habéis quitado el calentón para siempre, así que, ¡cada uno a lo suyo!.

Los dos asentimos, y así se cumpliría.

Ángel se marchó a jugar su partida de cartas, con un retraso de casi hora y media en la que, para la posteridad, quedaría que se había estado echando la siesta.

Tras unos minutos en los que mi hermana me hizo esperarla en el salón mientras ella se quedaba a solas en el dormitorio, María y yo aparecimos en la piscina una hora después de que ella subiera a coger una botella de agua; para los niños y vecinos quedaría que ambas habíamos estado hablando por teléfono.

Pasamos el resto de la tarde en la piscina con total normalidad. No hubo un solo comentario sobre lo ocurrido, ni una sola mirada de reproche, ni un atisbo de vergüenza… Por supuesto, tampoco le comenté a mi hermana que, durante el tiempo que me había hecho esperar en el salón, había podido ver a través de la puerta entreabierta del dormitorio y el reflejo del espejo situado a los pies de la cama, cómo se había masturbado sin compasión para liberarse de la oscura excitación que le había producido contemplar a su esposo y hermana follando. Eso me lo guardaría para mí, junto con el recuerdo de la perversa excitación que me había causado eso mismo a mí.

CONTINUARÁ…

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