“Demasiado bien”
Por JValet
Traducido por Sigma
 
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La luz del sol se vertió por la ventana de la alcoba en un grueso (aunque oblicuo) pilar dorado, su base reposaba al pie de una cama kingsize con un solo ocupante. El durmiente yacía enredado en las sabanas, presentaba una sonrisa cansada después de una aparentemente inquieta, aunque placentera noche.
 
El ancho cuadrado de luz del día se movió lentamente al lado de la cama mientras la mañana avanzaba, eventualmente alcanzando un par de delicados pies, enredados en un rizo de la manta. Con el cambio en temperatura, el durmiente gimió mientras la conciencia lentamente se fortalecía y movía sus pies lejos de la molesta luz. Ahora reposaba con sus largas y ligeramente bronceadas piernas atrapadas en la retorcida manta. Músculos subcutáneos se flexionaron en sus bien formadas pantorrillas y esbeltos muslos cuando lentamente empezó a mover sus caderas en un lento movimiento de sube y baja. La luz del sol persistió, sin embargo, y siguió a sus pies por la cama hasta que no tuvieron a donde huir. Mientras sus pies comenzaban a sobrecalentarse, recuperó totalmente la conciencia, ruborizándose ligeramente cuando se dio cuenta de lo que había estado haciendo poco antes.
 
Bostezando delicadamente Josephine Hall se incorporó, desenredándose de las mantas mientras lo hacía. Sentada en el borde de su cama, deslizó una mano por los rizos largos y lánguidos que llegaban justo arriba de sus hombros en una cascada roja. Lentamente se levantó, sonriendo ampliamente. La noche pasada, como cada noche de esa semana, había estado llena de. . . sueños placenteros. De hecho, ni una sola mañana de las últimas cinco había comenzado su día sin tener las bragas húmedas. No sabía por que demonios se sentía tan excitada, pero le gustaba. Que bueno que estaba de vacaciones… Josephine sabía que no estaba de humor para volver a trabajar el lunes.
 
Mirando sobre su hombro, echo una mirada en el espejo montado al lado de su ropero, y le gustó lo que vio. Después de treinta-ocho años Josephine sabía que todavía tenía el ENCANTO. Quizá tuviera algunas patas de gallo empezando a notarse en el borde de sus ojos, y su trasero ya no era lo bastante duro para no moverse, pero todavía tenía unas piernas para morirse, y sus pechos, aunque pequeños, todavía no mostraban señales de colgarse. Alisó las arrugas en el pequeño camisón negro que llevaba, e hizo un puchero. Si hubiera un hombre aquí, no había manera de que pudiera resistírsele… Si hubiera un hombre aquí. Josephine suspiró. Pero había otras maneras de reafirmar su situación de símbolo sexual.
 
Fuera de su cuarto, llegó el sonido de alguien preparando el desayuno. Josephine echo una última mirada sexy al espejo, y agarró la gruesa bata que yacía a los pies de su cama. Tras ponérsela y atársela holgadamente, fue a ver que tipo de desastre hacia Alvin en la cocina.
 
Andando calladamente y descalza hacía la cocina, encontró a su hijo apurándose, tratando de meterse en la boca una tostada y un par de trozos de tocino simultáneamente mientras bebía un vaso de jugo de naranja. Dejó de comer lo justo para verla cuando entró e intentó un “Buenos días” con la boca llena.
 
“Buenos días cariño,” contestó, y comenzó caminar por la cocina, como si buscara su desayuno. La bata se abría de vez en cuando, y así sus piernas aparecían a la vista para el único espectador presente. Josephine no podía suprimir una sonrisa cuando escuchaba su masticar hacerse más lento cada vez que los pliegues de algodón se abrían. Sabía lo que miraba… lo había estado haciendo toda la semana.
 
La primera mañana que lo sorprendió mirándola, Josephine recordaba haberse sentido más que ligeramente asustada y algo repelida por las miradas furtivas de su hijo. Pero con cada día que pasaba, el sentimiento había sido superado por una sensación de callado orgullo de que sus piernas todavía podían atraer la mirada de un hombre joven, y una sensación no tan callada de poder. En algún momento de la semana, se dio cuenta de que cada vez que mostraba sus piernas a Alvin, ELLA era la única cosa que ocupa sus pensamientos… cada vez que él se alejaba de ella en una posición medio inclinada, tratando de ocultar su erección, ELLA era la que controlaba su pene. Así, se volvió una especie de juego para ella últimamente, darle un espectáculo y observar como meneaba su primoroso traserito fuera del cuarto, tratando de ocultar el bulto de su entrepierna. Después siempre sentía una increíble embriaguez de poder y, tenía que admitirlo (aunque de mala gana), un aumento súbito de excitación.
 
Eventualmente se decidió por gran vaso de leche fría, se la sentó junto a él, cruzando esas largas, encantadoras piernas y causando que la bata se resbalara de estas por completo, dejando solo las cimas de sus muslos cubiertas por la indecente falda de su camisoncito. Entonces Alvin dejó de masticar por un momento, y tragó.
 
“¿Llevarás el auto a la escuela hoy?” Preguntó, cruzando sus piernas al contrario, y gozando internamente cuando lo vio sonrojarse salvajemente. Era una pregunta absurda – mientras estuviera de vacaciones, usaría el auto para ir al campus de la universidad, evitando así los horrores del tránsito público, aunque sea sólo por una semana. Asintió de todos modos.
 
“Bien. Sé cuanto odias el autobús,” alzó el vaso, y empezó a beber, levantando su barbilla. Un par de hilos blancos escaparon por las orillas de su boca, derramándose sobre la delicada curva de su mandíbula, su cuello, su escote y dentro de la cima de su camisón. Alvin gimió calladamente, y dejó de comer por completo.
 
Con un rápido “me tengo que ir,” se alejó tambaleándose de la mesa, su cara color escarlata. Josephine rió entre dientes en su vaso cuando él salió de la cocina, apretando sus muslos.
 
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Mirándose en el espejo de nuevo, Josephine decidió que realmente necesitaba más tacones. Parándose de puntitas, miró la curva de sus pantorrillas y su trasero destacarse cuando se levantó más alto… y más alto… tenía piernas hechas para tacones. Se había comprado un par o dos durante la semana pasada, pero ella definitivamente necesitaba más; y mientras más altos, mejor.
 
Ah, bueno. Había trabajo para el fin de semana. Murmurando suavemente para si misma, Josephine alisó las arrugas en la playera rosa sin tirantes tipo tubo que llevaba, acomodándola bien ajustada sobre sus pequeños senos, los pezones destacándose en el material. Apretando su estómago por un momento, se sintió complacida al ver aparecer las marcas de sus músculos abdominales… el programa de ejercicios que había comenzado hacía dos meses comenzaba a rendir frutos. Ahora, si sólo pudiera eliminar una pulgada más o menos de sus nalgas, todo estaría perfecto.
 
Contempló su trasero por un momento en el espejo y suspiró con resignación. Sus cortos pantaloncillos color tierra se tensaban ajustados sobre sus redondas carnes, el pliegue se introducía profundamente en la grieta de su trasero. Algunas cosas no podían mejorarse.
 
Escucho fuera el inequívoco sonido de neumáticos llegando a la entrada de autos. Poniéndose un par de zapatillas cómodas del mismo color de sus pantaloncillos, lanzó una rápida mirada por la ventana de la alcoba para asegurarse que era Alvin, presumiblemente llegando a casa para almorzar. Con una sonrisa salvaje, Josephine corrió a la puerta delantera para saludar a su hijo.
 
Tan pronto como él llegó a la entrada, ella abrió la puerta, dejándolo paralizado por la sorpresa. Él sólo se quedo allí por un momento, y Josephine sabía lo que hacía- mirar. Ella saboreó la embriaguez de poder que la invadió por un instante, y entonces, flexionando una bien torneada pierna, dijo,
 
“¿Te vas a quedar allí todo el día, o vas a entrar?”
 
Con la cabeza agachada para ocultar la timidez de su rostro, Alvin pasó a lado de su madre, aunque ella tuvo se aseguró de rozar su pierna contra la de él. Mientras cerraba la puerta ante un calido día de primavera, Josephine estaba bastante segura de haberlo escuchado murmurar para si mismo algo sobre autocontrol.
 
Siguiéndolo a la cocina Josephine no apartó la vista del trasero de Alvin, pensando en que traserito tan primoroso tenía. ¿Y porqué no? Era un niño del primoroso… quizá un poco tímido, pero eso sólo aumentaba su dulce apariencia de inocencia. Casualmente se preguntó si ya tendría novia. Josephine sabía que su hijo tenía un par de amigas en su pequeño círculo de compañeros, pero no creía que hubiera invitado a ninguna de ellas todavía. Simplemente no tenía las pelotas, figurativamente hablando. Dado el volumen de semen que ella tenía que lavar de sus sábanas, Josephine sabía muy bien que tenía pelotas del tipo literal.
 
Sin embargo, recientemente parecía haber aumentado en popularidad. No era que hubiera un súbito aumento del flujo de visitas a la casa; pero el volumen de correo que recibía se había triplicado desde hacía un par de meses. Incluso había recibido aquel paquete de Alema…
 
La idea de que él fuera, en todo el sentido de la palabra, virgen, hacía todo más dulce para Josephine. Si Alvin no fuera tan, tan virginal, toda la diversión de la persecución se perdería para su madre. Ningún cazador quiere que su presa se quede quieta… es la cacería lo que hace que valga la pena. Por eso ella disfrutaba sus miradas furtivas, el profundo escarlata de su cara cuando lo atrapaba mirando su carne expuesta. . .
 
Josephine lamió sus labios… hambrienta.
 
Apareciendo detrás de Alvin, ella lo rodeó con sus brazos, presionando sus duros pezones en su espalda, asegurándose de que él la sintiera. Abrazó a su hijo de la manera más maternal posible, dándole un beso en la mejilla, y hablándole al oído. “Y bieeeen…” comenzó juguetonamente, “¿cómo ha estado tu día hasta ahora?”
 
“Erm, bien,” Alvin suavemente se desembarazó del abrazo de su madre, y casi corrió a la cocina. Cuando comenzó a buscar algo para el almuerzo, Josephine lo tranquilizó sentándolo en la mesa de manera metódica.
 
“Oh no, no lo harás,” le amonestó, agitando un dedo, “no después del desastre que hiciste esta mañana. Siéntate, y te prepararé algo.” Así empezó a bailar por la cocina, haciendo que la simple creación de un sándwich de jamón pareciera un strip-tease. Poniendo el bocadillo en frente de su hijo, le dijo que lo disfrutara, haciéndolo sonar casi como una pregunta.
 
Se alejó de la mesa con sus caderas sacudiéndose y ondulando con una fluidez casi líquida. Tras llegar a la ventana y ver al patio trasero, Josephine se apoyó en el alféizar, levantando ligeramente su trasero en el aire.
 
“Es un día tan bello,” comentó como para si misma, “Creo que quizá saldré y mejoraré mi bronceado.” Alvin se atragantó ligeramente. Ella se permitió una pequeña sonrisa, recordando el día anterior, cuando la encontró en el patio trasero, usado solo unas tiras de brillante licra rosa y una capa de aceite bronceador. Alvin solo echó una mirada antes de irse corriendo, probablemente hacía su alcoba.
 
La idea de él allá arriba, bombeando su carne frenéticamente mientras observaba a su madre asolearse había causado que su coño goteara como un grifo descompuesto. De hecho, estaba teniendo el mismo efecto justo ahora.
 
Volteando para mirar a Alvin por encima de su hombro y de la curva de su cadera, sonrió y preguntó, “¿Que opinas, cariño?”
 
Lentamente él apartó la mirada de los ajustados pantaloncillos largos de Josephine, pero de todos modos consiguió mascullar una respuesta afirmativa. Ella suspiró, estiro las piernas, y se volvió de nuevo hacia la ventana.
 
“Estoy de acuerdo,” la voz de Josephine estaba tensa mientras se mordía el labio, saboreando el placer que jugar con Alvin le brindaba. Pero definitivamente tendría que cambiarse los pantaloncillos muy pronto.
 
Por alguna insondable razón, Alvin devoró vorazmente su almuerzo tan rápidamente como le fue posible sin ahogarse, y se marchó al colegio de nuevo.
 
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Lánguidamente, Josephine se enjabonó, lavando el bronceador de su cuerpo. Su mano se movió despacio, disfrutando la resbalosa sensación del jabón en su piel, y el calor de la ducha. Siempre disfrutaba cuando se relajaba al tomar el sol, pero la posterior ducha era mucho mejor. Deslizando la barra de jabón sobre sus piernas, admiró el ligero bronceado dorado que habían adquirido en la semana. Demasiado oscuro sería incongruente con su cabello color escarlata, pero tampoco quería tener la piel de ese color blanco pálido con el que algunas pelirrojas estaba condenadas a vivir.
 
Mientras el sedoso rastro de espuma se movía más y más alto, por sus muslos, sintió una punzada de pesar por que Alvin no había llegado a casa a tiempo para verla tomando el sol lujuriosamente. Que pena, realmente, se había perdido el espectáculo -pensó mientras frotaba suavemente sus tetas- cuando se quitó la parte superior de su bañador. Josephine podría haberse quedado afuera más tiempo, especialmente para él, pero consideró la posibilidad de quemarse demasiado elevada. Nadie encontraba la piel rojo-cereza y ampollada atractiva; al menos, nadie con predilecciones sexuales mas o menos normales.
 
Deslizando el jabón por el pulcramente arreglado conjunto de rizos rojos en la unión de sus muslos, Josephine rió entre dientes guturalmente cuando recordó la mirada que Alvin había tenido el día anterior en el traspatio. Esa mirada de perrito extraviado, mezclado con el dolorosamente obvio deseo por su madre. Su mano se quedó donde estaba, deslizando el jabón sobre sus ahora hinchados clítoris y labios.
 
Recargándose contra la pared de la ducha, lo imaginó ayer, frenéticamente corriendo a su cuarto, para poder acariciar su carne. En el ojo de su mente lo vio, quitándose los pantalones para liberar su hinchado pene. Las pelotas hinchadas de Alvin giraban en su imaginación mientras su mano trabajaba rápidamente sobre su erección, observándola… deseándola… de repente, se sacudió y espesos hilos de semen salieron disparados sobre la ventana, mientras miraba el llamativo y bello cuadro en bikini rosa en el traspatio.
 
Josephine lloró suavemente mientras el orgasmo inundó su cuerpo y sus rodillas se agitaron, mandándola deslizándose en éxtasis al suelo de la ducha. Tomando un momento para recuperarse, se preguntó, y no por primera vez, que tan grande era la polla de su hijo.
 
Fue sólo después de que se levantó, y extrajo el maltratado jabón de su coño, que Josephine decidió joder con su hijo.
 
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Más tarde esa ese día Alvin se sentó en la sala, mirando la tele y sintiéndose más que un poco nervioso. Aunque no llevaba mucho en casa, su mamá todavía tenía que aparecer, y no podía quitarse la sensación de que ella esperaba calladamente por él, como una tigresa en la selva. Casi saltó cuando escuchó la puerta de su madre abrirse y cerrarse suavemente con un discreto clic. El sudor empezó a surgir en su frente, y Alvin se retiró al extremo del sofá. Lentos y firmes pasos se acercaban a la sala, inexorables, inevitables.
 
Cuando Josephine entró en el cuarto, a Alvin le recordó de nuevo algún tipo de gran felino depredador al acecho. Su madre se movía con una gracia líquida mientras sus caderas ondulaban como en una pasarela de diseñadores de moda. Su melena carmesí a su espalda, Alvin podía ver que se había aplicado una sutil capa de lápiz de labios, pero ningún otro maquillaje. Todavía usaba la playera rosa del almuerzo, pero había reemplazado los pantaloncillos color tierra con una ajustada falda negra que le llegaba hasta el tobillo, ajustada a la cadera, dejando así desnuda una torturante parte de su abdomen. Aunque la falda estaba hecha de algún material elástico, una abertura corría hasta arriba de su rodilla, permitiendo al borde moverse al ritmo de las caderas de Josephine, y revelando la visión dorada de sus esculpidas pantorrillas. Ayudando a la sin igual forma de sus piernas había un par de altos tacones negros en forma de cuña, que alcanzaban los diez centímetros y dejando sus pies desnudos, salvo por una pequeña tira sobre los deliciosos dedos del pie de Josephine.
 
Sonrió a su hijo antes de tomar asiento en el extremo opuesto del sofá y cruzar sus piernas con calculado estilo.
 
Se sentaron en silencio por un tiempo, ninguno de ellos ponía particular atención al espectáculo electrónico relampagueando frente al sofá. Con facilidad practicada, Josephine cruzó sus piernas, y sonrió internamente cuando Alvin se reacomodó.
 
Mirado al muchacho, preguntó, “¿Hay algo malo con mis piernas?”
 
“Ahhhh… no,” Alvin forzó una risa por ninguna razón del particular.
 
“Pero te les quedas viendo,” Josephine empezó a hacer balancear en el aire un zapato colgando de su pie.
 
“¡No!” Él salto ante la contestación, pero se quedó en su asiento; no era difícil de hacer: Las manos de Alvin se sujetaban a los repozabrazos del sofá, sus dedos presionando profundamente en el suave material.
 
“Oh.” La televisión murmuraba en silencioso y desatento cuarto por un rato, entonces, “¿Son mis zapatos, entonces? Piensa que demasiado sexys para una vieja como yo, ¿verdad?”
 
“No, yo… Quiero decir que son… es que, yo… ¡se ven bien!” Se estaba fatigada, tensa como una banda de hule.
 
“¿De veras lo crees?” Josephine sonaba deleitada.
 
“Sí,” Alvin contestó en un tono casi culpable.
 
“¿De verdad te gustan?” Ella extendió una pierna fuera de su falda, apuntando su pie a la televisión, y dando a su hijo una vista mucho mejor de su extremidad.
 
“Uh, sí,” No estaba seguro de a donde iban las cosas, estando distraído en ese momento.
 
“¿Entonces porqué no las besas?”
 
“¡¿Que?!” Se pensaría que le habían pedido que comiera estiércol de caballo.
 
“Dijiste que te gustaban, ¿no?” Josephine preguntó con su tono más herido; incluso hizo un pequeño puchero, aun sabiendo que en realidad el no estaba mirando en esa dirección en ese momento.
 
“Sólo un besito.” Cambió de posición en el sofá, poniendo ambos pies en el regazo de Alvin. Él pudo ver un destello de la parte superior de su muslo antes de que pudiera reajustar el borde de su falda.
 
Antes de que pudiera protestar, ella levantó su pie izquierdo a la boca de Alvin. Con manos temblorosas, él sostuvo su sexy y pequeño pie, y le dio un casto beso a la punta de los dedos. Su madre se rió aniñadamente, y levantó el otro pie.
 
“Ahora el otro,” dijo innecesariamente. Mientras Alvin tomaba el pie por la zapatilla, Josephine dirigió su pie libre hacia la entrepierna de sus pantalones. Estando distraído por la impresionante imagen dorada que se reveló cuando la falda cayó completamente de la pierna que tenía enfrente, no se dio cuenta de que la otra se dirigía a su regazo hasta que fue demasiado tarde.
 
De hecho, ya estaba probando sus pequeños dedos cuando se dio cuenta de a donde iba su otro pie; cuando alcanzó su destino, toda lo que pudo hacer fue congelarse en donde estaba, y empezar a rezar.
 
“Awwww,” Josephine susurró, “¿el bebito está durito por su mamita? ¿El hombrecito de mamá está caliente y perturbado por los pies de mamá?” Ella posó su pie sobre su pene. “Pero claro, el hombrecito de mamá ya no es tan pequeño, ¿verdad?”
 
Moviéndose rápidamente, Josephine saltó (aunque incómodamente) de su extremo del sofá, quitando las piernas de su regazo y montándose en su todavía inmóvil cuerpo. La falda se rindió rasgándose a lo largo de toda su pierna al ser estirada más allá de los límites heroicos de la mezcla de licra y algodón. Sosteniendo firmemente la cabeza de Alvin en sus manos, se inclinó y le dio un ardiente beso retuerce-almas.
 
Todo lo que él pudo hacer fue mirarla fijamente.
 
“¿El hombrecito de mamá no había sido besado antes?” Él consiguió sacudir su cabeza débilmente. La espalda de Josephine onduló con anticipación. “Bueno, no te preocupes bebé. Mami va a enseñarle a su hijo como se hace. No quiero que mi hombrecito aprenda tonteando con alguna sucia zorra en el asiento de un auto. Va a aprender, y va a aprender bien.” Con una risita depredadora lo besó de nuevo, metiendo la lengua en su boca. Despacio, Alvin respondió, y pronto estaban enzarzados en un intenso combate lingual.
 
Josephine rompió el beso eventualmente, dejando a su hijo jadeante y murmurando pidiendo más. “Espera un segundo,” le dio un decepcionantemente breve beso en los labios, “Mami tiene algo más que mostrarte.” Con eso, la mamá de Alvin se inclinó y en un solo movimiento se quito su playera. Sus redondas tetitas se sacudieron levemente tras ser liberadas, unos pezones rojos llenaron la visión del chico. Sin una palabra se clavó en ellos, y Josephine dio una boqueada de deleite cuando la boca de Alvin se cerró alrededor de su pezón.
 
“Mmmmmm,” empezó a ondular sus caderas, “eso está realmente bien. El hombrecito de mamá está aprendiendo todo por si mismo.” Una mano sostuvo la cabeza en su teta mientras la otra se extendió para desabrochar la rasgada falda. Sus propias manos estaban temblorosas, le tomó un momento desabrocharla, pero una vez hecho, se levantó, apartando a Alvin lejos de su seno. De nuevo, él solo pudo gemir una protesta.
 
Frente a él, como una celestial visión dorada, Josephine puso sus manos en sus esbeltas caderas y esbozó la sonrisa salvaje que había estado guardando para este momento en particular.
 
“Besas realmente bien, cariño. ¿Porqué no bajas y besas el coño de mami?” Sin otra palabra, Alvin estaba de rodillas, con la cabeza firmemente plantada entre sus muslos, y la lengua ávidamente cavando en los misterios del delicioso coño de su madre.
 
Entonces, ella empezó de verdad a instruirlo…
 
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Algún tiempo más tarde, Alvin yacía despierto en la cama de su madre, sudoroso, agotado, y saboreando sus líquidos y los de ella. Josephine estaba apretadamente enrollada alrededor de él, rápidamente dormida, con una amplía sonrisa en su cara.
 
Con apariencia preocupada, Alvin calculó su próximo movimiento. Claramente las cosas habían progresado demasiado lejos, y demasiado rápido… demasiado bien. La Máquina de los Sueños que había instalado bajo la cama de su mamá obviamente había trabajado como por encanto, inculcando en ella todo lo que él quería: el deseo sexual incrementado; la provocativa y sexy personalidad; incluso su incrementado interés en el ejercicio. Aunque su comportamiento dominante era totalmente inesperado. Él simplemente quería follar con su sexy mama, no ser follado.
 
Refunfuñando, tiró de los pañuelos de seda que lo mantenían atado a la cabecera de la cama. Los nudos aguantaron. Su movimiento, sin embargo, causó que ella se agitara.
 
“¿El hombrecito de mama quiere otra lección?” Preguntó soñolientamente, dejando caer una mano sobre su maltratado pene. Él no dijo a nada.
 
“Tenemos mucho tiempo,” Josephine se recargó en su pecho. “Mamá nunca, nunca jamás dejará que su hombrecito se vaya, aunque signifique que él se quede aquí por siempre y para siempre, y siempre…” Se durmió de nuevo, roncando suavemente.
 
Alvin yació allí, con los ojos bien abiertos, pensando en sus palabras.
 
Pasó un buen rato antes de que pudiera dormirse.
 
FIN

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