Al día siguiente, la mano de mi esposa acariciando mi pene me despertó. Todavía medio dormido abrí los ojos y observé a María a mis pies, lamiendo mi glande mientras me agarraba la verga entre sus dedos. Me quedó claro que mi mujer no había tenido bastante con la sesión de sexo que habíamos compartido la noche anterior a pesar de los múltiples orgasmos que consiguió antes de caer dormida. En silencio, recordé el acoso al que me tenía sometido su hermana y como esa zorrita nos había estado espiando mientras hacíamos el amor. Ese recuerdo y sus lametazos hicieron que mi extensión se alzara y recibiera sus caricias con una gran erección.
“¡Sigue con ganas!”, satisfecho me dije al verla ponerse en cuclillas y sin hablar, recorrer con su lengua mi extensión.
Su maestría mamando quedó confirmada al notar como se recreaba en mi glande con suaves besos y largos lengüetazos al tiempo que con sus manos acariciaba suavemente mis testículos. La calentura que la embargaba era tal que ni siquiera tuve que tocarla para que mi mujer pusiera como una moto ya que dominada por un impulso extraño a esas horas, se estaba masturbando. Su lujuria la hizo jadear aún antes que consiguiera despertarme por completo y frotando su coño contra mi pierna, movió sus caderas en busca del placer hasta que fui espectador de su orgasmo.
Sorprendido pero encantado a la vez, presioné su cabeza contra mi miembro diciendo:
― Cómetela putita antes que tu hermana se despierte.
Mi permiso y la alusión a Alicia, hizo que María se introdujera mi pene en la boca sin mayor prolegómeno. Para entonces, mi esposa parecía estar poseída por un espíritu lascivo que le exigía como sacrificio desayunar mi leche para calmar su hambre. Con mi verga hasta el fondo de su garganta, le costaba respirar pero era tal su necesidad que no le importó y por eso abriendo sus labios, dio cobijo a mi extensión en el interior de su boca. Justo cuando sus labios rozaron la base de mi falo, sentí como todo su cuerpo volvía a temblar.
Totalmente excitada, me miró directamente a los ojos e incorporándose sobre el colchón, disfruté del modo que se empalaba. Su aullido al sentir mi cabeza golpeando contra la pared de su vagina me terminó de despertar y antes que cambiar de opinión, me aferré a sus tetas y comencé un galope desenfrenado mientras acuchillaba con mi instrumento su interior.
― Me encanta― susurró descompuesta.
Aullando calladamente cada vez que mi verga recorría su conducto, me rogó que no parara. Su entrega se maximizó al experimentar un duro pellizco en ambos pezones.
― ¡Sigue mi amor! ¡Dame duro antes que se despierten!
Al oírla comprendí la razón de sus prisas, quería disfrutar lo más posible antes que la presencia de mi hijo y de mi cuñada lo hicieran imposible. Por eso y sin mediar palabra, la di la vuelta y poniéndola de rodillas sobre el colchón, la volví a penetrar de un solo empujón. La nueva postura le hizo gritar por lo que momentáneamente me quedé parado. Viendo mi interrupción y deseando más, mordió su almohada mientras movía sus caderas, informándome así que estaba dispuesta.
Contagiado ya de su calentura, la cogí de la melena y usando su pelo como riendas, galopé sobre ella a un ritmo infernal. Su coño totalmente encharcado facilitó mi salvaje monta y dando un sonoro azote sobre su culo, le exigí que se moviera. Mi ruda caricia la volvió loca y convirtiendo su sexo en una batidora, zarandeó mi pene con sus orgasmos como música de fondo.
―¡ Dios! ¡Cómo me gusta!― chilló sin dejar de menear su trasero.
Desgraciadamente en ese momento, escuchamos que Alejandrito se había despertado y no queriendo que nos descubriera follando, se separó de mí dejándome con el pito tieso e insatisfecho.
« ¡Mierda con el niño!», protesté al quedarme con las ganas de correrme y cabreado, me comencé a vestir mientras veía a mi esposa salir atándose la bata a poner el desayuno a nuestro hijo.
Al salir de la habitación me topé de frente con mi cuñada, la cual sonriendo se acercó a mí y aprovechando que María estaba en la cocina, murmuró en mi oído:
―Toda tu leche es para mí. He tenido que despertar al niño para evitar que siguieras tirándote a mi hermana.
Os juro que si no hubiese estado mi familia en ese piso, en ese momento hubiera cogido a esa guarra y la hubiese abofeteado para castigarla por esa jugarreta pero, en vez de ello, me tuve que tragar mi resentimiento y poniendo buena cara, ir a desayunar mientras escuchaba en mi espalda la carcajada de Alicia.
« Tengo que darle una lección o no me dejará en paz», mascullé más decidido que nunca a vengar esa afrenta.
Declaro la guerra a mi cuñadita.


Mientras me tomaba el café, resolví que tenía que pasar al contraataque cuando Alicia se sentó frente a mí y se puso a comer una tostada simulando que estaba mamando una verga. Su cara de puta y el modo en que me exhibía los pechos cada vez que María se daba la vuelta fueron la gota que derramó mi paciencia.
Hecho una furia dejé a las dos hermanas charlando animadamente y me fui a mi cuarto. Al pasar por la habitación que ocupaban mi hijo y mi cuñada decidí entrar a ver si hallaba una forma de vengarme. Al rebuscar entre sus cosas encontré un enorme consolador. Nada más verlo, se iluminó mi cara y retrocediendo mis pasos, volví a la cocina donde disimuladamente robé un bote lleno de chile cayena sin que ninguna de las dos se diera cuenta Ya de vuelta a su habitación, embadurné ese falo artificial con el picante sabiendo que si se le ocurría usarlo sin lavarlo previamente, Alicia vería las estrellas. Muerto de risa al anticipar su castigo, guardé el aparato dejando las cosas como estaban y esperé acontecimientos mientras me ponía a leer un libro en el salón.
Ajena a ese sabotaje, mi cuñada terminó de desayunar y se encerró en su cuarto. Os juro que al hacerlo nunca pensé que veía culminada mi venganza tan pronto. Sorprendiéndome por lo temprano que recibió su merecido, escuché un grito justo antes de ver saliendo a Alicia medio empelotas en dirección a baño. Sus chillidos de dolor alertaron a su hermana que preocupada comenzó a golpear la puerta mientras le preguntaba si le pasaba algo. Desde dentro, respondió que le había dado un tirón, sin ser capaz de reconocer que había sido objeto de una broma porque de hacerlo le tendía que reconocer que se había estado masturbando. Disfrutando cada uno de esos berridos, no me atreví a levantar mi cara de la novela para que mi esposa no se percatara que tenía algo que ver y por eso cómodamente sentado en ese sofá, me divirtió escuchar durante casi media hora correr el agua de la ducha, sabiendo que en esos instantes esa putilla estaría tratando de apaciguar el incendio provocado en su coño.
« ¡Qué se joda!», pensé y no deseando estar en ese apartamento cuando saliera, cogí a mi hijo y me fui con él a la playa mientras mi esposa esperaba a ver que le pasaba a su hermanita.

Como el edificio estaba en primera línea, en menos de cinco minutos ya había instalado mi sombrilla y extendiendo las toallas junto a ella, nos fuimos a nadar mientras me reconcomían los remordimientos al comprender que me había pasado. No en vano, sabía que en esos momentos Alicia estaría hecha una furia al saber que si tenía el chocho descarnado se debía a que yo había puesto algo en su consolador.
Bastante intrigado y preocupado por su reacción, desde la orilla continuamente me daba la vuelta para ver su llegada. A la hora de estar con mi chaval, observé que María y Alicia acababan de llegar a la playa. Curiosamente desde mi puesto de observación, las vi bromeando y cansado de estar solo, decidí aventurarme de vuelta.
Tanteando el terreno, pregunté a mi cuñada como seguía y entonces esa hipócrita luciendo la mejor de sus sonrisas, comentó que acalorada. Mi esposa que desconocía lo ocurrido no comprendió la indirecta y mirando en su teléfono la temperatura, comentó que no fuera exagerada que solo hacían veintiocho grados. Por mi parte, yo sí la cogí al vuelo pero no dije nada y haciéndome el despistado, me tumbé a tomar el sol mientras las dos mujeres se iban a dar un chapuzón.
Ni siquiera me había dado tiempo de cerrar los ojos cuando escuché que Alicia volvía de muy mala lecha. Al preguntarle que ocurría, indignada me contestó:
― Lo sabes muy bien, ¡maldito! En cuanto he entrado al agua, la sal me ha empezado a picar y he tenido que irme corriendo hasta las duchas― tras lo cual recogió sus cosas y casi gritando me informó que eso no se iba a quedar así, mientras volvía al apartamento.
Viéndola marchar, no pude contener una carcajada al percatarme que, con su chumino irritado, tenía que andar con las piernas abiertas. Mi cuñada al escuchar mi risa, se dio la vuelta y llegando ante mí, me soltó:
― Te odio pero no por lo que crees― y separando con sus dedos un poco su braguita, me enseño su sexo mientras me decía: ―Mira, lo tengo tan inflamado que cada vez que rozan lo pliegues contra mi clítoris, creo que me voy a correr. Tú ríete pero lo único que has conseguido es ponerme más cachonda.
Desde la toalla, me quedé callado sin ser capaz de retirar la vista de esos labios gruesos y colorados que me estaba mostrando. No comprendo aún como me atreví a soltar en ese momento:
― No me importaría darles un par de lametazos.
Alicia al escuchar mi burrada, se indignó pero justo cuando iba a responderme con otra fresca, se lo pensó y cambiando su tono altanero por uno totalmente sumiso, contestó:
― Nada me gustaría más que te comportaras como mi dueño. Si al final decides hacerlo, ¡te espero en el piso!
Su propuesta me calentó de sobremanera pero temiendo las consecuencias, me excusé recordándole que era su cuñado. Mis palabras le hicieron gracia y pegándose a mí me respondió que eso no me había importado en el cine mientras disimuladamente acariciaba mi verga por encima del pantalón.
― Nos pueden ver― protesté más excitado de lo que me hubiese gustado estar.
Entonces con una alegría desbordante, me recordó su oferta y despidiéndose de mí abandonó la playa, dejando mi pene mirando al infinito y a mí valorando por primera vez su proposición, debido a cambio que intuí en ella cuando se refirió a como su dueño.
« ¿Será sumisa?», me pregunté dejando mi imaginación volar.
Unos diez minutos más tarde, Alicia y Alejandrito volvieron del agua. Mi esposa al no ver a mi cuñada, me preguntó si había discutido con ella. Disimulando, le contesté que no y que su hermana había regresado por que no se sentía bien. Más tranquila, fue cuando me pidió si podía ir a ver como estaba, diciendo:
― No te importaría ir con ella por si necesita algo mientras le doy de comer al niño.
― Me dijo que se iba a acostar― mentí no queriendo cumplir su deseo porque eso significaría quedarme a solas con ella.
Mi respuesta no le satisfizo y fue tanta su insistencia que no me quedó más remedio que obedecer no fuera a ser que se oliera lo que realmente ocurría. De vuelta al apartamento, estaba intrigado pero también interesado por saber si realmente mi cuñadita andaba en busca de alguien que la dominara y que al verme me obligara de alguna forma a cumplir su capricho. Por eso al entrar lo hice en silencio. Al ver que no estaba en el salón, estaba a punto de marcharme cuando la vi salir de mi cuarto portando entre sus manos los calzoncillos que había usado el día anterior.
Su expresión de vergüenza al verse descubierta oliendo mis gayumbos me hizo reír y recreándome en su bochorno, decidí comprobar ese extremo. Sin tenerlas todas conmigo, me acerqué a ella diciendo:
― Eres más puta de lo que creía― para acto seguido coger uno de sus pezones entre mis dedos.
Alicia no pudo reprimir un gemido al notar el suave pellizco con el que regalé a su areola. El rostro de mi cuñadita se iluminó de felicidad por ese rudo tratamiento y antes de que me diera cuenta, se arrodilló a mis pies mientras bajaba mi traje de baño.
― ¡Quiero mi ración de leche!― tras lo cual acercando su cara, frotó mi sexo contra ella mientras me decía que iba a dejarme seco.
Viendo que no me oponía, la hermana de mi mujer abrió sus labios y mientras acariciaba mi extensión con sus manos, se dedicó a besar mis huevos. Como comprenderéis, mi erección fue inmediata y ella, una vez había conseguido crecer a su máximo tamaño, la engulló humedeciéndola por completo. No satisfecha con ello, se puso a lamer con desesperación mi glande, hasta que viendo que ya estaba listo, me sonrió diciendo:
― ¿Si te la mamo, luego me vas a follar?
Comprendí que iba a ser objeto de una mamada que le iba a dar igual lo que dijera y por eso, separé mis piernas para facilitar sus maniobras. Mi cuñadita ya se había incrustado mi verga hasta el fondo de su garganta cuando mi móvil empezó a sonar dentro de mi bolsillo.
Al sacarlo, vi que era mi mujer y antes de contestar, le dije:
― Es tu hermana.
Alicia no pudo ocultar su disgusto y tras unos momentos quieta, decidió que le daba lo mismo. Estaba contestando justo cuando esa zorrita, decidió recoger en su boca mis testículos. Confieso que me dio morbo experimentar la calidez de su boca mientras hablaba con su hermana por teléfono.
« ¡Será Puta!», me dije mientras le explicaba a María que Alicia ya se sentía mejor pero que me había pedido que le preparara un té.
Mi esposa ajena a que su marido estaba siendo mamado en ese momento por su hermana, me rogó que esperara a que se lo tomara no fuera a sentarle mal.
― No te preocupes, esperaré a que se lo haya bebido― respondí mientras la morena intentaba absorber la mayor superficie posible de mi miembro en su interior.
Antes de colgar, me dio las gracias por ocuparme de Alicia. Entre tanto su hermana se incrustó mi miembro hasta el fondo de su garganta. Al sentir sus labios en la base, me quedé alucinado por la destreza con la que estaba ordeñando mi pene.
― Eres una puta mamona― susurré mientras le acariciaba el pelo, satisfecho.
― Lo sé― respondió reanudando esa felación con mayor intensidad aún.
Usando su boca, su lengua y su garganta, mi cuñada buscó mi placer con un ansia que me dejó perplejo. Alternando lametazos con profundas succiones, elevó mi temperatura hasta que viendo que no podría contener más mi eyaculación le avisé que me corría. Entonces y solo entonces, se la sacó y mientras permanecía con la boca abierta, chilló diciendo:
― Llena mi cara con tu semen.
La lascivia de su deseo terminó de derrumbar mis defensas y explotando de placer, embadurné su rostro con mi lefa mientras ella lo intentaba recoger con su lengua. Ya con todas sus mejillas llenas de mi leche, se volvió a embutir mi miembro buscando ordeñar hasta la última gota. El morbo de su acción me impelió a agarrar su cabeza y olvidando cualquier rastro de cordura, follarle la garganta una y otra vez hasta que mis huevos quedaron secos.
Satisfecho, saqué mi verga de su interior y fue entonces cuando sentándose en el suelo, Alicia volvió a sorprenderme al coger los restos de mi placer y separando sus piernas, empezar a untarse sus adoloridos labios mientras me decía:
― Ya que fuiste el causante de mi escozor, será tu leche la que me calme.
Tras lo cual se empezó a masturbar, teniéndome a mí como mero espectador. Su cara de lujuria me estaba volviendo a excitar cuando recordé que debía volver junto a mi esposa para que no se mosqueara. Por eso, acercándome a esa putilla, la obligué a levantarse y forzando sus labios con mi lengua, la besé al tiempo que dando un repaso con mis manos sobre su trasero, le decía:
― Me tengo que ir pero este culo será mío.
Alicia comportándose como una niña enamorada, se pegó a mí y contestó:
― Ya es tuyo, solo tienes que tomar posesión de él.
La sinceridad con la que proclamó que era mía, me asustó y saliendo del piso, retorné junto a mi familia sabiendo que tarde o temprano, reclamaría mi propiedad…
Un hecho fortuito acelera todo. 


Ya estaba entrando a la playa cuando mi móvil empezó a sonar. Era María, quien bastante nerviosa me informó que estaba en el puesto de la cruz roja. Al preguntarle qué hacía allí, me respondió que un pez escorpión le había clavado su aguijón a Alejandrito y que le estaban curando. Como comprenderéis directamente me fui a ver a mi chaval porque aunque esa picadura no era grave, la había sufrido en mi propia carne y sabía que era muy dolorosa.
Tal y como me imaginaba, mi crio estaba llorando desconsoladamente cuando hice mi aparición en la tienda de campaña donde estaba instalado el puesto de socorro.
― Tranquilo cariño, sé que duele― le dije viendo que su madre no podía calmarle.
El muchacho no dejó de berrear mientras el enfermero de guardia limpiaba su herida, de forma que al terminar y todavía con lágrimas en los ojos tuve que llevarlo en mis brazos hasta la casa. Una vez allí, le tumbamos con el píe en alto en el salón para que al menos pudiese ver la tele mientras los tres adultos nos alternábamos para que nunca estuviera solo.
Curiosamente, su tía fue sumamente cariñosa con él y sin que ni su hermana ni yo se lo tuviésemos que pedir, se desvivió en satisfacer hasta el último de sus caprichos. Le dio igual el tenerse que levantar un montón de veces bien por agua, bien por un dulce. Olvidándose de su carácter voluble, Alicia se comportó como si ella fuese su madre. Su transformación fue tan total que no le pasó desapercibida a María que llevándome a un rincón, me comentó en voz baja:
― ¿Qué le pasa a esta? ¡Parece hasta buena persona!
Muerto de risa, contesté:
― Le debe haber cabreado que le picara a él en vez de a mí.
Mi esposa sonrió al oírme pero rápidamente me amonestó por meterme con su hermana diciendo:
― Alicia te quiere mucho, lo que pasa es que no sabe demostrarlo.
Sus palabras me hicieron temer que estuviera con la mosca detrás de la oreja y que empezara a sospechar que entre mi cuñada y yo existiera un lío. No queriendo que discurriera la conversación por esos términos, insistí medio en guasa:
― Claro que me quiere. ¡Me quiere bien lejos!
Temiendo que en parte tuviera razón y Alicia me odiara, María dio por cancelada la discusión al decirme:
― No seas malo, ¡es mi hermana!
Durante el resto de la tarde no hubo nada que destacar de no ser lo meloso y necesitado de cariño que se comportó Alejandrito. El problema fue tras la cena cuando el niño insistió en dormir con su madre. Al principio mi mujer se negó recordando que no estábamos en casa y que solo había dos camas pero cuando la hermana pequeña de mi mujer intervino diciendo:
― De eso nada, tu niño te necesita. No me pasará nada por compartir mi cama con tu marido.
Os juro que me sorprendió su ofrecimiento pero temiendo la reacción de María, rápidamente dije:
― No te preocupes, puedo dormir en el sofá.
Increíblemente, mi esposa dio la razón a mi cuñada recordándome que ese sillón estaba roto. La puntilla la dio Alicia al soltar medio en broma:
― ¿Temes acaso que intente violarte?
La carcajada de María terminó con mis reticencias y a regañadientes acepté dormir en la habitación de su hermana, aunque en mi interior lo deseaba. El problema era que sabía a ciencia cierta que me la iba a follar y temía que alertada por el ruido, María nos descubriera…
Por fin hago mía a esa putilla.
Nervioso pero simulando una tranquilidad que no tenía, tras la cena me puse a ver la tele abrazado a mi esposa mientras mi cuñada se sentaba en el suelo. Durante las dos horas que tardó la película, por mi mente pasaron multitud de imágenes anticipando lo que iba a suceder en cuanto me fuera a la cama en compañía de Alicia. Algunas eran agradables como cuando la imaginaba con mi verga incrustada en su culo pero también os tengo que reconocer que tuve otras francamente preocupantes, en las que mi mujer nos pillaba jodiendo y nos montaba una bronca sin par.
Mis temores se fueron incrementando con el transcurso del tiempo al advertir que Alicia se removía continuamente en su asiento, muestra clara que a ella también le estaba afectando la espera. Su histerismo era tan patente que no me extrañó que faltando cinco minutos se levantara y saliera rumbo a la cocina. Lo que no me esperaba fue que volviera con una bandeja con un vaso de leche y unas galletas, los cuales ofreció a su hermana.
Mi mujer que siempre acostumbraba beber una taza antes de acostarse, le dio las gracias y sin dejar de mirar la tele, dio buena cuenta de lo que había traído. La sonrisa que descubrí en mi cuñada mientras su hermana bebía, me alertó que algo le había puesto en su bebida.
« ¡Le ha dado un somnífero!», supuse recordando su carácter manipulador.
La confirmación de ello vino a modo de bostezo cuando sin que hubiese acabado la película, María se despidió de mí aduciendo que estaba cansada. Lo curioso es que junto con ella también se marchó mi cuñada dejándome solo en la tele.
Confieso que desde ese momento me empecé a poner cachondo porque sabía que en pocos minutos iba a compartir sábanas con Alicia. Solo imaginar sus tetas dentro de mi boca hizo que mi verga se despertara bajo mi pantalón y meditara el irme a por ella. Pero la cautela hizo que esperara un rato antes de levantarme e ir a su habitación.
Al apagar la tele, primero fui al cuarto de mi esposa para darle un beso culpable de buenas noches pero María no me respondió porque estaba dormida. Ya tranquilo al saber que estaba noqueada, fui a encontrarme con mi cuñada. Nada más abrir su puerta y gracias a que tenía la luz encendida, supe que seguía en el baño por lo que tranquilamente me puse el pijama y esperé a que llegara.
Alicia todavía tardó unos cinco minutos en aparecer y cuando lo hizo me dejó totalmente desilusionado porque venía vestida con un camisón de franela que parecía una coraza. Su vestimenta me hizo creer que no iba a ser tan fácil el tirármela y más cuando se metió entre las sábanas sin siquiera dirigirme la palabra.
« ¿Esta tía de qué va?», me pregunté al ver su actitud distante y conociendo su carácter voluble, decidí apagar la luz y ponerme a dormir. 

Llevábamos un cuarto de hora acostados cuando esa zorrita decidió dar el primer paso y acercando su cuerpo al mío, comenzó a restregar su culo contra mi sexo. Cómo os imaginareis dejé que siguiera rozándose contra mí durante un rato antes de responder a sus arrumacos. Viendo que ya estaba excitada, posé mi mano en una de sus piernas y comencé a subir por ella rumbo a su culo. Mi cuñada al sentir mis dedos bajo su horroroso camisón, gimió calladamente mientras incrementaba el movimiento de sus caderas.
― ¿Estás bruta?― susurré en su oído justo al descubrir que no llevaba bragas.
Alicia no contestó pero con sus duras nalgas a mi entera disposición, eso no me importó y seguí recorriendo con mis yemas sus dos cachetes mientras ella seguía suspirando cada vez más.
«¡Menudo culo tiene la condenada! », me dije al acariciar esa maravilla.
Para entonces, tengo que confesar que estaba verraco y con mi pene tieso, por eso olvidando toda prudencia lo saqué de mi pijama y lo alojé entre sus piernas sin meterlo mientras llevaba mis manos hasta sus pechos. Mi cuñada al sentir el roce de mi glande entre los pliegues de su coño protestó intentando que se lo incrustara.
― ¡Quieta!― le exigí― ¡Te follaré cuando yo decida!
Mi tono paró de golpe sus maniobras pero no consiguió acallar los sonidos que salieron de su garganta al experimentar el pellizco que solté en uno de sus pezones, como tampoco evitó que su sexo se inundara. La humedad de su vulva abrazó mi verga, facilitando el roce con el que estaba estimulando su lujuria.
― ¡Tómame ya! ¡Lo necesito!― aulló sin percatarse que aunque mi esposa estaba sedada, mi hijo podía despertarse con su gemido.
Su imprudencia me encabronó y levantándome de la cama, busqué el cajón de su ropa interior. Una vez lo había localizado, cogí una de sus bragas y volviendo a la cama, se la metí en la boca diciendo:
― Así no podrás gritar mientras te follo.
Su cara de sorpresa se incrementó cuando al volver al colchón, la puse a cuatro patas y sin darle opción a quejarse, le clavé mi extensión en su interior de un solo golpe.
―…ummmm..― rugió calladamente satisfecha de haber cumplido su capricho y posando la cabeza contra la almohada, levantó su trasero facilitando mis maniobras.
La entrega de mi cuñada me permitió ir lentamente acelerando el vaivén con el que con mi polla la iba acuchillando hasta que el lento cabalgar de un inicio se transformó en un alocado galope. Usando a Alicia como montura, cabalgué sobre ella una y otra vez mientras ella se retorcía de placer entre mis piernas al sentirse llena. Entonces y solo entonces, empezó a mover sus caderas como si se recreara con mi monta y comportándose como una yegua, relinchó calladamente al notar que usaba sus dos ubres como agarre. El tenerla amordazada con sus bragas, evitó escuchara sus berridos cada vez que mi glande chocaba con la pared de su vagina pero increíblemente al no poder chillar, mi cuñada se lanzó como posesa en busca de su placer.
― ¡Te gusta!― le grité al escuchar el chapoteo que producían mi verga cada vez que entraba y salía de su encharcado coño.
Ya lanzado, agarré su melena a modo de riendas y azotando sin hacer ruido su trasero, le ordené que se moviera. Esos azotes impensables dos días antes, la excitaron aún más y por gestos, me pidió que no parara. Disfrutando de mi dominio, decidí putearla y sacando mi polla de su interior, me tumbé sobre la cama diciendo:
― Quiero que te empales como la puta que eres.
Con su respiración entrecortada obedeciendo, se puso a horcajadas sobre mí y se empaló con mi miembro, reiniciando nuestro salvaje cabalgar. Sus pechos botando arriba y abajo siguiendo el compás con el que se ensartaba hizo nacer mi lado ruin y pegando otro pellizco en una de sus areolas, le ordené:
― Muéstrame lo zorra que eres. ¡Bésate los pezones!
Mi sumisa cuñada nuevamente me obedeció y cogiendo sus tetas las estiró hasta llevar los pezones hasta su boca. Una vez allí, se sacó las bragas que le había colocado y sonriendo comenzó a lamerlos mientras seguía saltando como loca sobre mi pene. La lujuria que descubrí en su cara fue el detonante para que creciendo desde el fondo de mi ser, un brutal orgasmo se extendiera por mi cuerpo y explotase en el interior de su sexo.
Alicia, al sentir que mi semen encharcaba su ya de por sí húmedo conducto, incrementó sus embestidas. Todavía seguía ordeñando mi verga cuando esa guarra empezó a brutalmente correrse sobre mí. Con su cara desencajada por el esfuerzo, se dejó caer sobre mí y acercando su boca a mi oído, me susurró:
― Gracias, mi amor. Llevaba años deseando ser tuya.
Su confesión me dejó paralizado porque siempre había supuesto que me detestaba y jamás supuse que era una forma de evitar el demostrar su atracción por mí. No creyendo sus palabras, le exigí que se explicase:
― Siempre había envidiado a María por ser tu mujer pero lo sufría en silencio. No fue hasta hace un mes que le confesé a mi hermana que estaba enamorada de ti.
Saber que mi esposa lo sabía y aun así permitió que me acostara con ella, me hizo comprender que entres esas dos me habían manipulado. Mosqueado, le solté:
― ¡Entonces no la has drogado!
Soltando una carcajada, me respondió:
― ¡Por supuesto que no! – y levantándose de la cama, sonrió al decirme: ― Voy a buscarla. ¡Está esperando que le avise que ya puede entrar!

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