Marco se asomaba constantemente a su alrededor mientras por su mente recordaba una pregunta: “bien, soy millonario, ¿y ahora?”. El instinto básico de cualquier adinerado, más que gastar su dinero es ahorrarlo; o al menos fue lo que él sintió cuando comenzó a advertir que su cuenta bancaria aumentaba a pasos agigantados. Pero como fuera, el punto ahora es que había tomado la decisión de gastar su dinero; cuando el dinero es demasiado es incluso difícil gastarlo, siempre hay más, mucho más.

Frente a él se encontraba una persona un tanto distinta, ni siquiera sabía su nombre real pero todos le llamaban Pacheco. Pacheco no era tan adinerado, quizás porque era más hábil en el arte de gastar su dinero. Habían hablado de varios temas pero principalmente del que Pacheco tenía mayor conocimiento: mujeres.

Y se ilustraba perfectamente; la oficina de Marco era en un cuarto amplio y redondo rodeado por una especie de pecera vacía en vez de paredes, dentro de la pecera había espacio para que ocho preciosas chicas bailaran en un tubo de metal para cada una. Era un espectáculo entretenido pero que a Marco le parecía algo absurdo, especialmente porque Pacheco apenas y volteaba a mirar a las muchachas que en ningún solo segundo paraban de bailar.

Tras un momento, un tanto perturbador, Marco se recargo sobre la silla para después impulsarse hacia adelante y acercar su rostro de manera muy directa al de Pacheco.

– Consígueme tres mujeres, tres solamente, y rubias. – dijo Marco, con una tranquilidad que daba aires de cátedra.

– Aquí hay muchas, escoge. – respondió Pacheco, sin mayor razón para ofuscarse.

– Aquí hay putas – corrigió Marco – Consígueme tres mujeres, ¿entiendes? – repitió, recalcando cada silaba – mujeres.

Marco volteó hacia las chicas que bailaban; algunas desnudas, algunas con lencería tan atrevida que las hacía parecer más desnudas y otras, las más desconcertantes, vestidas en su totalidad.

– No, no comprendo. – respondió Pacheco, aunque en su mente claramente se dibujaba lo que aquel hombre deseaba.

– Si comprendes, pero te lo ilustraré; consígueme una abogada, una maestra, una vendedora de zapatos, lo que sea, pero que sea rubia, que sea preciosa y que no se puta. ¿Comprendes?

– Me estas pidiendo secuestrar gente, Marco, eso es caro.

Marco sabia que Pacheco lo haría y, apenas se definió el precio, los detalles comenzaron a surgir como el agua de un manantial. Nada difícil; rentas una casa enorme, alejada, llevas a las chicas y listo. Un día, una semana, un mes; eso será decisión para después.

– Vete a tu casa Marco – dijo tranquilo – El sábado tendrás a tus rubias.

Marco apenas escuchó esto último; su mirada se clavó en una de aquellas mujeres, le inquieto no solo la belleza de aquella preciosa morocha sino su aspecto demasiado juvenil.

– ¿Ahora también trabajas a menores de edad? – preguntó Marco, señalando a la muchacha

Pacheco volteó rápidamente y confirmó que se refería a la chica que él suponía. Volvió su mirada a Marco y, mirándolo firmemente, le lanzó una sonrisa poco confiable.

– Es nueva; se ve joven pero no, no arriesgaría este negocio, tiene dieciocho años. Virgen, según dice. Pero había estado deambulando por aquí desde el año pasado – contó Pacheco – buscando dinero; cumplió los dieciocho años y, voilà, ahora está bailando tras esa vitrina.

– Entiendo – dijo Marco

– ¿Por qué, Marco? ¿Te interesa la chica? – preguntó Pacheco – Tómala, está dentro de un escaparate no dentro de mi colección personal. – afirmó Pacheco, separando sus brazos – Quizás eres el adinerado que ella estaba esperando.

Marco lo pensó un poco. Volteó a ver a la chica, miró a Pacheco y sonrió. Pacheco también sonrió.

La muchacha se sentía incomoda en el asiento del copiloto del lujoso automóvil de Marco, que apenas volteaba a verla, fijo en el camino. Él era el primer cliente que tendría en su vida de prostituta y sentía dentro de sí una combinación extraña de nervios y excitación. No era virgen, como había dicho pero tan solo lo había hecho una sola vez con un ex novio y francamente le pareció aburrido. Pero aquel despertar sexual la envició y aprovechaba cualquier momento a solas para masturbarse; solo su propia mano le había provocado orgasmos en sus recién cumplidos dieciocho años de vida. Se trataba de una morena preciosa cuya piel clara contrastaba bellamente con su liso y oscuro cabello negro; las provocativas curvas que formaban su figura, sin embargo, tenían poca relación con su rostro de niña y su metro sesenta de altura. Cualquiera que hubiese intentado adivinar su edad se hubiera inclinado fácilmente por los catorce o quince años.

La muchacha miraba hacia la ventana mientras el automóvil avanzaba rápidamente sobre un paso elevado. Vestía simple; una falda blanca de algodón que no lograba cubrir por completo sus torneadas piernas y una blusa azul cielo del mismo material que parecía en general un conjunto. Llevaba sandalias, como cualquier muchacha de su edad y un sostén blanco que el tamaño de sus tetas alcanzaba a mostrar en el escote de la blusa. Aun sobre lo casual de su vestimenta no dejaba de irradiar una sensualidad desconcertante.

Marco tuvo que detenerse en el primer semáforo que se le atravesaba en todo el camino. Aprovecho para observar desde su asiento a la hermosa muchacha que lo acompañaba, acercó su mano derecha hacia ella y la posó sobre las piernas de la chica, arrastrándose por debajo de la falda blanca que no era capaz de oponer resistencia alguna.

– ¿Y cómo te llamas? – preguntó el hombre.

– Fátima – respondió la muchacha con cierto miedo.

– ¿Nombre real o de puta?

La última palabra cayó sobre Fátima como un balde de agua fría; pero se recompuso rápidamente al comprender que, a fin de cuentas, era prostituta lo que había querido ser en aquel último año. Era una puta, y punto.

– Es mi nombre real – respondió – y así me llamare también cuando trabaje

– Comprendo – dijo Marco, mientras acariciaba la suavidad que imperaba en las entrepiernas de Fátima – una puta hecha y derecha

La muchacha no pudo más que sonreír ante la realidad que había elegido. Llegaron a un hotel, no el más lujoso de la ciudad pero evidentemente era caro. A Marco le gustaba por su fácil acceso y por estar apartado del resto de la ciudad; además estaba cerca del apartamento en el que vivía. Estacionó el automóvil e indicó a la muchacha que subiera hasta el último piso, sin preguntar nada y sin detenerse y que la esperara ahí.

Se apartaron y la muchacha entró primero al lobby de aquel hotel, encontró los elevadores y, dentro, oprimió el piso más alto que había: el doce. Al llegar se sorprendió pues aquel piso no era más que un solo pasillo; de un lado los cuatro elevadores, del otro una única y sola puerta con el texto “Principal” sobre ella. Esperó un rato y, tras unos cinco minutos, llegó Marco con total normalidad. Se acercó directamente a la puerta, tarjeta en mano, y solo alcanzó a rozar levemente el abdomen de la chica que lo siguió detrás.

– Me tarde un poco – comentó Marco, recibiendo una discreta sonrisa como respuesta de parte de la nerviosa muchacha

Entraron y, apenas Fátima miro dentro, su piel se tenso; se trataba de una suite enorme y hermosa en donde todo la claridad reinaba gracias a que todos los muebles eran blancos. Había una sala, una cocina completa, un enorme baño y una espaciosa recamara al fondo. Por la mente de la muchacha corría ya la idea de que su debut como puta no podría ser más lujoso. Pero sus nervios continuaban y su cara de niña asustada, de hecho, le gustaba mucho a Marco. El hombre decidió ponerla un poco más inquieta y discretamente se colocó tras ella que seguía mirando, anonadada, el interior de aquel lugar; sin el menor aviso sintió el endurecido bulto de Marco sobre sus nalgas al tiempo que las manos del hombre rodeaban a la pequeña muchacha. Marco restregaba su entrepierna con el culo de la muchacha mientras sus manos se colaban bajo la blusa de la muchacha y sus tetas se convertían en rehenes de los dedos de aquel cliente.

El hombre saboreó con las palmas de su mano la suavidad terciopelada de los senos de la muchacha; debajo, su bulto se deslizaba en la comodidad de las nalgas de Fátima que comenzaba a excitarse sin mayor remedio ante los suaves pellizcos que recibían sus rosados pezones. Marco la soltó y la dirigió a la recamara; al llegar la lanzó sobre la cama de un leve empujón y la chica, comenzando a entrar en su papel de puta, se acomodó en cuatro, dejando su precioso culo como una ofrenda en espera de Marco.

Este no pudo más que comprender que se encontraba ante una criatura tan bella que le iba a costar tanto trabajo atreverse a hacerla suya como a no querer hacerlo. Se acercó lentamente, con la duda de que iba a hacer con tanta ternura sobre aquella cama. Llego hasta ella y sus manos se dirigieron sin el menor aviso hasta su culo, retirando la falda de tela blanca y dejando a la vista un calzoncito simplón color rosado. En seguida su boca se posó sobre aquellas nalgas y comenzó a besarlas, a saborear con cuidado y paciencia cada centímetro cuadrado de aquella muchacha. Sus manos retiraron las bragas y el esfínter rosado, tierno e intacto de la chica fue la primer zona en recibir los labios y los lengüetazos de Marco, a quien un sudor frio le recorría la espalda ante la incertidumbre de pensar como tanta belleza y ternura podían convivir en aquella muchacha. Besaba y refrescaba la entrada del ano de aquella chica mientras sus manos acariciaban todo lo que podían de aquel endiosado cuerpo.

Sus dedos llegaron al húmedo coño de la chica y se introdujeron cuidadosamente, Marco comprendió entonces que la chica no era virgen; pero no importaba, sus labios seguían perdidos saboreando los pliegues de aquel esfínter de ensueño. Se puso entonces de pie y se retiró rápidamente su ropa hasta dejar a la vista su erecta y ansiosa verga. La muchacha volteó suponiendo que debía chuparla pero él la detuvo y la mantuvo en la misma posición; volvió a ensalivar más el esfínter de la chica e inmediatamente se colocó sobre ella.

Su verga se dirigió al tierno coño de la chica pero no por completo, apenas metió un poco lo volvió a sacar para dirigirlo ahora a la entrada del ano de la muchacha que, desconcertada, volteó.

– Por ahí no, por favor. – pidió la chica, con una serenidad fingida.

– Pagué una virgen – respondió Marco.

La muchacha no supo que decir y entonces sintió como Marco sostuvo sus caderas con fuerza e inmediatamente comenzó a abrirse paso, sin aviso ni piedad, a través de su virginal ano. La chica gritaba adolorida, pero el hombre no se detenía al tiempo que su verga rellenaba el culo de aquella recién estrenada puta.

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