Los Juegos del Hombre.

Nota de la autora: Quedaría muy agradecida con sus comentarios y opiniones, que siguen siendo muy importantes para mí. Pueden usar mi correo: janis.estigma@hotmail.es

Gracias a todos mis lectores, y prometo contestar a todos.

Me despierto con los primeros rayos de sol de la mañana, como cada día. En el Distrito 12, quedarse en la cama hasta media mañana es un lujo que no nos podemos permitir. La vida es bastante dura en La Veta, entre minas de carbón y hierro.

Hoy es el día de la Cosecha; hoy es el día del año en que te juegas tu futuro, si tienes menos de veinte años. Hasta el aire huele diferente en un día como el de hoy.

Cuando bajo, mi madre está despachando pan, como cada día, pero la clientela, habitualmente dicharachera, está silenciosa, mirándose furtivamente unas a otras. Mi padre, en la trastienda, se ocupa del horno sin tararear sus famosos gorgoritos. Todo es distinto en el día de la Cosecha.

Me llamo Cristo y hoy es un día a dejar atrás cuanto antes.

¿Queréis que os cuente la historia? Bueno, esto, antiguamente, esto era un continente llamado Europa, donde vivían millones de personas. Pero tras una sucesión de calamidades –sequías, tormentas, incendios, mares que se desbordaron y tragaron gran parte de la tierra, y la brutal guerra que acaeció para hacerse con los recursos que quedaron-, el resulto fue Panem, un reluciente Capitolio rodeado por trece distritos, que llevó la paz y la prosperidad a sus ciudadanos.

Entonces llegaron los Días Oscuros, la rebelión de los distritos contra el Capitolio. Derrotaron a doce de ellos y aniquilaron al decimotercero. El Tratado de la Traición nos dio unas nuevas leyes para garantizar la paz y, como recordatorio anual de que los Días Oscuros no deben volver a repetirse, no dio también los Juegos del Hombre.

Las reglas de los Juegos del Hombre son sencillas: en castigo por la rebelión, cada uno de los doce distritos debe entregar un chico y una chica, llamados “tributos”, para que participen. Los veinticuatro tributos son encerrados en un enorme palacio con jardines y cientos de habitaciones. Una vez dentro, los participantes tienen que relacionarse y lidiar con las trampas instaladas, hasta alcanzar la meta deseada. Todo se convierte en una lucha sexual, tanto el entorno como los contrincantes que dispone el Capitolio. Los jugadores pueden formar alianzas o bien engañarse mutuamente. Al final, gana quien quede en pie y con libertad de movimientos.

“Entregad a vuestros hijos y obligarlos a yacer para gloria del Capitolio”; así nos recuerdan que estamos a su merced, derrotados y subyugados. “Mirad como nos llevamos a vuestros hijos y los sacrificamos sin que podáis hacer nada al respecto. Si levantáis un solo dedo, os destrozaremos a todos, igual que hicimos con el Distrito 13.”, ese es el mensaje.

Desde que las niñas tienen su primera menstruación y los niños su primera polución nocturna, sus nombres pasan a engrosar el contenido de las dos enormes bolas de cristal que se guardan en la alcaldía. Cuando cumplen los veinte años, esos nombres son retirados. Para que resulte más humillante, el Capitolio exige que tratemos los Juegos del Hombre como una festividad, un acontecimiento deportivo y social en el que los distritos compiten entre sí. Al tributo ganador se le recompensa con una vida fácil y su Distrito recibe premios, sobre todo maquinaria y tecnología, y suficientes subclones para garantizar la producción del distrito. Los subclones son baratos de producir, pero la población humana está degenerando últimamente. Hay menos niños y la vida es dura para los distritos más exteriores. Por eso mismo, los Juegos premian las relaciones sexuales y la fertilidad.

Por otra parte, todos los derrotados que queden con vida en los Juegos, pasan a pertenecer al distrito vencedor. Algunos han quedado tocados irremediablemente por las drogas o los productos químicos que se utilizan en ciertas pruebas, y otros han perdido la vida. Como he dicho antes, los Juegos cambian tu futuro, de la forma que sea.

Mi padre me pone la mano en el hombro, sorprendiéndome. Me giro y nos sonreímos. Quiere hacer que crea que está orgulloso de mí, pero veo el miedo en sus ojos. Nunca he sido un chico fuerte ni alto. Soy más bien un renacuajo debilucho, con cara de niño asustado, pero dispongo de un arma secreta, y él lo sabe. Mi madre, tras despachar a sus clientes, se acerca también y me abraza.

― ¿Te has lavado detrás de las orejas? – me pregunta, con lágrimas en los ojos.

― Zi, máma y también debajo de los huevesillos – le contesto, con una sonrisa.

― Bien, hijo, casi es la hora. Tenemos que ir a la plaza – susurra mi padre.

La plaza está abarrotada y los murmullos se elevan como si burbujeasen. Las dos grandes esferas de cristal ya están colocadas sobre la tribuna, a pie de la alcaldía. El acalde está de pie, al lado de una de ellas. Un poco más al fondo, sentada en una silla, se encuentra Effie Trinket, la acompañante del Distrito 12, recién llegada del Capitolio, con su aterradora sonrisa blanca, el pelo rosáceo y un traje verde primavera. El carraspeo del alcalde, amplificado por el sistema, acalla a la gente, haciendo que presten atención. Va a comenzarla Cosecha.

Primeramente, el hombre lee la lista de los habitantes del Distrito 12 que han ganado en anteriores ediciones. En setenta y cuatro años, hemos tenido exactamente dos ganadores, y solo uno sigue vivo: Haymitch Abernathy, un barrigón de mediana edad que, en estos momentos, aparece berreando y se tambalea en la tribuna, dejándose caer en la silla que está al lado de Effie. La multitud aplaude a su antiguo héroe, pero el hombre, aturdido, prefiere meterle mano a la escandalizada acompañante. El alcalde agita la cabeza, con disgusto. Todo está retransmitido en directo y el Distrito 12 será el hazmerreír de Panem. Intenta arreglar la situación presentando a Effie Trinket, quien se levanta rápidamente, siempre alegre y saluda:

― ¡Felices Juegos del Hombre! ¡Y que la suerte esté siempre de vuestra parte! – exclama, agitando una mano, con la peluca rosa medio torcida por el sobeo de Haymitch.

Me desentiendo del discurso de Effie y paseo la mirada por el gentío. Todo el mundo tiene el semblante serio y preocupado. Hoy cualquier familia puede perder un hijo o una hija. Una de las costumbres instaladas por el Capitolio tiene que ver con las faltas. Si un chico o una chica, en edad de participar en la Cosecha, comete una falta, su nombre es nuevamente añadido a la lista, por lo que la posibilidad de ser escogido aumenta. Cuantas más faltas, más posibilidades. Y no hablemos ya si comete un delito. Dependiendo el grado, su nombre es introducido entre diez y cien veces.

El mío, en particular, está varias veces repetido, calculo que veinticinco veces, al menos. Tuve una época traviesa…

― ¡Las damas primero! – exclama Effie, iniciandola Cosecha.

Su mano se introduce en la bola de cristal de las chicas. Mete la mano hasta el fondo y saca un trozo de papel. La multitud contiene el aliento. Effie alisa el papel y con voz clara, exclama:

― ¡Primrose Everdeen!

Las microcámaras flotantes y los nanomicros recogen perfectamente su voz y su imagen. Me quedo alucinado. ¡La pequeña Prim ha sido escogida! ¡No puede ser! En apenas unos segundos, tal como sospechaba, escucho su voz:

― ¡Me presento voluntaria! ¡Me presento voluntaria como tributo!

Su hermana mayor, Calenda, la salva de la Cosecha. Prim tiene doce años, es su primera Cosecha. No tendría ninguna oportunidad. Calenda se ofrece a reemplazarla, como permiten las reglas. Se eleva un fuerte murmullo entre el público. Calenda es la chica más hermosa del Distrito, una hermosa y perfecta diosa de diecinueve años, algo salvaje y orgullosa. La chica que me hace palpitar desde hace tiempo. ¡Puta mala suerte!

Prim se abraza a su hermana, colgándose de su cuello. Las dos lloran. El novio de Calenda consigue apartar a la hermanita. Es un tipo guapo, alto y fuerte. Todo lo que yo no soy. Cuando Calenda sube a la tribuna, nadie aplaude, ni vitorea. En silencio, toda la gente de la plaza hace la señal de respeto, yo incluido. Nos llevamos tres dedos sobre los labios y presentamos la mano alzando el brazo. La chica le gusta a todo el mundo y están apenados por ella.

Effie, tras presentarla a las cámaras, se acerca a la bola de los chicos para sacar al compañero de Calenda en los Juegos, y el silencio se adueña de nuevo de la plaza.

― ¡Cristóbal Heredia!

Casi me caigo de culo. La mano de mi padre me sostiene por el cuello. Mi madre chilla débilmente. ¡No me jodas! Mi corazón amenaza con estallar. ¡Voy a ir a los Juegos del Hombre con Calenda! Creo que podría sentirme hasta feliz.

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Todo sucede muy rápido que apenas recuerdo haberme despedido de mi familia. Nos encontramos en un tren muy veloz que traga millas hacia el Capitolio. Tomamos contacto con nuestro entrenador Haymitch y comprobamos que, a pesar de ser un borrachín, en un tipo que sabe lo que se hace con respecto a los Juegos.

Tras pedirle a Calenda que se desnude, Haymitch palpa con atención y placer cada pulgada de su piel. Aprovecho para echar unos cuantos vistazos a ese espléndido cuerpo. Después me toca el turno. Al parecer no le da importancia que yo sea un chico. Me soba lentamente la polla, haciéndola crecer. Sorprendo, en un par de ocasiones, a Calenda mirándome la entrepierna. Ya os dije que disponía de un arma secreta, ¿no?

El propio Haymitch se queda un tanto embelesado cuando mi pene adopta sus medidas reales con la excitación. Soy pequeñito y delgadito, pero esa porción de mi cuerpo tiene personalidad y peso propio; un grueso miembro de veintidós centímetros de largo.

― Bueno, me parece que esto nos va a asegurar unos cuantos patrocinadores – se ríe Haymitch. — ¿Qué piensas, Calenda?

― Estoy segura de que será así – asiente ella.

Nos ponemos al día entre nosotros. Calenda cuenta las experiencias que ha tenido con su novio. Aunque nuestra sociedad rechaza todo anticonceptivo, es costumbre impedir el embarazo mientras se está en edad de participar en la Cosecha. Para ello, la sodomía suele ser la mejor salida para las relaciones sexuales entre novios. Calenda afirma tener bastante experiencia en ello, así como en sexo oral.

Nada más escucharla decir aquello, me pone burro. ¿Qué queréis que os diga? Es mucha mujer.

― ¿Y tú? – me pregunta Haymitch.

La verdad es que no he tenido muchos encuentros amorosos fuera de mi… círculo. No soy un tipo que vaya enamorando chicas, aunque he tenido varios asuntillos con algunas clientas. Me van bastante las maduritas. Pero, me va aún mejor con el círculo familiar…

La cosa empezó con una de mis tías, viuda, con la que me veía cada viernes. Después fueron sus hijas, y, con ellas, otras primas lejanas. Finalmente, mi hermana mayor tomó la costumbre de llamarme a su casa, cada vez que su marido salía de viaje.

Todas me dicen que soy como un osito de peluche, pequeño, suave y consolador.

Calenda mi mira con los ojos muy abiertos, sorprendida por mi confesión. Me encojo de hombros, queriendo hacer hincapié en que no es culpa mía si me buscan.

― Está bien. Creo que este año puedo contar con dos chicos con experiencia y resistencia – se frota las manos nuestro preparador.

Tras un día entero de viaje, llegamos al Capitolio, donde nos llevan junto a nuestro equipo de estilistas. Flavius, Venia, y Octavia comandan otras mujeres que pronto se ocupan de arrancarnos todo el vello del cuerpo. Nos tumban en unas camillas y nos embadurnan de un oloroso mejunje que nos exfolia y nos depila, casi al completo, salvo las cejas y el cabello. Después de eso, las pinzas se ocupan de quitar cualquier pelo rebelde que haya quedado atrás.

Me siento raro, mirándome la entrepierna y los testículos, todo tan limpio de vello. Mi pene parece mucho más largo. Sorprendo de nuevo a Calenda observándome. Cinna, el estilista mayor, acude a vernos, así desnudos. Queda muy contento con Calenda y con su cuerpazo, pero no tiene ni idea de que hacer conmigo. Piensa usar un fuego sintético sobre unas mallas negras, para dar la impresión de que estamos ardiendo. Es algo que se le ha ocurrido, relacionado con el carbón. Seguro que mi compañera queda súper genial, envuelta en llamas, pero yo seré poco más que una brasa a su lado.

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Llega el momento del desfile. Nos sitúan sobre un carro bellamente adornado, tirado por dos caballos tan negros que parecen pintados. Las mallas negras se nos pegan al cuerpo como guantes. Sobre ellas, flotan tenues telas amarillas y naranjas que parecen flotar en el aire a cada movimiento. Cinna se nos acerca y sonríe con complicidad.

― Vais a salir enseguida. Recuerda como te verán – dice Cinna en tono soñador –: Calenda, la chica en llamas.

― Y yo la pavesa al viento – gruño al subirme al escabel que han dispuesto al lado de Calenda, para que no parezca tan bajito.

― ¿Qué piensas de llevar ese fuego? – me pregunta ella, con un murmullo.

― Te arrancaré la capa si tú arrancas la mía.

― Trato hecho – me sonríe.

Comienza el desfile. Los himnos suenan con fuerza. Los del Distrito 1 van en un carro tirado por caballos blancos como la nieve. Están muy guapos, rociados de pintura plateada y vestidos con elegantes túnicas, cubiertas de piedras preciosas. El Distrito 1 fabrica artículos de lujo para el Capitolio. Oímos el rugido del público; siempre son los favoritos.

El Distrito 2 se coloca detrás de ellos, y luego los demás. En pocos minutos, nos encontramos acercándonos a la gran puerta por la que debemos salir. Los del Distrito 11 acaban de salir cuando Cinna aparece con una antorcha encendida.

― Allá vamos – dice y, antes de poder reaccionar, prende fuego a nuestras capas. Ahogo un grito, esperando que llegue el calor, pero solo noto un cosquilleo. – Funciona. Calenda, la barbilla alta. Sonríe. ¡Te van a adorar!

Calenda me da la mano. Se aferra con fuerza mientras salimos a la vista de la multitud que se apretuja en la amplia avenida. Nunca he visto tanta gente junta. Sus silbidos y aclamaciones me ensordecen. Sus rostros se giran hacia nosotros, olvidándose de los demás carros que nos preceden. Calenda me señala la gran pantalla de televisión en la que aparecemos y nuestro aspecto me deja sin aliento. Con la escasa luz del crepúsculo, el fuego nos ilumina los rostros; es como si las capas dejasen un rastro de llamas a nuestras espaldas.

La música alta, los vítores y la admiración me corren por las venas, y no puedo evitar emocionarme. El nombre de mi compañera está en boca de todos: Calenda, la chica en llamas.

Los carros nos llevan justo hasta la mansión del presidente Snow. La música termina con unas notas dramáticas. El presidente, desde la escalinata, nos da la bienvenida oficial. Lo tradicional es que enfoquen las caras de todos los tribunos durante el discurso, pero veo que mi compañera sale más de la cuenta. Sin duda es la más hermosa de todas las participantes.

Tras esto, nos internan en el centro de entrenamiento. Muchos de los tributos nos miran con odio. Empezamos bien, coño. Calenda aún me tiene cogido de la mano. El centro de entrenamiento es una torre diseñada exclusivamente para los tributos y sus equipos. Este será nuestro hogar hasta que comiencen los Juegos. Cada distrito dispone de una planta entera, solo hay que subir a un ascensor y pulsar el botón correspondiente. Como es natural, el nuestro es el piso 12.

Abajo, en unos grandes sótanos, es donde se ubican las salas de entrenamiento, llenas de extraños aparatos, colchones, y armarios llenos de instrumentos eróticos. Durante una semana, entrenaremos y tendremos clases con educadores especialmente preparados para ello. Habrá tres días para que los tributos entrenen juntos. Así mismo, la última tarde, tendremos la oportunidad de actuar, en privado, ante los Vigilantes de los Juegos.

Cuando entramos en el “gimnasio”, por primera vez, somos los últimos en llegar. Los otros tributos están reunidos en un círculo muy tenso, con un número pintado sobre uno de los brazos, el de su distrito. Inmediatamente, nos pintan el nuestro con un artilugio.

En cuanto nos unimos al círculo, la entrenadora jefe una mujer alta y atlética llamada Atala, da un paso adelante y nos explica el horario de entrenamiento. En cada puesto, habrá un educador experto en la materia en cuestión. Podemos ir de una zona a otra como queramos, aprendiendo y practicando. Está prohibido entrenar con un tributo de otro distrito. Si necesitamos ayudantes, disponemos de subclones.

No puedo evitar fijarme en los demás chicos. Casi todos ellos y, al menos, la mitad de las chicas, son más altos que yo. Espero que los encuentros con mis primas me hayan servido para algo.

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La primera clase a la que Calenda y yo asistimos, versa sobre los puntos de placer del cuerpo humano. La verdad es que conocía los más elementales, como el clítoris, la vagina, los pezones, y el ano. Pero no acaban ahí. Nos hablan sobre el cuello y la nuca, la parte baja de la espalda, el punto G y la próstata, y, finalmente, varios puntos en los pies y detrás de las rodillas. Es bueno saberlo, para cuando se acabe el combustible primario.

Los Juegos no solo se basan en pasar las pruebas y sobrevivir, sino que también puntúan con los orgasmos obtenidos o entregados, así como las técnicas usadas, o las estrategias realizadas. Todo aparecerá analizado por los distintos chips que nos inocularán en el cuerpo y que recogerán cada una de nuestras sensaciones, movimientos, y palabras.

Un tipo de piel oscura y miembros sarmentosos nos enseña a respirar para reservar fuerzas. Lo llama sexo tántrico y le pillo el truco enseguida. Esa técnica casi parece hecha para mí, pero Calenda no consigue concentrarse y se aturrulla, por mucho que lo intente. En un aparte, la chica me pide que sigamos entrenando juntos. Con el rostro arrebolado por la vergüenza, me explica que entrenándose con un miembro como el mío, obtendría mucha ventaja sobre los demás. Tiene razón y nos fijamos más en los otros tributos, analizando lo que hacen y cómo lo hacen.

Al día siguiente, toca entrenamiento privado. Nos centramos en los tríos. Ponen a nuestra disposición dos avox, esclavos del Capitolio a los que han anulado la función del habla. Se trata de un chico rubio, de unos veinte años, delgado y flexible, y una chica de pelo rojo y figura opulenta. Dejo que Calenda caliente un poco con mi cuerpo, hasta ponerme el pene erguido, antes de llamar al chico. Parece que Calenda se adapta muy bien a los tríos, aceptando, casi de principio, una doble penetración, que la lleva a un fortísimo orgasmo.

Tengo que salirme a toda prisa para no correrme dentro de ella, demasiado excitado por sus gemidos. Jadea y gime como un cachorrito lastimoso. Me recupero rápidamente y despido al avox y llamo a la chica.

― No zé zi has estado con alguna chica, Calenda.

― No, jamás.

― Deberías probar ahora…

Se encoge de hombros mientras la esclava pelirroja se arrodilla ante ella.

― Primero despasio, dulsemente – susurro, empujando a la esclava por el cuello para que pose sus labios sobre Calenda.

No me pierdo detalle de cómo las bocas femeninas se unen, como sus labios se mordisquean, se aspiran, hasta que, con un impulso, Calenda desliza su lengua en el interior de la boca contraria.

― ¿Qué te parese? – pregunto.

― Es más suave que la de un chico – sonríe ella, apartándose un poco y guiñándome un ojo. – Debo probar más…

Sus manos se aprestan a repasar los mórbidos senos de la avox, deslizándose por sus flancos y sus caderas, hasta apoderarse del interior de los suaves muslos. La avox adelanta sus caderas, buscando el contacto de la mano de Calenda en su sexo.

― Ah… está toda mojada – me dice mi compañera, al palpar el sexo de la esclava.

― Métele un dedo y después llévatelo a la boca. Zaboréala…

Me mira, sin estar muy segura de lo que le pido, pero acaba cediendo, quizás llevada por la curiosidad. Verla chupar su dedo mojado activa una erección en mí. Es de lo más excitante que he visto.

― ¿Te atreves a lamerla ahí?

― Creo que podré soportarlo – contesta, tumbando a la avox de espaldas y abriéndole las piernas.

Puede que Calenda no se haya comido nunca un coño, pero me da la sensación que está haciéndole a la pelirroja lo que le gustaría que le hicieran a ella. En apenas tres o cuatro minutos, la tiene botando al extremo de su lengua. Aunque no puede pronunciar palabras, sus gemidos y grititos me cautivan. Me tumbo a su lado, con la mano en la mejilla, observando muy de cerca su expresión de gozo.

Creo que sus ojos me lo agradecieron. Cuando no puede más, aparta la cabeza de Calenda, quien alza el rostro, relamiéndose. Me mira y sonríe con picardía.

― ¿Ahora me lo hace a mí? – pregunta con voz aniñada.

― Zi, por zupuesto, y yo le daré por detrás…

Mientras enculo a la pelirroja, admiro la cara de puta que se le pone a Calenda cuando le comen el coño, bien comido. Es una ventaja de que acepte de esa forma jugar con otra chica. Nos puede ayudar bastante.

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Tenemos otro entrenamiento conjunto, en el que debemos estar desnudos y hacer el amor con nuestro compañero de distrito, ante los ojos de todos los demás. Me doy cuenta que los chicos cuentan para sí el tiempo que estoy martilleando sobre Calenda. Procuro acabar mucho antes de lo que puedo aguantar. La chica del Distrito 2 no me quita la mirada de encima. ¿Envidia?

Durante la velada, Haymitch nos cuenta cómo fueron sus Juegos y cómo consiguió ganar, con astucia y resistencia.

Cuarto día de entrenamiento, esta vez a solas. Haymitch y Effie se unen a los cuatro avox que nos han enviado, para escenificar una orgía. El borrachín me demuestra que tiene una buena técnica y bastante aguante aún. Effie es multiorgásmica y no para de correrse, casi a la menor caricia, con esas risitas tontas.

Quinto día de entrenamiento, otra vez todos juntos. Nos informan de los peligros y criaturas aparecidos en ediciones anteriores. Nos dicen cómo esquivarlos y cómo resistir. Algunos me estremecen. Esa misma velada, Haymitch se ofrece para desvirgarme analmente. Acepto porque sé que me será útil, pero no me entusiasma lo más mínimo. Consigo que Calenda me ayude con su presencia.

Sexto día de entrenamiento. De nuevo solos. Buscamos encontrar nuestro límite de resistencia. Estamos follando siete horas y Effie nos trae dos veces comida y líquidos.

El último día, antes del comienzo de los Juegos. Es el día de la entrevista.

El Círculo de la Ciudad está más iluminado que un día de verano. Han construido unas gradas elevadas para los invitados prestigiosos, con los estilistas colocados en primera fila. También hay un gran balcón reservado para los Vigilantes. El enorme Círculo central de la Ciudad y las avenidas que desembocan en él, están atestados de gentío en pie. En las casas y en los auditorios municipales de todo el país, todos los televisores están proyectando lo mismo.

Caesar Flickerman, el hombre que se encarga de las entrevistas desde hace más de cuarenta años, entra en el escenario. Da un poco de miedo, porque su apariencia no ha cambiado nada en todo ese tiempo. En el Capitolio disponen de cirujanos que hacen a la gente más joven y delgada, mientras que en el Distrito 12, parecer viejo es un logro, pues muchos mueren jóvenes. El presentador cuenta algunos chistes para calentar el ambiente y después entra en faena.

La chica del Distrito 1 sube al escenario con un provocador vestido transparente dorado y empieza su entrevista. Está claro que su estilista no ha tenido ningún problema al elegir su enfoque: con ese precioso cabello rubio, los ojos verde esmeralda, un cuerpo alto y esbelto…, es sexy por donde la mires. Pero Calenda lo es más.

Las entrevistas duran tres minutos, pasados los cuales, resuena un zumbido y sube el siguiente tributo. Hay que reconocer que Caesar hace todo lo posible para que los tributos brillen y luzcan sus personalidades, además de sus cuerpos.

Llaman a Calenda Everdeen y ella sube con el fantástico vestido que Cinna le ha preparado, dejando incluso al presentador embobado.

― Bueno, Calenda, el Capitolio debe de ser un gran cambio, comparado con el Distrito 12. ¿Qué es lo que más te ha impresionado desde que estás aquí?

Calenda se queda un momento alelada con la ovación del público que aún sigue, en honor a su cuerpazo. Caesar debe repetir la pregunta.

― El chocolate caliente – responde, arrancando una carcajada del presentador.

― Cuando apareciste en el desfile, se me paró el corazón, literalmente. ¿Qué te pareció aquel traje?

― ¿Quieres decir después de comprobar que no moría abrasada? — Risas sinceras del público resuenan. – Pensé que Cinna era un genio, que era el traje más maravilloso que había visto y que no me podía creer que lo llevara puesto. Tampoco puedo creer que lleve este. ¡Fíjate!

Calenda se levanta, da un giro completo y la reacción es inmediata. La larga falda roja, de escamas brillantes, desaparece, mostrando entre altas llamas que parecen brotar del mismo suelo, las magníficas piernas desnudas de la chica. Caesar silba, impresionado. La gente silba y chilla. Calenda se los ha ganado a todos.

― Volvamos al momento en que dijeron el nombre de tu hermana enla Cosecha– sigue Caesar, en un tono más pausado. – Tú te presentaste voluntaria. ¿Nos puedes hablar de eso?

― Mi hermana solo tiene doce años, sin ninguna experiencia. No podía dejarla participar. Al menos, yo dispongo del compañero perfecto para estos Juegos – me deja con la boca abierta, por el giro que ha tomado.

Me toca a mí subir. Caesar me da la mano, que estrecho firmemente. Tras un par de bromas sobre baños calientes que huelen a rosas, me hace la preguntita:

― ¿Por qué Calenda dice que eres el compañero perfecto para estos Juegos?

― Porque llevo enamorado de ella desde que tengo uso de razón, pero nunca me he atrevido a decírselo hasta que la Cosecha nos unió.

― ¿Esa es una razón? – me pregunta entre los “oooh” del público.

― Yo creo que si. Si quiero hacerla mi compañera, tenemos que ganar los Juegos; debemos follar juntos para poder edificar nuestro futuro.

Contemplo mi rostro en la gran pantalla. Ha sonado convincente y asombroso. Somos la primera pareja que participa en los Juegos del Hombre y eso le encanta a la gente.

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Procuro no comerme las uñas, dentro del tubo de lanzamiento. Visto unos estúpidos pantalones cortos, que se pegan como una malla, de un tono oscuro y mate, así como una holgada camisola blanca. Estoy descalzo. Me han dicho que dentro de la mansión, no hace falta calzado, todo son maderas suaves y alfombras.

Según Haymitch, cuando llegue el momento, el suelo del tubo me alzará hasta alguna dependencia de la mansión, dejándome allí, solo. Deberé reunirme con Calenda, buscándola por los pasillos y estancias, enfrentándome a lo que surja solo. “Gira siempre a la izquierda.”, ese es el consejo de mi mentor, como si recorriera un laberinto. Él sabrá, ya que ha estado aquí antes, aunque tengo entendido que la mansión cambia a cada año.

El súbito zumbido penetra en mis nervios. Ha llegado el momento. El ascendente suelo me iza hasta que estoy en una estancia, amplia, medio en penumbras. Un fuego arde en una chimenea. Delante de ella, tumbada en un diván, una sensual y madura mujer me sonríe. Su rotundo cuerpo está cubierto tan solo por un sutil camisón, que pronto se desliza hasta el suelo.

Busco una salida de la estancia. Solo hay una puerta, a espaldas de la mujer, pero dos leopardos están tumbados ante ella, sujetos por una cadena. ¡Coño con los gatitos!

La mujer se incorpora y se queda sentada, mirándome. Se abre de piernas, exponiéndose para mí, y, agitando un dedo, me llama. No me queda más remedio que obedecer.

― Solo existe una forma de pasar entre mis acompañantes – me dice suavemente, señalando los felinos-, pues yo soy su dueña. Siéntate a mi lado, jovencito…

No me gusta que me llamen jovencito, pero no está la cosa como para quejarse. Me siento a su lado y la mujer me abraza, metiéndome la lengua en la oreja, haciéndome cosquillas.

― He apostado por ti, querido – me susurra muy bajito, asombrándome. – Imprégnate de mí…

Comprendo enseguida lo que intenta decirme. Mis padres han tenido cerdos toda la vida. Los cerdos se acostumbran a seguir el olor de quien les da de comer…

Mi boca se apodera de la suya, con ansias, haciéndola gemir, entremezclando nuestras lenguas. Me lanzo a recorrer todo su cuerpo con mi boca, mientras ella me arranca la camisola. Cuando llego a su entrepierna, la madura mujer ya respira agitadamente, deseosa de mi lengua. Descubro que posee dos clítoris, uno de ellos, implantando quirúrgicamente, a la entrada de su vagina. Divido la atención de mi lengua entre los dos, cada vez con más rapidez, a la par que introduzco hasta tres dedos en su sexo. La mujer grita y se contrae con la explosión de su primer orgasmo. Su cuerpo vibra y suda, al calor de las llamas. No me detengo más que para tomar aire. Sigo lamiendo y acariciando hasta que sus humores desbordan su vagina, llenando mi mano hasta la muñeca y chorreando por mi barbilla.

La dejo resoplando y recuperándose. Recojo del suelo mi camisola y, sin ponérmela, avanzo en dirección de los leopardos, adelantando mi mano derecha, aún mojada. Los peligrosos felinos me bufan, pero husmean el aroma más interno de su ama, y ni siquiera se levantan del suelo. Con un suspiro de alivio, abro la puerta y la cruzo, cerrándola enseguida. Apoyo la nuca sobre ella, recuperando mis nervios, con los ojos cerrados. Recuerdo que todo el mundo está viendo mis reacciones, recogidas por las microcámaras que flotan, casi invisibles, a nuestro alrededor. Mis padres, mi familia… Debo de mantener el tipo. Esto es como una función de teatro del colegio, pero a lo bestia. La idea me hace sonreír.

Abro los ojos y me enfrento a un gran vestíbulo con dos escaleras diagonalmente opuestas. No parecen conducir al mismo sitio. Tanto los peldaños como el suelo del vestíbulo, están recubiertos de mármol blanco. Los pies se me quedan fríos. ¿No habían dicho que habría alfombras? Me decido por la escalera de la izquierda. Habrá que hacer caso de Haymitch. Desemboco en un corto pasillo con cuatro puertas. Tanteo los picaportes. Dos de las puertas están abiertas. En una, un lujoso cuarto de baño; la otra da a una cómoda salita, con otra chimenea encendida y un sillón ante el fuego. Una mesa, contra la pared, está cubierta de pasteles y bollos. Estoy tan nervioso que vomitaría si me echara algo al estómago. Recorro el pasillo hasta que gira a la derecha y se me escapa un reniego.

― ¡Me cago en la puta! – exclamo, al contemplar el larguísimo y estrecho pasillo que se abre ante mí.

No medirá más de metro y medio de ancho. Apenas caben dos personas, hombro con hombro. Así, a ojo, calculo que medirá doscientos metros de largo, pues llega un momento en que mi vista no distingue el espacio entre las paredes y parece que se unen. Está iluminado por pequeñas bombillas, situadas a cada cinco metros, lo cual genera cierto ambiente suave. Apenas hay puertas, cada una separada de una cincuentena de metros, en distintos muros. Un pasillo tan estrecho y tan largo, no me da buena espina. Es el sitio perfecto para una trampa. Así que recorro con mucho cuidado la distancia hasta la primera puerta. Compruebo que no está cerrada y la abro con cuidado. Tan solo una rendija…

― ¡Josú, shiquilla! – no estoy quedando muy bien para los espectadores con los sustos que me estoy llevando.

En la rendija de la puerta ha aparecido un ojo, y luego el rostro de una chica. Abro más la puerta y me encuentro con la chica del Distrito 8, una de las jugadoras más jóvenes de este año. No tendrá más de catorce años, con un aire de inocencia que te desarma. De cabello claro peinado en dos coletas y unos inocentes ojos azules, me mira con miedo. Viste un pantalón como el mío, pero mucho más corto, que deja casi al aire la curva inferior de su trasero. En vez de una camisola, lleva una camiseta que se pega a su incipiente pecho.

Echo un vistazo a la habitación donde se encuentra, y vuelvo a asombrarme. Es otro pasillo tan estrecho y largo como el que nos movemos.

― ¿Vienes de tu tubo de lanzamiento? – le pregunto.

― Si – responde, estrujándose las manos. No quiero ni preguntarle por su prueba de entrada. A saber lo que le ha tocado, ya que está muy nerviosa.

Cierro la puerta y sigo andando por el pasillo. La chiquilla me sigue como un perrito abandonado. Suspiro y me giro hacia ella.

― ¿Cómo te llamas?

― Jackie Garou.

― Yo zoy Cristo. ¿Quieres venir conmigo, Jackie?

Su rostro se anima una barbaridad y su sonrisa es increíble. Asiente con fuerza y se aferra a mi mano, cuando se la extiendo. La segunda puerta con la que nos encontramos es una réplica de la primera, otro pasillo salvo que en otra dirección. Decido seguir con el pasillo original.

De repente, escuchamos como resuena el paso marcial de muchas botas, avanzando en nuestra dirección. Miro en ambas direcciones, pues nos encontramos en la mitad del recorrido del pasillo.

― Vienen por allí – me indica Jackie, señalando en la dirección de donde yo llegué. Efectivamente, puedo vislumbrar luces movedizas, pero poco más.

Tiro de la mano de la chiquilla, echando a correr. Tenemos que alcanzar la siguiente puerta, antes de que nos detecten. Esta vez no es un pasillo lo que esconde la puerta, sino apenas un nicho de un metro cuadrado. Así que nos apretujamos los dos, en la oscuridad, hasta que me doy cuenta que nos encontramos en el ángulo recto de un pasillo aún más estrecho, pero que parece serpentear. Una débil luminosidad nos permite percibir las paredes, a medida que los ojos se acostumbran a la oscuridad. Insto a Jackie a que siga andando. El estruendo de las botas está ya muy cerca. El pasillo se acaba enseguida. Dos escalones nos llevan al interior de una cámara sin más puertas e iluminada por varios apliques como los del pasillo primario. Una pequeña fuente cantarina sobresale de la pared y Jackie se arrodilla ante ella, bebiendo con ganas. Eso y una mesita baja es lo único que hay en la habitación, que es rectangular y de medianas dimensiones.

Yo también me arrodillo a beber y salpico un poco la carita de Jackie. Las gotas de agua se mezclan con las pecas que tiene sobre la nariz. Ella se ríe, algo aliviada, pero se queda muy seria, de repente.

― El p-pasillo – balbucea.

Me giro y compruebo que no hay rastro del hueco por el que hemos venido. Estamos encerrados entre paredes. En ese mismo momento, resuena un agudo y estridente PING, que se clava en el cerebro. La chiquilla y yo nos miramos, pues sabemos lo que significa. Un nuevo PING nos sobresalta. Esperamos un tercero, conteniendo el aliento, pero no llega. Dos de los Jugadores han caído, quizás muertos, heridos, o atrapados, derrotados por los peligros de la mansión. Aún es pronto para que juguemos los unos contra los otros.

― Revisa la habitación si no quieres que nosotros seamos los próximos pings – le meto prisa.

Le damos un par de vueltas a la estancia, sin descubrir nada, hasta que los jóvenes ojos de Jackie de fijan en la fuente.

― ¡Hay algo escrito aquí! – exclama.

Me acerco y me doy cuenta de que el agua ha dejado de manar de la pequeña copa de metal que culmina la fuente. En el brillante metal, hay algo escrito, que me cuesta descifrar.

― “Nesezitarás llenarme de vida” – leo finalmente. — ¿Vida? ¿Qué vida?

― Podría ser sangre – aventura Jackie.

― Zi, podría, pero… estos zon unos Juegos eminentemente zexuales, ¿no? ¿En qué hay más vida que en el ezperma de un hombre? — Decido intentarlo. De todas formas, siempre habrá tiempo de cortarnos una vena si me equivoco…

Me bajo el pantalón corto con un gesto decidido, aferrando mi pene con la mano. Jackie se queda con la boca abierta para, inmediatamente, girar la cabeza para otro lado, sofocada. Agito mi miembro para ganar dureza, pero no es ni el lugar adecuado, ni la ocasión perfecta para una paja. ¡Ya me diréis!

― Cristo…

― Ahora no, Jackie… me tengo que consentrar…

― Cristo, las paredes… se mueven…

Abro los ojos y detengo mi mano. Observo con atención y compruebo que es cierto. De manera casi imperceptible, las paredes se están cerrando sobre nosotros. Tenemos un tiempo límite, así que necesito ayuda.

― Jackie, yo zolo no podré haserlo a tiempo. Nesezito que me ayudes…

Ella asiente, aún pudorosa, y gatea hasta mí. Con el rostro enrojecido, aferra mi miembro morcillón y comienza a menearlo con suavidad. Por la forma de hacerlo, no tiene apenas experiencia. Quizás, tan solo lo que haya entrenado con su compañero. Sin embargo, verla arrodillada ante mí, con el miedo en los ojos y el ansia de vivir en sus mejillas, me hace trempar rápidamente.

― Azí, muy bien… aprieta el capullo, cariño, con fuerza que no ze rompe – le digo, roncamente.

El deslizamiento de las paredes cobra velocidad. Jackie gime de miedo.

― Debes darte más prisa, Jackie. Uza la boca, pequeña, para ayudarte.

― Me da asco, Cristo – me mira, con angustia.

― Bueno, tú verás lo que escoges… el asco o la muerte…

No hace falta decirle nada más. Es una chiquilla lista y, como he dicho, con ganas de vivir. Acoge mi glande entre sus labios, succionando con fuerza, mientras sus manitas no dejan de frotar el tallo. Arranca un escalofrío de mi cuerpo. Su boca es muy cálida y jugosa, a pesar de no tener experiencia. Sin embargo, sus mismas ganas y la presión del peligro hacen que las sensaciones sean mucho más vividas.

― ¡Vale, vale, Jackie! ¡Ya puedo zolo! – la detengo y, con un par de buenos meneos, descargo en la copita de metal, casi llenándola con semen.

Escuchamos un fuerte crujido y, por sorpresa, el suelo bajo nuestros pies desaparece, cuando las paredes ya están a un palmo de nosotros. Caemos sobre una superficie flexible, que absorbe el golpe. La luz invade la nueva estancia al retirarse los oscuros crespones que cubrían las ventanas. La luz solar penetra hasta el último rincón y compruebo que estamos sobre una gran cama.

Me pongo en pie y me subo el pantalón. Miro a mi alrededor y sonrío.

― Esta es una de las zalas de las que Haymitch nos habló. El cuarto de descanzo…

― ¿Un cuarto de descanso?

― Zi, zon zalas repartidas por la manzión, donde puedes estar tranquilo, a zalvo por unas horas. Puedes dormir, comer y beber. Ziempre están llenas de alimentos. También disponen de botiquín y de un terminal – le digo mientras me dirijo a una pantalla.

La enciendo y compruebo quien ha abandonado los Juegos. El chico del Distrito 4 ha quedado atrapado por unas arpías, en el invernadero. Aún puede salir con vida de ese nido, pero no para ganar los Juegos, lamentablemente. También ha caído la chica del Distrito 9, afectada por unas esporas híbridas que se están alimentando de ella.

― Hay tres puertas para salir de aquí. ¿Con qué nos encontraremos? – comenta Jackie, llevando la mano sobre un picaporte.

― ¡NO LA ABRAS! – le grito, dejándola tan quieta como una estatua. – En cuanto acciones el puño de la puerta, la seguridad de esta habitación se esfuma. Si hay algo ahí fuera esperando, entrará.

Jackie se aparta de la puerta, temblando. Le hago un gesto para que venga a mi lado. La siento en una confortable silla y le sirvo un vaso de zumo.

― Primero comeremos algo. Después seguiremos.

Yo también tengo ganas de encontrar a Calenda. No dejo de pensar a lo que se estará enfrentando ella. ¿Estará sola? ¿Habrá hecho alianza con otros Distritos? No hay manera de saberlo, por ahora.

Los Juegos del Hombre no han hecho más que empezar.

CONTINUARÁ…

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