Trabajo en una empresa familiar de un tamaño relativamente grande (300 empleados), cuyo nombre no voy a decir para evitar problemas. En esta compañía existe la tradición de celebrar una cena de empresa todos los veranos antes de irnos de vacaciones.

Pues bien, este año el gran jefe, que así llamamos al propietario, había decidido que, en lugar de en uno de los restaurantes habituales de la ciudad, la cena fuese en una finca junto a un pueblo algo aislado, a unos 35 kilómetros de la ciudad. Hubo un cierto disgusto entre los trabajadores, porque eso nos obligaba bien a no beber alcohol, o bien a no poder llevar nuestro propio coche. De todas formas había que reconocer que el lugar era precioso y la cena, en pleno verano y al aire libre bajo un porche, prometía ser excepcional.
Yo tuve suerte pues mi compañero decidió llevar su vehículo y me acoplé con él. Sin embargo, en la mitad de la noche le llamaron por un imprevisto y tuvo que dejarnos. Como había bastante gente no me preocupé demasiado. Alguien me llevaría. De hecho, unas de las jefas de recursos humanos vive bastante cerca de mi casa. Justo ese día ella había llegado tarde a la cena porque se había perdido en el trayecto a la finca. Así que, pese a mi rechazo natural a los empleados de recursos humanos, me ofrecí a acompañarla cuando decidiéramos volver bromeando con que “ahora no se perdería, pero si lo hacía, al menos sería conmigo”.
La verdad es que nunca había intercambiado más de unas pocas palabras con ella y, cuando lo había hecho, había sido para discutir sobre los horarios que hacía, o sobre algunos gastos de viaje que ella consideraba “no justificables”. Era lo que se llama una esbirra de la empresa. Incluso los compañeros más malintencionados decían, por supuesto sin prueba alguna, que era la querida del dueño de la empresa. Lo cierto es que, pese a que era joven y hacía poco tiempo desde que se incorporó a la empresa, era la mano derecha del director de recursos humanos. En las negociaciones, era la que tomaba el papel de “poli malo”, dejando a su sonriente director aparentar una posición más conciliadora. En resumen, una auténtica hija de puta.
En todo caso, vivía cerca de mí, y me resolvía muy bien el asunto de mi retorno. De hecho, suponía que se quedaría hasta el final, aunque sólo fuese por hacer la pelota al jefe y a su esposa, que a estos eventos solía venir. Resuelto el asunto de mi vuelta, ya me relajé y me puse a disfrutar de la noche veraniega que amenazaba tormenta. No sé cuántas copas me bebí. Creo que bailé con todas las comerciales e incluso flirteé con un par de ellas que eran casadas y jugaban a “desatarse” en estas cenas, aunque luego nunca pasaba nada. Todas bromeaban conmigo diciéndome que “no hacía falta que ligase con ellas, porque ya tenía plan para luego”. También decían con toda la maldad que tienen las mujeres en estos casos que Vanesa, que así se llamaba mi conductora “se había vestido así de provocativa para el jefe, pero ahora tendría que ser para mí”.

La verdad es que la chica iba deslumbrante es noche. No diré que era una modelo de las de revista y medidas perfectas porque no era así, pero sí era extremadamente estilosa y atractiva. Tendría unos 35 años, morena con el pelo liso y media melena. Además, era tal como me gustan a mí, ligerísimamente más gruesa que el estándar y con curvas definidas. Se había puesto una falda negra, estrecha y por encima de la rodilla, y una camiseta entallada sin mangas que dejaba ver la piel tostada de sus brazos, imaginar su cuerpo bien proporcionado y un par de “poderosas razones” que captaban la atención de aquellos con los que se cruzaba (incluido yo mismo jaja). Llevaba unos sencillos pero elegantes zapatos de tacón que mis compañeras llamaban “peeptoes”, y que la hacían algo más alta que la imagen que tenía de ella, además de darle un aspecto de mujer fatal.

Por supuesto no hice ni puto caso a las bromas de mis compañeras sobre el aspecto de mi conductora, o contestaba bromeando diciendo que si alguna de ellas quería apuntarse podríamos hacer un trío. Lo cierto es que sobre las 4-5 de la madrugada, ya quedábamos muy pocas personas y el jefe decidió que ya era hora de volver a casa. La noche estaba muy oscura y plomiza. A lo lejos se divisaban ya algunos relámpagos y truenos anunciando la tormenta que se avecinaba.
Entre que Vanesa quiso pasar al aseo a última hora y tardó un rato, y que su coche estaba aparcado el último del parking, cuando fuimos a ponernos en marcha no quedaba ya nadie. Hasta el punto de que habían apagado los focos del aparcamiento y las nubes hacían que la noche fuera tan cerrada que prácticamente no se veía nada. Pese a que la notaba algo seria, le ofrecí el brazo para que se agarrase a mí, porque el suelo de la zona de aparcamiento era irregular para sus bonitos zapatos de tacón. Ella lo rechazó con un gesto de desdén que me hizo sentir algo ridículo. Parecía que quería tener un acercamiento cariñoso hacia ella, cuando en realidad y a pesar del alcohol que llevaba en mi cuerpo, tenía muy claro que cualquier intentona rara era una cagada de la que luego me iría a arrepentir. En todo caso, estaba claro que ella prefería correr el riesgo de tener un traspié que aparentar cualquier gesto amable hacia mí.

Sólo quedaba un coche, un flamante VW Golf GTI negro que no recordaba que ella tuviese. Pensaba que tenía un Citroen C3 verde manzana, y no que tuviese un coche tan pijo. Pero hacia él nos dirigíamos y era el último coche que quedaba en el parking. Le pregunté “¿y este coche?”, “es de mi novio, el mío está en el taller”… lo cual me hizo pensar que quizá mis compañeras tenían razón, y que había venido a la fiesta a lucirse ante el gran jefe. Abrió el coche y me senté en el asiento del copiloto, sin esperar que ella entrase primero ni tener el gesto cortés de sujetarle la puerta. Nada más entrar pulsó el botón que deja todas las puertas cerradas con el seguro puesto. Ese gesto, habitual en muchas mujeres, tendría una gran trascendencia luego.
Al sentarse se le subió la falda hasta la mitad de sus muslos, que me parecieron sólidos, morenos y muy sexys. Instintivamente había mirado a sus piernas. Mirada que fue contestada con otro gesto de disgusto y un “¿qué miras?” que me bajó la pequeña excitación que se había creado en mí.
Puso el motor en marcha y, a partir de ese momento, todo comenzó a ir mal. Para empezar, comenzó a llover con grandes goterones de agua que hacían que se viera muy mal a más de 15 o 20 metros de distancia. Como consecuencia de ello, Vanesa iba muy concentrada en la carretera y en la primera rotonda ya tuve la sensación de que había elegido mal la salida. Se lo dije, pero contestó que no y yo, al verla tan segura, pensé que tendría razón. Así que más adelante le indiqué el desvío que pensaba había que tomar y esta vez sí me hizo caso. Sin embargo, a los 10 minutos ya empezábamos a dudar porque el estado del firme cada vez era más irregular y la carretera más estrecha. No teníamos la sensación de estar volviendo a la ciudad. La verdad es que sus comentarios empezaban a ser un poco bordes:

 

Joder, no era por aquí
Bueno, yo creo que nos hemos equivocado ya en la primera rotonda –contesté yo-
No, te has confundido cuando has dicho que nos desviemos

 

Pasé de seguir con la polémica, aunque ya me estaba empezando yo también a enfadar por sus gestos de disgusto. Pensaba ¿por qué me habré vuelto yo con ella?, si hubiese ido con algún otro compañero, ya estaría durmiendo en mi cama. La situación era tensa, pero no quería discutir no fuera a ser que al final hasta me echase de su coche. Ella despotricaba de todo, decía

 

¿joder, a quién llamo yo a estas horas? –decía ella como si yo no existiese, pero yo contestaba-
da igual, no vas a saber explicarles donde estamos –recalcando el “estamos”- seguro que tu novio es maduro y ordenado. Tendrá un mapita. Anda para y lo miramos.
No, y no hables de mi novio –estaba muy cabreada-

 

 

Lo que pasó a continuación es digno de película del género esperpéntico. De repente, pasamos un cartel indicativo en la carretera, pero lo pasamos por la espalda, no lo vemos. Era un cartel para los que venían en sentido contrario. Entonces Vanesa frena de golpe, pero ya no se ve el cartel. Yo le dije “da la vuelta anda, hazme caso ahora que es por ahí”. Pero ella, por sus cojones, tuvo que salir del coche y mirarlo por ella misma. La tía sale del coche bajo la lluvia y se va caminando rápido para verlo.

No teníamos ni paraguas. Me quedé unos segundos en el coche pensando que esta chica es imbécil, pero no sé lo que me movió y salí detrás de ella dando un portazo. El cartel no estaba tan lejos, pero llovía fuerte y a los 10 segundos de estar fuera del coche ya estábamos empapados. Marcaba la dirección que yo pensaba. Entonces dije “bueno, pues ya sabemos donde estamos, sólo tenemos que ser capaces de dar la vuelta”. Vale, es verdad, fui un poco irónico, pero ella ni se dignó a contestarme, y volvió caminando bastante enfadada al coche. Yo detrás observaba las curvas de su cuerpo bajo la ropa completamente empapada. Iba pensando que era una lástima que fuese tan borde, porque tenía un culo redondo y bonito. Como me gustan a mí.
Cuando fue a abrir la puerta del coche, se dio cuenta de que estaba cerrado… fue a la puerta de atrás y del otro lado y cerrado también. Joder, la situación era espeluznante: ¡Nos habíamos dejado el coche en marcha, con las llaves puestas, y cerrado! … encima diluviaba y estábamos empapados. Dentro del coche estaba el bolso de Vanesa y nuestros teléfonos móviles. Lo único bueno es que era una tormenta de verano y la temperatura era buena. Entonces Vanesa estalló, y a mí se me pasó de golpe la borrachera:

 

Pero ¿tú eres gilipollas? ¡has cerrado el coche! ¡¡este imbécil me ha cerrado el coche!! –decía como si estuviera hablando con alguien-
Déjame intentar abrirlo. De todas formas la culpa es tuya, no haber echado el seguro.

 

Intenté abrirlo, no me creía que de una forma tan tonta se pudiesen quedar las llaves dentro, pero ella se lo tomó aún peor, como haciendo ver que no pensaba que ella fuera capaz de abrir su propia puerta.

 

Lo único que se me ocurre es que rompamos un cristal… luego podéis decir en el seguro que os lo han intentado robar –dije yo conciliador mirando alrededor para buscar una piedra, pero ella seguía cada vez más cabreada…-
¿Tú estás loco? El coche ni lo toques.
Pues nada, como eres tan lista encontrarás la manera de entrar en él sin llaves.
¿Pero qué hago yo aquí con un estúpido borracho baboso? empapándome y perdida… menos mal que me han visto todos salir contigo imbécil que si no tendría hasta miedo de que me pasase algo…

 

 

Entonces me cabreé como hacía años que no me pasaba. No me dolió lo de estúpido, pero lo de borracho y ya lo de baboso me llegó al alma, por no hablar de la burrada que había dejado “entrever” sobre mí. Me subió la tensión en segundos y no me pude contener en mi comentario. La hablé claro. En voz alta. Con una firmeza y crueldad que me sorprendieron a mí mismo:

 

¡Eres una lista! Estás aquí porque el jefe ha venido con su mujer, que si no ahora mismo estarías chupándole la polla. Toda la empresa lo sabe… Eres su puta… Joder, si no hay más que verte como vas vestida… si has estado toda la noche mirándole como una perra en celo… hasta su mujer se ha tenido que dar cuenta… de todas formas, todo el mundo lo sabe. Toda la empresa me lo ha dicho hoy y se han descojonado de mí por acompañar a la putita del jefe! ¡y encima dice que la voy a hacer algo! Pero que lo sepas ¡ANTES MUERTO QUE TIRARME A LA QUERIDA DEL AMO!

 

Me había quedado a gusto con el comentario. Vale, lo reconozco, me pasé… yo no contaba con ello, pero ella se derrumbó. Se puso a llorar amargamente. Mi afirmación de que todos sabían que se tiraba al jefe le hizo verdaderamente daño. De hecho era falso. Ella se mantenía apoyada con su hombro sobre el lateral del coche la impedía caerse materialmente. Su dignidad y su fortaleza de hacía unos segundos se había desvanecido… transcurrieron unos minutos y yo empecé a sentirme fatal por lo que había dicho. Estaba arrepentido de haberlo hecho. No puedo ver a una mujer llorar. Y menos por mi culpa. Sus malos modos los tenía que haber tomado a broma. Seguro que le afectó tener que romper el flamante coche de su novio.
Me quité la chaqueta y se la puse sobre los hombros… le dije “perdona, lo siento, me he pasado”… ella sólo hipaba y se dejaba cuidar. Se notaba que le había herido… y lo único que podía hacer era disculparme “perdona, Vanesa, era mentira lo que he dicho… nadie piensa eso… de verdad, te lo prometo”, “sólo se comenta que estás elegante y guapísima”… Joder, estaba desconsolada. Con los brazos cruzados, encogida, apoyando su hombro contra el coche y yo, yo detrás de ella, acariciaba su pelo y le decía las frases más tiernas que me pasaban por la cabeza…
A su espalda y bajo la lluvia, la veía ahora tan frágil que estaba a punto de abrazarla desde detrás y besar su cabeza. Continuaba diciéndole las cosas más amables que se me ocurrían. No sabía porque habíamos llegado a esa absurda situación.

 

Venga, Vanesa… jo perdona anda, vamos a intentar salir de aquí. Me he sentido herido y te he hablado así. En realidad, siempre te he tomado por una persona muy eficiente…
Perdona también tú -dijo con un hilo de voz-

 

Pero seguía llorando, ya más calmada pero aún con hipidos. No pude contenerme más y la abracé. La abracé con mi mayor ternura, sólo tratando de transmitir cariño, nada sexual ni morboso. Dejamos pasar un minuto así, bajo la lluvia. Entonces pasó algo que sinceramente no esperaba: ella dio la vuelta a su cabeza y me plantó un beso en los labios… un beso tierno y lloroso que duró unos pocos segundos sobre mi boca. Sus labios sabían a sal, temblaban, y cuando se separó yo lo proseguí. Lo proseguí con más fuerza unos segundos más y me separé.
Pero ella lo continuó a su vez, con más fuerza… y yo con más… cada vez más fuerte, llegaba ya a ser salvaje. Un morreo húmedo y salvaje. Empezamos a mordernos los labios… ufffffff qué recuerdo. Estábamos enfrentados. Ella con la espalda contra la puerta del coche y yo contra ella, besándola y presionando su cabeza con mi mano en su nuca, contra mi propia boca. La lluvia resbalaba por nuestros rostros, por nuestros cuerpos. Nos dominaba una extraña fuerza. No podíamos parar.
Mis manos abiertas sobre el cuello de ella acariciaban todos sus detalles, mientras ella había puesto las suyas a los lados de mi abdomen, bajo mis costillas, y me atraía contra su cuerpo. A pesar del agua las notaba calientes. Poco a poco fui desplazando una de mis manos a su pecho, cubriéndolo, abarcándolo… presionándolo sobre la ropa empapada. Su duro pezón se clavaba en la palma de mi mano a través de la ropa, pugnando por romperla completamente rígido… la lluvia, y la excitación lo mantenían así, y yo lo acariciaba con mis dedos incrementando delicadamente mi presión.
Nada más oír el gemido que salió espontáneamente de su garganta supe cómo iba a acabar la noche. Iba a acabar en sexo puro. Sexo desnudo bajo la lluvia entre dos casi-desconocidos que acababan de tener un enfrentamiento absurdo. Era una mezcla extraña de sensaciones… estábamos perdidos en medio de la nada y bajo una tormenta torrencial, aunque ninguno de nosotros sentía ningún frío en ese momento.
Ella con decisión pero algo temblorosa introdujo sus manos en el cuello de mi camisa haciendo que se desprendiesen dos botones. Fue algo muy sensual, sus manos acariciando mi pecho después de haber roto los botones de mi camisa. Entonces dijo con timidez y casi en voz baja “Por favor, ¿puedes hacerme sexo oral?”. Con total educación, como quien pide “puedes acercarme ese papel”. Yo, con la misma educación, contesté “Claro que sí”. Joder, yo lo estaba deseando y el hecho de que me lo pidiera incrementó el nivel de ebullición de mi sangre, que hacía ya minutos se había concentrado en alguna parte concreta de mi cuerpo. Una parte que estaba muy muy pegada a ella.
Aún ahora me excito al recordarlo… allí apoyada en el coche, bajo la lluvia, completamente empapados con la ropa pegada a nuestros cuerpos, la noche cerrada… y aún me dijo casi infantilmente queriendo corresponder “luego puedo hacértelo yo a ti…”. Joder, intuí que su novio sentiría asco por el sexo oral, y ella se moría por hacerlo y por sentirlo. Ahora estaba seguro de que el chico del Golf GTI era un auténtico imbécil.

Me puse manos a la obra,… muy muy despacio continué con mis besos y caricias, pasando mis labios por su cuello, sobre su camiseta en su pecho… buscando con mis labios sus pezones que se marcaban como si no llevase nada de ropa y destacaban en todo su esplendor dando forma al tejido de lycra. Y continuaba bajando muy poco a poco…. para detenerme y volver a subir a morder suavemente su pezón sobre la ropa…. Notaba su ansiedad, la buscaba… no se atrevía a decir nada, pero sus brazos me presionaban hacia abajo. Yo seguía con mi lentitud, a pesar de que está loco por comprobar qué había debajo de su falda.

Ella apretaba mi cabeza contra su pecho… unos segundos, para luego sorprenderse a sí misma bajándosela. Notaba que disfrutaba con lo que yo hacía, pero pese a todo notaba que se moría porque yo siguiese bajando. No me bastaba con sentir su cuerpo a través de la ropa y le subí su camiseta dejando al aire su abdomen. Me detuve en su preciosa piel dorada, bordeando con mi lengua la cintura de su falda. Sentía que la tormenta provocaba decenas de truenos y relámpagos, pero nada nos distraía. Yo estaba totalmente concentrado en ella. Como un músico tocando un instrumento sin tener ninguna conciencia de que había mundo exterior, ni lluvia, sólo atendía al ritmo de su respiración y a sus gemidos cada vez más continuos.
Así me centraba en el ombligo…. pero una de mis manos estaba ya dentro de su falda, entre sus piernas, en la parte interior de sus muslos, pero aún sin llegar a su sexo. Voluntariamente no llegaba para incrementar su deseo. A pesar de que ella estaba loca por que lo tocase, yo me regodeaba acariciando su piel supersuave, y rozándolo alguna vez en mi movimiento sobre la tela de sus braguitas. Lo sentía muy caliente, a pesar de la lluvia… y mojado, pero esto no era por la lluvia. Sabía que era por mi culpa… mi curiosidad le había subido un poco la falda y la visión de sus braguitas negras sencillas me parecía lo más espectacular del mundo.
A la vez, el movimiento de mi otra mano en su vientre era seguido por el de mi boca, que seguía bajando… como queriendo pasar por dentro de la cintura de la falda. Noté como inconscientemente y ella metía tripa como si mi boca pudiera pasar a través de su falda. Y yo pasaba una vez más mi lengua sobre esa piel de seda.
Mientras, mi otra mano jugaba ya con su sexo. De forma suave, sintiendo las formas sobre la tela de lycra, está hinchado y se nota el surco de su cuerpo. Ella gemía y volvía a hacer el gesto de empujar mi cabeza hacia abajo. Se estaba impacientando pero a mí me divertía la situación. Le había apartado las braguitas y pasaba las yemas de mis dedos suavemente, desde arriba, sin llegar a penetrarlo, y hacia abajo. Era una auténtica fuente. Me detenía en su clítoris, hinchado, y volvía a empezar. Ella estaba nerviosísima e involuntariamente movía sus caderas, pero yo marcaba el ritmo a mi manera.
Ella sola se subió la falda hasta la cintura en un gesto que supongo es habitual en las mujeres, pero a mí me pareció encantador. Y puse mis labios sobre su sexo, jugando. Su coño era una preciosidad, completamente depilado y abierto como una flor. Su mente de Venus era una suave curvatura, un pequeño promontorio curvo, con un precioso lunar que le daba una curiosa personalidad. Me había apartado unos centímetros para contemplarlo. Jamás en mi vida habría imaginado estar en esta situación ante el coño de esta mujer, de una de las jefas de recursos humanos… joder, la vida a veces nos proporciona un golpe de suerte y me había tocado a mí.
Pero ella ya no aguantaba más con su actitud sumisa y con cierta decisión apretó mi cabeza contra su centro… contra su sexo, y yo ya no me opuse. Por un momento pensé en obligarla a tener que decir con palabras lo que quería. Me parecía muy excitante en ese momento escuchar esas palabras soeces emitidas por una mujer altiva, que normalmente caminaba sobre cristales sin inmutarse. Pero no lo hice, introduje 2 dedos dentro de ella, explorándola, estaba mojadísima. A la vez puse mi lengua plana sobre su clítoris, presionándolo. Para que notase el calor de mi boca. Y ya, sin más dilación decidí que experimentase la mejor comida de coño de su vida pasada y probablemente futura.
 

Me centré en tener tu sexo en mis labios y comencé a pasar mi lengua longitudinalmente entre los labios de su sexo. Desde su comienzo y hasta el final.

Con mi máxima dedicación me detenía en algunos lugares, para luego volver a empezar el recorrido. Una vez y otra vez. Desde su agujerito apretado, hasta la piel suave suave de su monte de Venus. Y vuelta a empezar con más rapidez. Y vuelta a empezar con más presión. Y vuelta a empezar deteniéndome en la parte superior, haciendo círculos con mi lengua. O abriendo sus labios con mis dedos para que mi lengua profundice más y más.
Por la intensidad de sus gemidos sabía que lo estaba haciendo bien. Muy muy bien. Me posé con dedicación sobre su clítoris y comencé a mover mi lengua lateralmente… sin que se separase ni un segundo de su cuerpo. Mis manos acariciaban sus muslos, su piel suave, la carne tensa de sus glúteos. Mientras, sus manos me apretaban cada vez más contra ella y yo continuaba con mis circulitos sobre la parte más sensible de su sexo. Persistiendo un más en ello mientras comenzaba a sentir como esa parte de su cuerpo tomaba vida propia y comenzaba a contraerse compulsivamente. Me mantuve unos segundos más escuchando sus gritos “Sïiiiiiiiiiiiiii”, y aguantando la fuerza de sus manos apartándome de allí y sus piernas que buscaban cerrarse, hasta que me separé observando como encogía su cuerpo en torno a su sexo, cerrando sus piernas y poniendo sus manos entre ellas.
El espectáculo era grandioso. Estaba totalmente entregada a su placer. Yo mismo era capaz de ver y notar sus contracciones como. Sentía descargas eléctricas desde su coño hasta su abdomen y de allí a todo su cuerpo. Me mantuve de rodillas frente a ella. No hice nada más. Sólo dejar pasar unos minutos observándola… hasta que llegó a un momento en el que dijo “gracias”, y repitió varias veces aún con los ojos cerrados “gracias” “gracias” “gracias”. Y yo me sentía genial. Extraordinariamente bien. Siempre me ha fascinado tener la capacidad de provocar eso en una mujer, pero en este caso aún más. Era una chica tan pija y tan altiva, pero a la vez había descubierto una fase tan tierna y sensual, que aún estaba alucinado de tenerla junto a mí, así.
Me puse en pie a su lado, muy muy juntito, y la dejé respirar unos momentos más bajo la lluvia antes de susurrar en su oído:

 

Pero aún no he terminado contigo…
¿ah no?, si ahora me toca a mí…
No, hoy me toca a mí ser jefe –dije aludiendo a su cargo en la empresa superior al mío-
Ummmmm pues estoy deseando oír sus órdenes –susurró alegremente-

 

Entonces la di la vuelta de pie y la presioné contra el coche, al que se sujetó con sus manos a la altura del pecho. Fue un gesto muy sencillo, pero me puso a cien que se sujetase al coche mientras yo quedaba a su espalda. Aparté cuidadosamente a un lado su melena empapada y posé mis labios sobre su cuello… y pasé mis manos hacia sus pechos por debajo de la ropa y del sujetador que ya había soltado…. ummmmmm. No sabía si sería el frío o la lluvia pero sí notaba que según lo que hiciese con mis labios y mi lengua junto a su oído le producía escalofríos. Por supuesto sus pezones estaban completamente erguidos y rígidos. Entre mis besos combinaba algunos susurros, algunos más soeces y otros más cariñosos… “si supieses la de veces que he soñado con tenerte así…”.
Era un sueño, Vanesa gimiendo delante de mi cara, con mis manos en sus preciosas tetas, su falda subida… y los peeptoes de tacón. Lentamente la fui bajando las braguitas negras, deslizándolas por sus piernas sin dejarle moverse de esa postura. Levantó disciplinadamente los pies para que saliesen por sus zapatos y yo las guardé. Confieso que aún las guardo como un tesoro.
Me levanté y me pegué a ella, besando su nuca… estaba completamente excitado, llevaba mucho tiempo así, pero la pequeña relajación que tuve mientras le dejaba descansar de su orgasmo ya había pasado y acomodé mi pene en vertical sobre el valle de su precioso culazo. Notaba que la provocaba y se movía ligeramente para rozarlo más y excitarme a mí. Yo, por mi parte, seguía susurrando en su oído, notando cómo la estremecía “no he terminado contigo”… o “ahora voy a darte lo que tengo aquí para ti”… o “mira como me has puesto… lo tienes que solucionar”… y mordía levemente su piel, para seguir susurrando “ahora vas a ser buena y te vas a poner cómo yo diga”… “no te vas a mover… has entendido?”
 

Con mis manos cogí sus caderas y las separaré un poco del coche, sujetando sus manos sobre la parte de arriba de la puerta del coche que seguía en marcha y cerrado. Con mis pies separé sus piernas con el típico gesto que haría un policía con un detenido… jajajaja estaba haciendo un poco la representación de que estaba en mis manos. Así que me aparté medio metro con la intención de contemplar una vez más la escena y dejarla fotografiada en mi mente para toda mi vida. Vanesa se quiso mover, pero yo sujeté sus caderas diciendo “ssssshhhhh no te muevas, estás preciosa”, y reconociendo lo que hacía “quiero retener esta imagen mucho tiempo en mi mente”.

Su sexo estaba entreabierto, hinchado… la chica orgullosa era ahora cariñosa y colaboradora. Por una parte ansiosa por hacerme disfrutar también a mí, pero mirándome como dudando si dejarse hacer… pero la realidad es que estaba loca por que la follase y yo tampoco tardé mucho. Me acerqué y acomodé mi polla sobre los labios de su sexo depilado… sujeté sus caderas y la fui penetrando poco a poco hasta el final. En ese momento el que no pudo evitar un fuerte gemido fui yo. Bestial. Bajo la lluvia. Gozaba recreándome en follarme a la mujer más atractiva que había pasado cerca de mí en mucho tiempo. Ella, por su parte, miraba nuestro reflejo en el cristal del coche. Como si fuera un espejo, me miraba detrás de ella y se ponía aún más caliente. Entonces bajaba la cabeza cerrando los ojos y moviendo presionando su culo contra mí para estar más penetrada. Yo le decía “Mira… mira lo que te estoy haciendo…”. Uffffff qué recuerdo… aún me excito pensándolo.
Poco a poco fui moviéndome con más y más vigor. Con la ansiedad que me producía pensar que posiblemente nunca más la iría a tener así, pero con toda mi fuerza para hacerla que me recordase toda la vida como uno de sus mejores polvos. Joder sentía el calor de su coño en mi miembro durísimo, y la daba como si me fuera la vida en ello. Estaba súper mojada por dentro y por fuera y gemía desatada. Yo también estaba desatado y mis comentarios eran más soeces y repetitivos “te voy a reventar el coño…” o “¿esto es lo que querías no?” a los que ella sólo contestaba “Sí” entre gemidos. Sus tetas se movían con mis sacudidas y una de mis manos estaba sobre ellas, sintiendo cómo temblaban y dejando que sus durísimos pezones rozasen contra mi palma en sus movimientos. Era brutal. No sé el tiempo que estuvimos así, pero lo que sé es que empezó a contraerse, a cerrar su sexo sobre mi polla en contracciones… se estaba corriendo como una auténtica zorra. Gritaba. Y yo también gritaba “¡toma!” o “¡así!” descargando mi semen dentro de su cuerpo sin preocuparme de nada en ese momento. Era el mejor orgasmo que había tenido en mucho tiempo.
Fue genial, nos quedamos muchos minutos abrazados bajo la lluvia sin intercambiar palabras. Sólo al principio, cuando le di las gracias con todo el cariño que entonces fluía de mi ser, tal y como ella había hecho conmigo anteriormente… Empezaba a despuntar el día, ya no llovía y comenzaba un amanecer precioso que contemplábamos sin darnos cuenta de que estábamos casi tiritando de frío. Finalmente tuvimos que romper un cristal del coche, y volvimos escuchando música y sin hablar. Sin perdernos. Me dejó en el portal de mi casa con un beso en los labios y subí las escaleras con la mejor sensación de triunfo de mi vida, sabiendo que nunca olvidaría a Vanesa aunque nuestra relación fuera a ser tan efímera. ¿o no fue así?
Muchas gracias por los comentarios… acepto ideas para seguir la historia 🙂
Carlos López. diablocasional@hotmail.com
 

2 comentarios en “Relato erótico: Cena de empresa (POR CARLOS LÓPEZ)”

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