CASANOVA: (5ª parte)
LA HISTORIA DE DICKIE:
Desperté tarde por la mañana y, a pesar de la intensa noche anterior, me levanté bastante descansado, así que me vestí con presteza, para comprobar si mi familia había regresado de casa de los Benítez. Resultó que no era así, de hecho Nicolás y Juan estaban limpiando uno de los carros que había en el establo (el de la escuela de equitación) para poder ir en su busca, pues los caminos estaban demasiado embarrados para el automóvil.
Tenía un hambre feroz, así que fui a la cocina donde Mar me sirvió un buen desayuno. Allí me encontré con María, que junto con Luisa estaban haciendo una lista de alimentos para comprar en el pueblo. Las empleadas habían regresado todas por la mañana temprano, tras haber disfrutado de la tarde anterior libre y ahora se afanaban en poner de nuevo la casa en marcha, antes de que regresara mi familia.
A la que no vi por ningún lado fue a Dickie, así que, tras desayunar, me dirigí a su dormitorio. Llamé un par de veces a la puerta, pero nadie contestó, por lo que, tras pensarlo unos segundos, abrí la puerta muy despacio, asomándome al interior.
 
La habitación estaba en penumbras, aunque con la luz que entraba por la puerta pude distinguir la figura de mi institutriz acostada en su cama, que era un auténtico revoltijo de sábanas. Además, pude percibir sin problemas el fuerte olor que desprendía el cuarto, a sudor, a sexo, ya que había estado toda la noche cerrado.
Tras comprobar que nadie me veía, entré, cerrando la puerta tras de mí. Fui hacia la ventana, descorrí las cortinas y la abrí. Para que corriera más el aire, abrí también la puerta que daba a la habitación anexa, la que hacía las veces de aula y también la ventana que allí había. Tras ventilarlo todo, fui a despertar a Helen.
Me senté en el colchón, junto a ella, que continuaba dormida boca abajo, con el rostro hundido en la almohada y tapado por su rubio cabello. Estaba muy excitante, con las sábanas enrolladas de forma que se entreveían partes de su piel. Seguía completamente desnuda, de hecho su camisón estaba en el suelo, a mis pies, hecho un guiñapo. Lo cogí y comprobé que estaba sucio y apelmazado, debido a todo el semen que le cayó encima la noche anterior.
Sonriendo, aparté con delicadeza el cabello de su rostro y susurré su nombre al oído.

 

Helen.

 

No hubo respuesta.

 

Helen – repetí zarandeándola levemente por un hombro.
¿Uuummm? – musitó ella.
Despierta, preciosa.

 

Ella levantó la cabeza y abrió sus ojazos azules con expresión soñolienta. Al verme allí, sonrió y se sentó en la cama, desperezándose como una gatita satisfecha. Al hacerlo, las sábanas se deslizaron hasta su regazo, dejando al descubierto sus grandes senos.

 

Buenos días, Oscar – me dijo sonriente.
Buenos días, profesora. – respondí, lo que le arrancó una gran sonrisa.
Sí, menuda profesora he resultado ser. Si se enteran probablemente me queman por bruja.
Me has enseñado muchas cosas.
Y tú a mí – dijo acariciándome el rostro.

 

Entonces, tomó súbitamente conciencia de la situación, y la alarma apareció en sus ojos.

 

¡Dios mío! ¿Qué hora es? – exclamó.
Deben ser las once más o menos.
¡Madre santísima! ¿Han vuelto ya tus padres?
Tranquila, aún tardarán en volver, de hecho, Nicolás todavía no ha ido a por ellos.
¡Uf! Menos mal – dijo algo más tranquila – No sé que podría contarles para explicar esto.

 

Helen se reclinó hacia atrás, apoyando la espalda en la cabecera de la cama.

 

¿Cómo estás? – pregunté.
En mi vida he estado más cansada – respondió sonriente – ¿y tú?
¿Yo? En plena forma – dije llevando una de mis manos sobre sus senos y comenzando a acariciarlos.

 

Lo cierto era que el simple hecho de estar charlando allí con ella, y que se comportara conmigo de forma tan desinhibida, mostrándose desnuda ante mí sin vergüenza alguna, había comenzado a excitarme.

 

¡Ah, no! ¡Eso sí que no! – exclamó Dickie apartando mi mano – Estoy completamente escocida, me duele todo, así que ni en sueños amiguito…
Vamos Helen – dije en tono zalamero – Mi familia aún tardará un buen rato…
De eso nada.
Por favor… Mira cómo estoy – dije señalando mi incipiente erección.

 

Helen se levantó de la cama, quedando totalmente desnuda ante mí.

 

Estás loco, ¿no fue suficiente lo da anoche? Te lo digo en serio, ahora no estoy en condiciones de hacer nada, sólo me apetece darme un buen baño y descansar.

 

El verla allí, regañándome con aire de profesora y en pelota picada contribuyó notablemente a aumentar mi excitación.

 

Por favoooor… – insistía yo – ¿Qué te cuesta?

 

Entonces Helen se puso seria. Se sentó junto a mí y me cogió con firmeza por los hombros, haciendo que nuestras miradas se encontraran.

 

Mira, Oscar, escúchame bien. Lo de anoche fue maravilloso, de verdad, fue absolutamente increíble. Sin duda fue una de las mejores sesiones de sexo que he tenido en mi vida, y tranquilo, sin duda se repetirá.
Estupendo – dije yo.
Eres un amante genial, pero aún te queda mucho por aprender sobre las mujeres, un no es un no y nada más. Te le estoy diciendo en serio, ahora mismo no me apetece en absoluto, y para el sexo, deben desearlo ambas partes ¿comprendes?
Sí – asentí de mala gana.
Pues eso, no es que no me apetezca, Oscar, es que es físicamente imposible, me duele todo, porque lo de anoche fue muy intenso y no podría disfrutar, ¿es eso lo que quieres? ¿aliviarte sin tenerme en cuenta?
Vale, vale, tienes razón.
Además – dijo riendo – Si tanto lo necesitas puedes acudir a cualquiera de esas otras mujeres que mencionaste anoche ¿no?
Pues quizás lo haga – respondí.

 

Helen volvió a ponerse en pié.

 

Será mejor que suspendamos la clase de hoy, a tus padres podemos decirles que la hemos dado, no creo que nadie les diga nada – dijo Helen.
No hay problema, y si preguntan les decimos que no te encontrabas bien.
¡La verdad es que no mentiríamos!
Pues mejor.
Oye, Oscar.
¿Sí?

 

Helen se colocó de espaldas a mí, y girando el torso intentó mirarse el culo.

 

¿Tengo el trasero muy marcado? Anoche me diste unos azotes que…

 

Mis ojos, se fueron hacia sus nalgas, y sí, tenía una zona claramente enrojecida ¡Oh Dios!

 

Perdona Helen – la interrumpí – Será mejor que no te ayude con esto, no sé si podría resistirme.
Ja, ja – rió ella.

 

Yo me levanté de la cama y fui hacia la puerta.

 

Oscar.
¿Sí?
Mira – dijo Helen haciendo un gesto hacia el cuarto – Yo me encargaré de este desastre, las sábanas y demás, ¿podrías decirle a Luisa que me caliente agua para el baño? Para dentro de una hora más o menos.
Claro.
Gracias.

 

Me acerqué a ella y le di un tierno beso en los labios.

 

De nada.

 

Y salí. Corrí a la cocina a darle el recado a Luisa y después, como no tenía nada que hacer, decidí subir un rato a mi cuarto, a buscar mi cometa para ver si le cambiaba el cordel.
Así lo hice, y al entrar, me encontré con Tomasa que estaba haciendo mi cama. La contemplé unos instantes desde la puerta mientras se afanaba en arreglar mi dormitorio. Era una chica de pueblo, bastante joven, de unos 20. Tenía el pelo castaño, recogido en una cola de caballo, ojos marrones y un rostro bastante atractivo, con una eterna expresión de despiste. De cuerpo estaba bastante bien, con un par de tetas bastante respetable. La chica era un poco “lentita”, por eso bastante gente la llamaba tonta, aunque yo nunca lo hice. Lo cierto es que era muy inocentona y no demasiado inteligente, por lo que no era muy buena en su trabajo, sin embargo, mi abuelo estaba muy satisfecho con ella, así que no quería ni oír hablar de despedirla.
Con el calentón que llevaba encima, me decidí a atacar, así que me acerqué despacito a ella por detrás. Tomasa notó mi presencia y se volvió hacia mí. Al darse cuenta de que era yo, esbozó una sonrisa.

 

Buenos días señorito – dijo.
¡No te muevas Tomasa! – exclamé sobresaltándola.
Dios mío, señorito, qué susto me ha dado – dijo sorprendida.
¡He dicho que no te muevas!
¿Qué es lo que pasa? – preguntó con tono preocupado.
Tienes un bicho enorme en el vestido – mentí.

 

La expresión de su rostro cambió fulminantemente, pasó de una dulce sonrisa al más absoluto terror, casi me arrepentí por la mentira. La chica empezó a dar saltitos, mientras se sacudía el vestido para que el bicho cayera al suelo. Como quiera que ningún bicho caía, empezó a pedirme ayuda.

 

¡Quítemelo! ¡Quítemelo!
Tranquila – dije sosegado – No te muevas que ya lo cojo.

 

Mis palabras hicieron que se quedara muy quieta. Yo la rodeé y me acerqué a su retaguardia. Como ella había quedado de espaldas a la cama, yo me senté justo en el borde, de forma que su culo quedaba justo frente a mi rostro. Un culo magnífico por cierto.
Puse mis manos en sus caderas, e hice que se moviera hacia delante un poco, empujándola, como revisando la parte trasera de su vestido. Enseguida llevé una de mis manos a su trasero, recorriéndolo en toda su extensión, palpándolo con placer, mientras seguía fingiendo buscar al insecto.

 

No lo veo Tomasa – dije sin parar de magrearla.
¿No? – gimió ella.
No, ¿seguro que no ha caído al suelo?
Creo que no – dijo dubitativa.
No sé… Quizás se ha metido bajo el vestido.

 

Esta posibilidad hizo que Tomasa pegara un bote, pero yo la sujeté por las caderas, impidiendo que se separara.

 

Shiisst, quieta – siseé.
Pero y si…
Tranquila. Yo lo encontraré. No te muevas.

 

Ella no contestó, se limitó a asentir vigorosamente con la cabeza, así que, con su consentimiento, agarré el borde de su vestido y fui subiéndolo lentamente. Ante mí fueron apareciendo sus estupendas piernas, de muslos carnosos, prietos. Llevé la falda hasta su cintura y allí la recogí.

 

Sujétate el vestido – le dije – Y échate un poco hacia delante que no veo.

 

Ella obedeció con nerviosismo. Se sujetó el vestido enrollado a la cintura y dobló la cintura un poco hacia delante, de forma que su trasero se ofrecía a mí, tentador. Yo no podía creerme que hubiera sido tan fácil lograr que se subiera la falda pero, ¡mejor para mí!
Unas bragas bastante grandes cubrían su trasero, que yo empecé a palpar con presteza. Era bastante firme y duro, la chavala tenía un culo estupendo desde luego. Como quiera que ella no se quejaba, poco a poco fui haciendo mis caricias más atrevidas. Pasé de deslizar la palma sobre sus nalgas a agarrarlas decididamente. Estuve así unos segundos, poniéndome cada vez más caliente, cuando ella preguntó.

 

¿Lo ves?
No aún no – contesté – Quizás se ha metido en las bragas. ¿Te las bajo?

 

Por fin, un poco de cordura penetró en su mente, pero no demasiada.

 

No, eso, no – respondió para mi descontento.
Bueno, pues sólo te las apartaré un poco.

 

Sin darle tiempo a contestar, estiré las bragas hacia arriba, de forma que se introdujeron en la raja de su culo y ante mí aparecieron sus magníficas nalgas totalmente desnudas.
Estiré tan fuerte, que las bragas no sólo se metieron entre sus nalgas, sino que también se clavaron entre sus labios vaginales.

 

Aahhh – gimió ella.
Shiisssh, tranquila que debe de andar por aquí.
Sí, sí – susurró.

 

Se notaba que estaba acostumbrada a este tipo de asaltos por parte de mi abuelo, pues se había dejado arrastrar a esta situación con una facilidad pasmosa. Yo agaché la cabeza para echar un vistazo entre sus muslos desde atrás. Podía contemplar los labios de su chocho asomando por los lados de las bragas, que se perdían en su interior.

 

No veo bien, espera… – le dije.

 

Lo que hice fue introducir una mano entre sus muslos y posarla directamente sobre su coño. Ella dio un ligero respingo, pero no dijo nada, así que comencé a pasar suavemente la palma de mi mano por su entrepierna. Enseguida noté cómo ella separaba levemente las piernas, así que, sin dudar, metí un dedo en su hendidura y comencé a moverlo de adelante a atrás, encontrándome con sus bragas allí hundidas.
La humedad en esa zona era considerable, Tomasa se estaba poniendo cachonda. Tenues murmullos y gemidos escapaban de su garganta, desde luego se había olvidado por completo del insecto. Mi polla amenazaba con reventar en su encierro, pero cuando me disponía a liberarla y usarla como instrumento para buscar el bicho, oímos pasos en el pasillo.
 
Tomasa reaccionó como un rayo, se separó de mí y se bajó la falda del vestido, mientras se lo acomodaba correctamente. Yo me quedé sentado en el colchón, algo enfadado, con la mano derecha empapada por los flujos de la hembra.
Sin duda que paramos justo a tiempo, pues en ese instante María entró en el cuarto.

 

¿Cómo? ¿Todavía no has acabado de hacer la cama? – exclamó enfadada.
Es que… – dijo Tomasa, balbuceante.
Será posible, desde luego no sé cómo no te despiden, si de mí dependiera…

 

Tomasa parecía apesadumbrada. Tenía el rostro muy rojo, no sé si por la bronca o por los sucesos de antes. Sea como fuere, la culpa de aquello era mía, así que me decidí a intervenir.

 

Perdona, María, pero ha sido por mi culpa – la interrumpí.
¿Cómo? – dijo ella.
Verás, he venido a por unas cosas y me he puesto a charlar con Tomasa, nos hemos entretenido y por eso no ha acabado.
Eso no es excusa – dijo María – Podía hablar mientras hacía la cama ¿no?
Bueno – improvisé – Es que yo quería el cordel para la cometa, y lo tengo escondido debajo del colchón, así que ha tenido que deshacer la cama de nuevo. Ella no quería, pero la he convencido.
¿Para qué lo metes ahí?
Porque… – no sabía qué decir – ¡Ah, porque lo robo del establo!
¿Cómo? – dijo sorprendida.
Verás, en la escuela usan un tipo de cuerda de bramante para los obstáculos y viene muy bien para la cometa, pues es muy resistente. Entonces, para que no se enteren de que lo cojo, lo escondo ahí.

 

La historia no se sostenía por ningún lado, lo del cordel era verdad, pero lo cierto es que Juan me lo daba, pero no se me ocurrió otra cosa. María desde luego no me creyó en absoluto, pero ¿qué podía hacer? ¿Acusar al hijo de sus jefes de mentiroso?

 

Bueno, Tomasa, vamos a hacer la cama entre las dos, a ver si acabamos de una vez. Después tenemos que ir a fregar los suelos del piso de abajo, así que será mejor que aligeremos.

 

¡Mierda! Como María no se iba se me fastidió el plan. Me levanté de la cama descuidadamente, sin acordarme de la empalmada que llevaba.

 

Bueno, hasta luego – dije – Ya no os molesto más.
Hasta luego – dijo María.

 

Entonces me miró y pude ver perfectamente cómo sus ojos se clavaban en mi paquete. ¡Mierda! Se quedó allí, con los ojos fijos en mi entrepierna durante unos segundos. Yo me puse muy colorado, pero afortunadamente no dijo nada. Me di la vuelta rápidamente para ir hacia la puerta y al hacerlo vi cómo Tomasa sonreía divertida. Me guiñó un ojo con picardía y se puso a ayudar a María. Yo salí de allí con un calentón de narices, pensando tan sólo en las bragas de Tomasa, que seguían bien hundidas en su raja.
La cabeza me daba vueltas, necesitaba aliviarme enseguida. Como un zombi, bajé las escaleras apoyándome en el pasamanos y me dirigí nuevamente a la cocina y ¡premio! Allí estaba Vito, a solas, buscando algo en un armario. Sigilosamente me acerqué por detrás, y cuando estaba casi pegado a ella, rodeé su cintura con mis brazos y apreté fuertemente mi paquete contra su desprevenido trasero.

 

Buenos días Vito – dije con alegría.
¡La madre que te parió! – exclamó ella – ¡Qué susto me has dado!

 

A mí me daba igual lo que me dijera, estaba sólo concentrado en estrujar bien mi erección contra su culo.

 

¡Joder, niño! ¡Cómo vas tan de mañana! – dijo ella.
Sí ¿verdad? Vito, ¿por qué no haces algo para remediarlo? – contesté sin soltarla.

 

Ella se soltó, separando mis brazos con sus manos.

 

¿Pero estás tonto o qué? Ahora tengo que trabajar.
Por favorrr… – gemí.
De eso nada, monada. Te apañas tú solito.
Venga Vito, me dijiste que otro día lo repetiríamos – insistí.
Sí, lo dije, pero no dije que haría que me despidieran para hacerlo.
Vitoooo… – suplicaba yo.
¡Anda niño, vete por ahí y te haces una paja! ¡A ver si te crees que soy tu esclava! – exclamó ella enfadada.

 

Enfurruñado, desistí en mi empeño. Estaba visto que así no iba a lograr nada.

 

¿Qué tienes que hacer? Si te ayudo terminarás antes.
Mil cosas, pero si quieres ayudar, puedes empezar por limpiar las lentejas que hay en la mesa y pelar todas esas habichuelas – dijo riendo.

 

Miré a la mesa y vi un barreño lleno de habichuelas y un saco de lentejas.

 

¿Todo eso? – pregunté.
Pues claro, en esta casa somos muchos para comer ¿qué te creías? Anda, lárgate por ahí.
Bueno… Vale… – dije vencido.

 

Me dirigía hacia la puerta cuando Vito me dijo riendo:

 

Je, je, ¿a que jode quedarse a medias? Mira, ¡ya has aprendido otra cosa nueva!

 

¡La muy puta! ¡Encima se reía! ¡Eso sí que no! Decidí en ese instante darle una pequeña lección. Aprovechando que Vito se volvió para continuar con sus tareas, yo, sin hacer ruido, me acerqué a la mesa de la cocina, donde estaban las lentejas. Era una mesa enorme, que ocupaba todo el centro de la habitación y que como se usaba tanto para comer como para cocinar. Tenía encima un gran mantel que la cubría por completo, llegando sus faldones hasta el suelo. Sigilosamente, levanté el mantel y me metí bajo la mesa, sentándome en el piso. Ahora sólo tenía que esperar a que Vito se sentara en una silla para liarse con las lentejas.
Esperé sin hacer ni un ruido durante unos minutos. Podía oír a Vito tarareando una canción y trasteando por la cocina. Poco después noté que Mar entraba en la cocina también y se ponía a hablar con Vito. Hablaban en voz baja, así que no las escuchaba, pero me daba igual. Yo era el león esperando a su presa.
Por fin, Vito retiró una de las sillas y se sentó a la mesa. Sus piernas aparecieron por debajo del mantel y enseguida escuché el sonido de las lentejas al ser desparramadas sobre la mesa, para poder ir limpiándolas de piedras.
Aguardé un par de minutos más, para que el ataque fuera todavía más a traición. La verdad es que me costó bastante hacerlo, porque mi excitación era extrema. Me arrodillé bajo la mesa, con cuidado de no dar con la cabeza arriba y me acerqué muy despacito hacia ella. La falda le llegaba hasta las rodillas, aunque yo apenas veía nada, ya que la luz sólo entraba allí por el sitio en que ella levantaba el mantel, pues éste llegaba hasta el suelo por todos lados.
Estaba justo frente a ella, me disponía a atacar, cuando escuché la voz de María en la cocina, diciendo algo sobre la comida e, indiscutiblemente, fue la voz de Luisa la que contestó. ¡Mierda! ¡Estaban todas allí!

 

Entonces, para las dos más o menos ¿no? – dijo María.
Sí, seguro – contestó Luisa – Yo me encargo de esto y que ella limpie las lentejas.
Vale, pues voy a ver qué está haciendo Tomasa, que en cuanto la dejas sola…
Sí, váyase tranquila, que aquí nos apañamos.

 

Escuché unos pasos que se alejaban. Con cuidado, me separé de Vito y me incliné hasta quedar pegado a suelo. Levanté un poco el mantel y eché un vistazo. Pude ver a Luisa, afanándose delante de los fogones, picando algo dentro de una cacerola. Por lo visto no se iba a ir. Me quedé pensativo unos segundos y me di cuenta de que su presencia podía venirme incluso bien, pues sin duda Vito no querría montar un escándalo con Luisa presente y se dejaría hacer.
Con extremo sigilo volví a situarme frente a ella, respiré hondo y ataqué. Posé mis manos sobre sus rodillas y ella dio un bote en su asiento.

 

Shissss – susurré desde debajo del mantel – No hagas ruido, no querrás que Luisa se entere ¿verdad?

 

Podía notar cómo los músculos de la chica estaban en tensión, las piernas bien cerradas. Sin embargo no dijo nada. Yo sonreí en la oscuridad. Ya era mía.

 

¿Te pasa algo? – la voz de Luisa me sobresaltó ligeramente.

 

Vito no contestó, pero desde mi posición noté cómo agitaba la cabeza vigorosamente.

 

Bueno, pues sigue con eso – dijo Luisa.

 

Bueno, bueno, la chica no abría las piernas, pero me dejaba hacer. La situación no podía ser más morbosa. Intenté separar sus rodillas con las manos, pero ella no me dejaba, apretándolas con fuerza. Eso no me importó en absoluto, así que lo que hice fue levantar el borde de su falda y meter las manos por debajo. Me apropié con presteza de sus muslos, que comencé a amasar con pasión con mis manos enterradas bajo su vestido. El masaje fue haciendo efecto poco a poco, pues noté cómo la tensión de sus muslos se relajaba, así que, lentamente, fui logrando separar sus piernas por completo.
Una vez que sus cachas estuvieron bien abiertas, llevé mis manos hacia arriba, hasta su entrepierna. Con delicadeza, fui palpando su coño por encima de las bragas, lo que la hizo proferir un tenue gemido que, afortunadamente, sólo oí yo. Noté que su gruta estaba literalmente inundada, aquella zorra se mojaba con rapidez, así que no esperé más.
Llevé mis manos hasta el borde de sus bragas y traté de bajárselas, pero no pude, pues ella estaba sentada. Iba a susurrarle que levantara el trasero, pero no hizo falta, pues ella lo hizo sin necesidad de instrucciones. Con un hábil gesto, le bajé las bragas de un tirón, hasta los tobillos. Ella se sentó nuevamente, pero esta vez lo hizo al borde de la silla, echando la espalda hacia atrás, para así ofrecerme mejor su coño.
Yo así uno de sus tobillos y lo alcé ligeramente, para poder quitarle por completo las bragas, repitiendo después el proceso con el otro. No sé por qué, pero la verdad es que me excitaba mucho la idea de que fuera por ahí sin ropa interior.
Una vez hecho esto, me apliqué de nuevo a mi tarea. Recogí con las manos el vestido hasta su cintura, pero en cuanto lo solté, volvió a desenrollarse, así que, ni corto ni perezoso, metí la cabeza directamente bajo su falda. En cuanto lo hice, un poderoso olor a hembra mojada penetró en mis fosas nasales. Lo he dicho ya antes, pero eso es el mejor afrodisíaco del mundo. Estaba cachondo perdido.
Sin demorarme más, abrí bien su coño con mis dedos y posé mis labios en su vulva, comenzando a acariciarla con la lengua velozmente. Mi boca recorría su raja vorazmente, con pasión, no me detenía ni un segundo en un punto, sino que la movía por todos lados, enfebrecido. Quería comerme aquel coño por completo, enterito, todo para mí. La idea inicial de dejarla a medias se había borrado por completo de mi mente, sólo quería que se corriera, que disfrutara y sin duda lo estaba consiguiendo.
No sé cómo lo lograba, pero lo cierto es que la chica conseguía que sus gemidos sonaran apagados, por lo que Luisa no se enteraba de nada, o quizás sí, no lo sé, pero el solo hecho de saber que podían pillarnos, hacía más excitante la situación.
Mientras mantenía los labios de su chocho bien separados con una de mis manos, hundí un par de dedos de la otra en su interior, lo que le arrancó un suspiro bastante más fuerte que los anteriores.

 

Niña, ¿seguro que estás bien? – preguntó Luisa.

 

Su voz hizo que me quedara paralizado, la boca en su coño y los dedos enterrados en ella.

 

Sí, sí, tranquila, es que se me ha enganchado una uña.

 

¡Dios mío! ¡Esa era la voz de Mar, no la de Vito! ¡Me había equivocado de tía! Inconscientemente, intenté separarme de aquel coño, había metido la pata hasta el fondo, pero entonces Mar metió una mano bajo la mesa y la posó en mi nuca, apretando con fuerza mi cara contra su entrepierna.

 

Pues venga, date prisa, termina con eso que yo voy a la despensa.
Sí, señora Luisa – dijo Mar.

 

Yo estaba allí, quieto, metido bajo el vestido, con el rostro pegado a un coño, sin saber qué hacer. Escuché los pasos de Luisa que se alejaban. Entonces noté que Mar levantaba un poco el mantel y susurraba:

 

Ahora no te vayas a parar cabronazo.

 

Mientras decía esto volvió a apretar mi cara contra ella. Genial, pues si era eso lo que quería…
Saqué un poco mis dedos de su interior y volví a hundirlos con fuerza, lo que le arrancó un nuevo gemido. El susto había sido importante, así que decidí hacer que se corriera rápidamente.
Comencé a masturbarla con rapidez con mis dedos, los metía y sacaba de su coño, moviéndolos a la vez hacia los lados, aumentando la fricción. Al mismo tiempo absorbí su clítoris con mi boca, estimulándolo con mis labios, mi lengua e incluso mis dientes.
En menos de un minuto Mar alcanzó el clímax. Sus músculos se tensaron, su coño se inundó, de su garganta escapaban suspiros y gemidos. Mientras se corría, volvió a estrujar mi rostro contra si, parecía querer meterse mi cabeza entera por el chocho. Una corrida en toda regla, sí señor.
Por fin, su cuerpo se relajó y quitó su mano de mi nuca. Podía escuchar su respiración entrecortada, mezclándose con mis propios jadeos. Lentamente, salí de debajo de su vestido y me dejé caer en el suelo, sentado. El borde del mantel se levantó y apareció el rostro de Mar, asomándose bajo la mesa.

 

Eres un cabronazo ¿lo sabías? – me dijo.
Lo siento, Mar, me equivoqué de persona – contesté azorado.
Estás loco, si Luisa nos pilla me habrían despedido.
No lo creo.
¿Cómo?
Con ella también he hecho algunas cosas.
Lo dicho, un cabronazo – dijo Mar riendo – Anda, sal de ahí antes de que te pillen.

 

Yo obedecí con presteza. Me arrastré fuera de la mesa y me puse en pié junto a Mar, que se incorporó en la silla.

 

Ay, Dios mío. ¿Qué vamos a hacer contigo? Ya me habían hablado Vito y Brigitte de ti y veo que no exageraban…
Podrías empezar por aquí – dije señalándome el paquete.
Serás sinvergüenza – exclamó Mar sorprendida.
¿Sinvergüenza? ¿Acabo de comerte el coño y me llamas sinvergüenza? Eso es como llamar húmeda al agua.
Eso es verdad – dijo divertida
En serio, Mar, no pensarás dejarme así…
Pues claro que sí – dijo para mi desencanto

 

La moral se me fue a los pies, no podía creerlo. Desesperado, me dejé caer en una silla.

 

¡Maldita sea! – exclamé enfadado – ¡Me van a reventar los huevos!

 

Mar se reía abiertamente, lo que estaba empezando a molestarme.

 

Oye – le dije enfadado – Encima no te rías.
Venga, Oscar, que es broma, después de la corrida que me has proporcionado ¿cómo te voy a dejar así?

 

¡Albricias! ¡Gloria a Dios en las alturas!

 

¿En serio? ¡Gracias! – casi grité – ¡Venga vamos!

 

Me puse en pié de un salto y tironeé de ella agarrándola de una muñeca, pero ella no se levantó.

 

No tan deprisa amiguito – dijo – Antes tendré que decirle algo a Luisa ¿no crees?
Bueno, vale ¿qué hago?
Ummmm. Espérame en el pasillo, frente al baño de atrás.
Vale, pero date prisa – dije señalándome el paquete a punto de reventar.
Vete ya, guarro – rió Mar.

 

Salí como una exhalación por la puerta de atrás y me dirigí al baño donde estaban las bañeras. Esperé nervioso frente a la puerta durante al menos cinco minutos, aunque a mí me parecieron horas. Por fin, Mar apareció al fondo del pasillo, procedente de la cocina.

 

Shisst – siseó – Hay que darse prisa, no tenemos mucho tiempo.
¡Estupendo! – exclamé yo, abalanzándome sobre ella.

 

Mis manos se apropiaron rápidamente de su magnífico cuerpo, recorriéndolo y acariciándolo por todas partes. Mar se agachó un poco y comenzamos a besarnos con pasión, entrelazando nuestras lenguas. Con las manos le desabroché los botones del vestido y enseguida las metí dentro, apoderándome de sus pechos. Con habilidad, abrí el cierre de su sostén y se lo quité con violencia, pues estaba deseando contemplar sus tetas. Abrí bien su vestido, dejándole las domingas al aire y hundí mi rostro entre ellas. Eran unas tetas notables, de buen tamaño, aunque no tan enormes como las de Dickie o Tomasa desde luego. Los pezones estaban erectos, duros como rocas, y no pasó ni un segundo antes de que mis labios empezaran a chuparlos. Deslicé una mano hacia abajo, subiéndole poco a poco el vestido y en cuanto pude, la metí por debajo del borde, buscando su coño totalmente desnudo, pues sus bragas seguían bajo la mesa de la cocina.
Entonces Mar me detuvo, se separó de mí agarrando mis inquietas manos y manteniéndolas alejadas de ella.

 

No, aquí, no, si pasa alguien… – dijo jadeante.
¿Dónde? – pregunté desesperado.
En el baño…

 

Sin pensármelo ni un segundo, abrí la puerta del baño y me precipité dentro, arrastrando a Mar tras de mí. Cerré con violencia la puerta y volví a abalanzarme sobre ella, apretándola contra la misma puerta, frotando mi cuerpo contra el suyo. Poco a poco fuimos deslizándonos hacia el suelo, donde quedamos tumbados, mi cuerpo sobre el de ella.
Yo ya no podía más, así que me puse de pié y empecé a quitarme los pantalones. Mar permanecía tumbada en el suelo, manteniendo el torso ligeramente incorporado pues se apoyaba sobre los codos, observando mis maniobras con un extraño brillo en la mirada. Yo la contemplaba a ella, con la falda enrollada en la cintura, con las tetas por fuera del vestido, con los pezones enhiestos, caliente.
Me bajé los pantalones y los calzoncillos a la vez, librándome de ellos de una patada. Me di cuenta de que Mar estaba tumbada directamente sobre el suelo, así que busqué con los ojos una toalla para que se tumbara. Recorrí con los ojos el baño y me quedé paralizado.

 

Vaya, parece que no mentías cuando decías que te ibas a buscar otra.

 

Estas palabras provenían de Mrs. Dickinson, que reposaba en el interior de la bañera llena hasta arriba de agua y espuma. Con la excitación del momento, ni Mar ni yo la habíamos visto al entrar. Mar se sobresaltó terriblemente, se incorporó de un salto y comenzó a abrocharse el vestido. Sin duda pensaba que la iban como mínimo a despedir.

 

Mar – dijo Dickie – Tranquila chica.
Yo… Lo siento… No… – balbuceó Mar.
Oscar, tranquilízala hombre.

 

Yo me acerqué a Mar y la agarré suavemente por las muñecas.

 

Mar, no pasa nada.
¿Cómo que no pasa nada? Cuando se enteren tus padres me van a matar – dijo ella, asustada.
¿Y quién se lo va a contar? – la interrumpió Dickie.

 

Esas palabras hicieron que Mar se detuviera, se volvió hacia Dickie. Estaba tan sexy con el rostro azorado y las tetas asomando…

 

¿Cómo dice? – preguntó a la institutriz.
Que yo no voy a decir nada.
¿Por qué? – Mar insistía en no creerla.
Porque anoche, aquí el mozo, me aplicó el mismo tratamiento que a ti – respondió Dickie con una gran sonrisa.

 

Mar me miró asombrada; yo me limité a encogerme de hombros.

 

Pero tú… – me dijo alucinada.
Yo… – dije sin saber muy bien qué decir.
Oscar – nos interrumpió Dickie – Eres un auténtico portento.
¿Qué? – inquirí confuso.
Mírate – dijo Dickie señalándome – A pesar del susto no se te ha bajado.

 

Yo me miré la polla y vi que tenía razón. Mi miembro seguía totalmente erecto, con el capullo asomando con un tono rojo espléndido.

 

Es verdad – reí.
Y bueno, niña, no irás a dejar al pobrecito así ¿verdad?
¿Cómo? – dijo Mar aún estupefacta.
Que será mejor que terminéis lo que habéis empezado, o si no este pobre chico va a explotar.
¿Qué?

 

Yo entendí el jueguecito de Dickie enseguida. Me acerqué a Mar por detrás y pegué mi rabo a su culo, mientras llevaba mis manos hacia delante, sobre sus pechos.

 

Yo, no… – Mar no atinaba ni a responder.

 

Como yo necesitaba descargarme ya, decidí no darle la menor oportunidad. Mientras con una mano acariciaba sus pechos, dedicándome especialmente a los pezones, que estrujaba y pellizcaba con delicadeza, llevé la otra hasta su entrepierna, donde apreté con fuerza por encima del vestido. Al hacerlo, un estremecimiento recorrió a Mar, de forma que, inconscientemente, inclinó un poco el torso hacia delante, con lo que su culo se apretó todavía más contra mi erección.
La chica seguía muy cachonda, por lo que no opuso mayor resistencia, así que seguí estimulándola dulcemente. Dirigí la mirada hacia Dickie y vi que ella no nos quitaba ojo de encima. Sus manos se perdían bajo la espuma, pero yo tenía una idea bastante aproximada de dónde debían estar.

 

Helen, por favor – le dije.
¿Sí?
Una toalla…

 

Ella me entendió sin más palabras. Se puso en pié en la bañera, por lo que su esplendoroso cuerpo se mostró ante mí chorreando agua y cubierto de espuma por todas partes. Ver sus impresionantes tetas surgir majestuosas de entre las aguas contribuyó a incrementar notablemente mi calentura, si es que eso era posible. Cogió una toalla que tenía a mano e, inclinándose un poco, la extendió en el suelo frente a nosotros. Tras hacerlo, volvió a sumergirse en el mar de espuma.
Yo, sin parar de acariciarla, empujé levemente a Mar, conduciéndola hacia la toalla extendida. Ella no se resistió en absoluto, y al llegar junto a la toalla, prácticamente se dejó caer de rodillas sobre ella. Al separarse de mí, mi polla bamboleó con aire descarado. Olía a coño y lo quería ya.
Mar se tumbó boca arriba en la toalla, deslizándose lánguidamente. Yo me situé a sus pies y, con delicadeza, le subí el vestido hasta la cintura. Ella separó las piernas, mostrándome su coño, húmedo y excitado, deseoso. Sin demorarme más, me coloqué entre sus muslos, me agarré la polla por la base y la apunté bien a la entrada de su gruta. Lentamente, la penetré.

 

Uffff – gimió Mar.

 

Empecé a bombear en su coño. Era suave y resbaladizo, aquella chica se mojaba muchísimo, era como deslizarse en aceite. Poco a poco fui incrementando el ritmo de mis embestidas y ella el volumen de sus gemidos.
Me incliné hacia delante y mis labios se posaron sobre los suyos. Nos besamos con pasión, nuestras lenguas bailaban entrelazadas al compás del ritmo que marcaban nuestras caderas. Su boca se despegó de la mía, sus manos se posaron en mi nuca, se deslizaron por mi espalda hasta mis nalgas, donde me estrecharon contra sí, clavándome las uñas en el culo, para que yo llegara todavía más adentro, más fuerte.
El ritmo se hacía vertiginoso, pero yo no quería acabar tan pronto, así que poco a poco fui tratando de serenarme. No sé si fue por el cambio de ritmo, pero lo cierto es que cuando me detuve, Mar alcanzó el orgasmo.

 

Sí, así, mi niñoooo… – gritaba.

 

Yo la besé para acallar su voz y ella aprovechó para morderme el labio inferior, pero no me importó. Separó su boca de la mía y enterró el rostro en mi cuello, susurrándome al oído:

 

No pares, no pares, no pares…

 

Mar levantó las piernas y las cruzó a mi espalda, permitiéndome enterrársela lo más profundo posible. Seguí, empujando, embistiendo, disfrutando, después de tantas penurias a lo largo de la mañana, ahora tanto placer.
Apoyé las manos en el suelo y levanté el tronco, para que mi polla penetrara hasta el fondo, bombeando. Abrí los ojos y miré hacia la bañera. Allí Dickie nos contemplaba con el brillo de la lujuria en los ojos. Una de sus manos se estrujaba los pechos mientras la otra se perdía bajo el agua. Aquello era demasiado para mí, me corría.

 

Mar, Mar – jadeé – Quita, me corro…
¡Sigue, sigue, no pares! – berreó.
¡Déjame!

 

Yo tiraba, tratando de sacársela, pero ella cruzó las piernas con más fuerza, apretándome aún más contra su cuerpo, impidiéndome sacarle la polla. No aguanté más y alcancé el orgasmo.
Me corrí directamente en su interior, llenándole el coño de leche. En ese instante me importaba una mierda dejarla preñada, correrse allí dentro era lo mejor del mundo. Mientras eyaculaba, no paré de dar culetazos, de forma que conseguí que Mar alcanzara el clímax por segunda vez, aunque no fue tan intenso como el anterior. En cambio, mi corrida duró casi un minuto, fue increíble.
Finalmente me derrumbé sobre ella, exhausto y por fin sus piernas se descruzaron liberándome. Me eché hacia un lado, quedando tumbado a su lado mientras los dos respirábamos agitadamente. Miré a Helen y ella me dedicó un pícaro guiño que me hizo comprender que también ella se había corrido.

 

Increíble – le dije a Mar mientras deslizaba una mano por su cuerpo.

 

Ella se incorporó y me dio un tenue beso en los labios.

 

Lo mismo digo.

 

Tras recuperar el aliento durante unos segundos, se puso de pié y comenzó a abrocharse el vestido.

 

¿Ya te vas? – pregunté algo decepcionado.
¿Todavía quieres más? – dijo ella divertida.
¡Claro!
¡Joder con el niño! – exclamó mirando a Dickie – ¡Es incansable!
Sí – se limitó a contestar mi institutriz.

 

Una mirada de comprensión se cruzó entre las dos mujeres. Yo las miraba, sintiéndome extrañamente excluido de ese momento.

 

Me voy – dijo Mar – Le dije a Luisa que iba al servicio. Pensará que me he muerto.
Vale – asentí yo.
Además – dijo sonriente – Todavía no sé que voy a hacer para recuperar las bragas.
Je, je – reí.

 

Mar abrió la puerta, pero yo la llamé otra vez.

 

¿Sí? – dijo ella.
El sostén debe andar por el pasillo – dije sonriendo.
¡Oh! – rió ella a su vez – Me había olvidado.

 

Mar salió del baño, cerrando la puerta tras de si. Yo aún tenía ganas de guerra, estaba bastante seguro de que en unos minutos volvería a estar en forma, pero no sabía si Helen querría o seguiría en el mismo plan de por la mañana. Me senté en el suelo y me asomé a la bañera, apoyando los codos en el borde. Miré a Helen sonriente, pero ella, al ver mi expresión, me dijo:

 

¡Ah, no, amiguito! ¡Quítatelo de la cabeza!
Vale, vale – respondí.

 

Me puse en pié y me desperecé, estirando los músculos, mientras Helen me miraba divertida.

 

Oye, Helen.
¿Sí?
¿Puedo bañarme contigo?
¿Cómo?
Mira, estoy todo sudado y ya podría aprovechar…
De eso nada, que te conozco.
Te prometo que no intentaré nada, sólo bañarnos juntos, venga.

 

Helen dudó todavía unos instantes.

 

Mira, yo también estoy cansado. Es sólo bañarnos, será divertido – insistí – Además, mis padres tardarán todavía en llegar.
No sé.
Mira, si te preocupa que alguien vaya a decir algo, las demás chicas también tienen sus secretillos conmigo, así que…
Eres un demonio – dijo Helen riendo – Venga, vamos.

 

Helen se incorporó, quedando sentada en un lado de la bañera, dejándome sitio. Yo me despojé rápidamente de la ropa que me quedaba, los zapatos y la camisa, y me metí dentro rápidamente. El agua estaba tibia. Agarrándome de los bordes de la bañera, fui sentándome lentamente, quedando frente a Dickie. Al estar más incorporada, sus tetas no quedaban bajo el agua, por lo que podía verlas completamente, cubiertas de espuma.

 

Ey, ey, ¿adónde miras? – me dijo.
Lo siento – dije yo – Es que son increíbles, pero tú tranquila, que no haré nada raro.

 

Nos quedamos mirándonos unos segundos, sin decir nada. El silencio podría haber resultado incómodo, los dos allí desnudos, pero no lo era, pues habíamos llegado a un profundo nivel de entendimiento, no había ningún tipo de vergüenza entre nosotros, éramos dos personas disfrutando los placeres de la vida.

 

Te has estado tocando ¿verdad? – le dije de sopetón.
¿Cómo? – inquirió ella, algo sorprendida.
Sí, mientras follaba con Mar, te has hecho una paja.
¿Tú que crees? – dijo ella deslizando las manos por el borde de la bañera y echándose hacia atrás.
Te has puesto caliente ¿eh?

 

Helen se puso seria y me dijo:

 

Creí que habíamos quedado en que no ibas a hacer nada.
Y no voy a hacer nada, tranquila, pero podemos charlar y eso ¿no? Reconoce que es excitante.

 

Aquello pareció convencerla de que yo no iba a intentar nada sin su permiso, así que se relajó un tanto y dijo:

 

Sí que me he puesto caliente, sí.

 

Un inexplicable orgullo se apoderó de mí.

 

¡Estupendo! – exclamé – Y te has tocado ¿verdad?
Claro.

 

Seguimos mirándonos unos segundos, sonrientes.

 

Helen, ¿qué te parece si yo te lavo a ti y tú a mí?
Oscaarrr – dijo en tono de reproche.
¿Qué? Oye, creo que ahora somos amantes, no nos vamos a asustar por algo así. Y ya te he dicho que no voy a hacer nada sin tu permiso.
No sé yo si fiarme de ti – dijo con tono desconfiado.
Te lo prometo.
Bueeno – consintió por fin.
¡Bien! Date la vuelta y ponte de espaldas.

 

Dickie se puso en pié en la bañera. Su espectacular figura surgió de entre la espuma como una sirena del mar. Se dio la vuelta, dejando su trasero frente a mis ojos y después fue sentándose lentamente. Yo separé las piernas para que ella se sentara en medio. No se pegó por completo a mí, sino que dejó cierta separación para que pudiera frotarle la espalda. Se recogió el pelo con las manos y se lo echó por encima de un hombro, para que yo tuviera completo acceso a su espalda. Encogió las piernas y se inclinó hacia delante, abrazándose a ellas, reposando una mejilla sobre las rodillas. Yo cogí una esponja y un jabón y comencé a frotarla cuidadosamente. Como tenía la cara hacia un lado, vi que tenía los ojos cerrados, disfrutando del masaje que yo le hacía.

 

Oscar – me dijo.
¿Sí?
¿Qué tal ha sido?
¿Cómo?
Hacerlo con Mar, ¿cómo ha sido?
Ha sido increíble – respondí sin pensar.
Comprendo – dijo ella y yo creí detectar un ligero tono de decepción en su voz.
¿Sabes qué es lo que me excitó más de la situación? – pregunté.
¿El qué?
Saber que tú estabas al lado masturbándote.
¿Cómo? – dijo sorprendida.
Sí, en serio, aunque me la follaba a ella, no hacía más que pensar en que aquello te estaba excitando a ti.

 

Helen no dijo nada, pero yo sabía que mi respuesta le había gustado. Seguimos así durante unos minutos.

 

Ahora los brazos – dije.
¿Ummmm? – dijo ella.
Los brazos…

 

Helen se incorporó y se echó para atrás, apoyando su espalda contra mi pecho. Yo llevé mis manos hacia delante y comencé a limpiar sus brazos delicadamente.

 

Helen, ¿puedo hacerte una pregunta personal?
Claro – respondió.
Bueno, verás, es que me gustaría saber cosas sobre ti – dije titubeante.
Tú lo que quieres saber son cosas sobre mis relaciones sexuales ¿eh?

 

Me había calado por completo.

 

Bueno… – dije algo avergonzado – Pensé que sería excitante…
Pregunta – me interrumpió – Pero recuerda tu promesa. Ahora mismo estamos muy a gusto aquí, así que no lo estropees.
Bueno, pero Helen…
¿Sí?
Si me empalmo, espero que no lo tomes como un intento de hacer algo, es que tu culo está pegado contra mi polla y no voy a poder evitarlo – dije pícaramente.
¡Eres un guarro! – dijo ella riendo – Tranquilo, mientras no intentes nada no me enfadaré.
Bien.
Pues venga – me dijo.
¿Qué? – respondí yo, despistado.
Vamos, pregunta.
¡Oh! Claro.

 

Aún tardé unos segundos, pero por fin me armé de valor, tragué saliva y le pregunté de sopetón:

 

¿Cuánto haces que te acuestas con mi abuelo?
Bueno, bueno, allá vamos. Veamosss… Llevo aquí unos dos años, puesss… A los dos meses de estar aquí fue la primera vez creo.
¿Y cómo fue?
Genial, tu abuelo es tan buen amante como tú – dijo sin dudar.
No me refería a eso, sino ¿cómo te sedujo?
¡Ah! Pues si te soy sincera… Es todo muy confuso.
¿Confuso? ¿No te acuerdas? – dije sorprendido.
Pues no muy bien, es parecido a lo que sucedió anoche. No me malinterpretes, no me arrepiento de nada, pero ayer por la tarde yo no podría ni haber soñado con hacérmelo contigo y ya ves lo que pasó. Pues eso, confuso.
Comprendo.
Recuerdo que me invitó a cenar, los dos solos en el salón. Me estuvo hablando, bebimos, fuimos a su cuarto, puso música en la gramola… ¡Y al rato estaba cabalgando como una loca sobre su polla! – exclamó riendo.
¿Y lo hacéis muy a menudo?
Pues sí, no sé, un par de veces al mes o así. Él no me obliga, no creas, unas veces se acerca él, otras lo hago yo, pero eso sí, siempre muy discreto, conmigo no es como con las criadas – me explicó.
¿Cómo?
 
Hombre, ya sabrás que tu abuelo se beneficia a todas las criadas de la casa, ¡todo el mundo lo sabe!
Sí, es verdad.
Por eso cada cual tiene su dormitorio. Eso no pasa en ninguna otra casa, te lo aseguro. Tu abuelo lo tiene todo muy bien dispuesto.
Dime ¿y tú cómo consentiste?
Verás, tu abuelo entiende muy bien a las mujeres, nos conoce perfectamente y a mí me caló enseguida. Me gusta mucho el sexo, pero es difícil practicarlo sin que la gente se entere y piensen que eres sólo una puta. En esta casa he encontrado la oportunidad de dar rienda suelta a mis instintos de una forma muy discreta y ganando más dinero que en cualquier otro sitio.
Ya – asentí.
¡Oye! Ahora que lo pienso, ¡sí que soy una puta! – dijo riendo.
No digas eso.
No, si a mí no me importa. Esta vida es genial, gano dinero, trabajo en lo que me gusta, enseñando a unos alumnos estupendos y encima todo el sexo que pueda desear, ¡incluso más del que puedo desear! – dijo mientras me salpicaba agua al rostro.
¡Ey! – exclamé yo riendo – ¡Quieta!

 

Helen, volvió a echarse para atrás, reclinándose en mi pecho.

 

¿No preguntas nada más? – me dijo.
¿Cómo qué?
Pueeess… No sé. Cuándo fue mi primera vez, o con cuantos me he acostado, ese tipo de cosas suelen gustaros a los hombres, lo sé.

 

Me encantó que me llamara hombre, ya no me consideraba un crío.

 

Vale – dije yo – Veamos. ¿Cuándo hiciste tu primera paja?
¿A un hombre o a una mujer?
¿Cómo? – dije muy sorprendido.
¡Ja, ja! ¡Eso no te lo esperabas!
¡A una mujer! – dije súbitamente interesado.
Vaya, vaya con Oscar.
Vamos, cuenta.
¿Me lo parece a mí o esto se está despertando?

 

Mientras decía esto volvió a incorporarse y llevó su mano hacia atrás, entre mi pecho y su espalda, agarrando mi polla, que efectivamente estaba empezando a despertar.

 

Helen – gemí – Yo no voy a intentar nada, pero si empiezas así…
Tienes razón, perdona – dijo soltándome.

 

Volvió a recostarse en mí y siguió con su historia.

 

Verás, yo de joven fui a un internado para señoritas, al sur de Birmingham.
¿En serio?
Sí. Era un colegio de monjas, bastante estricto.
¿No había ningún hombre?
Había tres o cuatro curas. De hecho a uno de ellos le hice mi primera paja.

 

Mi pene latía desesperado.

 

Pues bien – continuó – Dormíamos cuatro chicas en la misma habitación, en dos literas y bueno…
Bueno ¿qué? – pregunté nervioso.
Cuando alcanzamos la pubertad, algo mayores que tú, pues… nuestros instintos comenzaron a despertar.
Ya – atiné a decir.
Yo dormía en la parte de arriba de una de las literas y cierta noche escuché gemidos provenientes de la de abajo, me asomé y vi a mi compañera, pues eso, haciéndose un dedillo.
¿Cómo se llamaba? – pregunté.
Mary Dickinson.
¿Se apellidaba como tú? – pregunté extrañado.
Sí. Para adjudicarnos las habitaciones las monjas usaban el orden alfabético, así que las dos Dickinson del colegio caímos juntas.
Sigue.
Me bajé de la cama y me senté a su lado. Ella no se dio cuenta de nada hasta que levanté las mantas para ver lo que estaba haciendo.
¿Y?
Tenía el camisón subido hasta el cuello y con las manos se acariciaba el chocho.
¡Guau! ¿Y qué hiciste?
Me quité el camisón y me metí bajo las mantas con ella.
¿No le dijiste nada?
No, no hacía falta. Simplemente nos besamos durante un rato, muy torpemente, ahora me río al recordarlo, pero para nosotras era lo más excitante del mundo.
¡Toma, claro! – exclamé.
Pues eso, después de un rato ella me cogió de la muñeca y llevó mi mano hasta su coño. Fue guiándome hasta que le metí un dedo dentro.
Joder, cómo me estoy poniendo – pensé.
Estuve metiéndolo y sacándolo un rato y ella me decía “¡en la pepitilla, Helen, en la pepitilla!”
¿Pepitilla? – pregunté.
Ella llamaba así al clítoris.
¡Ah!
Así que mientras con una mano la penetraba, con la otra le estimulaba el clítoris.
¿Y no se lo chupaste?
No esa noche no – dijo Helen.
¿Esa noche?
Hubo otras muchas noches, y aprendimos mucho.
¿Te lo hizo ella a ti después? – pregunté.
Claro. Si no hubiera explotado.
¿Y qué tal?
Fue genial, yo ya me había hecho mis pajas, pero no se puede comparar el tocarse con el que te toquen.
Es cierto – asentí.
Frótame por otro lado – me dijo.
¿Cómo? – respondí absolutamente despistado.
La esponja, que me vas a desollar los brazos.

 

Tenía razón, mientras me contaba aquello no había parado de restregarle los brazos. Cogí la esponja y la deslicé hasta su estómago. Comencé a frotarla por delante, pechos incluidos, el jabón en una mano y la esponja en la otra.

 

Ummm – suspiró Dickie – ¡Qué bueno!
Tú sigue contando, que yo seguiré limpiando.
Pero si ya he terminado.
Cuéntame lo del cura.
Vaaalee – dijo remolona – Había varios curas en el colegio, uno de ellos era el director y otro el subdirector. El dire era un cabronazo, pero el otro, el padre Nicholas, era un vejete muy simpático, aunque un viejo verde de cuidado.
¿En serio?
Sí, nos daba clases de religión, y a las chicas nos gustaba mucho ponerlo cachondo.
¿Cómo?
Pueees, de muchas formas. Nos sentábamos en el primer pupitre y nos subíamos la falda, o tirábamos un lápiz al suelo y nos inclinábamos para recogerlo delante de él, cosas así.
¡Qué zorras!
Sí, ¿verdad? – asintió Dickie.
¿Y a ese le hiciste una paja?
Sí. Verás, lo mejor era calentarle cuando nos confesábamos. Le contábamos con todo lujo de detalles las cosas que hacíamos por la noche en los cuartos y él se ponía cachondísimo.
¿En serio?
Sí, incluso en muchas ocasiones le escuchabas masturbarse dentro del confesionario, mientras escuchaba tus pecados.
¡Qué cabrón!
Sí, pero era divertido.
¿Y qué pasó?
Pues cierta vez me pilló especialmente caliente, así que le conté una historia bien jugosa y cuando estaba bien enfrascado en plena tarea, salí sigilosamente del confesionario y abrí la puerta de su lado.
¡Y lo pillaste con la polla en la mano!
Exacto. Se puso blanco del susto, la erección se le bajó de golpe.
¿Y tú que hiciste?
Me metí dentro con él y cerré la puerta. Él sólo balbuceaba, aterrado, y yo le dije que lo había escuchado hacer ruidos muy raros y que había entrado para ver qué le pasaba.
¿Y qué dijo él?
Parecía estar a punto de echarse a llorar, me dio pena, así que no prolongué más su sufrimiento. Me agaché delante de él y se la cogí con la mano. El susto se le pasó de golpe.
¿Y qué hizo?
Nada, me miraba con cara de alucinado. La polla se le puso dura de inmediato. Yo la miraba con interés, porque nunca había visto una. Le pregunté que qué tenía que hacer y él, sin decir nada, puso sus manos sobre la mía y comenzó a subirla arriba y abajo. Después me soltó y seguí yo solita.
¿Se la chupaste?
No, ni se me ocurrió, pero no lo hubiera hecho, era aún muy joven y eso me hubiera dado asco. Eso lo aprendí con el padre Stephen, el director.
¡Joder, Helen! – exclamé, mi polla era ya una barra de acero apretada contra su espalda.
Aquella vez no duró ni un minuto. Se corrió como un animal y me puso perdida. Era hasta divertido verle disculpándose conmigo mientras me limpiaba con un pañuelo.
Has dicho aquella vez, ¿hubo otras?
Pues claro, con él fui perfeccionando mi arte. Además, aprobé religión sin tener que estudiar ni lo más mínimo.
¿Y sólo le hacías pajas? – pregunté.
Bueno, en alguna ocasión consentí que me tocara un poco las tetas, ya entonces las tenía más grandes que las demás niñas.
Me lo creo – asentí mientras sopesaba sus pechos con las manos.
Estáte quieto – rió Helen – E incluso una vez me hizo una paja.
¿Sí?
Sí, mientras me tocaba las tetas metió una mano bajo la falda y dentro de las bragas. Yo estaba muy cachonda. Así que le dejé hacer. Era bastante torpe, se ve que no tenía mucha práctica, pero el morbo del momento hizo que me corriera como una burra. Lo gracioso fue que él también se corrió sin tocársela siquiera.
¿La tenía fuera?
No, no. Se corrió dentro de los pantalones, debió ponerse perdido.
Helen, desde luego que eras una puta – le dije.
Bueno, hacía lo que podía por pasármelo bien.
 

 

Yo ya había soltado la esponja y el jabón y me dedicaba a acariciar sus enormes senos, prestando especial atención a sus pezones.

 

Y ¿cómo fue lo del director?
Pues fue un caso de chantaje.
¿Cómo?
Una noche nos pilló a mí y a Mary en la cama juntas.
¿Entró en el cuarto así sin más?
Sí, ya te he dicho que eran muy severos.
¿Y qué pasó?
Al día siguiente me hizo ir a su despacho y me amenazó con la expulsión.
Y te dijo que o te acostabas con él o te echaba ¿no?
No, no fue así. Resulta que el padre Nicholas había intercedido por mí, así que lo iban a dejar en 20 azotes.
¿Azotes? – pregunté asombrado.
Sí, pero a Mary la iban a expulsar.
¿Por qué?
Porque era la segunda vez que la pillaban. En otra ocasión la encontraron en un baño con otra chica.
¡Joder con Mary! ¡Qué guarra! ¿Te traicionaba?
Oye, que no éramos pareja ni nada, yo también me lo hacía con otras chicas.
Comprendo – dije – ¿Y qué pasó?
Me hizo apoyar las manos en su mesa y echar el culo para atrás. Cogió una vara y me dio cinco azotes con ella.
¡Madre mía!, debió de dolerte un montón ¿verdad?
Ya te digo. Tras los cinco primeros hizo una pausa, pues llamaron a la puerta. Él entreabrió la puerta y habló con alguien de fuera, pero sin abrir por completo.
¿Por qué? – dije extrañado.
Eso me pregunté yo. Entonces me di cuenta de que el nabo se la había puesto bien duro dentro del pantalón.
¡Menudo cabronazo!
Sí, pero me di cuenta de que así podría salvar a Mary.
¿Qué hiciste? – pregunté interesadísimo, mientras no paraba de amasar sus tetas.
Cuando volvió me incorporé y le dije que la vara podía romperme el uniforme. Él se quedó muy sorprendido y me dijo que qué quería hacer, así que me levanté la falda y me la sujeté en la cintura.

 

Yo estaba absolutamente a mil, me descontrolé un poco y empecé a estrujar sus pezones con demasiada fuerza.

 

Oye – me dijo – Que me haces daño.
Perdona – dije despertando – Sigue, sigue.
El tío se quedó alucinado, pero yo podía ver la lujuria en sus ojos. No me equivoqué, decidió seguirme el juego. Me dijo que si me daba con la vara sin la falda me iba a hacer heridas, y que no era esa su intención, así que yo le dije que me diera con la mano.
¿Y te hizo caso?
Vaya que sí. Volví a mi postura, con las manos sobre la mesa, pero la falda se desenrollaba, así que me la sujeté con una mano. Pero claro, al apoyarme en una sola mano, me caía cuando él me daba, así que tras darme tres azotes me dijo que mejor sería hacerlo sobre sus rodillas.
¡El hijo de puta! – exclamé.
Fue a la puerta y echó el cerrojo. Yo sabía que de allí no me escapaba, así que tenía que intentar ayudar a Mary. El cura se sentó en una silla y se palmeó el regazo. Yo apoyé el busto en sus piernas y él me subió de nuevo la falda, echándola sobre mi espalda y comenzó a darme azotes de nuevo.
¿Te dolía? – la interrumpí.
No mucho. Verás, él me golpeaba con la mano abierta y la dejaba sobre mi nalga, apretando fuertemente a continuación. Cada azote duraba segundos, entre que me golpeaba y que me magreaba el culo. Yo notaba su polla apretando contra mi vientre, el tío estaba a punto de estallar.
¿Y qué hiciste?
Metí una mano bajo mi cuerpo y le agarré la polla con fuerza por encima del pantalón. Me preguntó que qué hacía y yo le respondí que haría todo lo que él quisiera si no expulsaba a Mary.
¿Y aceptó? – inquirí.
Comenzó a insultarme, me llamaba puta, golfa, hija de Satanás, sin parar de azotarme el culo. Ahora sí dolía, pues eran golpes rápidos, secos.
¿Y?
Yo no le solté la polla en ningún momento, apretándola cada vez más; debió de darme 30 o 40 azotes, hasta que finalmente se corrió dentro del pantalón.
¡Joder!
Me dijo que me marchara. Yo me fui a mi cuarto, llorosa, con el culo tan dolorido que no me pude sentar bien en una semana. Mary estaba allí, esperándome.
¿Se lo dijiste? – pregunté.
No, sólo le dije que me habían azotado.
¿Y qué pasó con ella?
Al poco rato la llamaron al despacho del director.
¿La expulsaron?
No, 20 azotes con la vara – dijo Helen.
Comprendo.
Días después, el director volvió a llamarme.
¿Te pegó?
Alguna vez repetimos el numerito de los azotes, pero no en esa ocasión. Tenía otros planes en mente.
¿Qué hizo?
Me obligó a arrodillarme frente a él, mientras estaba sentado a su mesa y tuve que mamársela.
¡Cabrón!
¡Bah! No estuvo tan mal, el tío era hasta guapo, no te creas y aunque en aquella primera ocasión lo pasé mal, después fui cogiéndole el gusto.
Ja, ja. Cuenta.
Me dijo que se la lamiera como si fuera un caramelo, yo lo hice así durante un rato, agarrándola por la base y dándole lametones. Pero después hizo que me la metiera en la boca, puso sus manos en la cabeza y comenzó a empujar arriba y abajo.

 

Yo estaba a punto de reventar.

 

Mientras me movía la cabeza, no paraba de insultarme, puta era lo más suave que me decía, parece mentira que fuera un cura.
Madre mía – pensaba yo.
Cuando se corrió, me sujetó la cabeza con fuerza, haciendo que me lo tragara todo. Después me dejó reposar un rato, me sentó en su regazo, de espaldas a él y empezó a magrearme por todos lados. Cuando por fin se empalmó de nuevo, me tumbó en la mesa y me la metió sin muchos miramientos. La verdad es que me dolió bastante.
Menudo cabronazo. ¿Qué ganaba haciéndote daño?
Está claro que al tío le excitaba dominarme, pero no creo que me hiciera daño al follar aposta. Se ve que, al ser cura, no tenía mucha experiencia, por lo que era bastante torpe. Después, cuando fuimos repitiendo, aprendimos bastante los dos.
¿Te acostaste con él muchas veces?
Bastantes. A cambio aprobé varias asignaturas sin estudiar, así que algo saqué. Además, con él aprendí a mamarla como te lo hice anoche.
¿En serio?
Sí, cuando yo no tenía ganas de sexo se la chupaba así, a toda velocidad y acababa enseguida.
¿Y lo del estrujón en los huevos también? – pregunté riendo.
¡Ah, eso! – rió Dickie – Pues sí, justo el día en que terminé allí mis estudios el padre Stephen me llamó a su despacho para darme personalmente el “diploma”. Cuando estaba a punto, ¡ñac! Apretón en los huevos. Puedes creerme si te digo que lo tuyo fue suave comparado con lo que le hice a él.
¡Joder!
Bueno, amiguito, ya está bien de historias – dijo Helen.

 

Se agarró a los bordes de la bañera y se puso en pié. Se dio la vuelta y su coño, lleno de espuma, quedó frente a mí. Yo me quería morir.

 

Venga, ahora hay que lavarte a ti, ponte de pié.

 

Yo obedecí, pesaroso, pues no esperaba alivio por su parte. Mi pene era una vara hinchada, que latía dolorosamente.

 

Vaya, vaya, cómo estamos – dijo riendo.

 

Se agachó frente a mí, buscando la esponja y el jabón bajo el agua. Al hacerlo, su culo quedó casi pegado a mi cipote y juro por Dios que estuve a punto de clavársela de un golpe. Por fin, encontró los utensilios de limpieza y comenzó a asearme el cuerpo. Como era más alta que yo, se arrodilló frente a mí. Me frotaba con vigor, para limpiarme bien, pero lo que conseguía era que sus tetas bamboleasen al ritmo del lavado, por lo que el suplicio era todavía mayor.

 

A ver separa bien las piernas – me decía.

 

Y yo allí, con las piernas separadas mientras ella me pasaba la esponja entre los muslos, limpiando mis huevos, mi culo, y entre tanto, mi polla con una erección de campeonato y justo delante de sus ojos, era cruelmente ignorada, como si no existiera.
Por fin concluyó el aseo. Yo esperaba que me dejara así, empalmado, pero, afortunadamente, Dickie tenía otros planes.

 

Anda bribón, siéntate ahí – me dijo.

 

Yo le obedecí con rapidez, y me senté en un poyete que había junto a la bañera, en el que colocábamos el jabón y las esponjas. Se arrodilló frente a mí y pensé que iba a chupármela, pero Helen tenía otra idea en mente. Se enjabonó bien las manos, haciendo bastante espuma. Cuando lo hubo logrado, comenzó a pajearme, haciendo espuma también sobre mi rabo. Mientras lo hacía, repetía el proceso en sus tetas con su otra mano, llenándolas bien de espuma.

 

Helen, ¿qué haces? – indagué.
Ahora verás – me dijo.

 

Acercó su torso hacia mí y colocó mi polla justo entre sus dos tetas. Por fin comprendí sus intenciones, y desde luego no podía estar más de acuerdo con sus maniobras. Helen se sujetó las tetas con las manos, apretándolas entre sí y atrapando mi torturado miembro entre ellas. Parece mentira lo mucho que eran capaces de estrujar aquellas dos aldabas.
Lentamente, comenzó a subir y bajar sus tetas sobre mi polla. La espuma hacía que resbalasen suavemente, era una sensación deliciosa, nueva. Poco a poco fue incrementando el ritmo de sus tetas, arriba, abajo, abajo, arriba, era enloquecedor. Me estaba follando a un par de tetas.
Dickie doblaba el cuello hacia abajo y estiraba la lengua al máximo, de forma que al subir, la punta de mi polla era lamida deliciosamente. Aquello era increíble, era un coño con tetas y lengua.
Estoy seguro de que en otras circunstancias habría aguantado mucho más (de hecho, a lo largo de los años me han hecho cientos de cubanas y así ha sido), pero aquella mañana, en aquel baño, y tras las historias de Dickie, me habría corrido igual conque me hubiera rozado. Así que no habían pasado ni dos minutos cuando empecé a correrme de nuevo.

 

¡Joder, qué bueno! ¡Qué bueno! – gritaba yo.

 

Los lechazos salieron disparados de mi cipote, impactando en el rostro y pecho de Dickie. De todas formas, no quedaba demasiado semen en mis pelotas después de las juergas de la noche anterior y de esa misma mañana, así que no la manché demasiado.
Tras correrme, mi polla no tardó mucho en quedar reducida a su mínima expresión, cansada y satisfecha. Tras el nuevo orgasmo, quedé absolutamente exhausto, las rodillas no me sostenían. Me bajé del poyete, deslizándome de nuevo en la bañera. Dickie, de rodillas frente a mí, sumergió sus manos en el agua, para limpiarse el cuerpo de mi semen. Cuando terminó, nos quedamos mirándonos el uno al otro, satisfechos.

 

¿Te ha gustado? – me dijo.
¿Estás de guasa? – contesté – Nunca había hecho algo así, es genial.
Me alegro. La verdad es que me gustaría hacer otras cosas, pero como te dije, me duele todo.
Gracias – le dije acariciándole una mejilla.
De nada – respondió sonriente.
Vamos a enjuagarnos – dije.
Vale.

 

Por turnos, fuimos echándonos por encima los cubos de agua que había allí el uno al otro, quitándonos así los restos de espuma. Tras terminar, cada uno cogió una toalla y se dedicó a secar el cuerpo del otro. Una vez hubimos terminado, nos vestimos, ella con un albornoz y yo con mi ropa.
Dickie se asomó con cuidado al pasillo y, tras asegurarse de que no había nadie, me indicó que saliera. Yo la obedecí presuroso, procurando no hacer ningún ruido. Eso sí, antes de salir me puse de puntillas y besé su sonrisa.
Como el baño estaba en la parte trasera de la casa, salí por la puerta de atrás, rodeé el edificio y volví a entrar por la principal. Como un rayo, subí las escaleras y me refugié en mi cuarto, donde me pasé el resto de la mañana leyendo, escondido para que nadie viera mi pelo mojado.
Un rato después, mi familia regresó en el carro. Yo salí a recibirlos, con el pelo casi seco, claro. Los saludé uno por uno y así pude notar que todos tenían aspecto de estar bastante cansados, cosa lógica por otro lado, pero también me llamó la atención el aspecto serio de mis dos primas, lo que me hizo temer que algún nuevo incidente con Ramón se había producido. Decidí indagar después del almuerzo.
Continuará.
TALIBOS
 
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