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-Hola Jackie ¿Qué tal?

-Aquí esperando, aburrida. –dice ella con disgusto. -¿Cuándo piensas llegar?

-Me he levantado temprano y ya casi estoy en Savannah. Deliciosa ciudad, desde que vi “Medianoche en el jardín del bien y del mal” he querido visitarla. Ese ambiente tan tórrido y recargado seguro que las mujeres de allí son todo fuego.

-¡Ni se te ocurra! Tienes que estar aquí esta noche. –replica Jackie enfadada.

-Era broma mujer, ya sé que te mueres por verme, ¿Qué tal pasaste la noche? –le pregunto con malicia.

-No sé la de vueltas que di en la cama. Como vuelvas hacerme algo así te retiro la palabra.

-Americanos, siempre lo queréis todo aquí y ahora, no sabéis disfrutar de la espera…

-Sí seguro ayer esperaste mucho para follarte a la versión femenina de Wyatt Earp.

-Como aún me quedan quinientas millas te lo voy a contar. En el fondo la joven  estaba harta de ver a la misma gente día tras día,  así que después de que le pagué la multa se relajó y dejó que le invitara al café y a la tarta. Cuando entramos en la cafetería todo los parroquianos se giraron y empezaron a hacerle preguntas sobre mí como si yo no existiese.  Tras unos segundos en los que la agente Simpson les mandó a la mierda yo tomé la palabra y me presenté invitándoles a una ronda de café y un poco de tarta.

-Con mi dinero por supuesto.

-Vamos no te quejes tanto, total solo eran siete personas las que estaban allí a esas horas y así se pusieron a comer y dejaron de curiosear. La agente y yo nos sentamos en una mesa alejada del bullicio general y nos pusimos a charlar mientras comíamos una porción de tarta de arándanos riquísima. Me interrogó a conciencia y cuando le dije que estaba de paso y que sólo pasaría la noche no pudo evitar un leve gesto de desilusión. La radio crepitó y una voz de mujer le dio un aviso de un accidente en las afueras de la ciudad, así que tuvo que dejarme tan precipitadamente que no pude decirla ni adiós.

-Vaya –me interrumpe Jackie –así que al final dormiste sólo.

-No adelantes acontecimientos. –le digo yo –Como te iba diciendo La agente Simpson, o Sarah como le llamaban los parroquianos tuvo que dejarme plantado así que me acerqué a la barra y después de pagar la cuenta le pregunté al camarero por un buen hotel. El camarero, un negro gigantesco con una sonrisa bonachona me indicó la dirección de un hotel cercano. El hotel era el típico establecimiento con encanto. Una gran mansión de estilo sureño con sus columnas en la entrada y un jardín enorme con una vegetación exuberante que amenaza con apoderarse de toda la propiedad. Los dueños la habían reformado totalmente por dentro creando diez habitaciones amplias de techos espectacularmente altos y enormes camas con dosel. De las diez sólo una de ellas estaba ocupada así que escogí la más tranquila que daba a la parte de atrás. Como no tenía nada que hacer…

-Salvo coger el coche y llegar aquí lo antes posible…

-…Decidí dar un paseo por Fayette. Me hizo gracia porque todo el mundo fue superamable, incluso uno de los tipos de la cafetería con el que me crucé me saludó y me llamó por mi nombre. Me encanta la hospitalidad sureña.

-Si por el día te saludamos y por la noche nos calzamos una sábana y quemamos una cruz delante de la casa de un negro. –dice Jackie sarcástica.

-Sea como tú dices o no, el caso es que disfruté del largo paseo, de las fantásticas mansiones del barrio y del sol vespertino. Cuando volví al hotel, la abuelita que estaba en recepción me entregó la llave de mi habitación con una sonrisa que no entendí hasta que abrí la puerta.  Dentro de la habitación me estaba esperando la agente Simpson repantigada en un sofá orejero, con una copa e brandy en la mano y un ligero aire de aburrimiento. Ante mi mirada interrogativa ella se limitó a decirme que por algo era policía.  Después de reprocharme lo mucho que había tardado se levantó desperezándose como una gata mimada y se acercó a mí para colgarse de mi cuello dándome un par de besos desinteresados. Le pregunté por el accidente mientras le rodeaba las caderas aparentando el mismo desinterés que había fingido ella, o por lo menos intentándolo. Sarah sació mi curiosidad contándome cómo un tipo totalmente borracho se  las había ingeniado para encajar su Dodge Ram en el exiguo espacio que había entre una farola y una parada de autobuses mientras me mordisqueaba la oreja. Al abrazarla comprobé que era casi tan alta como yo, su cuerpo era robusto, para nada fofo, aún llevaba puesto el traje de faena a pesar de haber terminado su turno y olía ligeramente a sudor.

-Así qué esa zorra andaba tan caliente que ni siquiera pasó por su casa a cambiarse… -dice Jackie.

-No sé si lo hizo a posta o no pero no sabes cómo me puso tener a una mujer de uniforme en mis brazos. Con un movimiento casual cogí su sombrero y lo lancé sobre el sofá y una cascada de pelo rubio cayó sobre sus hombros. Siguiendo con el juego del disimulo subí mis manos y comencé a jugar con el pelo espeso y brillante acercando mis labios a los suyos pero sin llegar a entrar en contacto. Sarah no se movió  limitándose  a entreabrir la boca y mostrarme como el extremo de su lengua rozaba sus incisivos incitándome a besarla. Me acerqué unos milímetros más mirándola a los ojos y en el último momento tiré del pelo para retrasar su cabeza y besar y lamer su cuello. La agente soltó un gemido ronco, apretó su cuerpo contra mí y deshaciéndose de mi presa me dio un largo y húmedo beso mientras me arrancaba la ropa.

Tras unos segundos me empujó hasta dejarme sentado en la cama y comenzó a quitarse el uniforme poco a poco,  primero las botas y los calcetines, luego la chaqueta y más tarde el pantalón revelando unos muslos potentes sin rastro de celulitis. Sin terminar de desabrocharse la camisa se sentó sobre mí con sus braguitas de algodón. Mí polla reaccionó inmediatamente ante el contacto endureciéndose como la piedra. Sarah lo notó y comenzó a balancearse lentamente  con una sonrisa de satisfacción en su cara. Yo terminé de quitarle la camisa y el sujetador deportivo descubriendo unos pechos enormes, ligeramente caídos con unas areolas rosadas y grandes como galletas oreo. Les pegué unos chupetones, la agente suspiró excitada y me besó de nuevo sin dejar de moverse encima de mí. Estrujé sus pechos y su culo cada vez más excitado y con un movimiento rápido nos giramos y me tumbé encima de ella. Metí mis manos bajo sus bragas y  acaricié su sexo con delicadeza. Bajé mi cabeza y tirando de las bragas hacia abajo deje a descubierto un pubis cubierto de una mata de pelo rubio y rizado. Con mi lengua recorrí su monte de venus,  sus labios y lamí  los jugos que salían de su coño ardiente. Poco a poco los gemidos fueron transformándose en gritos a medida que mis manos y mi boca la exploraban y la penetraban  buscando los lugares más sensibles de su sexo.  Atendiendo sus suplicas me incorporé y la penetré. Su vagina me acogió suave, cálida y húmeda como las noches en el sur,  Sarah gimió y me abrazó con tanta fuerza cuando llegó al orgasmo que creí que me iba a partir en dos. Cuando al fin se relajó  me apartó y levantándose se abrazó a una de las columnas que sujetaba el dosel de la cama. Movió su cuerpo ruborizado y sudoroso y sonrió satisfecha y a la vez anhelante. Me acerqué a su espalda y acaricié su culo redondo y pecoso como el tuyo, le separé los cachetes  y acaricié su ano…

-No me jorobes…  – dijo Jackie sorprendida.

-Lo recorrí con suavidad y metí un dedo en su interior. Ella se estremeció y volviendo su cara me hizo un leve gesto de asentimiento. Más excitado que nunca la abracé estrechamente  y con delicadeza comencé a entrar en su culo lentamente, parando y esperando unos segundos cada vez que la agente gemía de dolor, acariciando  su clítoris y besando su nuca y sus orejas. Finalmente comenzó a relajarse y a disfrutar y aceleré el ritmo de mis empujones. Sarah gemía y se agarraba a la columna de madera clavando sus uñas en ella y mordiéndola, pidiéndome más, yo obediente seguí acelerando mi ritmo hasta que un nuevo orgasmo la paralizó. Debo reconocer que está vez estuve a punto de correrme pero recordando mi promesa logré retirar mi miembro de su ano aún estremecido justo antes de hacerlo. Me quité el condón rápidamente y lo anudé para que no sospechara y nos tumbamos uno al lado del otro jadeando rendidos.

-¡Depravado! ¡Sodomita! ¡Suertudo!

-Nada de lo que haya hecho estos dos días se compara con lo que le voy a hacer a ese cuerpo de infarto cuando te eche el guante. Prepárate porque ya estoy en Jacksonvile, acabo de entrar en la península de Florida y dentro de menos de tres horas estaré ahí.

Continuará

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