Con el recuerdo de mis primeras dos clientas en mi mente, me desperecé en la cama del hotel. Ángela y Helen, cada una a su forma, resultaron ser unas parejas estupendas, sobre todo porque ademas de echar un buen polvo dejaron en mi cartera el dinero suficiente para sobrevivir dos meses en Nueva York.
Esa mañana había quedado con Johana, la muchacha que contactaba con las mujeres, para ver un apartamento. Según ella no era bueno para el negocio que siguiera viviendo en ese establecimiento porque de allí saldrían la mayoria de nuestra clientela. Por eso al salir de la ducha decidí vestirme elegante, debía de causar una buena impresión a la dueña del piso que íbamos a ver. Para ello, elegí un traje de lino azul y una camisa tipo mao. Al mirarme al espejo, me gustó la combinación y silbando una canción, salí de mi cuarto.
Estaba entusiasmado por mi nueva forma de vida, no solo me iba a forrar sino que ese trabajo esporádico me permitiría dedicarme a la pintura. La noche anterior cuando hablé con mi jefa, le dije que me daba igual el tamaño del piso, lo que necesitaba era luz, ya que había pensado que un trabajo de pintor, me otorgaría la coartada para que muchas mujeres pasaran por él sin levantar sospechas. A Johana le pareció una idea estupenda porque además esa pantalla me serviría para justificar unos ingresos que de otra forma sería imposible.
-Si esto sigue así, deberás declararlos ante hacienda. En Estados Unidos todo está informatizado y serías carne de cañón ante cualquier inspección- dijo recalcando el problema.
Al salir del Hotel, tomé un taxi porque el apartamento que íbamos a visitar estaba en el Soho, el barrio de los artistas, y aunque estaba en Manhattan era demasiado lejos para hacerlo andando. Nos habíamos citado en la puerta del edificio y como llegaba pronto, decidí tomarme un café en el Starbucks de la esquina. Nada más entrar al percatarme que la mayoría de los presentes eran de mi edad, comprendí que si me quedaba finalmente con ese piso sería un visitante asiduo de ese lugar. Si de por sí, el local me gustaba, me pareció maravilloso al disfrutar de la visión celestial que servía los cafés. Tras la barra se encontraba una de las mujeres más bellas que había tenido la oportunidad de ver en mi vida.
La encargada era el objeto de mi mirada. El horroroso uniforme de la cadena no podía esconder ni disimular su belleza. No solo era su sonrisa ni su espectacular cuerpo, esa mujer que tenía enfrente podría ser modelo en cualquier pasarela de París.  Babeando esperé mi turno. No podía dejar de observar la sincronía de sus movimientos ni de estremecerme cada vez que nuestras miradas se cruzaban. Sus ojos escondían una calidez que difícilmente volvería a encontrar.
-¿Qué deseas?- preguntó profesionalmente cuando llegó mi turno.
-Un café con leche y tu teléfono- respondí.
La muchacha sonrió y profesionalmente me sirvió el café, sin embargo como era previsible pasó por alto mi impertinencia poniéndose al siguiente de la cola. Con las orejas gachas por mi fracaso, me senté en una mesa que me permitía seguir observándola con más recato. Con el pelo a lo afro, esa mujer era impresionante. Mulata, sus rasgos tenían una delicadeza digna de una princesa pero lo que realmente me cautivó fueron sus ojazos negros.
“¡Que buena que está!”, pensé mientras apuraba mi vaso al darme cuenta que era la hora y que tenía que ir a ver a Johana.
La pecosa me esperaba en el portal. Se la veía molesta porque llegaba cinco minutos tarde. Al saludarme se pegó más de costumbre y magreándome el trasero, me soltó:
-Nunca me hagas esperar, no soy una de tus putitas-
Su caricia provocó un efecto indeseado. Venía alborotado de la cafetería y cuando ella me tocó el culo, mi pene reaccionó bajo la bragueta poniéndose inmediatamente erecto. Tratando que no se diera cuenta, me cerré la chaqueta, pero ya era tarde, esa cabrona se había percatado de mi excitación y haciéndose la ofendida, me recriminó mi calentura.
-Lo siento pero es que está muy buena- dije a modo de excusa, mintiendo. Aunque esa tipa tenía un polvo,  no me atraía de ella otra cosa que su agenda. Sabía que en su bolso esa mujer guardaba mi futuro.
Mi respuesta le agradó y olvidando mi supuesta afrenta, me llevó al interior del edificio.  El piso me encantó, el salón tenía dos ventanales enormes que dejaban entrar la luz que necesitaba. En cambio a mi jefa lo que le gustó fue la decoración minimalista, el jacuzzi del baño y  el tamaño de la cama. Al verla me quedé asombrado, era una King Size de dos por dos:
-¿Dónde voy con esa plaza de toros?- le dije.
Asumiendo un supuesto papel de novia, me abrazó mientras me decía al oído, lo suficientemente alto para que lo escuchara la casera:
-Ya sabes cómo me gusta jugar. ¡Cuánto más grande mejor!-
Aunque tenía razón, me jodió su actuación y aprovechándome de su abrazo, decidí vengarme. Pegándola a mí, posé mi miembro contra su pubis mientras le robaba un beso. Contra todo pronóstico, la mujer se dejó llevar y respondió con pasión, restregando su sexo contra mi entrepierna. Encantado por su respuesta, la separé mientras le daba un azote y dirigiéndome a la dueña, le informé que nos lo quedábamos.
Al voltearme y mirar a Johana, descubrí que estaba hecha una furia e intentando que se cámara le pedí que me explicara el contrato. Por su tono crispado no me quedo más duda si su enfado era por haberle robado un beso o por el contrario por haberla separado bruscamente. Tras unos minutos de tira y afloja firmamos y con las llaves en la mano, salimos del piso.
Nada más entrar en el ascensor, me soltó un bofetón y convertida en una fiera, me exigió que fuera la última vez que ponía mis sucias garras en ella.
-Tú empezaste- respondí con una sonrisa en los labios.
-Estaba actuando- protestó con los ojos brillando a punto de llorar.
Sabiendo que debía darle tregua pero seguro que algún día tendría a esa cría entre mis sabanas, le pedí que me informara de la cita de esa tarde. Viendo en mi cambio de tema una escapatoria, Johana me explicó que mi clienta era un tanto especial. Ejecutiva de alto nivel de Microsoft, era bastante déspota.
-¿Y que busca en mí?-
Tardó unos segundos en contestar, era como si esa pregunta la hubiese cogido en fuera de juego y no tuviese clara la respuesta. Tratando de sonsacarla insistí:
-Toda mujer  tiene su lado perverso, algo debe querer si paga tanto dinero por mí-
-No estoy segura. Piensa que está acostumbrada a mandar. No sé si lo que realmente busca es una fantasía romántica o por el contrario solo desea relajar el estrés que le provoca el trabajo. ¡Tendrás que descubrirlo!-
“Menuda ayuda”, exclamé mentalmente al tratar de sacar un significado oculto de sus palabras pero sabiendo que no ina a sacarle nada más, le pregunté donde habíamos quedado y cómo la reconocería.
-Te esperará a las ocho en la barra del Balthazar. Es una rubia de treinta y cinco años bastante aparente. La reconocerás enseguida, será la única que no te mire-
No me podía creer mi suerte, ese local era el favorito de la estrellas y es normal encontrarse con actores y actrices cenando junto con altos ejecutivos. Esa mujer debía de ser importante porque para realizar una reserva hay que hacerlo con varios meses de anterioridad. Solo me quedaban dos preguntas:
-Para no meter la pata, esa mujer te paga a ti por lo que no debo ni siquiera mencionárselo-
-Así es- me contestó.
-Y me imagino que me debo vestir informal, ese sitio es muy chic-.
Asintiendo con la cabeza, se despidió de mí y sin más paró un taxi, dejándome solo en mitad de la calle. Aproveché que era pronto para comer para ir al hotel y cerrar mi cuenta, no tenía sentido seguir pagando por una habitación si ya tenía mi piso. Una vez saldada, cogí mi equipaje y sin más demora, fui a tomar posesión de mi feudo. Estaba que no caía en mi de gozo, ni siquiera en sueños me había imaginado vivir en el Soho y menos en un sitio tan estupendo como ese.
Lo primero que hice fue ordenar mi ropa, tras lo cual me fui al supermercado a rellenar la despensa. Mientras recorría sus anaqueles, me di cuenta que quizás  algún día, tendría que recibir a una de “mis patrocinadoras” en casa, por lo que añadí a la cesta, champagne, refrescos, diversos tipos de alcohol y hasta cepillos de dientes extras, no fuera a ser que alguna de ellas los necesitara. Al llegar a la casa, acomodé la comida y viendo que tenía tiempo, coloqué un lienzo en blanco en el caballete y me puse a pintar. Cómo quería practicar antes de ponerme  seriamente a realizar una obra vendible, cogí la foto que le había hecho a Helen y tomándola de modelo, esbocé su figura tumbada sobre la cama.
Enfrascado en la pintura, las horas pasaron y por eso cuando a las seis sonó la alarma recordándome que tenía que vestirme para la cena, el cuadro estaba casi terminado. Bastante satisfecho con el resultado, me metí a duchar. Mientras me enjabonaba, me puse a pensar en lo desesperadas que estaban las mujeres que me contrataban e hipócritamente, disculpé el rumbo que había tomado mi vida, subrayando que el pago que ellas realizaban era por una labor parecida a la de un psiquiatra:
“Les ayudo a sobrellevar sus míseras vidas”, sentencié mientras me vestía para la ocasión.
Cómo el restaurante estaba a tres manzanas, fui andando hasta allí. Me encontraba nervioso, mis nervios se podían asimilar a los de un potro de carreras antes de un derby, encajonado y acojonado pero deseando salir a recorrer el circuito. Venciendo la paranoia en la que me había instalado, abrí la puerta del recinto y entré.
El lugar estaba atestado de manera que tardé cinco minutos en llegar a la barra. Tratando de hallar a mi clienta recorrí con la mirada el local buscando a una rubia:
“¡Puta madre” farfullé cabreado al percatarme que había al menos cinco mujeres que coincidían con la descripción, “¿Cómo voy a saber quién es?”.
Afortunadamente mientras me decidía, tres candidatas se cayeron de la lista, bien porque tenían compañía o bien porque se mostraban demasiado ansiosas de conseguirla. Solo me quedaban dos: una rubia insípida y una tetona espectacular. Deseando que fuera esta última, me acerqué a ella y me presenté:
-Soy Alonso, creo que me estas esperando-
Su fría mirada me dejó paralizado y ya estaba a punto de retirarme cuando la escuché decirme con voz aún más gélida:
-Llegas cinco minutos tarde-
Mascullando un pretexto, le pedí perdón. La mujer poniendo una forzada sonrisa, aceptó mis excusas y sin más me pidió que pasáramos a cenar. Fue entonces cuando cometí mi segundo fallo:
“¡La cogí de la cintura!”.
Como activada por un resorte la mujer se zafó de mi abrazo y adelantándose dos metros, se dirigió hacia la mesa. Es fácil de explicar mi desazón, siguiéndola como un perro apaleado llegué hasta mi silla sin saber cómo cojones tratarla. Lo único que tenía claro, era que esa puta me haría sudar sangre para ganarme mi dinero.
Antes de sentarme, galantemente retiré su asiento y haciendo como si no me hubiese afectado su trato, me senté frente a ella con una sonrisa iluminando mi cara. Al hacerlo dio comienzo un arduo interrogatorio de la dama. Esa zorra estaba interesada en saber cómo había llegado a ser prostituto. Aunque estaba cortado e indignado, puse buena cara y siendo parcialmente sincero, le dije que me gustaban las mujeres y que valiéndome de mi éxito con ellas, había decidido pasarme un año en Nueva York. Ante su extraña insistencia sobre si tenía un pasado turbio que me hubiera abocado a esa profesión, no pude menos que soltar una carcajada:
-No busques abusos ni nada parecido. Tuve una infancia feliz, acabo de terminar la carrera y solo hago esto porque me apetece-
Curiosamente mi respuesta le gustó, porque poniendo por primera vez una sonrisa, revisó la carta mientras me decía:
-Perfecto, odiaría que fueras un amargado-
La rubia entonces llamó al camarero y le pidió que nos trajera unos aperitivos. Aproveché el momento para darle un repaso. Tal y como me había comentado esa mañana Johana, esa mujer era al menos aparente. Dotada con unos pechos enormes y una cara guapa, en teoría no debía de tener ningún problema para obtener los hombres que necesitaba y por eso me extrañaba aún más que hubiese alquilado mis servicios. Lo que no me cuadraba era su  rechazo al contacto, por todo lo demás, se había demostrado como una autentica zorra. Pensando en ello, le solté:
-Eres muy  guapa-
Mis palabras provocaron que la mujer se sonrojara y se pusiera a tamborilear con los dedos sobre la mesa. “¡Qué curioso!” pensé al darme cuenta de que al alabarla se había puesto nerviosa y tratando de confirmar mis pensamientos, señalé a un grupo de hombres sentados a nuestra izquierda:
-No sé si te has dado cuenta de cómo me envidian esos. Cualquiera de ellos desearía estar sentado en mi lugar-.
Completamente colorada, Ann, evitó el contacto de mis ojos mientras me decía:
-No seas tonto, deben estar pensando en que hace una vieja como yo con un chaval como tú-
-De vieja nada, estás buenísima- respondí con sinceridad, esa mujer era un cañón.
Mi clienta cada vez más alterada, empezó a jugar con su pelo siendo incapaz de retener mi mirada. Yo, por mi parte estaba disfrutando al percatarme que bajó su vestido de encaje blanco, sus pezones se habían puesto duros. “Aunque se queje, le gustan los piropos”,  pensé mientras tomaba un poco de vino de mi copa. Ann, haciendo un esfuerzo, me pidió con voz entrecortada que dejara de alagarla. Cómo ella pagaba, no tuve más remedio que hacerle caso pero antes le pedí:
-Si quieres que deje de hacerlo, me tienes que prometer que seguirás sonriendo. ¡Estás preciosa cuando lo haces!-
-Bobo- contestó encantada.
Desde ese momento, la tirantez inicial desapareció entre nosotros y la mujer, completamente animada, me confesó  que estaba harta de que sus subalternos intentaran congraciarse con ella con piropos.
-Yo no trabajo bajo tus órdenes. Si te digo que eres guapa es porque lo eres- dije incapaz de dejar de mirarle los senos.
-Gracias- respondió mientras involuntariamente se acariciaba con la mano uno de sus pezones.
“Se está poniendo bruta”, pensé al observarla y queriendo congraciarme con ella, le pregunté que le apetecía hacer después de cenar.
-Bailar- me contestó, –llevo años sin ir a una discoteca-
-Conozco una aquí al lado- dije mientras cogía su mano entre las mías.
Por primera vez, no rechazó el contacto y sonriendo, me respondió que le parecía perfecto porque así no tendría que coger un taxi. Desgraciadamente nunca llegamos a ir porque cuando al terminar de cenar ya habíamos pagado la cuenta, ocurrió algo que dio al traste nuestros planes. Estábamos saliendo del restaurante cuando un cretino borracho se le encaró, quejándose de que le había quitado una cuenta. Ann tratando de conciliar, le contestó que no era el momento y que si quería lo discutían al día siguiente. El tipejo hecho un energúmeno le tiró una jarra de cerveza encima mientras la llamaba puta en voz alta. Sé que me pasé pero me indignó que ese capullo abusara de mi acompañante y sin pensármelo dos veces, le solté un puñetazo, dejándolo tirado en el suelo.
Os podréis imaginar el escándalo  que ello provocó y pensando que no me convenía seguir en ese lugar, cogí a mi clienta del brazo y entre empujones salí a la calle.  Al traspasar la puerta del restaurante, me fijé en la mujer. Mi clienta estaba histérica. Incapaz de dejar de llorar, trataba de taparse los pechos con sus manos porque su vestido mojado se transparentaba todo. Comprendiendo su bochorno, paré un taxi y sin pedirle su opinión la llevé a mi casa.
La ejecutiva agresiva había desaparecido dejando en su lugar una muñeca rota. Comportándose como una autómata sin voluntad, la saqué del taxi y de mi brazo, la metí en mi apartamento. Verdaderamente preocupado por su actitud, la senté en el sofá y acariciando su cabeza, traté de tranquilizarla. Pero por mucho que lo intentaba, Ann lo único que hacía era  sollozar en voz baja.
-Tranquila, estás a salvo- susurré a su oído.
La mujer me abrazó y poniendo su cara en mi pecho, siguió llorando calladamente.  Durante unos minutos, dejé que se explayara hasta que levantando su cabeza, me dijo que tenía frio.
-Espera un momento- le pedí dejándola sola y yendo al baño, le preparé el jacuzzi.
Una vez me había asegurado de que la temperatura era la correcta, volví a por la mujer y sin decirle donde íbamos, la llevé hasta allí. Al ver mis intenciones, intentó protestar pero haciendo caso omiso a sus objeciones, la desnudé y con ternura, la introduje en el agua. Como por arte de magia, Ann dejó de llorar y en silencio, dejó que, de rodillas frente a ella, empezara a enjabonarla.
-Gracias- susurró mientras cerraba los ojos.
Su entrega me permitió recorrer con la esponja su cuerpo. Tratando de no alterar su ánimo, fui acariciando su cuello y hombros sin otra intención que relajarla pero, al llegar a sus grandes pechos, sus pezones se me mostraron erectos y no pude reprimir cogerlos entres mis manos y darles un suave pellizco.  Al escuchar su gemido y recordar cual era mi trabajo, llevé mi boca a ellos y tras recorrer los bordes de su aureola con mi lengua, descaradamente empecé a mamar de esa enormidad.
Mi clienta, sin abrir los ojos, suspiró de deseo, lo que me  ratificó que era lo que esperaba de mí y por eso, bajando por su torso, me fui aproximando a su entrepierna. Ella separó sus rodillas dejándome disfrutar por primera vez de la visión de su sexo. Me quedé ensimismado al comprobar que lo tenía meticulosamente arreglado y que solo un pequeño triangulo de vellos, decoraba tal maravilla.
-Me encantas- murmuré  mientras acariciaba los pliegues que me separaban de mi meta.
Mis palabras y mis caricias provocaron que la mujer, mordiéndose los labios, empezara a gemir calladamente. Ya seguro de sus deseos, tomé entre mis dedos su clítoris y lentamente di inicio a un ligero toqueteo. Toqueteo que se convirtió en masaje, al comprobar que Ann lo recibía con agrado y que moviendo sus caderas, trataba de colaborar conmigo. Acelerando mis maniobras, froté a un ritmo endiablado su botón mientras introducía una de mis yemas en el interior de su cueva.
-¡Que gusto!- suspiró al experimentar que su cuerpo se retorcía de placer y que el orgasmo se avecinaba.
Queriendo forzar su excitación, ya sin recato, hundí mi dedo en su vagina mientras le seguía mordisqueando los pezones. Mi intromisión tuvo por efecto que la mujer llevando su mano a la entrepierna, gritara en voz alta que quería más. Siguiendo sus órdenes, empecé a sacar y a meter dos dedos en su interior sin dejar de masturbar su clítoris. Ann no tardó en correrse y cuando lo hizo pegando un grito, llevó mi boca a la suya y me besó.
Su beso me sirvió de acicate e incrementando mis caricias, la llevé hasta el borde de la locura y ella, posando su cabeza en la bañera, convulsionó de placer.  Me mantuve acariciándola hasta que comprendí que estaba agotada y dejándola descansar, fui a por algo de beber.
Al volver con una botella de champagne y dos copas, la mujer abriendo los ojos sonrió y poniendo cara de viciosa, me pidió:
-Fóllame-
Solté una carcajada al oírla y sin hacerla caso me senté al borde del jacuzzi.
-Estás preciosa- dije mientras le servía una copa –pero antes tendré que desnudarme o ¿quieres que me meta con ropa?-
Supo al instante que estaba de cachondeo y uniéndose a mi guasa, exclamó:
-No por favor, tendría que secarla. Ya tengo suficiente con mi vestido-
Dejando la botella a su lado, me puse en pie y viendo que me miraba con verdadera ansia, desabroché botón a botón mi camisa. Mi striptease no le resultó indiferente e inconscientemente ello, se empezó a acariciar los pechos sin dejar de observarme mientras lo hacía.
-¿Te gusto?- pregunté mientras la dejaba caer.
Ann no pudo contener un suspiro al ver mi torso desnudo y aún más interesada si cabe, esperó a que me quitara el pantalón. Jugando con su deseo, me hice de rogar y tomando un sorbo de champagne en mi boca, la besé mientras aprovechaba para tocar los formidables pechos con los que estaba dotada la mujer.
-No seas malo y termina ya- protestó al sentir mi caricia en los pezones y tratando de acelerar el asunto, me lo desabrochó.
-No tenemos prisa- dije riendo y separándome de ella, fui bajando mi pantalón lentamente.
-¡Que cabrón!- se quejó al ver que me tomaba mi tiempo.
Para el aquel entonces, mi miembro me pedía que lo liberara de su encierro pero decidí hacerle esperar. Con tranquilidad me lo quité y dando una vuelta completa con mi cuerpo, afiancé su deseo. La rubia estaba claramente excitada y ya haciéndose la enfadada, me ordenó que me quitara el bóxer.
-Si tanto lo quieres, ¡Hazlo tú!- le respondí metiéndome en la bañera.
La mujer se quedó cortada en un principio pero al ver que con los brazos en jarras, me mantenía firme, tímidamente llevó sus manos a mis calzoncillos y me lo empezó a bajar. Desde mi ángulo de visión, vi que se debatía entre el morbo y la vergüenza. Poco a poco deslizó la tela hasta que mi miembro erecto le impidió seguir y con los ojos, me pidió permiso para continuar.
-Sigue- ordené.
Ya completamente segura de mi autorización, forzó el elástico con sus manos y con una sonrisa en los labios, disfrutó de la visión de mi sexo a escasos centímetros de su cara.
-¡Qué bello!- musitó mientras terminaba de bajármelo y antes que me diera cuenta, empezó a besarlo.
Completamente ensimismada en mi miembro, recorrió con sus labios mi extensión mientras acariciaba con sus manos mis testículos. Era tal su necesidad que tuve que apoyarme en la pared para no caer. Ajena a que estuve a punto de resbalar, Ann cada vez más alterada, había sacado su lengua y con ella había empezado a explorar mi piel, dejando un sendero húmedo a su paso. Los mimos de esa explosiva mujer me estaban llevando al orgasmo y temiendo correrme antes de tiempo, le pedí que parara. Ni siquiera tomó en cuenta mi sugerencia y abriendo su boca fue engullendo lentamente mi pene.
“No puede ser”, pensé al percibir que Ann estaba tan sobreexcitada que se estaba corriendo al hacerme una mamada sin necesidad de que la tocara.
Torturando su propio clítoris mientras disfrutaba de mi sexo, esa mujer gritó en voz alta su placer mientras todo su cuerpo tiritaba a mis pies. Sabiendo que debía de aprovechar ese instante, me separé de ella y dándole la vuelta, comencé a penetrarla. Mi clienta perdiendo cualquier tipo de decoro, convirtió sus gritos en estremecedores aullidos al sentir mi pene apoderándose de su interior. Fue alucinante, a cada movimiento por mi parte, esa mujer respondía con un chillido, de manera que parecía que estaba matándola. Pensando en los vecinos decidí acelerar mi ritmo para terminar cuanto antes porque ya me veía atendiendo y respondiendo a las preguntas de la policía.  Mi decisión alargó su clímax y totalmente descompuesta, convirtió sus caderas en una batidora del sexo. Meneando su culo, no dejó de bramar como una perra mientras de su cueva un torrente de flujo caía por sus piernas.
-¡Dios mío!- la oí imprecar cuando buscando un punto de apoyo, me agarré a los dos enormes melones que la naturaleza le había dado.
Ese nuevo anclaje, permitió que mis penetraciones fueran más profundas y con mis huevos rebotando en su sexo, me lancé a un desenfrenado galope que hubiera dejado en ridículo al sexto de caballería. Ann, convertida en mi montura, convulsionaba cada vez que sentía a mi glande chocar contra la pared de su vagina. Fue entonces, cuando al sentir que estaba a punto de explotar, le mordí el cuello.
Es difícil de expresar su reacción, sollozando, gritó que nunca la dejara de follar así. Su absoluta sumisión fue la gota que le faltaba a mi pene para reventar y esta vez, fui yo quien rugió de placer sentir que regaba con mi simiente su interior.  Ella al advertir mi orgasmo, se desplomó en la bañera mientras todo su cuerpo no dejaba de agitarse con los últimos estertores de su rendición.
Echándome a un lado, la miré mientras descansaba. Increíblemente esa mujer siguió sacudiéndose y gimiendo durante unos minutos presa de una extraña posesión. Ya empezaba a estar preocupado cuando abriendo sus ojos, Ann me sonrió y acercándose a mí, me abrazó.
La dejé descansar en mis brazos durante un rato y viendo que estaba respuesta, con voz dulce, le reclamé:
-Menudo susto me has dado, podías haberme advertido que eras multiorgásmica-
La rubia se quedó pensando en mis palabras y soltando una carcajada, me contestó:
-Difícilmente te podía avisar, si no lo sabía- y quejándose, me dijo: -Eres tú quien tendría que alertar que eres tan bueno en la cama-
Con el ánimo inflado por el piropo, sonriendo, contesté:
-¿Y tú cómo lo sabes?, no recuerdo haber estado contigo en una-
Muerta de risa, me cogió de la mano y sacándome del jacussi, exclamó:
-¡Eso lo arreglamos en un instante!-


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