CAPÍTULO 1

Soy un nerd, un puto friky. Uno de esos tipos con pelo grasiento y gafas de pasta a los que jamás una mujer guapa se dignaría a mirar. Nunca he sido el objeto de la lujuria de un espécimen del sexo femenino, es mas sé sin lugar a dudas que hubiera seguido siendo virgen hasta los treinta, si no hubiese hecho frecuente uso de los favores de las prostitutas.
Magnífico estudiante de ingeniería, tengo un trabajo de mierda y mal pagado. Todos los buenos puestos se los dan a esa raza detestable de inútiles, cuyo único curriculum consiste en resultar presentables y divertidos. En las empresas, suben por el escalafón sin merecérselo, jamás de sus estériles mentes ha brotado una idea brillante. Reconozco que los odio, no puedo aguantar su hipocresía, ni sus amplias sonrisas.

Soy un amargado. Con un coeficiente intelectual de 165, no he conseguido pasar de ayudante del ayudante del jefe de desarrollo de una compañía de alta tecnología. Mis supuestos superiores no me llegan al talón de mis zapatos. Soy yo quien siempre resuelve los problemas, soy yo quien lleva dos años llevando bajo mis hombros el peso del departamento y nadie jamás me lo ha agradecido, aunque sea con una palmadita en el hombro.
Pero aún así me considero afortunado.
Os pareceré loco, cualquier otro os diría entre sollozos que desea suicidarse, que la vida no tiene sentido vivirla. Tenéis razón, hace seis meses yo era así, un pringado de mierda adicto a los videojuegos y a los juegos de roll, pero una extraña casualidad cambió mi vida.
Recuerdo que un viernes cualquiera al salir del trabajo, me dirigí al sex-shop que han abierto al lado de mi casa a comprar la última película de la actriz Jenna Jameson. Estaba contento con la perspectiva de pasarme todo el fin de semana viendo sus grandes tetas y su estupendo culo. No me da vergüenza reconocer que soy fan suyo. En las estanterías de mi casa podréis encontrar todas sus apariciones, perfectamente colocadas por orden cronológico.
Ya estaba haciendo cola para pagar cuando vi a la gran jefa, a la jefa de todos los jefes de mi empresa, entrando por la puerta. Asustado, me escondí no fuera a reconocerme. “Pobre infeliz”, pensé al darme cuenta de lo absurdo de mi acción. Esa mujer no me conocía, todos los días la veía pasar con sus estupendos trajes de chaqueta y entrar en su despacho. Estoy seguro que nunca se había fijado en ese empleaducho suyo que bajando la mirada, seguía su taconeo por el pasillo, disfrutando del movimiento de culo que hacía al andar.
Más tranquilo y haciéndome el distraído, la seguí por la tienda. El sentido común me decía que saliera corriendo, pero sentía curiosidad por ver que cojones hacía ese pedazo de hembra en un tugurio como ese. Resguardado tras un estante lleno de juguetes sexuales, la vi dirigirse directamente hacía la sección de lencería erótica.

“Será puta, seguro que son para ponerle verraco al presidente”, me dije al verla arramplar con cinco o seis cajas de bragas.

Doña Jimena salió de la tienda nada mas pagar, no creo que en total haya pasado más de cinco minuto en su interior. Intrigado, esperé unos minutos antes de ir a ver qué tipo de ropa interior era el que había venido a buscar. Al coger entre mis manos un ejemplar idéntico a los que se había llevado, me quedé asombrado al descubrir que la muy zorra se había comprado unas braguitas vibradoras con mando a distancia. No podía creerme que esa ejecutiva agresiva, que se debía desayunar todos los días a un par de sus competidores, tuviese gustos tan fetichistas.
Coño, ¡Qué gilipollas soy!, esto es cosa de Presi. Va a ser verdad que es su amante y este es unos de los juegos que practican”, pensé mientras cogía uno de esos juguetes y me dirigía a la caja.
Ese fin de semana, mi querida Jenna Jameson durmió el sueño de los justos, encerrada en el DVD sin abrir encima de la cómoda de mi cuarto. Me pasé los dos días investigando y mejorando el mecanismo que llevaban incorporado. Saber cómo funcionaba y cómo interferir la frecuencia que usaban fue cuestión de cinco minutos, lo realmente arduo fue idear y crear los nuevos dispositivos que agregué a esas braguitas.
Al sonar el despertador el lunes, me levanté por primera vez en años con ganas de ir al trabajo. Debía de llegar antes que mis compañeros porque necesitaba al menos media hora para instalar en mi ordenador un emisor de banda con el que controlar el coño de Doña Jimena. Había planeado mis pasos cuidadosamente. Basándome en probabilidades y asumiendo como ciertas las teorías de un tal Hellmann sobre la sumisión inducida, desarrollé un programa informático que de ser un éxito, me iba a poner en bandeja a esa mujer. En menos de dos semanas, la sucesión de orgasmos proyectados según un exhaustivo estudio, abocarían a esa hembra a comer de mi mano.
Acababa de terminar cuando González, el imbécil con el que desgraciadamente tenía que compartir laboratorio, entró por la puerta:

-Hola pazguato, ¿Cómo te ha ido?, me imagino que has malgastado estos dos días jugando a la play, yo en cambio he triunfado, el sábado me follé una tipa en los baños de Pachá-.

-Vete a la mierda-.

No sé porque todavía me cabrea su prepotencia. Durante los dos últimos años, ese hijo puta se ha mofado de mí, ha vuelto costumbre el reírse de mi apariencia y descojonarse de mis aficiones. Esa mañana no pensaba dedicarle más de esos cinco segundos, tenía cosas más importantes en las que pensar.

-¿Qué haces?-, me preguntó al verme tan atareado.

-Se llama trabajo, o ¿no te acuerdas que tenemos dos semanas para presentar el nuevo dispositivo?-.

Mencionarle la bicha, fue suficiente para que perdiera todo interés en lo que hacía. Es un parásito, un chupóptero que lleva viviendo de mí desde que tuve la desgracia de conocerle. Sabía que no pensaba ayudarme en ese desarrollo pero que sería su firma la que aparecería en el resultado. Por algo era mi jefe inmediato.

-Voy por un café. Si alguien pregunta por mí, he ido al baño-. Siempre igual, estaría escaqueado hasta las once, la hora en que los jefes solían hacer su ronda.

Faltaba poco para que la jefa apareciera por el ascensor. Era una perfeccionista, una enamorada de la puntualidad y por eso sabía que en menos de un minuto, oiría su tacones y que como siempre, disimulando movería mi silla para observar ese maravilloso trasero mientras se dirigía a su despacho.
Pero ese día al verla, mi cabeza en lo único que pudo pensar era en si llevaría puestas una de esas bragas. Doña Jimena debía de tener prisa porque, contra su costumbre, no se detuvo a saludar a su secretaria. Con disgusto miré el reloj, quedaban aún quince minutos para que mi programa encendiera el vibrador oculto entre la tela de su tanga.
En ese momento, me pareció ridículo esperar algún resultado, era muy poco probable que esa zorra las llevase puestas. “Seguro que solo las usa cuando cena con Don Fernando”, pensé desanimado, “que idiota he sido en dedicarle tanto tiempo a esta fantasía”.

Es ese uno de mis defectos, soy un inseguro de mierda, me reconcomo pensando en que todo va a salir mal y por eso me ha ido tan mal en la vida. Cuando ya había perdido toda esperanza, se encendió un pequeño aviso en mi monitor. El emisor se iba a poner a funcionar en veinte segundos.
Dejando todo, me levanté hacia la máquina de café. La jefa había ordenado que la colocaran frente a su despacho, para así controlar el tiempo que cada uno de sus empleados perdía diariamente. Sonreí al pensar que hoy sería yo quien la vigilara. Contando mentalmente, recorrí el pasillo, metí las monedas y pulsé el botón.

“Catorce, quince, dieciséis…”, estaba histérico, “dieciocho, diecinueve, veinte”.

Venciendo mi natural timidez me quedé observando fijamente a mi jefa. Creí que había fallado cuando de repente, dando un brinco, Doña Jimena se llevó la mano a la entrepierna. No tuve que ver más, recogiendo el café, me fui a la mesa. Iba llegando a mi cubículo, cuando escuché a mi espalda que la mujer salía de su despacho y se dirigía corriendo hacia el del Presidente.
Todo se estaba desarrollando según lo planeado, al sentir la vibración estimulando su clítoris, creyó que su amante la llamaba y por eso se levantó a ver que quería. No tardó en salir de su error y más acalorada de lo que le gustaría volvió a su despacho, pensando que algún aparato había provocado una interferencia.
Ahora, solo me quedaba esperar. Todo estaba ya previamente programando, sabía que cada vez que mi reloj diese la hora en punto, mi querida jefa iba a tener que soportar tres minutos de placer. Eran las nueve y cuarto, por lo que sabiendo que en los próximos cuarenta y cinco minutos no iba a pasar nada digno de atención me puse a currar en el proyecto.
Los minutos pasaron con rapidez, estaba tan enfrascado en mi trabajo que al dar la hora solo levanté la mirada para comprobar que tal y como previsto, nuevamente, había vuelto a buscar al que teóricamente tenía el mando a distancia del vibrador que llevaba entre las piernas.
Deja de jugar, si quieres algo me llamas-, la escuché decir mientras salía encabronada del despacho de Don Fernando.
Qué previsibles son los humanos, sino me equivoco, las próximas tres descargas las vas a soportar pacientemente en tu oficina”, me dije mientras programaba que el artefacto trabajara a plena potencia. “Mi estimada zorra, creo que esta mañana vas a disfrutar de unos orgasmos no previstos en tu agenda”.

Soy metódico, tremendamente metódico. Sabiendo que tenía una hora hasta que González hiciera su aparición, me di prisa en ocultar una cámara espía dentro de una mierda de escultura conmemorativa que la compañía nos había regalado y que me constaba que ella tenía en una balda de la librería de su cubículo. Cuando dieran las dos de la tarde, el Presi se la llevaría a comer y no volvería hasta las cuatro, lo que me daría el tiempo suficiente de darle el cambiazo.
A partir de ahí, toda la mañana se desarrolló con una extraña tranquilidad porque, mi querida jefa, ese día, no salió a dar su ronda acostumbrada por los diferentes departamentos. Contra lo que era su norma, cerró la puerta de su despacho y no salió de él hasta que Don Fernando llegó a buscarla.
Esperé diez minutos, no fuera a ser que se les hubiera olvidado algo. El pasillo estaba desierto. Con mi corazón bombeando como loco, me introduje en su despacho. Tal y como recordaba, la escultura estaba sobre la segunda balda. Cambiándola por la que tenía en el bolsillo, me entretuve en orientarla antes de salir corriendo de allí. Nada más volver al laboratorio, comprobé que funcionaba y que la imagen que se reflejaba en mi monitor era la que yo deseaba, el sillón que esa morenaza ocupaba diez horas al día.

“Ya solo queda ocuparme del correo”. Una de las primeras decisiones de la guarra fue instalar un Messenger específico para el uso interno de la compañía. Recordé con rencor que cuando lo instalaron, lo estudié y descubrí que esa tipeja podía entrar en cualquier conversación o documento dentro de la red. Me consta que lo ha usado para deshacerse de posibles adversarios, pero ahora iba a ser yo quien lo utilizara en contra de ella.

Mientras cambiaba la anticuada programación, degusté el grasiento bocata de sardinas que, con tanto mimo, esa mañana me había preparado antes de salir de casa. Reconozco que soy un cerdo comiendo, siempre me mancho, pero me la sudan las manchas de aceite de mi bata. Soy así y no voy a cambiar. La gente siempre me critica por todo, por eso cuando me dicen que cierre la boca al masticar y que no hable con la boca llena, invariablemente les saco la lengua llena de la masa informe que estoy deglutiendo.
No tardé en conseguir tener el total acceso a la red y crear una cuenta irrastreable que usar para comunicarme con ella. “Y pensar que pagaron más de cien mil euros por esta mierda, yo se los podría haber hecho gratis dentro de mi jornada”. Ya que estaba en faena, me divertí inoculando al ordenador central con un virus que destruiría toda la información acumulada si tenía la desgracia que me despidieran. Mi finiquito desencadenaría una catástrofe sin precedentes en los treinta años de la empresa. “Se lo tienen merecido por no valorarme”,sentencié cerrando el ordenador.
Satisfecho, eché un eructo, aprovechando que estaba solo. Otro de los ridículos tabúes sociales que odio, nunca he comprendido que sea de pésima educación el rascarme el culo o los huevos si me pican. Reconozco que soy rarito, pero a mi favor tengo que decir que poseo la mente más brillante que he conocido, soy un genio incomprendido.
Puntualmente, a las cuatro llegó mi víctima. González me acababa de informar que se tomaba la tarde libre, por lo que nadie me iba a molestar en lo que quedaba de jornada laboral. Encendiendo el monitor observé con los pies sobre mi mesa cómo se sentaba. Excitado reconocí que, aunque no se podía comparar a esa puta con mi amada Jenna, estaba muy buena. Se había quitado la chaqueta, quedando sólo con la delgada blusa de color crema. Sus enormes pechos se veían deliciosos, bien colocados, esperando que un verdadero hombre y no el amanerado de Don Fernando se los sacara. Soñando despierto, me imaginé torturando sus negros pezones mientras ella pedía entre gritos que me la follara.

Mi próximo ataque iba a ser a las cinco. Según las teorías de Hellmann, para inducir una dependencia sexual, lo primero era crear una rutina. Esa zorra debía de saber, en un principio, a qué hora iba a tener el orgasmo, para darle tiempo a anticipar mentalmente el placer que iba a disfrutar. Sabía a la perfección que mi plan adolecía de un fallo, bastaba con que se hubiese quitado las bragas para que todo se hubiera ido al traste, pero confiaba en la lujuria que su fama y sus carnosos labios pintados de rojo pregonaban. Solo necesitaba que al mediodía, no hubiera decidido cambiárselas. Si mi odiada jefa con su mente depravada se las había dejado puestas, estaba hundida. Desde la cinco menos cinco y durante quince minutos, todo lo que pasara en esa habitación iba a ser grabado en el disco duro del ordenador de mi casa. A partir de ahí, su vida y su cuerpo estarían a mi merced.
Con mi pene excitado, pero todavía morcillón, me puse a trabajar. Tenía que procesar los resultados de las pruebas finales que, durante los dos últimos meses habíamos realizado al chip que, yo y nadie más, había diseñado. Oficialmente su nombre era el N-414/2010, pero para mí era “el Pepechip” en honor a mi nombre. Sabía que iba ser una revolución en el sector, ni siquiera Intel había sido capaz de fabricar uno que le pudiera hacer sombra.
Estaba tan inmerso que no me di cuenta del paso del tiempo, me asusté cuando en mi monitor apareció la oficina de mi jefa. Se la notaba nerviosa, no paraba de mover sus piernas mientras tecleaba. “Creo que no te las has quitado, so puta”, pensé muerto de risa, “sabes que te quedan solo tres minutos para que tu chocho se corra. Eres una cerda adicta al sexo y eso será tu perdición”.

Todo se estaba grabando y por medio de internet, lo estaba enviando a un lugar seguro. Doña Jimena, ajena a que era observada, cada vez estaba más alterada. Inconscientemente, estaba restregando su sexo contra su silla. Sus pezones totalmente erizados, la delataban. Estaba cachonda aún antes de empezar a sentir la vibración. Extasiado, no pude dejar de espiarla, si llego a estar en ese momento en casa, me hubiera masturbado en su honor. Ya estaba preparado para disfrutar cuando, cabreado, observé que se levantaba y salía del ángulo de visión.

-¡Donde vas hija de puta!, ¡Vuelve al sillón!-, protesté en voz alta.

No me lo podía creer, la perra se me iba a escapar. No me pude aguantar y salí al pasillo a averiguar donde carajo se había marchado. Lo que vi me dejó petrificado, Doña Jimena estaba volviendo a su oficina acompañada por su secretaria. Corriendo volví al monitor.

“¡Esto no me lo esperaba!”, me dije al ver, en directo, que la mujer se volvía a sentar en el sillón mientras su empleada poniéndose detrás de ella, le empezaba a aplicar un sensual masaje. “¡Son lesbianas!”, confirmé cuando las manos de María desaparecieron bajo la blusa de su jefa. El video iba a ser mejor de lo que había supuesto, me dije al observar que mi superiora se arremangaba la falda y sin ningún recato empezaba a masturbarse. “Esto se merece una paja”, me dije mientras cerraba la puerta con llave y sacaba mi erecto pene de su encierro.

La escena era cada vez más caliente, la secretaria le estaba desabrochando uno a uno los botones de la camisa con el beneplácito de la jefa, que sin cortarse le acariciaba el culo por encima de la falda. Al terminar, pude disfrutar de cómo le quitaba el sostén, liberando dos tremendos senos. No tardó en tener los pechos desnudos de Doña Jimena en la boca. Excitado le vi morderle sus oscuros pezones mientras que con su mano la ayudaba a conseguir el orgasmo. No me podía creer que esa mosquita muerta, que parecía incapaz de romper un plato, fuera también una cerda viciosa. Me arrepentí de no haber incorporado sonido a la grabación, estaba perdiéndome los gemidos que en ese momento debía estar dando la gran jefa. Soñando despierto, visualicé que era mío, el sexo que en ese momento la rubita arrodillándose en la alfombra estaba comiéndose y que eran mis manos, las que acariciaban su juvenil trasero. Me encantó ver como separaba las piernas de la mujer y hundía la lengua en ese deseado coño. El clímax estaba cerca, pellizcándose los pezones la mujer le pedía más. Incrementé el ritmo de mi mano, a la par que la muchachita aceleraba la mamada, de forma que mi eyaculación coincidió con el orgasmo de mi ya segura presa.

“Que bien me lo voy a pasar”, me dije mientras limpiaba las gotas de semen que habían manchado mi pantalón, “estas putas no se van a poder negar a mis deseos”. Y por primera vez desde que me habían contratado, me tomé la tarde libre. Tenía que comprar otras bragas a las que añadir los mismos complementos que diseñé para la primera. ¡Mi querida Jenna tendría que esperar!.

 

CAPÍTULO 2

Nada más salir de la oficina, fui a comprar en el sex-shop las famosa braguitas pero cambié de opinión y compré dos coquetos conjuntos compuestos de braga y sujetador, por lo que mi trabajo se multiplicó exponencialmente al tener que añadir nuevos artilugios a los que ya tenía preparados. Especialmente difícil fue adaptar a los tangas unas bolas chinas y un estimulador anal, pero no me importó al saber lo mucho que iba a disfrutar viendo a mis presas corriéndose a mi merced.
Para estimular mi creatividad, puse en la pantalla de 42 pulgadas la escena que había grabado esa tarde. Me encantó ver a cámara lenta como esa zorra se corría, pero más descubrir que había apagado el monitor antes de tiempo, porque cuando ya creía que todo había acabado, la zorra de Doña Jimena subió a su secretaría a la mesa y quitándole las bragas, se dedicó a hacerle una comida impresionante.

“Esta guarra tiene dotes de actriz porno”, pensé al verla separar los labios de su empleada y con brutal decisión introducirle tres dedos en la vagina mientras con su lengua se comía ese goloso clítoris.

Anonadado, me relamí al observar que la jovencita se dejaba hacer y que facilitaba la penetración de la que estaba siendo objeto, sujetándose las piernas con las manos. Su siniestra jefa debía estar fuera de sí porque, mordiéndole los rosados pezones, forzó aún más el sexo de María haciendo penetrar toda su mano en el interior.
Vi a la muchacha gritar de dolor y como si fuera una película muda de los años 20 veinte, correrse ante mis ojos. Todavía insatisfecha, Jimena tiró todos los papeles de la mesa para hacerse hueco y subiéndose encima de su amante, buscó nuevamente su placer con un estupendo sesenta y nueve. Desgraciadamente, había programado que la grabación durara quince minutos y por eso no pude deleitarme más que con su inicio.

“No hay problema. Jimenita de mi alma tendrás que repetirlo muchas veces antes de que me canse de ti”, me dije mientras apagaba la televisión y me ponía a trabajar.

Me había pasado toda la puta noche en vela, pero había valido la pena sobre la mesa del comedor tenía los artilugios, productos de mi mente perversa, listos para ser enviados. Con paso firme, salí de mi casa rumbo a la oficina, pero antes hice una parada en un servicio de mensajería, donde pagué en efectivo y exigí que los dos paquetes debían de ser entregados sobre las doce.
Al aterrizar en mi puesto de trabajo, el orgullo no me cabía en las venas, gracias a mi inteligencia y a un poco de suerte, iba a tener un día muy entretenido. Haciendo tiempo, releí el mail que esa misma mañana le había mandado a mi deseado trofeo.

De: Tu peor pesadilla
Enviado el: jueves, 24 de junio de 2010 08:33
Para: “la zorra”
Asunto: Curioso video

 

Mi estimada zorra:

Te anexo un curioso video que por casualidad ha caído en mis manos, sino quieres que circule libremente por la empresa, deberás seguir cuidadosamente mis instrucciones:

1.- Como no tardarás en averiguar, he colocado una cámara en tu biblioteca. No la quites.

2.-Hoy antes de las doce, recibiréis un paquete María y tú. Debéis ponéroslo en tu oficina para que compruebe que me habéis hecho caso.

3.-Esperarás instrucciones.

Atentamente.
Tu peor pesadilla.
 
P.D. Me encanta tu culo, so guarra.
 

Sonreí al terminar, la puta acostumbrada a machacar a los hombres se iba a cabrear al leerlo, pero se iba a mear encima del miedo al visualizar su contenido. Desde que nació, se había ocupado solamente de satisfacer su ciega ambición, sin importarle que callos tuviera que pisar o que hombre tirarse para conseguirlo y por primera vez en su vida sentiría que todo eso por lo que había luchado se iba al garete.
Ni siquiera me importó esa mañana que González hiciera una de sus bromas al saludarme. Aunque no lo llegara nunca a saber, desde esa mañana, yo era el jefe. Cualquier cabrón que se me pusiera en mi camino sería despedido y todo gracias a que un viernes entré en un sex-shop a comprar una película porno.

“Te adoro mi querida Jenna Jameson”.

Al oír el sonido característico de sus tacones, encendí el monitor, minimizando el tamaño de la imagen para que nadie me fuera a descubrir. Me descojoné al comprobar que Doña Jimena cumplía escrupulosamente con su rutina. Besó en la mejilla a la secretaria, preguntó que tenía ese día tras lo cual, entró en su oficina y tras quitarse la chaqueta, encendió el ordenador. Se la veía tranquila, sacando un espejo de su bolso, retocó su maquillaje mientras se cargaba el sistema operativo.

“¡Que pronto se te quitará esa estúpida sonrisa!, puta”.

Con la tranquilidad producto de saberme seguro, esperé a que leyera mi e-mail. Su cara se transformó, pasó de la ira al desconcierto y de ahí a la profunda angustia. No pudo reprimir un grito al ver que le acababa de enviar la tórrida escena de ayer. María, al oír su grito, entró pensando que le había ocurrido algo, para descubrir a su amada jefa llorando desconsoladamente mientras en el monitor ella le estaba besando los pezones.

-¿Qué coño es esto?-, creí leer en sus labios.

Haciéndole un gesto la obligó a callar y sacándola del despacho se encerró con ella en la sala de juntas. No tuve que ser un genio, que lo soy, para imaginarme esa conversación. La zorra de la “Directora General” seguro que tuvo que convencer a su amante de que no tenía nada que ver con esa filmación y explicarla que eran objeto de un chantaje. Conociendo su trayectoria, Doña Jimena no se iba a quedar con las manos atadas, e iba a intentar atrapar y vengarse de quien le había organizado esa trampa. Tardaron más de un cuarto de hora en salir, al hacerlo el gesto de la jefa era duro y el de la secretaria desconsolado, por eso no me extrañó que nada más volver a su asiento, se pusiera a escribirme un mail de contestación. Pacientemente esperé a recibirlo, no tenía prisa, cuanto más tirara de la cuerda esa mujer, más sentiría como se cerraba la soga alrededor de su cuello.

De: “la zorra”
Enviado el: jueves, 24 de junio de 2010 9:45
Para: “Tu peor pesadilla”
Asunto: Re: Curioso video

 

Mi peor pesadilla:

No sé quién eres, ni qué es lo que buscas. Si quieres dinero dime cuanto, pero por favor no envíes este video a nadie más.

Atentamente.

Tu estimada zorra

P.D. Me encanta que te guste mi culo.

 

“¡Será hija de puta!, no esperará que me crea sus dulces palabras. La muy perra debe de estar planeando algo“, pensé al leer lo que me había escrito.

Estimulado por la sensación de poder que me nublaba la razón, empecé a escribir en mi teclado que esperando mis instrucciones, si quería podía darme un anticipo con un toqueteo de tetas frente a la cámara pero cuando estaba a punto de enviarlo, lo borré. No debía caer en su juego. Primero tenía que recibir mi regalo.
Durante diez minutos, esperó mi respuesta, poniéndose cada vez más nerviosa. Al ver que no le contestaba decidió ponerse manos a la obra y cogiendo su bolso, salió de su despacho. La vi dirigirse directamente hacia el departamento de personal. Su paso ya no era tan seguro, miraba a los lados buscando a alguien que la estuviera vigilando.
La reunión no duró en exceso y cuando salió su cara reflejaba su cabreo.

“¿Malas noticias?, pequeña zorra”.

Doña Jimena, en vez de volver a su cubículo, se metió nuevamente en la sala de juntas.

“No quieres que te vea, ¿verdad?”, estaba pensando cuando de repente sonó mi teléfono.

Al descolgar, oí su voz:

-¿José Martínez?-.

-Sí, soy yo-, respondí.

-Soy Jimena Santos, necesito que venga a verme. Estoy en la sala de juntas ejecutiva. Dese prisa y no le diga a nadie que le he llamado-.

-No, se preocupe señora, ahora mismo voy-, le contesté acojonado por enfrentarme a ella.

No podía creer que me hubiese descubierto tan pronto, no era posible que esa zorra hubiera adivinado el origen de sus problemas. ¿Cómo lo había hecho?, y lo peor, no tenía ni puta idea de que decirle. ¡No estaba preparado!. Derrotado entré a la habitación.
Sorprendentemente amable, me invitó a sentarme frente a ella y cogiéndome la mano, me dijo en voz baja:

-José, tengo un problema y según el director de recursos humanos, tú eres el único capaz de ayudarme a resolverlo-.

-¿Qué le ha pasado?-, le pregunté un poco más seguro, al ver que esa zorra estaba usando todas sus dotes de seducción.

Un hacker se ha metido en mi ordenador y me consta que ha puesto una cámara con la que espía todo lo que hago. Quiero que descubras quién es, sin que se percate, por lo tanto debes de tener cuidado, el tipo es bueno, trabajarás solo en el despacho que hay frente de mí. Te ordeno completa confidencialidad-, y entornando los ojos me dijo:-Sabré como compensarte-.

“Estúpida de mierda, estás poniendo al zorro a cuidar de las gallinas”, pensé mientras le prometía que haría todo lo posible y que la mantendría al tanto de mis progresos.

Al volver a mi estrecho cubículo, cogí todos mis papeles, las pruebas y los resultados y se los tiré encima de la mesa a González:

-¡Qué coño haces!-, irritado me gritó.

-Me acaban de asignar otro proyecto. Te quedas solo, tienes catorce días para terminarlo-.

Entusiasmado más por la venganza que por mi súbito ascenso, recogí mis bártulos y corriendo me fui a instalar en mi flamante despacho. Tenía que darme prisa ya que el mensajero no tardaría en llegar y debía de estar conectado cuando hiciera entrega de los paquetes, para dar a esas perras instrucciones precisas. Al sentarme en mi nuevo sillón, casi me corro del gusto, no solo era cómodo sino que desde ahí tenía una perfecta visión de la jefa y de su secretaria.
Acababa de ubicarme cuando María tocó mi puerta:
José, vengo a decirte que Jimena me ha pedido que te ayude en todo lo que necesites-.

-Gracias-, le respondí un poco acobardado.

-¿Quieres un café?-.

-No me apetece, otro día-.

Que servilismo el de esa puta. Necesitaban a un buen informático y como yo era el mejor disponible, no tenían reparo ahora en rebajarse a hablar conmigo, pero durante los dos últimos años, para la preciosa jovencita y la zorra de Jimena, yo no existía. “¡Eso iba a cambiar!”,sentencié justo en el momento que vi por el pasillo llegar al mensajero.
Completamente histérica, la secretaría firmó el recibí de la mercancía y cogiendo los dos paquetes, entró en el despacho de su amante. Encendí la cámara, para ver qué es lo que ocurría tras esa puerta cerrada.
María y la Doña abrieron sus respectivos paquetes para descubrir los coquetos conjuntos. Fue entonces cuando supo mi jefa que era lo que quería el chantajista, no tardó en descubrir los estimuladores de pezones, así como los demás artilugios y desnudándose mecánicamente frente a la cámara, se vistió con mi regalo, introduciéndose en su coño las bolas chinas y colocándose estratégicamente el estimulador anal, tras lo cual ordenó a María hacer lo mismo mientras ella escribía en su ordenador con el ceño fruncido un mensaje.
No tardé en recibirlo. En él, Jimena me decía que ya habían recibido el regalo y que esperaban instrucciones. Rápidamente le contesté, el juego no acababa más que empezar:

De: Tu peor pesadilla
Enviado el: jueves, 24 de junio de 2010 12:01
Para: “la zorra”
Asunto: Instrucciones.

 

Mi estimada zorra:

Tenéis diez minutos de relax, antes que ponga en funcionamiento los hábiles dispositivos que como ya has visto he incorporado. Tomároslo con tranquilidad. Si no quieres que todo se haga público, deberéis seguir al pie de la letra las siguientes instrucciones:

1.- Durante diez días, no os lo quitareis. He instalado un sensor que me avisará que lo habéis hecho.

2.- Quiero veros a las dos frente a la cámara diariamente a las cinco de la tarde.

3.-Disfrutar.

Atentamente.
Tu peor pesadilla.
 
P.D. Te tengo en mis manos. Si quieres mear o cagar, dispondrás solo tres minutos antes que me avise.

Creo que la puta se esperaba algo peor porque me pareció percibir alivio en su cara al leer mi mensaje. En cambio, María estaba super nerviosa, por sus gestos supe que estaba echándole en cara que ella tenía la culpa de la situación en la que ambas estaban inmersas. Todo estaba listo, solo debía sentarme a esperar a que el programa por mi diseñado diese sus frutos. “¡Soy un puto genio!”, pensé convencido del resultado que la serie de estimulaciones sexuales previamente programadas iba a tener sobre la libido de esas dos mujeres.
La primera en sentir que se ponía a funcionar fue la jefa. Sentada en el sillón, sus piernas se abrieron involuntariamente cuando su clítoris recibió las primeras vibraciones. Con un gesto avisó a su secretaría que ya venía. María se sentó en la mesa resignada. Poco a poco la potencia del masaje fue creciendo, encendiéndose además el mecanismo oculto en las bolas chinas. Fue cojonudo ver cómo ambas tipejas cerraban los ojos, tratando de concentrarse en no sentir nada. “Qué equivocadas estáis si pensáis que vais a soportarlo”, me dije disfrutando como un cerdo. El masaje continuado que estaba recibiendo se aceleró justó cuando sus pezones recibieron las primeras descargas. Las vi derrumbarse, lloraron como magdalenas al sentirse violadas. Sus cuerpos las estaban traicionando. Cada una en un rincón del despacho, se acurrucó con la cabeza entre sus piernas, temerosas que la otra viera que estaba disfrutando, de reconocer que se estaba excitando.
Con el vibrador, las bolas chinas y las pezoneras a máximo rendimiento, ambas mujeres intentaba no correrse cuando el estimulador anal comenzó a masajear sus esfínteres. Doña Jimena tumbada en el suelo se retorcía gimiendo mientras María tirada sobre la mesa no paraba de moverse y cuando ya creían que se iban a correr, todo acabó. Incrédulas se miraron a los ojos, incapaces de confesar a la otra que la sesión las había dejado mojadas e insatisfechas y que de no ser porque el chantajista se enteraría, se lanzarían una contra la otra a terminar lo que él había empezado.

“Ahora, otros veinte minutos de relax tras los cuales una suave estimulación intermitente que os va a tener todo el día excitadas”.

Las vi vestirse sin mirarse. Sus semblantes hablaban de derrota y de humillación. Se sabían marionetas, muñecas hinchables de un ser malévolo que desconocían. María salió de la habitación sin hablar y corriendo fue al baño a echarse a llorar desconsolada, en cambio Doña Jimena se tomó su tiempo, se pintó, se peinó y cuando ya se vio suficientemente tranquila, vino a mi despacho.
Se la veía tensa al entrar y sentarse frente a mí:

-¿Qué has averiguado?-, me preguntó.

Haciéndome el inocente, bajando la mirada le contesté:

-Más de lo que me hubiese gustado-.

-¿A qué te refieres?-.

Tomando aire, le repliqué:

-Usted me pidió que intentara averiguar quién se había colgado de su ordenador y al hacerlo no he tenido más remedio que leer sus mensajes y ver lo que acaba de pasar. Jefa, ¡Ese hacker es un verdadero cabrón!-.

Se quedó cortada al oírme, durante unos instantes se quedó pensativa. Poniendo un gesto serio, me dijo:

-Cierra la puerta-.

Obedientemente, me levanté a cerrarla. Al darme la vuelta, me sorprendió ver que la mujer se estaba desvistiendo en mi presencia. Viendo mi desconcierto, ruinmente se explicó:

-No creas que me estoy ofreciendo. ¡No estoy tan necesitada!, lo que quiero, ya que lo sabes todo, es que revises que narices ha hecho ese hijo de puta y si hay alguna forma de desconectarlo sin que él lo sepa-.

Profesionalmente me arrodillé frente a esa mujer casi desnuda y haciendo como si estuviera revisando los mecanismos, le pedí permiso para tocarla, ya que para cumplir sus órdenes no tenía más remedio que hacerlo.

-¡Hazlo!, no te cortes, no me voy a excitar porque me toques-, me respondió altanera, dejándome claro que no me consideraba atractivo.

“Cacho puta, en una semana vendrás rogando que magreé tus preciosas tetas“, pensé mientras retiraba suavemente la parte delantera de su mojada braga. Inspeccionando el vibrador llegó a mis papilas el olor al flujo que la pasada excitación había dejado impregnado en la tela.“Que rico hueles”, pensé y tirando un poco del cordón que llevaba a las bolas chinas, dije:

Señora, me imagino que el final de este cordón es en un juguete, ¿quiere que lo saque para revisarlo?-.

-Si lo crees necesario, no hay problema, pero date prisa, ¡es humillante!-.

Una a una, saqué las bolas de su sexo todavía humedecido. El adusto gesto de la perra me decía que consideraba degradante el tenerme ahí jugueteando con sus partes íntimas. Poniéndolas en la palma de mi mano, las observé durante un instante y, sin decirle nada, se las reintroduje de golpe.

-¡Qué coño haces!, ¡Me has hecho daño!-, protestó.

Riendo interiormente, le contesté:

-Lo siento pero al descubrir que llevaba un sensor, he creído que debía de volverlas a colocar en su lugar-.

A regañadientes aceptó mis disculpas, mordiéndose sus labios para no hacer evidente que la ira la dominaba.

-¿Puede darse la vuelta?-, le pregunté, -debo revisar la parte trasera-.

Sumisamente, se giró poniendo su culo a mi disposición, momento que aproveché para lamer mis dedos y probar, por primera vez, su flujo. Con bastante más confianza, puse mis manos en sus nalgas.

-Tengo que …-

-Deja de hablar y termina de una puñetera vez-, me gritó enfadada que le fuera anticipando mis pasos.

Separando sus cachetes, descubrí que la guarra además de tener perfectamente recortado el vello púbico, se depilaba el culo por entero.“Qué bonito ojete”, me dije mientras recorría los bordes de su rosado esfínter con mi dedo. El estimulador anal se introducía como había previsto dos centímetros en su interior. Tenerla ahí tan cerca, provocó que la sangre se acumulara en mi pene, produciéndome una tremenda erección que, cerrando la bata, intenté disimular.
Solo quedaba revisar el sujetador. Poniéndome en pié, la miré. Sus negros ojos destilaban odio contra el culpable de esa brutal deshonra a la que se veía sometida por tener que dejarse sobar por mí. Haciendo caso omiso a sus sentimientos, le expliqué que en el cierre del sostén tenía escondido un sensor y la batería, para que no saltar debía de inspeccionar el mecanismo sin quitárselo.
Ni siquiera se dignó a contestarme. Ante su ausencia de respuesta, palpé por fuera esos pechos, con los que tanta noches me había masturbado, antes de concentrarme en teóricamente descubrir cómo funcionaba las pezoneras. Seguía teniéndolos durísimos, como de quinceañera. Introduciendo un dedo entre la tela y su piel, estudié las orillas del mecanismo aprovechando para disfrutar de su erizada aureola.
Actuando como un médico que acaba de auscultar a su paciente, me alejé de ella y sentándome en mi asiento, le pregunté:

-¿Quiere que le haga un resumen?-.

-Eso espero, cretino-.

-Lo primero y más importante es que el hacker es un empleado o directivo de esta empresa-.

-¿Cómo lo sabes?-, me respondió por primera vez interesada.

-Es fácil, ha utilizado al menos dos dispositivos desarrollados por nosotros y que no están en el mercado-.

Se quedó meditando durante unos instantes, consciente que tenía el enemigo en casa y que sería mucho más difícil el sustraerse a su vigilancia pero que a la vez tendría más oportunidades de descubrirlo, tras lo cual me ordenó a seguir con mi análisis.

-Desde el aspecto técnico es un técnico muy hábil. El mecanismo es complejo. Consta sin tomar en cuenta a los estimuladores que usted conoce, con tres sensores, dos receptores-emisores de banda dual y baterías de litio suficientes para un mes de trabajo continuo-.

No acababa de terminar la breve exposición cuando pegando un grito, me informó que se acababa de poner en funcionamiento nuevamente. Yo ya lo sabía, habían pasado los veinte minutos de relax que el programa tenía señalado. Alterada al no saber que solo iba a ser un suave calentamiento, me pidió que agilizara mi explicación.

-Se controlan vía radio y GPS, luego les aconsejo que no visiten aparcamientos muy profundos, no vaya a ser que al perder la señal crea que los han desconectado-.

-Entiendo-, me contestó con una gota de sudor surcando su frente,- ¿y qué sabe de la cámara y del correo?-.

-Ahí tengo buenas y malas noticias. Las buenas es que es sencillo hacer un bucle a la imagen-.

-No entiendo-.

-No se lo aconsejo, pero si usted necesita estar en su despacho sin que la vea, puedo crear una serie de secuencias en las que no haya nadie en la habitación o por el contrario, algo anodino como que usted este sentada en la silla trabajando pero se corre el riesgo que si el hacker quiere jugar con usted, interactuando, se daría cuenta al no corresponder la imagen con lo que realmente está ocurriendo-.

-¿Y las malas?-.

-Bien se lo voy a explicar cómo se lo expondría a un profano. Si se pierde, me lo dice. Verá, desde el CPU de su ordenador ha establecido una compleja red por internet que va saltando de una IP fija a otra cada cinco segundos dificultando su rastreo. Para poder averiguar donde está ubicado, deberé de obtener muchos registros pero para ello debe forzar a ese tipejo a contactar con usted-.

-No le comprendo-, me contestó angustiada.

Déjeme exponérselo crudamente. La cámara, aunque está permanentemente funcionando, no emite nada, a menos que el hacker lo deseé. Es decir, solo iré acumulando registros mientras la esté observando en directo, por lo que si quiere rapidez, deberá provocarle y que se mantenga en línea lo más posible-, por mis cálculos, en pocos segundos su estimulación se iba a acelerar y la mujer iba a salir corriendo de mi oficina, por lo que siendo un bruto, le dije: -¡Tiene que ponerlo cachondo para que yo pueda localizarlo!-.

Lo haré. No se preocupe, tendrá sus registros-, me contestó, saliendo directamente de mi oficina.
Al verla irse, me reí:

“Lo que no sabes es que cuanto más te excites, más rápida será tu sumisión absoluta. Llegará el momento que solo con pensar en tu chantajista, te correrás como la perra que eres. Y no me cabe duda que para entonces, sabrás que yo soy el objeto de tu deseo”.

Un comentario sobre “Relato erótico: “Me follé a la puta de mi jefa y a su secretaria 1” (POR GOLFO)”

  1. la verdad, de lo mejorcito que he leido en tiempo.
    para tener tanto detalle, supongo que jimena existe en alguna empresa en la que un consultor tic está o ha estado destinado…
    salut i força

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