Capítulo 9. la dulce Wayan

Me resultó imposible hablar esa noche con Makeda. Humillada, cabreada y preñada se negó en rotundo a darme la oportunidad de explicar los motivos de mis actos. Por mucho que lo intenté, no solo se negaba a verme sino que incluso cada vez que la llamé por teléfono intentando darle mi versión, sin esperar a que empezara a hablar me colgaba.
Testaruda como una mula, creía que la había vendido. No era el hecho de llevar a mi hija en su vientre lo que la había sacado de sus casillas, sino el modo, el método por el cual se había quedado embarazada. Según Thule, me odiaba por no haberla defendido. Le parecía increíble que una mujer que en teoría iba a dar a luz a uno de los gobernantes del futuro, no pudiera haber elegido el momento para hacerlo, y que hubiera sido un anciano el que haciendo uso de su poder, le hubiera obligado a comportarse como una obsesa, consiguiendo a través de diferentes montas forzadas el que mi semen hubiera germinado en su interior.
El propio nombre que eligió para la niña, era una demostración de su estado de ánimo. Sin pensar en que iba a tenerlo que llevar durante toda su vida, mi querida negra le puso Cloto, una de las parcas, una de las diosas del destino que velan porque el destino de cada cual se cumpla, incluyendo el de los propios dioses. Era una ironía maliciosa, si me había plegado al cardenal en pos de un futuro, ella se vengaba recordándome que Cloto era quien hilaba las hebras de la vida con su rueca, decidiendo el momento en que nace una persona.
En cambio Thule, se mostraba encantada. Aunque había sufrido la misma degradación que Makeda, su sentido práctico le hacía ver esa casi violación y su producto como una oportunidad. Esa noche quiso pasarla conmigo, y lo hicimos hasta que se empezaron a manifestar los primeros síntomas de su embarazo, estábamos haciendo el amor cuando de su vientre fue creciendo un dolor que nos hizo parar y llamar al puto viejo, que se encargó de controlar la evolución del feto, sincronizando sus poderes.
Antes de irse de mi lado, le pregunté como quería llamarlo. Mirándome fijamente a los ojos me respondió muy seria que si era niño, Thor, el dios del trueno, y si salía niña sería llamada Dana.
-¿Dana?-, no conocía ese nombre.
La madre de los dioses en la mitología celta, si tengo una hija será madre del mayor linaje entre los titanes-, me respondió segura y orgullosa de su superioridad racial. Las viejas creencias no desaparecen se transforman pensé al oírla, pero no dije nada por que me parecía una buena elección.
De esta forma, me encontré por segunda noche consecutiva durmiendo solo, y tras acomodarme confortablemente en las sabanas, me quedé dormido al instante.
A la mañana siguiente, me desperté temprano y sin despedirme de nadie me fui directamente al aeropuerto donde me esperaba uno de los aviones del cardenal para llevarme haciendo dos escalas a Nueva Zelanda, Dubai y Brunei.
El viaje me resultó una completa pesadez , no en vano la distancia entre Aquisgran y Wellinton eran casi los diecinueve mil kilómetros, es decir casi la mitad del contorno total de la tierra, por eso se le llama las Antipodas, o como se dice vulgarmente, está en el culo del mundo.
Aunque el jet era una maravilla de última generación, no dejaba de ser una nave de uso privado, estrecha y preparada para llevar quince pasajeros y pasarte siete horas hasta Dubai, ahí hacer una escala de tres horas para tomar nuevamente el vuelo a Brunei con nueve horas de duración, hizo que se convirtiera en el día mas aburrido de mi vida.
Había salido de Alemania a las diez de la mañana, me había pasado entre el trayecto y las escalas diecinueve horas de viaje, por lo que eran las cinco de la madrugada hora europea cuando me bajé en Bandar Seri, la capital del emirato de Brunei. La tripulación me informó que no sería hasta el día siguiente cuando despegáramos rumbo a Nueva Zelanda, por lo que tenía todo el día para visitar este pequeño estado, famoso en Europa por las extravagancias de su emir.
Al salir del avión, un calor húmedo e insoportable me golpeó en la cara, no en vano eran las doce del mediodía y estaba cerca del ecuador. No habían pasado cinco minutos cuando esperando pacientemente pasar el control de policía, ya estaba totalmente empapado por el sudor. El agente que me tocó en la cola, se puso nervioso al revisar mi documentación y ver que era un pasaporte diplomático. Por medio de un intercomunicador, llamó a su jefe, el cual llegó corriendo con la respiración entrecortada por el esfuerzo.
Solícitamente me pidió que le acompañara, que por mi importancia no debía mezclarme con la plebe, y que por favor no informara a sus superiores que me habían hecho esperar en la fila. Me hizo gracia tanto sus reverencias como la forma servil de tratarme, debía de ser norma del sultán que los diplomáticos fueran recibidos con honores, eso o quizás los tentáculos del cardenal eran mas largos que lo que había pensado nunca. Fuera lo que fuese, el resultado fue que antes de darme cuenta estaba en una limusina escoltado por una pareja de motoristas con rumbo al hotel.
El hotel elegido era el Empire, un enorme establecimiento de cinco estrellas, campo de golf, ocho piscinas y hasta una playa privada bañada por el mar de China. Cuando se habla de lujo asiático es una fama merecida, mármoles, sedas, y hermosas mujeres todo ello mezclado con la ultima tecnología y el mejor de los gustos.

Decidí desayunar nada mas llegar a mi habitación, por lo que después de una ducha rápida, salí con dirección al restaurante. Lo primero que me impresionó no fue su colorida decoración sino la maitre que atendía en la entrada.
Era una muñeca oriental, de profundos ojos negros y pelo lacio que con un sonrisa y un perfecto español me acompañó a una mesa con vistas al mar. No me cabía en la cabeza que en solo un metro y cincuenta centímetros cupiera tanta sensualidad y belleza. No era que me hubiera puesto nervioso el verla caminar moviendo su pandero, ni siquiera que su perfume llenara mis papilas con su olor, la mujer tenía algo indefinible que la hacía especial al menos ante mis ojos.
Cuando con una finura y educación exquisita, me colocó la servilleta sobre mis piernas, mi cuerpo ya se había olvidado del cansancio del viaje y del hambre que me había hecho bajar a desayunar. Quería comer pero de otra clase de alimento.
Si se había dado cuenta del efecto que había causado en mí, no lo demostró porque profesionalmente tomó mi comanda mientras yo babeaba mirándola.
No pude dejarla de observar durante todo el tiempo que tardé en comer, sus movimientos perfectamente estudiados, lo delicado de su maquillaje y hasta el vestido de seda salvaje que portaba, me tenían obnubilado, hasta tal grado que no recuerdo en que consistió mi almuerzo. Solo sé que cuando terminé se había ido, y cabreado sin nada mejor que hacer, decidí dar una vuelta por la ciudad para hacer tiempo hasta la cena donde esperaba volverla a ver.
El portero de hotel, un viejo uniformado con un traje de almirante, al que no le faltaba ni siquiera las medallas ni galones propios de su rango, me consiguió un taxista que hablaba inglés. Era un malayo que llevaba toda una vida sirviendo de guía a los turistas y que nada mas entrar al vehículo, me preguntó si no quería que me llevara a una casa de masajes, manido término para referirse a un prostíbulo.
No gracias-, le respondí sin saber muy bien el porque, ya que todo mi ser me pedía relajarme y que mejor forma de hacerlo que con una de las afamadas putas asiáticas, -lléveme mejor a ver la capital-.
Molesto quizás por la comisión perdida encaró acelerando la carretera rumbo a Bandar Seri, pero tuvo que frenar al ponerse en rojo un semáforo. Al parar, quedamos frente a una parada, en la que casualmente la jefa del restaurante esperaba el autobús. Consciente de que difícilmente, me iba a ver con una oportunidad parecida, bajé la ventanilla, preguntándole si quería que la llevásemos al centro.
Tras la sorpresa inicial, me reconoció como el cliente que acababa de servir, y confiada entró en el taxi agradeciéndome el favor.
Su aroma inundó la atmósfera de cubículo, impregnándonos de su olor, creo que hasta el taxista se quedó encantado con la incorporación de la muchacha, porque al momento se puso a hablar entre risas en malayo con ella.
 
No saber de que hablaban era incómodo y por eso debí poner una cara de bobo, ya que la oriental al mirarme me explicó:
-Le he preguntado que donde iban ustedes por si me tocaba de camino, pero el conductor me ha dicho riéndose que debe de ser usted un bicho raro, porque le ha ofrecido llevarle a un tugurio y usted se ha negado
Me quedé acojonado con la liberalidad que hablaba de puterio, pero caí en que trabajando en un hotel debía ser el pan nuestro de cada día, pero ya que ella había sido quien había iniciado la charla, le pregunté que donde iba.
No voy a ningún sitio en particular, quería hacer unas compras, pero si me invita a un café, acepto encantada-.
Perdone, pero me acabo de dar cuenta que soy un maleducado, soy Fernando de Trastamara-, me presenté dándole la mano.
Ella me miró divertida por mi educada trato, y acercando sus labios a mi mejilla me saludo dándome un beso,- Encantada de conocerle, soy Anak Maznar-, y con una seductora risita me preguntó:-¿y el café?-
Solté una carcajada al escuchar la geta de la mujer, y dirigiéndome al taxista le pedí que nos llevara al mejor lugar de la ciudad. “The jade garden”, contestó convencido que ahora si habría propina, y sorteando los coches, se dirigió al lugar.
El hotel estaba a veinte kilómetros de la cuidad, y por eso me dio tiempo durante el trayecto de averiguar que Anak era de una familia de toda la vida de Brunei, pero que había pasado estudiando gran parte de su juventud en Europa, y que esa era la razón por la que hablaba un perfecto español.
El Jardín de Jade era un gran restaurante con varías areas temáticas dedicadas diferentes países, por lo que cuando entramos me dirigí directamente a la zona tipo pub inglés, donde me iba a sentir mas en casa. El jefe de sala saludó con una inclinación de cabeza a la muchacha y sin hacerme caso nos llevó a una mesa colocada en un rincón.
Ya en nuestro lugar, galantemente acerqué la silla a la muchacha para que se sentara, ella se lo tomó como algo natural y acomodándose en la silla, le pidió al camarero dos Whiskis.
-¿No era un café?-, le pregunté.
-¿No esperaras que con un café, consiga sonsacarte todo lo que deseo saber de ti?-, me respondió entornando los ojos y moviendo coquetamente sus pestañas.
Me alucinaba el desparpajo y la caradura de esa mujer, no solo me había embaucado para invitarla, sino que con gracia me acababa de decir que estaba interesada en mí.
-¿Qué es lo que quieres saber?, ¿quizas que si soy homosexual al no quererme ir con fulanas?, o ¿el tamaño de mi miembro?-
Haciéndose la ofendida, me contestó: –No creo que seas marica, se te cae la baba cuando me miras, respecto a si estas o no dotado, ya lo averiguaremos mas tarde-, dejándome claro que había posibilidades de terminar con ella en la cama.,-pero lo que quiero saber es que haces tan lejos de casa-
Buscar mi cuarta esposa-, le respondí siguiéndole la guasa.
-En serio-, se carcajeó con mi respuesta, –desde ayer todo el hotel anda alborotado con la llegada de un famoso diplomático europeo, suponíamos que debía ser un anciano, y no el adonis con el que estoy sentada-.
Tenía gracia el asunto, no sabía que resortes había tocado el cardenal, pero estaba claro que debió mover Roma con Santiago, y lo que iba a ser una escala, se había convertido para ese pequeño estado en un tema importante.
No te he mentido, voy camino de Nueva Zelanda a buscar esposa, pero quizás me quede un tiempo en Brunei, porque creo que mi avión va a tener un problema técnico-.
-¿Qué problema?-, me preguntó mientras por debajo de la mesa sentí como una mano, subía por mis pantalones concentrándose en mi entrepierna.
Mi pene reaccionó al instante a sus maniobras y gracias a la sangre bombeada por mi acelerado corazón, se irguió en su máxima expresión aun antes que Anak consiguiera bajar la cremallera y lo liberara de su encierro.
Cerrando su palma alrededor de su presa, tanteó su grosor mientras me daba un beso en los labios, susurrándome al oído:
Eres enorme-.
Y realmente lo era, mi estatura sobrepasaba la de la muchacha en al menos sesenta centímetros, mi peso debía de ser mas del doble que el de ella, y lo mas importante en ese momento, su mano tenía dificultades en rodear la circunferencia de mi pene.
-¿Te da miedo?-, le respondí mordiéndole el lóbulo.
Si, pero me excita pensar en lo que se debe sentir al tenerla dentro-, y sin decirme nada mas se agachó introduciéndose el glande en su boca, mientras con su mano empezaba a masturbarme.
Un poco cortado, por que el camarero al traernos la copa nos viera, la retiré diciéndole que esperara a que nos sirvieran, pero ella en vez de hacerme caso se metió bajo la mesa diciéndome:
-Tú, ¡disimula!-
Y de esa forma tan extraña, en un país lejano, con una muchacha que acababa de conocer, esperé que me pusieran un whisky, siendo mamado mientras tanto. Anak era una experta, la calidez de su boca recorría toda mi piel, y sus dedos me apretaban los testículos sin pausa, en un ejercicio magistral de lo que debe de ser un buen sexo oral.
Cuando acababa de empezar a experimentar los primeros síntomas de placer, llegó el camarero, con la comanda, por lo que me merecí un oscar por mi actuación.
Ardiendo en mi interior, me mantuve impasible mirando como el hombre vertía la bebida y el hielo en nuestros vasos, no creo que lo hiciera a propósito, pero fue una tortura observar su lentitud al hacerlo, gota a gota, cubo a cubo completó su labor con una pachorra exasperante, mientras a centímetros una hambrienta hembra devoraba mi sexo con fruición.
Con mis venas inflamadas por la pasión, sentí su lengua recorrer los pliegues de mi capullo, y curiosa pretender entrar en la diminuta abertura de mi glande, en un intento de poseerme. La excitación me iba sorbiendo al ritmo en que me acababa el whisky, y ya sin recato alguno, separé mis piernas y agarrándole la cabeza, le introduje todo mi falo en su garganta.
Anak lo absorbió sin dificultad, y la sensación de ser prisionero en una cavidad tan estrecha hizo que explotara derramándome por su interior , mientras su dueña se retorcía buscando mi placer. Mi semen salió expulsado al ritmo de sus movimientos, pero mi acompañante se lo tragó sin quejarse, y sobre todo sin que al hacerlo disminuyera el compás de sus caricias, de forma que consiguió ordeñarme hasta la última gota, sin que al dejar de hacerlo quedara rastro de mi eyaculación.
La muchacha salió de debajo de la mesa, con cara de deseo, sus mejillas coloradas me revelaban su excitación y sus ojos negros no hacían mas que confirmar lo que ya sabía, era un hembra con ganas de ser acariciada y amada.
Tómate la copa, mientras pido la cuenta-, le dije todavía mas urgido que ella. No podía esperar en poseerla, me apetecía haberla tumbado en la mesa y tomarla en ese momento pero la prudencia se impuso a la lujuria, al ver que la oriental se bebía de un trago su copa y cogiendo su bolso, me arrastraba hasta la entrada.
Debió de resultar cómico el ver a una diminuta malaya tirando de un enorme blanco por el interior de un restaurante, yo al menos lo encontré divertido y por eso me fui riendo durante todo el trayecto.
Fuera del local nos esperaba el taxista que nos había traído, y sin esperar a que le hiciéramos una seña, nos abrió la puerta para que accediéramos al interior del vehículo.
Al hotel-, le grité al taxista, abrazando a la mujer, pero ella separándose de mi le dio otra dirección diciéndome: –Mejor a mi casa-.
Estuve a punto de negarme, ya que no resultaba prudente el meterte en un sitio desconocido en el extranjero, pero los labios de la mujer cerrando mi boca, evitaron que lo hiciera, y sin pensarlo dos veces me zambullí entre sus brazos.
Por encima de la blusa, acaricié sus pechos, descubriendo unos senos firmes que excitados esperaban con los pezones duros mis toqueteos. Cuando tratando de que el conductor no nos viera, me apoderé de uno de ellos, y cruelmente lo pellizqué, Anak me regaló un suspiro que me hablaba de la altísima temperatura que había alcanzado su cuerpo, que consiguió romper con las ataduras de mi vergüenza y sin poderlo evitar, le bajé las bragas descubriendo un depilado y cuidado sexo. Su sola visión hizo que casi me corriera de placer, la mujercita no solo estaba buena y era una estupenda mamadora sino que de su coño desprendía un aroma paradisíaco que invitaba a comérselo. Fue una suerte que la niña viviera tan cerca, porque de no ser así, la hubiese penetrado con el coche en marcha, y de esa forma, pude bajarme corriendo del taxi, y lanzándole el dinero por la ventanilla, llegar a su cuarto, todavía vestido.
Nada mas cerrar la puerta, Anak se lanzó a mí y de pie soportándola entre mis brazos, me quité los pantalones y de un solo arreón la penetré hasta el fondo. Chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro, pero en vez de intentarse zafar del castigo, se apoyó en mis hombros para profundizar su herida. La cabeza de mi pene chocó contra la pared de su vagina sin que la totalidad de mi miembro se hubiese acomodado en su interior, y su estrecho conducto presionaba fuertemente mi contorno al hacerlo, en una dolorosa penetración que hizo saltar lágrimas de sus ojos.
Sabiendo lo duro que resultaba, esperé a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado, pero ella me gritó como posesa que la tomara, que no tuviera piedad. Sus gemidos y aullidos se sucedían al mismo tiempo que mis penetraciones, y en pocos segundos un cálido flujo recorrió mis piernas, mientras su dueña se arqueaba en mis brazos con los ojos en blanco, mezcla de placer y de dolor. No me podía creer lo liviana que me resultaba la muchacha, la enorme facilidad con la que la elevaba para dejarla caer empalándola, me hizo pensar que no debía pesar mas de cuarenta y cinco kilos, pero su poco peso quedaba compensado con creces por su lujuria. Manteniéndola en volandas, disfruté de un orgasmo tras otro, mientras mis cuerpo se preparaba concienzudamente para sembrar su vientre con mi semilla.
Sin estar cansado, pero para facilitar mis maniobras la coloqué encima de una mesa, sin dejarla de penetrar. Esta nueva postura me permitió deleitarme con sus pechos. Pequeños pero duros y con una rosada aureola se movían al ritmo de su dueña, pidiendo mis caricias. Contestando su llamada, los cogí con mi mano, y maravillado por la tersura de su piel, me los acerqué a la boca.
Anak aulló como una loba, cuando sintió como mis dientes mordían sus pezones, torturándolos. Y totalmente fuera de si, me clavo las uñas en mi espalda, buscando aliviarse la calentura, pero solo consiguió que el arañazo incrementara tanto mi líbido como mis ganas de derramarme en su interior, y que cogiendo sus senos como agarre, comenzara un galope desenfrenado encima de ella.
Al hacerlo, olvidé toda precaución introduciendo mi pene hasta que mis huevos rebotaban como en un frontón contra su cuerpo, de forma que la desgarré dolorosamente y cuando exploté licuándome en su cueva , mi semen se mezcló con su sangre, y mis gemidos con sus gritos de dolor.
Agotado me desplomé sin sacársela, encima de ella sin dejarla respirar, en vez de quejarse siguió moviéndose hasta que la falta de aire y su propia calentura le hicieron correrse brutalmente, gritando y llorando por la tremenda experiencia que le había hecho tener.
Vamos a la cama-, le pedí en cuanto se hubo recuperado un poco.
De la mano de Anak fui a su habitación. Al entrar en el departamento no me había fijado el lujo y la clase con la que estaba decorado, pero si ese momento, cuando la urgencia por tirármela ya no era un asunto prioritario. “Debe de ser una putita de lujo”, cavilé al recapacitar que un sueldo de Maitre no era suficiente para pagar todo eso. Pero no me importó el pensar que me iba a salir cara la broma, porque la niña valía lo que me cobrara.
La cama no me defraudó, sobre una tarima el colchón de dos por dos se me antojaba estrecho, pero suficiente, dadas mis actuales proporciones. Nada mas tumbarnos, la mujer me preguntó si quería algo de beber. Le contesté que si, que me sirviera lo que ella iba a tomar.
Desnuda, la vi salir del cuarto, para volver enseguida con una botella de champagne y dos copas. Abriendo el Dom Perignon con la soltura que da la práctica me dijo:
Brindemos por habernos conocido
Sabiendo que una bebida tan cara iba a incrementar escandalosamente la factura, me dio lo mismo, y alzando mi copa brindé por ella. El champagne estaba a la temperatura perfecta, frío pero no demasiado, de forma que las burbujas cumplieran la función de incrementar el sabor al pasar por las papilas gustativas.
Anak se acomodó sobre el colchón, adoptando una pose sensual. Mirándola tan pequeña e indefensa, pero a la vez tan bella y sugerente, comprendí el porqué la muchacha podía cobrar tan caro como para mantener ese nivel de vida. Intrigado por como había llegado a ese tipo de vida, le interrogué por su infancia.
Poco a poco me fue desvelando sus primeros años, por lo visto venía de una familia de clase alta, había estudiado en un colegio Anglicano, y sin cumplir todavía la mayoría de edad se había ido a recorrer mundo. Hablaba siete idiomas y tenía dos carreras, y para colmo el Sultán era su padrino.
-¡Y yo que pensaba que eras una puta!-, le solté sorprendido sin medir las consecuencias.
La pilló fuera de sitio mi comentario, tardó en comprender que no era una broma, y al darse cuenta que iba en serio, se levantó hecha una furia, saliendo de la habitación.
Corrí tras ella, pidiéndole perdón. Realmente me había pasado dos pueblos, por lo que poniéndome de rodillas, le dije que me merecía un correctivo. Arrodillado y con los brazos en cruz esperando un escarmiento, puse un gesto compungido. Mi pantomima le hizo gracia. Acercándose a mí, plantó un beso en mis labios mientras me decía al oído, que porque había llegado a pensar así.
Cariño, no es normal que una camarera viva así-, le contesté mostrando todo el apartamento.
Casi se cae al suelo por la risa, –Soy la dueña del hotel-, me contestó al calmarse.
-Pero-, exclamé sacado de onda,-¿que hacías sirviendo mesas?, y sobretodo, ¿por qué te pillé tomando el autobús?-.
-Estaba en la parada esperando a mi chofer, y respecto a lo de restaurante, me gusta hacerlo-.
-Ah, no se me ocurrió, perdona el malentendido-, le respondí sabiendo que había metido la pata por dejarme llevar por las apariencias.
Haciendo la paces, le serví una copa. Anak, aprovechando mi vergüenza, me pidió que le dijera que hacía en realidad, a que me dedicaba, porque todo el mundo hablaba de mi, preguntándose que quien era y por que era tan importante.
Por supuesto, que le mentí, no podía contestarle que era el titán cuyos hijos iban a dominar el mundo. Engañándola por completo, le expliqué que era un alto ejecutivo de una multinacional con muchos nexos en el Vaticano, y que por eso tenía pasaporte diplomático.
Vale, te creo-, me respondió sin estar muy segura del todo,- pero ¿que has venido hacer aquí?-.
-Muy sencillo-, tomando aire antes de proseguir le dije:- Uno de mis jefes, un cardenal está interesado en el trabajo que una mujer está realizando en Nueva Zelanda, por lo visto es una especie de misionera que ayuda a los indígenas maoríes de una parte de la sierra-.
-¿Cómo se llama ella?-
-Wayan Bali-
Meditando unos momentos, me contestó que ya sabía cual era el castigo que me había elegido. Todo en ella me hablaba de resolución y supe que daba igual el castigo que hubiese pensado, la muchacha me iba a complicar la existencia. Pero ansioso de complacerla le dije que era en lo que había elucubrado.
Aprovechando que tengo que tomar unas vacaciones, te voy a acompañar en tu misión-.
“Acompañarme en mi misión”, ahora si que había metido la pata, aunque era cierto que la titánide trabajaba de misionera, no creía que fuera bueno que me viera aparecer con la muchacha justo cuando tenía que convencerle de que debíamos procrear juntos. En ese momento debía de haberme vestido, huyendo a toda velocidad de allí, pero contra lo que me reclamaba la prudencia mas elemental, le respondí que de acuerdo, que podía acompañarme.
Encantada por mi respuesta, me llevó a la cama, y no salimos de ella, hasta las seis de la mañana del día siguiente. Ni siquiera tuvimos que ir al hotel por mis cosas ya que mandó que las trajera un propio, por lo que después de desayunar salimos directamente hacía el aeropuerto.
Anak era todo energía, las pocas horas dormidas y el esfuerzo de una noche de pasión no parecían haberla hecho mella. Cantando y riendo incluso antes de desayunar, se me mostraba feliz por la perspectiva del viaje, yo, al contrario sufría una enorme resaca. El control de pasaporte no resultó ningún problema, porque el mismo agente que me había revisado la documentación a la entrada, era el que nos toco a la salida, y en cuanto me vio, nos hizo pasar a una sala vip, donde fuimos atendidos por una azafata mientras hacían el papeleo.
Antes de despegar, el capitán nos explicó que el trayecto eran cerca de ocho mil kilómetros, por lo que estimaba un vuelo de mas o menos nueve horas. No me esperaba tanto tiempo, siempre había pensado que ese país estaba al lado de Australia, que casi se podía cruzar a nado el canal que los separa, pero no es así. Entre el continente y Nueva Zelanda hay dos mil kilómetros mas que de Madrid a Berlín. Cuando hablamos sobre un neocelandés solemos asimilarlo a un australiano, pero es como comparar a un mexicano con un colombiano, solo tienen el mismo tronco común pero quitando eso cada uno tiene su propia idiosincrasia .
Previendo otro coñazo de viaje, nada mas entrar me acomodé en el asiento y tapándome con un manta, me quedé dormido. Creo que ni siquiera aguanté despierto el despegue.
Me despertó la risa de Anak. La muchacha estaba charlando con el copiloto de nave, cuando abrí los ojos. Parecía estar pasando un buen rato bromeando con el tipo, mientras éste no dejaba de coquetear con ella. Todas las tonterías que un hombre hace para conquistar a una mujer, las hizo en los pocos minutos que trascurrieron entre mi despertar y cuando ya cabreado por la insistencia del muchacho, me levanté del asiento.
No me había dado cuenta que estaba celoso hasta que Anak me preguntó que porque estaba de tan mal humor y no pude contestarle, pero lo cierto es que me hervía la sangre, tenía ganas de estrangular al empleado del cardenal y lanzar su cuerpo al vació para que se lo comiesen los tiburones.
Tratando de tranquilizarme me metí en el baño, y meditando el porqué de mis actos saqué tres cosas en claro. La primera es que el copiloto no tenía la culpa, yo hubiese hecho lo mismo de encontrarme en una situación parecida, lo segundo era que no sabía cómo pero estaba colado por la muchacha, de todas las mujeres que conocía solo sentía algo parecido por Xiu, y la tercera era que me daba igual que fuera humana, no pensaba dejarla escapar.
 
Con eso en mi mente, salí del aseo, y acercándome a Anak, la abracé dándole un beso.
-¿ Y eso?, preguntándome por la razón de tanta efusividad.
Me he levantado con ganas de besarte, ¿acaso no puedo?-.
-¡Claro!, si te quieres también te dejo darle un beso a Carlo-, y hurgando en la llaga, prosiguió diciendo,-¡Es tan mono!-.
-¡Vete a la mierda!-
Si antes estaba celoso, ahora estaba hecho una furia. Se había percatado de mis sentimientos y los había usado para herirme. Ofendido hasta la medula, me hundí en un silencio total del que no salí, hasta que el avión aterrizó en Wellington.
 
Fue entonces cuando tome venganza contra el inocente copiloto, pues nada mas abrir la compuerta, tuvo que salir corriendo un baño del que no saldría y estaba seguro por lo menos en tres horas. Sin que nadie se diera cuenta le había manipulado para que cada vez que intentara levantarse, se viniera por la pata abajo.
Sabiendo que había sido totalmente injusto pero con mi ánimo restablecido, aceleré el paso cogiendo del brazo a la muchacha porque me urgía estar lejos de mi competencia y del asqueroso hedor que su diarrea iba a provocar.
-¿No te parece raro que se haya puesto enfermo justo ahora?-, me preguntó al darme el pasaporte. De no ser porque era imposible, hubiese supuesto que se había enterado de mi castigo.
-¡Quien sabe!, ¿A lo mejor, ha intentado comerse algo que no debía?-
-¡Será eso!-, me contestó extrañamente alegre, justo antes de pasar migración.
Mr. Williams, el contacto del cardenal nos esperaba a la salida del aeropuerto, tras saludarnos metió nuestras maletas en un Range Rover, el famoso todoterreno inglés que compra la gente bien en España para ir a pasear por la castellana, pero que esta considerado uno de los mejores vehículos de campo del mundo. Por lo visto venía preparado para irnos directamente a nuestro destino, que estaba a cuatrocientos kilómetros de ahí, y encima había que coger un ferry porque estaba en otra isla.
-Es muy tarde-, protestó Anak al escucharlo, -son las cuatro y llegaríamos de madrugada, mejor dormimos aquí, y salimos mañana temprano-.
-Para nada, ¡Nos vamos!-, le contesté. A mi tampoco me apetecía pegarme la paliza del viaje, pero si a ella le molestaba hacerlo, “¡mejor!, ¡que se jodiera!”.
Enfurruñada y con cara de pocos amigos, se tiró en la parte trasera del automóvil, y poniéndose unos cascos se aisló del mundo, pero sobre todo de mí. El ferry salía desde el mismo puerto de la ciudad, todo estuvo perfectamente coordinado para que nada mas llegar subiéramos a bordo, de forma que a las cinco el barco ya había zarpado.
La duración de la travesía era de tres horas, pero el mal tiempo provocó que llegáramos a Picton con retraso, de manera que el barco atracó pasadas las nueve de la noche. Fue el propio Williams el que haciéndome ver que no era recomendable el meternos en carretera, me convenciera en quedarnos a pasar la noche en esa ciudad.
Anak sonrió viéndome sucumbir y poniendo un gesto de ya te lo decía yo, me preguntó:
A ver listillo, ¿Dónde vas a llevar a una dama a cenar?-.
Estuve a un tris de responderle que no sabía que hubiera una dama, pero ya no tenía ganas de discutir. Hacía un día que la conocía y ya habíamos reñido dos veces, por lo que bajando las orejas, le contesté.
-¿Qué quiere cenar esta hermosa mujer?-
-Comida maorí-.
No tenía ni idea que los indígenas tuviesen una comida propia que hubiese sobrevivido a la colonización inglesa, por eso tras pensarlo me pareció una estupenda idea, –Pues vamos-, le contesté.
Ya en el restaurante, al llegar el camarero a tomar nota de lo que queríamos para cenar, Anak sin dejarme intervenir pidió Hangi para todos. Creí que se refería al plato típico escocés el Hagis, una especie de morcilla muy especiada, pero gracias a dios me confundí, ya que consistió en una serie de carnes y vegetales guisados en un agujero, poniendo los alimentos sobre una piedras al rojo, de forma que se cocinan al vapor, todo ello con kumara, un tipo de patata dulce.
El plato estaba rico, pero no tanto como parecía al ver a la malaya comer. Parecía un saco sin fondo, poco a poco se tragó toda una fuente, bien bañada con al menos tres pintas de cerveza. Tanto alcohol en un cuerpo tan pequeño tuvo sus consecuencias, como sería su borrachera que al llegar al hotel tuve que cargarla hasta la habitación.
Depositándola sobre la cama, la observé descojonado, no es que estuviese bebida, estaba fumigada, roncaba a pierna suelta, pero aún así me gustaba. Cuando la estaba desnudando para meterla entre las sábanas, se medio despertó, pero viendo su estado le pedí que se durmiera, pero ella se negó diciéndome:
-Tengo frío-.
Me desnudé abrazándola. Al hacerlo descubrí que Anak no mentía, tenía piel de gallina y no dejaba de tiritar mientras balbuceaba incoherencias. Tratándola de dar calor, comencé a aplicarle un masaje por todo su cuerpo, pero lejos de reaccionar se hundía cada vez mas en un sopor extraño, con los ojos en blanco no dejaba de decirme que me ayudaría a cumplir con mi misión.
La niña me estaba empezando a asustar ya que parecía que le costaba respirar con naturalidad. Su pequeño cuerpo se debatía entre las sábanas sin reaccionar a mis friegas, y sin saber que hacer la tomé entre mis brazos, llevándola a la ducha.
El agua caliente consiguió estabilizarla, cesando sus temblores y haciéndola recobrar el sentido. Como si fuera un títere se dejó, que la bañara y la secara. En sus ojos descubrí algo mas que agradecimiento, la muchacha me miraba dulcemente sin protestar.
Ya en la cama, se acurrucó a mi lado, y en silencio comenzó a acariciarme con sus piernas. Sus pies se restregaban contra los míos, a la vez que con sus rodillas y muslos hacía como si estuviera reptando por mi cuerpo. En un principio, pensé en decirle que se estuviera quieta, pero para cuando quise hacerlo, la pasión ya me dominaba. Acercando su sexo cada vez mas a mi pene, se retorcía excitada, pidiéndome que no me moviera, ya que quería hacerlo ella.
Suavemente se incorporó en la sabanas y agarrando nuestras camisas, ató mis muñecas al cabecero. Enervado por su juego, colaboré quedándome quieto mientras ella me inmovilizaba, y todavía mas cuando usando la funda de la almohada tapó mi ojos, de forma que no viera lo que ella hacía.
Oí como se levantaba al baño, buscando algo en su neceser. Sabiendo que iba a ser nuevo lo que iba a experimentar, esperé con nerviosismo su vuelta. No la escuché volver, pero sin previo aviso sentí como sus manos repartían por mi pecho un líquido aceitoso, tras lo cual fue su cuerpo por entero el encargado de extenderlo. Suspiró cuando sus senos entraron en contacto con mi piel, y ya sin ningón pudor se puso encima mío, buscando su placer. Era alucinante sentir como resbalaba y subía, acariciándome por entero, pero sin acercarse a mi extensión que la esperaba inhiesta y dura. De pronto, aprecié como una densa humedad absorbía mi pene, sin llegar a descubrir si era su boca o su sexo, el que poco a poco lo hacía desaparecer en su interior.
Con mis venas a punto de explotar, empecé a moverme, tratando de profundizar mas la penetración, pero ella protestó diciendo que era su hora, que tenía prohibido participar.
Su orden no hubiese sido mas efectiva si hubiera usado un poder mental como el mío, y sin poderme negar la obedecí quedándome inmóvil mientras gemía mi calentura. Nuevamente, sentí que mi pene volvía a penetrar en ella, pero esta vez si supe que parte de su cuerpo estaba usando, al notar las dificultades que tuvo para introducirse mi capullo. Anak se estaba empalando por detrás, su ojete me recibió con dificultad, de manera que pude percibir como sus músculos circulares se abrían dolorosamente mientras su dueña gemía en silencio. Centímetro a centímetro, toda la extensión de mi sexo iba desapareciendo en una deliciosa tortura. No debía de moverme pensé, meditando sobre la diferencia de tamaño, si lo hacía podía provocarle un severo desgarro, y lo que deseaba era darla placer y no dañarlo, por lo que aguanté pacientemente hasta que mis huevos chocaron con su trasero, en una demostración que ya había conseguido metérselo por completo. Parecía imposible que lo hubiese conseguido, pero con un gruñido de satisfacción empezó a menearse con mi falo en su interior mientras que con sus manos se masturbaba.
Paulatinamente fue resultando para ella mas fácil el empalarse, mi sexo iba consiguiendo relajar su recto, a la par que sus dedos conseguían empapar su cueva con sus toqueteos. No me podía creer lo que estaba sintiendo, su esfínter parecía ordeñarme dándome lo que mas deseaba, que era la completa posesión de esta mujer, pero mi extrañeza fue máxima al oírla gritar diciéndome que ni se me ocurriera correrme, que mi semen era para su boca, que quería disfrutar de su sabor nuevamente.
Completamente excitada saltaba sobre mi cuerpo, introduciendo y sacando mi pene con rapidez, mojando mis piernas al hacerlo con el flujo que manaba libremente de su sexo cuando empezó a notar los primeros síntomas de que el placer la iba calando. Lejos de esperar a recibirlo, aceleró sus acometidas de forma que sus nalgas sin control se retorcían al ritmo con el que sus dedos torturaban su clítoris al pellizcarlo. Su climax era cuestión de tiempo, con la respiración entrecortada, el sudor impregnando su cuerpo y su sexo anegado por el placer, estaba a la espera de un orgasmo, que llegó al oírme ordenarla que se corriera.
Fue una explosión, Anak gritó su liberación mientras su cuerpo convulsivamente temblaba empalado y su cueva se licuaba derramándose sobre las sábanas. Pensé que se iba a tomar un tiempo mientras se relajaba, pero en vez de ello, cogiendo mi pene entre sus manos, con su lengua lo limpió con premura buscando mi propio placer. Con la punta recorriendo todas la rugosidades de mi glande, fue incrementando sus maniobras mientras con sus manos me apretaba los testículos.
Para mi, el tiempo se había detenido. Sin poder ver y ni ayudarla al tener mis manos atadas, solo podía disfrutar de sus caricias. Anak se dio cuenta que ya no podía aguantar mucho, y abriendo por entero su boca, se embutió todo mi pene en su interior en espera de mi orgasmo. Con mi capullo empotrado en su garganta, su cabeza buscó mi placer moviéndose de derecha a izquierda, a la vez que sus manos me arañaban el pecho. Con un jadeo premonitorio, conseguir zafarme una de las muñecas y apretando su melena contra mi, me corrí en su interior sin dejarla moverse mientras me derramaba en oleadas de placer por su faringe. La muchacha sin quejarse sorbió toda la simiente, que llenaba su boca hasta que de la punta de mi sexo dejó de brotar el liquido y entonces levantando la cabeza, me premió con una bella sonrisa mientras me decía:
Ahora quiero que me tomes por delante-.
Me reí al escucharla, pero aunque me apetecía la coherencia me decía que era tarde y que al día siguiente tendríamos un largo camino, por lo que dándole una nalgada le dije que había que dormir. Pero mi queridísima malaya creyó que era parte del juego y lanzándose sobre mí intentó reactivar mi lujuria pero lo que consiguió fue que usando las camisas, la atara de pies y manos diciéndola al terminar:
-O te duermes o te saco desnuda al pasillo-
Esta vez me obedeció, la amenaza había surtido efecto y colocándose a mi lado para que la abrazara, puso su cabeza sobre la almohada, intentándose dormir. Satisfecho, pase mi brazo sobre ella y en esa postura concilié el sueño.
Durante toda la noche nada me perturbó, y como si me tratara de un niño, conseguí descansar acunado en los brazos de la mujer, solo despertándome cuando la claridad del día hizo acto de presencia a través de la ventana de la habitación.
Anak seguía totalmente dormida cuando me levanté al baño. Era una gozada el verla así, desnuda, bella y atada, su indefensión seguía sobrecogiéndome, y no solo por la pinta de sumisa que tenía con las camisas anudadas a sus tobillos y muñecas, era algo mas profundo, todo en ella era atractivo, y lo peor era que no sabía como iba a reaccionar cuando se enterara del verdadero motivo por el que buscaba a Wayan, la titánide de Oceanía. Temía que al saber que mis intenciones eran poseerla, me abandonara y eso me turbaba al darme cuenta que estaba enamorado de esa pequeñaja.
Pensando en eso, me metí bajo la ducha, pero ni siquiera el chorro de agua fría recorriendo mi piel consiguió quitarme la certidumbre de que la iba a perder en pocas horas, por lo que después de secarme me acurruque a su lado intentando disfrutar del poco tiempo que me quedaba a su lado. La diferencia de temperatura de nuestras pieles la hizo despertarse al sentir que la abrazaba, colocándome a su espalda.
-Buenos días, cariño-, me dijo aún medio dormida,-¿porque no me desatas?-.
-Vuélvete a dormir, quiero disfrutar de tenerte en mis brazos-.
Quería tenerla en esa posición eternamente, con su cuerpo diminuto pegado a mi piel, y su cabeza apoyada en la almohada mientras sus nalgas rozaban mi sexo. Pero resultó que ella al sentirme, empezó a restregar su trasero contra mi desnudo pene, consiguiendo sacarlo de su letargo.
Quieta-, protesté al notarlo.
Pero ella haciéndose la sorda, prosiguió moviéndose hasta que consiguió introducirse mi sexo en su cueva. Estaba atada, pero no indefensa, sentencié al notar como me absorbía en su interior, y viendo que no se iba a quedar quieta, abrazándola con mis piernas, profundicé mi penetración entre los suspiros y jadeos de la muchacha que ya totalmente despierta se retorcía mientras me imploraba que la amara. Su espalda seguía pegaba a mi pecho cuando mis manos acercándose a sus pezones, los descubrieron totalmente erectos esperando mi caricias. La cachondez de esta muchacha no tenía límites, y por eso no me sorprendió que al ponerla a cuatro patas, con su culito en pompa, me pidiera que la penetrara por donde yo quisiera. Estuve tentado de usar su puerta trasera, pero poniendo mi glande en su entrada, la penetré de un golpe hasta que chocó contra la pared de su vagina. Gritó al ser llenada, pero no satisfecha gimió pidiéndome que lo hiciera brutalmente.
Agarrado su pelo, lo usé como riendas de un cabalgar desenfrenado, penetrando y sacando de su interior mi pene sin compasión mientras ella se derretía sollozando de placer. Me recordó la escena a una día que vi a un jockey en una carrera y al igual que el atizó a su montura con una fusta, yo usé mi mano para obligarla a acelerar sus pasos dándole una fuerte palmada en su trasero. La muchacha berreó como la yegua que era en ese momento lanzándose a un galope cuya meta era es ser regada. El tratamiento le gustó, y chillando su calentura me pidió que no parara. Por supuesto que no lo hice, sino todo lo contrario, al oír que me respondía con un gemido cada vez que la atizaba en una nalga, mis caricias fueron creciendo en intensidad y frecuencia, hasta que con su culo totalmente colorado se desplomó sobre las sabanas mientras se corría. Al caer sobre el colchón me hizo desequilibrar y cayendo sobre su cuerpo mi pene se introdujo abruptamente en su interior provocándole otro orgasmo. Fue entonces cuando surgiendo de mis entrañas un fuerte deseo me sometió y sin ningún tipo de control eyaculé rellenando su cueva con mi semen, mientras ella se retorcía como una perra, diciéndome que terminara. Fue un placer total, todos mis nervios y neuronas disfrutaron de cada una de las oleadas con las que la bañé, pero sobre todo de cada uno de los aullidos que surgieron de su garganta al recibir la ansiada recompensa, de forma que exhausto caía a su lado besándola y abrazándola al saber que quizás esa era la última vez que lo hiciera.
Fue ella la primera en reaccionar y levantándose de la cama, se arrodilló en el suelo y extendiendo sus manos en plan de broma me dijo:
-¿Puede mi amo desatarme?, o es que su esclava no se ha comportado bien y debe continuar su castigo-.
Muerto de risa, deshice los nudos con lo que tenía atadas las muñecas y dándole un beso le repliqué:
-Los tobillos te los desatas tú, no vaya a ser que me vuelva a animar y tenga que aplicarte un correctivo-.
Aproveché ese momento para pedir por teléfono que nos trajeran el desayuno, ya que me crujía el estomago de hambre, y parodiando un viejo chiste pensé “no solo de los frutos del amor sobrevive un hombre”. Entre tanto Anak se había metido a bañar, por lo que al colgar y viendo que no tenía nada que hacer, puse la televisión esperando que el hotel tuviera la CNN porque me apetecía enterarme que había ocurrido por el mundo.
La locutora, una mujer de raza negra, estaba dando noticias de carácter económico cuando de improviso le avisaron de una última hora, y sin mediar palabra dio paso a su corresponsal en
El Vaticano, por lo visto acababan de atentar contra un alto dirigente de la Iglesia y aunque se desconocía el nombre del jerarca muerto, en una pagina de internet los supuestos autores del atentado, unos fundamentalista islámicos, se vanagloriaban de haber acabado con el numero tres de los católicos que para mi sorpresa no era otro que el cardenal Antonolli.
Me quedé de piedra al enterarme de ese modo de su muerte, y no solo porque no me lo esperaba sino por lo que significaba, ya que una vez muerto, nada ni nadie podía discutir mi autoridad entre los titanes. Hundido por la responsabilidad que eso significaba hice recuento de cuantos de nosotros conocía, y caí en la cuenta que quitando a las cuatro mujeres, solo sabía los nombres de dos mas, uno era mi padre y el otro la madre de Xiu. Sabía de primera mano que tanto Makeda como Thule eran huérfanas, y según los informes, la tal Mayan tampoco tenía padres. Eso hacia que fuéramos solo siete los titanes conocidos mas tres gestándose, cuando según el propio Cardenal el número nunca había variado en siglos manteniéndose un número constante de catorce, luego me faltaban cuatro y si descontaba el que debía de procrear con la mujer que andaba buscando, y también le restaba la titánide americana y su posible descendencia, todavía había dos por localizar.
Cual sería mi cara, que al salir Anak de la ducha me preguntó que pasaba. Tardé en contestarle por que no sabía que hacer, si volver a Europa a hacerme cargo de mi herencia o continuar mi misión y encontrar a Mayan.
Tras unos momentos de confusión, en los que alternaba entre las dos soluciones decidí explicarle que ocurría. La muchacha malaya me escuchó en silencio mientras le relataba una historia que dudaba que creyera, en la que yo me había convertido debido a ese atentado en el jefe de una estirpe muy antigua, y que el problema era si era mejor cumplimentar mi misión antes de volver o postergarla para retornar en un futuro.
Al terminar de oírme, se levantó de la silla en la que estaba sentada y midiendo sus palabras me contestó:
 
-¡Debes volver!-, la rotundidad de su afirmación me sacó del ensimismamiento en el que estaba, –sobre todo por que aunque no lo sepas, hace dos días que cumpliste con tu misión-.
Sin dejarme intervenir me explicó que Wayan se había enterado de que los hombres del cardenal la buscaban y que anticipándose a nosotros nos había estudiado y localizado sin que nos diéramos cuenta. Viendo mi desconcierto, me dijo:
Soy Wayan Bali, la titánide que buscabas-.
-¡Imposible!-, le grité sin creérmelo cuando de repente sentí que su mente se abría a la mía y como si de un abrazo se tratara se fundía conmigo, mostrándome que había querido conocerme sin descubrirse, porque si debía entregarse a un hombre, este debería amarla por quien era y no por lo que era.
Todavía desconcertado le dije que yo la amaba.
-¡Lo sé!, amado mío-, y leyendo en mi mente el ritual prosiguió diciendo: Como Wayan Bali, descendiente de Badung, príncipe de Bali, entro a formar parte de tu familia, despojándome de toda mi riqueza y posición. A partir de ahora seré llamada Wayan Song, concubina de Trastámara-.
-Te acepto en nombre de mi esposa Xiu y en el mío propio-, y sin darme casi cuenta formalicé nuestra unión de esa forma.
-Solo te queda una cosa por hacer mi querido esposo, antes de que vayamos a Europa-, me dijo Wayan.
Intrigado por la forma tan misteriosa en la que habló, le pregunté que era.
 
A partir de hoy deberás convertirte en el rey legítimo de mi pueblo y para ello deberás vencer en una lucha ritual ante los ancianos-.
-Pues mientras me enfrento a esos viejos, déjame practicar haciéndote el amor-
-No vístete, que tenemos prisa-, me contestó librándose coquetamente de mi abrazo.
Viendo que no tenía mas remedio que hacerle caso, me vestí mientras ella hacía lo mismo, de manera que en cinco minutos ya estábamos en la recepción de hotel esperando a Mr. Williams. Cuando este llegó, Wayan le explicó que había pedido su helicóptero, por lo que ya no hacía falta seguir disimulando. El viejo respiró aliviado e hincando su rodilla en el suelo, se despidió diciendo:
-Mi reina-.
Me quedó claro como se había enterado de nuestras intenciones por anticipado, el contacto del difunto cardenal era un topo de ella en nuestra organización. Debería estar molesto pero mirando al tipo me di cuenta que no le tenía ningún rencor, porque gracias a él había conseguido conocerla sin saber que era mi objetivo.
Y como no podía ser de otra forma, Wayan me tenía reservada otra sorpresa ya que al llegar al pequeño aeródromo de la ciudad, esperaba que un piloto fuera el que nos llevase a su pueblo, pero nada mas entrar en el aparato, se puso a los mandos de la nave, y aturdido observé, que ella era quien iba a llevarlo.
Medio muerto de miedo, me subí abrochándome el cinturón nada mas posar mi trasero en el asiento, esa iba a ser mi primera vez y el nerviosismo me atenazaba. Con la tez blanca por el terror que sentía le supliqué:
-¿Sabrás manejarlo?-.
Como única respuesta sentí que mi estómago se daba la vuelta, al ella despegar del suelo, soltando una carcajada. Si ya era malo de por sí el pensar que estaba en sus manos, todavía fue peor cuando equilibrando el vuelo, el aparato seguía inclinado hacia delante de forma que veía pasar las copas de los árboles a mis pies. Wayan tuvo que explicarme que un helicóptero volaba de esa forma, que la cola siempre se mantenía por encima de la cabina, y que las aspas debían estar inclinadas para avanzar, ya que solo cuando se eleva o desciende horizontalmente se ponen paralelas al suelo.
El vuelo se prolongó durante media hora, tiempo en que la mujer intentó que entretenerme mostrándome la belleza de su isla, de sus montañas y selvas, intento infructuoso porque tuve que hacer grandes esfuerzos para no vomitar en su interior de forma que nada más aterrizar, y con los motores parados, me bajé a hacerlo mientras ella se destornillaba al verme en ese estado.
Cuando ya repuesto, conseguí fijarme en las personas que venían a recibirnos, vi que venían ataviado con sus mejores galas, en pantalones bermudas y sin camisa de forma que los tatuajes de sus cuerpos pudieran ser observados por la concurrencia. Todo estaba milimétricamente preparado, los hombres portaban un palanquín en el que se subió Wayan, entre el júbilo de su pueblo.
Sentada en su trono, ocho enormes maories lo izaron y a hombros la llevaron al palacio, el cual era una réplica del palacio real de Bali. Mientras tanto yo tuve que seguirla a pie, pues hasta que no me ganase el título no era mas que un extranjero en esas tierras.
Los ancianos nos estaban esperando en la plaza, y tras una breve ceremonia, que no entendí, vi como dos hombres me despojaban de mi ropa, y me dejaban medio desnudo enfrente de la muchedumbre, solo tapado por los boxers que llevaba. Según me había contado la mujer, no debía de preocuparme ya que me iba a enfrentar a un solo hombre, pero alucinado vi que no era verdad y que quien se iba a enfrentar a mi era un nutrido grupo de tatuados guerreros.
Al protestar en voz alta, uno de los ancianos me explicó que debido a mi estatura y fortaleza el consejo había decidido que para que fuera justa la batalla debía de pelear con cinco de los mejores luchadores de la aldea. Sabiendo que de haber continuado con mi reproche lo único que hubiese conseguido hubiera sido quedar como un cobarde, decidí ver que me deparaba mi futuro inmediato.
No tardé en descubrirlo ya que poniéndose en formación y con unas mazas en las manos, mis contricantes comenzaron a realizar una Haka, la danza guerrera maorí en la que con grandes gritos y aspavientos tratan de intimidar a su enemigo. Los occidentales conocemos este baile por el rugby, es famosa la forma en que la selección neocelandesa lo ejecuta antes de cada partido.
Eso fue mi salvación, por que al verlos los imité solo que en este caso, saltando y gesticulando mientras usaba mi poder, les manipulé haciéndoles verme como un Dragón y a los escupitajos que les lancé como grandes bocanadas de llamas, por lo que antes de empezar ya estaban vencidos al estar profundamente aterrorizados por enfrentarse conmigo.
La batalla subsiguiente no tuvo historia, ya que uno a uno los fui desarmando y noqueando con la única arma de mis manos. Solo el mas experimentado de ellos me puso una leve resistencia, intentándome golpear con la maza, pero esquivando su golpe, le respondí con un puñetazo en la barbilla que fue la señal y banderazo de salida para el caos en que se sumió el publico. Un griterío ensordecedor salió de sus gargantas y como si fueran uno, la plebe se lanzó alzándome sobre sus hombros y llevándome a donde estaban los ancianos.
Estos parecían contentos, cosa que me pareció extraña, ya que habían preparado una pelea desigual en la que contra todo pronóstico había vencido. Fue Wayan, mi dulce Anak, la que me sacó de mi error.
-Somos un pueblo guerrero, mi gente espera que sus reyes al igual que hicieron mis antepasados luchen hasta la muerte por ellos, y es por eso por lo que te los has ganado, no solo te has enfrentado contra cinco sin temor, sino que además los has vencido. Ellos no buscaban que ganaras, solo querían saber si tenías el valor suficiente de entablar la pelea-.
-¡No entiendo!-
-Mi bisabuelo Bandung se lanzó a una batalla que sabía perdida, era su deber, y por eso tuvo una muerte gloriosa recordada por todos-.
-¡Fue un suicidio!-, le repliqué buscando un sentido.
-¡No!, mi familia, hombres , mujeres y niños regaron con su sangre nuestra tierra, para darnos la oportunidad de seguir vivos sin ser esclavos-, me respondió indignada.
Me callé al ser consciente de que estaba andando por arenas movedizas, cualquier paso en falso hubiese podido suponer un agravio a la memoria de sus antepasados. Reconocía en mi fuero interno el valor de su sacrificio, pero dudaba de su practicidad.
En ese momento, el mas viejo del consejo se acercó a mí con una corona de flores y tras ponérmela en la cabeza gritó a los asistentes:
-¡Pueblo he aquí vuestro rey!, ¡Rey he aquí vuestro pueblo!. ¡Nuestras vidas son suyas!, ¡su vida es nuestra!, y así por siempre-.

Un rugido unánime respondió a mi entronización, mientras Wayan sonreía satisfecha.

7 comentarios en “Relato erótico:”La tara de mi familia 8. la dulce wayan” (POR GOLFO)”

  1. Esperando la continuación excelente relato. Lo dejaste en la parte interesante ahora que el cardenal ha muerto, bueno si es que ha muerto realmente.

  2. Cuando sale la continuación este relato es de los mas interesantes que leído ya que reúne todo lo que me gusta. Y la historia y se variedad es excelente gracias…espero tenga continuacion

    1. Saludos amigo solo para sber si habra continuidad o mejor dejarla a ka imaginacion ya que ha pasado tiempo y soy de los qu no me gusta hacerme falsas esperanzas de nuevo excelentes relatos en todo sentido
      att Alfwolf
      mail. alfwolf@yahoo.com

      mis mas grandes felicitaciones

  3. Es una de las mejores sagas que EH leído en mi vida, esta muy interesante, ojala tengamos continuación luego, porque no la encuentro. Saludos y felicitaciones

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