Sé que si se entera mi esposa, me deja. Pero si el que algún día llega a saber de mi desliz es Manuel, él seguro me mata. Lo que os voy a contar ocurrió el pasado verano y aunque no estoy muy orgulloso de ello, no pude evitarlo.
¡Me follé a la hermana pequeña de un amigo!
No lo busqué, me lo encontré sin más y me consta que gran parte de la culpa la tuvo esa zorrita con cara de ángel de Luisa. Todo comenzó durante una comida en casa de Manuel. Mi amigo nos invitó a mi mujer y a mí a una barbacoa en su jardín y allí mientras alternábamos con los amigotes, se presentó esa criatura. No la reconocí cuando entró porque llevaba más de diez años sin verla. La última vez que la vi fue cuando tenía catorce años y la niña mona se había convertido en una diosa. Reconozco que me la quedé mirando pero sin otra intención que disfrutar de la maravillosa castaña de uno setenta que hablaba con el dueño de la casa.
-Javier, ¡Ven! ¿Recuerdas a mi hermana?- me soltó Manuel al ver que los estaba observando.
-¡Coño! ¡Cómo has cambiado!- respondí acercándome y dando un beso en la mejilla a esa monada.
La chavala sonrió al verme y dándose una vuelta completa para que la observara bien, me contestó:
-¿He cambiado para bien?
Estuve a punto de soltar una burrada pero al ser la hermana de mi amigo me corté y respondí:
-¡Por supuesto! ¡Estas guapísima!
La puñetera cría puso cara de satisfacción y prosiguiendo con un flirteo  del que yo no me había dado cuenta, dijo:
-Eso, ¡Se lo dirás a todas!
-¡Ni de coña!- contesté: -Si Carmen me oye, me corta los huevos.
Soltó una carcajada y despidiéndose momentáneamente, fue a saludar a otros amigos. Mientras se iba me quedé extasiado con su culo. Siendo muy delgada, la chavala tenía un pandero cojonudo y solo su parentesco con Manuel, evitó que hiciera el oportuno comentario soez que se merecía. Lo estrecho de sus caderas, dotaba a su trasero de una espectacularidad que me hizo seguirlo con la mirada.
“¡Qué buena está!” exclamé mentalmente al no poder exteriorizar mi opinión en público.
Otro amigo me distrajo al preguntarme algo y por eso me olvidé de ella durante unos minutos. Cuando la volví a ver, estaba con mi esposa charlando amigablemente por lo que me junté con ellas sin levantar suspicacias a mi alrededor.
Al llegar, mi esposa le estaba dando nuestro teléfono y extrañado por que lo hiciera pregunté el motivo:
-Luisa acaba de llegar a Madrid y está buscando un piso. Le he explicado que tenemos uno vacío en espera de ser alquilado.
Os tengo que confesar que me pareció estupendo porque nos vendría estupendamente el dinero si llegábamos a rentarlo y por eso me declaré dispuesto a enseñárselo en cualquier momento. En ese momento no le dí importancia a que dicho apartamento estuviera puerta con puerta con el nuestro.
-Si te gusta, hablaríamos de precio- oí que mi mujer le decía a modo de confidencia.
La cría se mostró entusiasmada porque le gustaba la zona y el tenernos de vecinos, por eso quedó con Carmen en irlo a ver al día siguiente. El resto de la comida transcurrió sin nada digno de mencionar a excepción de que Luisa no se separó de nosotros, riéndole las gracias a mi mujer y demostrando que además de estar buena, era una joven con la cabeza bien amueblada.
Cuando nos íbamos y ya en el coche, mi querida esposa, sin saber en qué lio nos estábamos metiendo, me dijo:
-Me apetece la idea de alquilárselo y no solo por la pasta. Me parece encantadora, aunque después de tantos años fuera, un poco sola.
No pude estar más de acuerdo con ella porque obviando nuestras dificultades de llegar a fin de mes, Manuel me había contado que su hermana había retornado a España porque su novio alemán la había dejado y que estaba bien jodida. Al contárselo, eso afianzó la determinación de Carmen que como buena samaritana decidió ayudarla.
 A la mañana siguiente, Luisa llegó puntualmente y tras ver el apartamento, decidió quedárselo sin pensar en otras opciones.  De forma que me convertí sin saberlo en el casero de la que causante de mi primera infidelidad. La verdad es que ese día y mientras tomábamos el aperitivo con ella, yo también estaba encantado con la idea.
La chavala tardó una semana en mudarse y todavía recuerdo esa tarde como  si fuera ayer porque estábamos ayudando a acomodar sus cosas, cuando me pidió que le llevara una caja a su habitación. Estaba cargándola cuando al tropezarme, la caja se abrió dejando desparramado por el suelo su contenido. Al irlo a recoger, me quedé acojonado al comprobar que consistía en su ropa interior. Más excitado de lo que me gustaría reconocer, fui metiéndola otra vez en su caja pero con tan mala suerte que justo al terminar y cuando solo faltaba por meter un coqueto tanga de encaje, me pilló con él en la mano. Avergonzado le expliqué lo ocurrido y ella soltando una carcajada, quitó importancia al incidente. El problema fue que al enterarme que esa mujer usaba unas prendas tan sugerentes por debajo de la ropa, no pude seguirla viendo como la hermana pequeña de mi amigo sino como el pedazo de hembra que era.
Para terminarla de joder, a partir de ese día su presencia en mi casa fue algo habitual porque habiéndose hecho amiga íntima de mi esposa, raro era el día que no se quedaba a cenar. El continuo trato lejos de aminorar su atractivo lo incrementó, llegándose a convertir en una obsesión. Esa melena larga, esos pequeños pechos y sobre todo ese culo con forma de corazón se erigieron en parte esenciales de mis sueños.  En cuanto Carmen se dormía, no podía dejar de imaginarme como sería poseer a esa niña y en un vano intento por quitármela de la cabeza, me recriminaba por tener tan oscuros pensamientos sobre ella. Desgraciadamente, noche tras noche, su figura aparecía en mi mente y solo liberando mi excitación con una paja, conseguía dormir.
Mi mujer nunca se enteró de la atracción que su nueva amiga producía en mí y por eso una noche a mediados de Julio, le contó que se iba de vacaciones en agosto y que como yo no podía tomármelas en verano, le pidió que me cuidara. Entre risas, le contestó que no se preocupara y que velaría porque no me comportara como el clásico Rodríguez y dirigiéndose a mí, dijo:
-No te voy a dejar que te desmadres y para cerciorarme, vendrás a casa a cenar mientras Carmen esté fuera.
La aludida se mostró encantada porque así se aseguraba que estaría acompañado. Por mi parte, no vi mayor problema porque aunque me sentía atraído por Luisa, no pensé nunca en la clase de marcaje que me sometería aprovechando la ausencia de mi esposa. Por eso esa conversación pasó a segundo plano hasta el viernes en que Carmen se fue. Estaba en el trabajo cuando recibí su llamada recordándome que esa noche tenía cena en su casa:
-Allí estaré- contesté sin darle mayor importancia.
Tras lo cual me sumergí en el día a día. Al salir del trabajo, decidí comprar una botella de vino para no llegar con las manos vacías. Una vez en casa, me cambié de ropa y directamente, toqué a su puerta. Mi inquilina no tardó en abrirla y cuando lo hizo, me quedé  anonadado al ver que se había vestido como para salir de copas. Con un escotado traje rojo, se veía a simple vista que se había pasado toda la tarde arreglándose.
-¿Y eso?- pregunté – ¿No íbamos a cenar aquí?
-Sí- contestó medio confundida- ¿Por qué lo dices?
Sin poder dejar de observarla con detenimiento, le respondí que era una pena que solo yo pudiera disfrutar de tanta belleza. Luisa al oír mi piropo me soltó:
-Tú te mereces esto y más.
Os juro que no caí en la cuenta de que estaba flirteando conmigo. Absorto mirando el cuerpo que lucía esa muchacha, no me fijé en su cara de deseo ni en que involuntariamente había juntado sus rodillas al sentir mi mirada acariciando sus pechos. Rompiendo en silencio que se había instalado entre nosotros, me llevó al comedor. Mientras la seguía por el pasillo, me quedé extasiado al comprobar el meneo que esa mujer daba a su trasero al caminar.
“¡Menudo culo!”, exclamé mentalmente dudando si bajo el vestido llevaba o no ropa interior. Las nalgas duras y bien puestas que se adivinaban al contraluz, me hicieron rememorar el día de la mudanza y las sensuales braguitas que descubrí en esa caja. Luisa, ajena al examen que estaba siendo objeto su anatomía, se entretuvo abriendo una botella de vino mientras yo no cejaba en la contemplación de sus piernas.
La raja a medio muslo de su falda me dejó entrever que la cría tenía una piernas de ensueño y ya bastante excitado, me acomodé el pantalón para que no notara que tenía mi pene medio empalmado. Desgraciadamente, se le dificultó el descorche y poniendo cara de circunstancias, me pidió que le ayudara. Al levantarme, la erección de mi miembro fue patente a sus ojos y relamiéndose los labios, insistió en que la auxiliara. Desconociendo de antemano que iba a aprovechar ese momento, me acerqué a ella. Al ir a coger la botella, pasé mis brazos por detrás de Luisa. Fue entonces cuando echándose para atrás pegó su pandero a mi sexo y ante mi mirada atónita, lo colocó entre sus cachetes y se empezó a restregar.
Olvidando que esa mujer además de ser amiga de mi esposa, era la hermana pequeña de Manuel, dejé que continuara durante unos segundos profundizando esa caricia. Mi polla a punto de estallar, me imploraba que cogiera a esa cría entre mis manos y allí mismo la tomara pero tras unos instantes de confusión, me separé de ella y haciendo como si no hubiese ocurrido nada, quité el jodido corcho. La cría al ver mi estado, muerta de risa, me soltó:
-Poco has tardado en comportarte como un clásico Rodríguez.
-No sé a qué te refieres- contesté confundido por su actitud.
-A mí no me engañas- respondió:-Como todos los hombres, no puedes negar tu género. En cuanto veis una oportunidad os dejáis llevar por vuestro pene.
Cabreado por su insulto y sobretodo porque aunque me jodiera tenía razón, le solté:
-No serás acaso tú, la que aprovechando la ausencia de Carmen, deseas probar lo que es suyo.
-Quizás- respondió y dejando deslizar los tirantes de su vestido, me preguntó: -¿No te parezco atractiva?
Alucinado por su descaro, vi cómo se abría el escote y tapándose su pecho con las manos, insistía:
-¿Te gustaría verme las tetas?- y poniendo cara de putón verbenero, se empezó a acariciar los pezones mientras decía: -Sé que llevas deseando comerme entera desde que me viste en casa de mi hermano.
Involuntariamente y siguiendo los dictados de mis hormonas, me acerqué a ella y agachando mi cara, me puse a mamar  de sus pechos. Descojonada por mi rápida claudicación, me retiró de un empujón y subiéndose el vestido, me soltó:
-¡No te he dado permiso!
Que se comportara como una estrecha cuando me había provocado, me terminó de enervar y cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta su cuarto. En el pasillo y mientras la llevaba en los hombros, no paró de insultar y de gritarme que le iba a contar tanto a su hermano como a mi esposa, lo ocurrido. Dominado por la lujuria, no pensé en las consecuencias y tirándola sobre la cama, me puse a desnudar.
Desde el colchón, Luisa seguía actuando y mientras no perdía ojo de mi striptease, me amenazaba con ir a la policía si la violaba. Cabreado y excitado por igual, me acerqué a ella y desgarrando su vestido con las manos, la dejé desnuda sobre las sábanas.
-¿Qué vas a hacer?
-Lo que llevas deseando desde que aparecí en tu puerta. ¡Voy a follarte! ¡Puta!- respondí separando sus rodillas.
Al hacerlo, descubrí que llevaba el pubis depilado e incapaz de contenerme, bajé mi cabeza entre sus piernas y sacando mi lengua, probé por vez primera el sabor agridulce de su sexo.
-¡Por favor! ¡No lo hagas!- me imploró intentando repeler mi ataque dando manotadas.
Su violenta reacción no hizo más que incrementar el morbo que sentía y dándole un sonoro bofetón, le ordené quedarse callada. La humedad que encontré en su sexo, me informó que esa mujer estaba cachonda y sabiendo que todo era un paripé y que yo era el hombre que había elegido para calmar su calentura, me puse a recorrer con mi lengua los bordes rosados de su vulva.
-¡Eres un cerdo!- gritó al sentir que me apoderaba del botón escondido entre sus labios.
Satisfecho por su silencio, cogí su clítoris entre mis dientes. Ni siquiera llevaba unos segundos mordisqueándolo cuando esa zorra empezó a gemir como una guarra. Azuzado por sus gemidos, seguí comiendo esa maravilla e incrementando el volumen de mis caricias, metí un dedo en su vulva.
– ¡Maldito!
Violentando mi acoso, incrementé la dureza de mi mordisco mientras unía otro dedo en el interior de su sexo. Tras unos minutos, follandola con mis manos y lengua, percibí que esa bruja ya mostraba indicios de que se iba a correr por lo que acelerando la velocidad de mi ataque, empecé a sacar y a meter mis yemas con rapidez. Tal como había previsto, la hermana de mi amigo llegó al orgasmo y berreando de placer, su cuerpo empezó a convulsionar sobre la cama mientras de su sexo brotaba un manantial. Al beber del flujo que salía de su cueva, profundicé y alargué su clímax, de manera que uniendo un orgasmo con otro fui demoliendo sus supuestas reticencias.
-¡Cabrón!- aulló al experimentar la rebelión de sus neuronas y presionando con sus manos mi cabeza, chilló con voz entrecortada: -Ya me has demostrado quién manda pero ¡No me folles!
Aunque de sus palabras se podía deducir que rechazaba la idea, su tono me informó que estaba ya dispuesta y por eso, me incorporé sobre el colchón y cogiendo mi pene entre mis manos, lo acerqué a su vulva.
-Te lo ruego, ¡No me violes!- gritó al sentir mi glande jugueteando con su entrada.
Incapaz de contenerme de un solo empujón, hundí mi extensión en su interior. La calidez que me encontré, me reafirmó su disposición y por eso, sin darle tiempo a acostumbrarse inicié su asalto. El olor a hembra excitada llenó las papilas de mi nariz mientras Luisa no dejaba de chillar que no siguiera follándola.
-¡Soy la hermana de tu amigo!- aullaba mientras sus caderas convertidas en un torbellino, buscaban mi contacto con mayor énfasis.
Con bruscas arremetidas y  golpeando la pared de su vagina con mi glande, busqué mi liberación mientras la cría seguía gritando. Sus lamentos lejos de conseguir su objetivo, me llevaron a un nivel de excitación brutal y por eso, a base de fieras cuchilladas con mi estoque, seguí machacando su sexo. Los sollozos que salían de su garganta no tenían nada que ver con lo que ocurría entre sus piernas. Totalmente anegado, su coño recibía mi pene con autentico gozo ya los pocos momentos, volví a sentir su orgasmo.
-¡Estás disfrutando puta!- grité mientras mis dedos pellizcaban los rosados pezones de la cría: ¡Deseabas ser mía!
-¡No!- chilló descompuesta.
Su mentira espoleó mis movimientos y poniendo sus piernas en mis hombros, seguí tomando lo que sabía que era mío con mayor ardor. La nueva posición hizo que su cuerpo empezara a temblar y pegando enormes gritos, se volvió a correr. Esté enésimo orgasmo, me contagió y uniéndome a ella, mi pene explotó regando su sexo de blanca simiente. La muchacha al sentirlo, lloró de placer y pegando alaridos se dejó caer sobre el colchón.
Agotado, me tumbé en la cama liberándola, momento que Luisa aprovechó para huir de mi lado y levantándose, me dejó solo en el cuarto. Su huida apresurada me hizo temer lo peor y abrumado por los remordimientos, llegué a pensar que había malinterpretado a la cría. Asustado y cabreado por mi actuación, estaba a punto de ir a buscarla para pedirle que me perdonara, cuando la vi entrar con una bandeja.
Ella al ver mi cara de asombro y luciendo una sonrisa, dijo:
-Tenía hambre-
Aliviado por sus palabras, solté una carcajada y ayudándola cogí la comida de sus manos. Luisa, sin esperar a acomodarse en la cama, empezó a comer mientras me decía:
-Me ha encantado que me violaras- y recalcando su respuesta, me soltó: -Después de cenar, quiero que me rompas el culo. ¿Podrás hacerlo?
Solté una carcajada al comprobar su descaro y por medio de un sonoro azote en sus nalgas, le informé de mi disposición. Entonces la chavala me volvió a sorprender y haciendo a un lado la bandeja, se acercó a mí cogiendo mi sexo entre sus manos, se lo llevó a su boca y sensualmente, lo empezó a besar mientras acariciaba mis testículos.
De pie sobre la alfombra, sentí sus labios abrirse y cómo con una tranquilidad pasmosa, esa chavala lo iba introduciendo en su interior. Devorando cada uno de los centímetros de mi piel, la hermanita de mi amigo fue absorbiendo mi extensión hasta que consiguió besar la base. Con él completamente embutido en su garganta, empezó a sacárselo lentamente para acto seguido volvérselo a meter.
-¡Eres una mamadora de lujo!- le espeté al comprobar que estaba utilizando su boca como si de su sexo se tratara y cada vez más rápido me estaba haciendo el amor sin usar ninguna otra parte de su cuerpo.
Me cuesta horrores describir su maestría. Luisa usó su lengua para presionar mi pene, conseguiendo que su boca se convirtiera por arte de magia en  un estrecho coño. Forzando el placer que sentía, llevé mis manos a su cabeza y comencé un brutal mete-saca en su garganta. Satisfecha y estimulando mi reacción, clavó sus uñas en mi culo. El dolor mezclado con la excitación que asolaba mi cuerpo, me dio alas y salvajemente seguí penetrando su garganta. Mi orgasmo no tardó en llegar y conseguí descargar en su boca la tensión acumulada, momento que aprovechó la chavala para recriminarme el modo en que la había usado. 
-Perdona- le dije al comprender que me había pasado.
Luisa soltó una carcajada y con un brillo en sus ojos, sonrió mientras me pedía que quería que cumpliera con su otra fantasía:
-¿Cuál?- pregunté.
-Quiero que me tomes por el trasero- contestó poniéndose a cuatro patas sobre la cama.
Al verla separándose los glúteos con sus manos mientras me exigía que tomara posesión de su ano, fue demasiado la gota que reactivó mi lujuria y agachándome entre sus piernas, me acerqué y recorrí con la lengua los bordes de su ano. La cría pegando un gemido, se puso a acariciar su clítoris con su mano.  Temiendo dejarme llevar demasiado pronto por el deseo y tratando de no desgarrarla, le pregunté si no tenía crema: 
-Tengo algo mejor- contestó sacando del cajón de la mesilla un bote de lubricante anal.
Al ver la enorme sonrisa que iluminó su cara, comprendí que esa mujer había más que fantaseado y que al seducirme, tenía previsto entregarme su culo. Su entrega  me permitió no tener que convencerla de algo que deseaba desde que había visto su culo desnudo y por eso abriendo el bote, cogí un poco de gel entre mis dedos. Sin más prolegómenos, unté su ano y con la tranquilidad que da la experiencia, empecé a relajar su esfínter. 
-¡Cómo me gusta!- aulló descompuesta al sentir uno de mis dedos abriéndose camino en su interior paso. Disfrutando del momento, cerró los ojos y apoyó su cabeza en la almohada mientras levantaba su trasero. 
La nueva posición me permitió observar que sus piernas  temblaban al sentir mi yema en su interior y seguro de lo que estaba haciendo, decidí incrementar el rumbo de mis caricias. Dándole un azote a una de sus nalgas, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.
-Ahhhh- gritó al notar  un azote en una de sus nalgas mientras metía dos dedos dentro de su orificio.
Su gemido me alertó de que tenía que tener cuidado y por eso volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase. Luisa, pegando un gemido, me informó que estaba dispuesta. Con cuidado de no romper el encanto, moví mis falanges alrededor de su cerrado ano, dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar. 
-¡No puede ser!- aulló al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.
Dominada por una lujuria insana, la hermana de Manuel se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Increíblemente no esperó a que terminara de meter los dos dedos y pegando un alarido, se corrió sonoramente mientras su cuerpo se estremecía sobre las sábanas. Sin dejarla recuperarse, embadurné mi pene con el lubricante y poniéndome detrás de ella, llevé mi glande ante su entrada: 
-¡Tienes un culo estupendo!- le solté mientras  jugueteaba con su esfínter. 
-Lo sé- respondió y sin esperar a terminar de hablar, llevó su cuerpo hacia atrás.
Lentamente fue empalándose con mi verga, permitiéndome sentir cómo las  rugosidades de su ano se abrían ante el avance de mi miembro. Sin gritar pero con unas lágrimas cayendo por sus mejillas, continuó metiéndoselo hasta que sintió mi cuerpo chocando con su culo y entonces y solo entonces, se permitió quejarse del sufrimiento que había experimentado.
-¡Lo tienes enorme!- exclamó mientras se dejaba caer sobre el colchón.
Aunque no os tengo que contar las ganas que tenía de empezar a disfrutar de semejante culo, esperé que fuera ella quien decidiera cuando comenzar. Mientras lo hacía, aceleré mis caricias sobre su clítoris, de manera que, en medio minuto, la muchacha no solo se había relajado sino que ya estaba claramente excitada. Entonces levantando su cara de la almohada, me ordenó que comenzara mi ataque. 
La expresión de deseo reflejada en su rostro, me  convenció de empezar  y dotando a mi cuerpo de un ritmo pausado, fui extrayendo mi sexo de su interior. Al sentir que casi había terminado de sacarlo, Luisa con un movimiento de sus caderas se lo volvió a introducir. Repitiendo la operación cada vez más rápido, el compás con el que la cabalgaba se fue acelerando, convirtiendo nuestro trote en galope, mientras ella no dejaba de gritar.
-¡No pares!- ordenó a voz en grito al sentir que disminuía el ritmo de mis acometidas.
-¡No lo haré!- contesté tomando aire.
Fue entonces cuando cogiendo su melena, le di un fuerte azote y usando su pelo como riendas, reinicié mi loco cabalgar.
-¡Me encantan tus azotes!- gritó al sentir mi mano y meneando su trasero, me pidió más.
 Convencido por su respuesta que le gustaba el sexo duro, alternando de un cachete a otro, marqué el ritmo de mis incursiones con sonoras cachetadas. Sus nalgas recibieron una caricia cada vez que sacaba mi pene de su interior,  de manera que su cuarto se llenó del sonido  de gemidos, azotes y suspiros mientras yo seguía machacando con gozo su trasero. Con el culo completamente rojo Luisa empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal y no contenta con ello, me chilló que siguiera.
Si de por si era impresionante ver a esa cría, temblando de placer entre mis piernas, lo fue aún más cuando convertida en un torrente de deseo me gritó:
-¡Llevo años soñando con esto! ¡Maldito!- y mientras el placer desgarraba su interior, prosiguió diciendo. –Desde niña he estado colada por ti y ahora que te tengo, ¡No voy a dejarte escapar!. 
Su confesión fue el aguijón que necesitaba y reanudando mis maniobras, pellizqué sus pezones con dureza mientras usaba su culo para desahogarme.  Luisa al sentir la rudeza de mis dedos, perdió el control y agitando sus caderas,  se corrió. Olvidándome de ella, empecé a usar mi miembro como si de un cuchillo de se tratara y rebanando su cuerpo, seguí violando su esfínter mientras mi víctima no dejaba de aullar desesperada.
El cúmulo de sensaciones y sus gritos me llevaron al borde de la histeria y derramándome en su interior, llegué a un brutal orgasmo mientras disfrutaba de su entrega. Agotado y exhausto, me tumbé al lado de Luisa, la cual me recibió con las brazos abiertos.
-Siempre te he amado- dijo mientras me besaba.
Asustado por la fuerza de sus sentimientos, le recordé que era un hombre casado y que quería a mi esposa. Entonces la puñetera cría, me contestó con una sonrisa en sus labios:
-Carmen me pidió que te cuidara y pienso hacerlo. Voy a ser tu mujer durante este mes y luego ya decidiremos qué hacer cuando vuelva.
La tranquilidad con la que me habló, me dejó helado y temiendo que esa chavala fuera la causante de que mi matrimonio se rompiera, me levanté y terminándome de vestir, salí huyendo de su piso. No había entrado en mi casa cuando escuché el sonido del teléfono.
Al contestar, descubrí con horror que era ella.
-¿Qué quieres?- pregunté mosqueado.
La cría soltó una carcajada y me dijo:
-¡Mira el mail que te acabo de enviar! Cuando lo hayas visto, vuelve. ¡Te espero en la cama!
Sin saber a qué se refería abrí mi correo. Temblando como un niño pillado haciendo pellas, visualicé el video que me había mandado. Aterrorizado comprobé que me había grabado y que ante otros ojos, no cabría ninguna duda  que la había violado. Sabiéndome en sus manos, volví a su piso y llamando a su puerta, esperé oír las condiciones de su chantaje.
-Amor mío, ¡Se está enfriando la cena!- respondió totalmente desnuda y sin hacer mención a lo ocurrido, me llevó de vuelta a su cuarto.
Mientras la seguía, fui consciente de que tenía un mes para convencerla que me dejara en paz o de lo contrario me podía dar por jodido.

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