SOMETIMIENTO:
Prepara tu culo…
Estas tres simples palabras, que Jesús me dirigió como despedida, bastaron para mantenerme inquieta dos días. Después de habérsela chupado junto a su casa y todavía con su sabor a macho en mis labios, conduje medio ida de regreso a mi hogar, con esas tres palabras resonando en mi cabeza.
¿Sería capaz de hacerlo? Hasta la fecha, me había cerrado en banda ante cualquier intento en esa dirección (y nunca mejor dicho). Mario no había sido muy insistente en el tema, pero, antes de él, algún que otro chico que había sido mi pareja insistió bastante en lo del sexo anal… pero yo, nada de nada.
Y ahora allí estaba yo, nerviosísima en mi coche, sudando como una cerda ante la perspectiva de que el chico que me tenía robado el seso me rompiera por fin el culito.
Me pasé el resto del día y el siguiente hecha un manojo de nervios. En los ratos en que estuve en casa, intenté practicar un poco sola, usando el vibrador pequeño para estimularme y ensancharme el ano, pero no adelantaba mucho, pues los nervios hacían que apretase mucho el esfínter y no me atrevía a forzarlo. Eso sí, acababa poniéndome bastante cachonda con los jueguecitos y terminaba con MC enterrado hasta el fondo en el coño.
Al fin llegó el viernes y yo conduje hasta el trabajo con las manos temblando sobre el volante. Me había vestido como ya sabía que le gustaba a Jesús: jersey ajustado y falda amplia, larga esta vez, y, debajo, un sensual conjunto de tanguita y sostén negros, a juego con las medias y el liguero que Jesús me había ordenado que llevara. Para darme ánimos, había escondido en el bolso una pequeña petaca con coñac, a la que ya le había dado dos callados tientos.
Como buenamente pude, encaré las clases matutinas, que al menos me permitieron concentrarme en otra cosa, pero, conforme se acercaba la hora de ir a la clase de Novoa, el canguelo (y para qué negarlo, la excitación) iban a más.
Ese día me tocaba con ellos justo después del recreo, tratándose de mi última clase del día, con lo que, tras terminar, a los alumnos aún les faltaría una hora para salir, pero yo, ingenua de mí, esperaba que Jesús se saltara la última hora para pasarla a solas conmigo. Nada más lejos de su intención.
Mientras me dirigía a su clase, recibí un sms en el móvil. Distraída, pues no esperaba que fuera él (no sabía cómo había conseguido mi número), le eché un ojo y, al hacerlo, la piel se me puso de gallina y el coño se me inundó: TU CULO SERÁ ROTO AL SALIR DE CLASE. ESPERA EN LA SALA DE PROFESORES.
La súbita excitación que me poseyó fue la mejor respuesta al interrogante que llevaba dos días planteándome… Por supuesto que iba a dejarle que hiciera conmigo y con mi culo lo que gustase. Ya me tenía completamente atrapada y a su merced.
Impartí la materia como un autómata. Por fortuna, la clase anterior había sido con otro grupo de último curso, por lo que pude repetir punto por punto lo que había explicado la hora anterior.
Intimidada, intentaba no mirar directamente a Novoa, pero los ojos se me iban involuntariamente hacia él, topándome siempre con su sonrisilla burlona. Una vez incluso, tuvo el descaro de hacerme un gesto obsceno, formando un círculo con el pulgar y el índice de su mano izquierda, atravesándolo con el índice de la mano derecha. Más gráfico imposible. Me estremecí.
La hora de clase se me hizo larguísima, pero no miento si les digo que fue un suspiro comparada con la eterna hora siguiente que me pasé en la sala de profesores. Por fortuna, no había mucha gente allí pues, siendo viernes, los compañeros o bien estaban en clase o bien se habían largado a sus casas por tener la última hora libre (como yo hacía habitualmente).
Tratando de distraerme, me dediqué a corregir los exámenes de recuperación del miércoles anterior, pero pronto comprendí que no podía concentrarme, así que lo dejé. Mi mano jugueteaba nerviosa con el colgante de mi cuello, mientras mis muslos se frotaban el uno contra el otro, tratando de contener mi creciente excitación.
Cuando por fin tocó el timbre que marcaba el final de las clases, el corazón casi se me salió por la boca del susto que me llevé. El instituto entero pareció estallar en una barahúnda de ruido y gritos que proferían los alumnos mientras salían huyendo en busca del fin de semana.
Algunos profesores pasaron por la sala en busca de papeles u otras cosas, pero ninguno se entretuvo demasiado, también locos por largarse de allí, cosa que agradecí infinitamente.
Poco a poco, el silencio fue apoderándose del centro, a medida que los últimos alumnos abandonaban el edificio. Yo, con los nervios a flor de piel, esperaba a que Jesús viniera a por mí. Para disimular, fingía estar corrigiendo los exámenes, por si venía algún compañero más a la sala. No apareció nadie.
Mi pierna derecha se movía frenéticamente arriba y abajo, en un tic nervioso que reflejaba mi excitación. De pronto, mientras mis ojos estaban clavados en la puerta, esperando que se abriese, el móvil volvió a sonar con un nuevo mensaje.
Enfebrecida, rebusqué en mi maletín en busca del aparatito y leí el mensaje: TE ESPERO JUNTO AL DESPACHO DEL DIRECTOR.
Aún temblorosa, recogí todos los papeles y los guardé como buenamente pude en el maletín junto con el móvil, lamentándome mentalmente por el follón que había organizado y que después tendría que ordenar.
Con el maletín apretado contra el pecho y con los nervios en tensión, salí de la sala de profesores, mirando a izquierda y derecha por si había alguien por allí…
Nadie.
Era inquietante caminar por los solitarios pasillos del instituto, sobre todo teniendo en cuenta la perspectiva de lo que iba a suceder (bueno, de lo que iba a sucederle a mi culo). Rezando para no encontrarme con nadie, subí las escaleras al piso de arriba, donde estaba el despacho del director.
Al fondo del pasillo, junto a la puerta del despacho, me esperaba Jesús. Al verle, un escalofrió recorrió mi cuerpo de la cabeza a los pies. Había llegado la hora.
Pero nada fue como yo lo esperaba.
–          Vamos putita – fue lo primero que me dijo – Que nos van a dar las uvas.
–          Sí, Amo – respondí bajando la mirada.
–          Veo que eres una zorrita buena. Venga, mueve ese culito que te lo vamos a estrenar.
Un nuevo escalofrío me recorrió mientras, obediente, me acercaba a Jesús. Entonces él, para mi sorpresa, puso la mano en el pomo de la puerta del despacho del director y abrió.
Me quedé parada. No esperaba que fuera a meternos allí dentro. Pensé que el mensaje indicaba el despacho como simple punto de reunión, pero que iríamos a cualquier sitio. Además, ¿de dónde había sacado la llave del despacho de Armando?
–          Venga, ¿a qué esperas? – dijo Jesús manteniendo la puerta abierta para que yo entrase – No me hagas ir a por ti.
Completamente acojonada, entré en el despacho que, para mi alivio, estaba completamente vacío.
Miré a mi alrededor, comprobando que todo estaba como siempre: estanterías abarrotadas de libros y papeles, archivadores, un viejo ordenador y el enorme escritorio de roble, no demasiado alto, que llenaba el centro de la sala. Nada amenazador.
Más tranquila, me quedé de pié en medio del despacho, esperando instrucciones. Escuché cómo la puerta se cerraba tras de mí; de pronto, Jesús se me acercó por detrás y, rodeándome con sus brazos, se apoderó de mis pechos estrujándolos con pasión. Su pelvis se apretó contra mis nalgas, permitiéndome sentir la dureza que se había formado en su pantalón. Me estremecí.
–          Vaya, vaya, putita… has venido – me susurró sin dejar de estrujar mis tetas.
–          Sí, Señor – atiné a responder.
–          Debo reconocer que tenía mis dudas. Esta mañana se te veía muy acojonada en clase y pensé que a lo mejor te echabas para atrás. Puedes responder con libertad.
–          No, Amo – dije balbuceante – Es cierto que estoy muy nerviosa, pero también estoy deseando que el Amo me folle…
Sus manos se deslizaron hacia abajo y se colaron por debajo del jersey. Hábilmente, liberaron a mis tetas del encierro del sostén, tirando de él hacia arriba y volvieron a prenderse de mis pechos, jugueteando con los duros pezones. Un gemido de placer escapó de mis labios sin que pudiera contenerme.
–          Madre mía, qué duras las tienes – susurró Jesús – Está siendo una putita muy buena… Luego te daré un premio….
–          Gracias Amo.
Justo entonces se apartó de mí, dejándome de pié, temblorosa y excitada, con las tetas desnudas bajo el jersey. Jesús caminó hacia la mesa del despacho y se sentó en el sillón del director, mientras consultaba la hora en su reloj.
–          Bien – dijo – Creo que ya es la hora. Ven aquí.
Asustada pero decidida, caminé hasta la mesa, quedando a su lado en espera de órdenes. Éstas no tardaron en llegar.
–          Quita todo lo que hay en la mesa y colócalo por ahí. Ten cuidado y no desordenes nada.
–          Sí, Amo.
Dediqué unos minutos a despejar por completo el escritorio de Armando, repartiendo los papeles y objetos por todo lados, consciente de que la mesa del director iba a ser el campo de operaciones. Un poco más tranquila, me atreví a interrogar a Jesús.
–          Perdone, Amo. ¿Puedo hacerle una pregunta? – dije sin dejar de recoger.
–          Sí, putita, puedes. Te estás portando muy bien.
–          ¿Cómo es que hemos podido entrar aquí? Me consta que el director cierra siempre con llave…
–          Pues muy fácil, putita… porque tengo copia. Tengo una llave maestra que abre tooooodas las puertas del centro. Tranquila, que aquí nadie nos molestará.
–          ¿Y cómo la consiguió?
–          Eso ya son dos preguntas, nena, pero te diré que… tengo mis contactos.
No seguí insistiendo, pues justo en ese momento aparté el último montón de papeles de la mesa que quedó dispuesta para ser el escenario del enculamiento. No sabía yo hasta qué punto.
–          Muy bien, putita. Te quiero de pié aquí subida – dijo Jesús palmeando sobre la mesa.
Nerviosa y expectante, me subí con torpeza al escritorio, poniéndome de pié. Veía a Jesús desde arriba, mientras él me miraba divertido haciendo girar su sillón hacia los lados, disfrutando del espectáculo.
–          Súbete la falda – me ordenó – Quiero verte las cachas.
Sin dudar un momento, me agaché y me subí la falda hasta la cintura, volviéndome hacia él para que pudiera admirar mis largas piernas. Interiormente, me alegré de haber escogido mi conjunto de lencería más sexy, con medias negras y el liguero que a él le gustaba.
–          Uffff, qué buena estás puta – me aduló Jesús – Date la vuelta que quiero admirar tu culazo.
Así lo hice, subiéndome la falda también por detrás y poniéndome un poco en pompa, para que mi alumno no perdiera detalle de mi anatomía. Él volvió a piropearme, cosa que me encantó.
–          Madre mía qué culo tienes. Sigo sin entender cómo el imbécil de tu novio no se ha apoderado de él todavía. Bueno, mejor para mí. Más pasta.
Aquellas palabras me extrañaron muchísimo. ¿A qué se refería? Iba a preguntarle, pero Jesús me interrumpió con una nueva orden.
–          Hoy vas a probar algunas cosas nuevas putita, además del sexo anal. Te advierto que alguna quizás no te guste, así que ésta es tu última oportunidad. Si quieres, puedes largarte, ponte bien la ropa y vete, poniendo así fin a nuestra relación. Pero si te quedas, debes obedecerme en todo sin rechistar, y te aseguro que hoy no quedarás insatisfecha…
No me esperaba para nada aquellas palabras. ¿Estaba loco? ¿Me tenía allí encaramada a una mesa, con la falda subida hasta la cintura y aún dudaba de si iba a obedecerle? No tardé ni un segundo en responder.
–          No, Amo, yo no voy a ninguna parte. Haré todo lo que me ordene el Amo.
–          Buena chica, eso te hace merecedora de un segundo premio. Luego los recibirás.
–          Gracias Amo – respondí ilusionada.
–          Bueno – dijo levantándose del sillón – Vamos a empezar con los preparativos.
Sus palabras me hicieron estremecer… el momento se avecinaba.
–          Ponte a cuatro patas sobre la mesa, mirando hacia mí.
Obedecí con presteza, colocándome en la posición requerida. La falda se me desenrolló al hacerlo, volviendo a taparme por completo. Jesús rodeó la mesa hasta quedar detrás de mí y colocó sus manos sobre mis nalgas, apretándolas suavemente, casi con dulzura.
–          Pero qué culo… – susurró – Es una lástima…
Volvió a rodear la mesa y quedó de nuevo frente a mí, mirándome a los ojos. Su sardónica sonrisa volvió a aparecer en su rostro, mientras una de sus manos acariciaba mi mejilla.
–          Quítate el jersey – me ordenó.
Yo obedecí a toda velocidad, incorporándome un poco. Una vez liberada de la prenda, la tiré al suelo y miré al amo, con los enhiestos pezones apuntando hacia él.
–          ¿El sostén también Amo? – pregunté.
–          No, déjatelo así, es más excitante.
Así lo hice, quedándome con la pieza de lencería puesta pero sin tapar mis pechos, tal y como Jesús la había dejado antes.
–          Ahora quiero que abras tus piernas al máximo, separando las rodillas, para que quedes lo más pegada posible a la mesa.
Con torpeza, pero sin miedo a caerme, pues la mesa era inmensa, adopté la posición que se me pedía. Mientras lo hacía, Jesús abrió uno de los cajones de la mesa y sacó unos objetos que yo no acerté a ver. Aquello debería haberme extrañado muchísimo, verle trasteando con tanta confianza en el escritorio del director, pero, nerviosa por lo que iba a suceder, ni me detuve a pensar en ello.
–          Muy bien – dijo Jesús volviendo a colocarse detrás de mí – Ahora quiero que bajes la cabeza todo lo que puedas, hasta que toques la mesa, echando las manos para atrás.
Obedecí en todo. De esa forma, arrodillada, con las piernas abiertas y las manos hacia atrás, mi culo quedaba abierto al máximo y ofrecido sin defensa posible a mi Amo.
–          Vale, ahora voy a atarte…
¿Atarme? El miedo volvió a sacudirme sin compasión. Giré la cabeza para mirar a Jesús con los ojos desorbitados por el pánico, pero él no se apiadó.
–          Tranquila, putita. Quedamos en que obedecerías en todo ¿no? Esta va a ser una de las cosas nuevas que vamos a probar. Confía en mí.
Dudé un instante, en el cual sopesé el largarme de allí y poner mi culo a salvo. Pero entonces me fijé en los objetos que Jesús había dejado sobre la mesa, junto a mis pies: un juego de bolas chinas y un bote de vaselina.
No sé por qué, pero la visión de aquellas cosas me calmó, pues me hicieron pensar que, si iba a usar vaselina, su intención era sodomizarme con cuidado, no romperme el culo a lo bestia. Pero aún tenía mis dudas porque, si le dejaba atarme, estaría completamente indefensa, sería completamente un juguete en sus manos….
Como si hasta ese momento no lo hubiese sido.
Resignada pero nerviosa, volví a adoptar la posición requerida. Jesús, muy satisfecho, me acarició con dulzura una nalga, pero pronto reanudó sus actividades.
Me subió por completo la falda, descubriendo mi grupa y me la enrolló en la cintura. Con habilidad, colocó mis manos junto a las piernas, atándome el antebrazo derecho a la pantorrilla derecha y lo mismo con el otro brazo. De esta forma, yo quedaba inmovilizada  en esa postura, con la cara pegada a la mesa y el coño y el culo bien abiertos.
Forcejeé un poco con los nudos, comprobando que, aunque no estaban muy apretados, me impedían moverme por completo. Estaba atrapada.
–          Muy bien, Edurne, muy bien –  me dijo – No puedes ni imaginarte lo sexy que estás.
–          Gra… gracias, Amo – respondí cada vez más nerviosa.
–          Bien. Seguro que te has preguntado por qué hemos venido a este despacho para tu iniciación anal ¿verdad?
–          Sí, Amo – asentí.
–          Bien, hay varias razones. Una de ellas es… la altura de esta mesa.
Súbitamente lo comprendí. Aquel escritorio era un poco más bajo de lo habitual. Colocándome en aquella posición, agachada encima de la mesa, a Jesús le bastaría con ponerse de pie detrás de mí para tener franco el acceso a mi grupa. Qué listo era mi chico… Pensaba en todo…
–          Entiendo Amo.
–          Bueno, pongámonos manos a la obra – dijo Jesús dándome un ligero cachete en el culo.
Mi cuerpo volvió a ponerse en tensión. Tenía miedo de lo que se avecinaba.
–          Tranquila, nena, que esto vamos a hacerlo bien. Ese culito vale mucho y no vamos a desgraciarlo. Tú déjame a mí.
En un instante, me bajó el tanga hasta dejármelo por las rodillas. Sentí entonces cómo las manos de Jesús se posaban en mis nalgas. Con firmeza separaron los cachetes, manteniéndolos abiertos unos segundos, mientras él examinaba mi ano.
–          Veo que te lo has limpiado a conciencia – dijo tan cerca de mi culo que pude sentir su aliento sobre él.
–          Sí, Amo – respondí súbitamente avergonzada.
Era verdad, aquella mañana, mientras me duchaba, me había aseado a fondo. Había llegado incluso a abrírmelo todo lo que pude con los dedos y a aplicarme el chorro de la ducha.
–          ¡Snif! ¡Snif! ¡Pero si hasta te has echado perfume! – rió Jesús mientras me olisqueaba como a una perra – Ja, ja, ja…
Las mejillas me ardían por la vergüenza. Y yo que creía que una par de gotas no se notarían…
–          ¡Menuda puta que estás hecha! ¡Cada día me sorprendes más! ¡Me gusta! – exclamó mi alumno volviendo a darme un cachetito en el culo.
–          Gracias, Amo.
–          Bien, eso se merece un tratamiento especial. ¡Vamos a estimular bien la zona!
Esa fue la primera vez que sentí la lengua de mi Amo recorrer mis genitales. Hasta ese momento, Jesús me había usado siempre como simple objeto sexual, cuya utilidad era únicamente procurarse placer. Esa fue la primera vez que se dedicó a darme placer a mí.
Sus manos se aferraron con fuerza a mis nalgas y volvieron a separarlas, dejándole expedito el acceso a mi intimidad. Su serpenteante lengua se clavó entre mis muslos, provocándome un devastador estremecimiento de placer. Sus dedos chapotearon en la humedad entre mis piernas, y pronto me encontré con un par de sus dedos enterrados en el coño.
 
Mientras me comía, me masturbaba dulcemente, arrancándome gemidos y suspiros de placer cada vez más intensos. ¡Joder! ¡Qué bueno era haciéndolo! ¡Lo comía de puta madre!
Yo, muerta de gusto, apretaba mi rostro contra la mesa, tratando de abrir todavía más las piernas para ofrecerle mi coño por completo. Pero aquello era el preludio para comenzar a estimular mi ano y pronto comencé a sentir la cálida lengüita del chico jugueteando alrededor de mi esfínter.
Usando mis propios flujos como lubricante, Jesús comenzó a introducir muy despacio su dedo índice en mi ano. Al principio sólo la puntita, pero abriéndose paso cada vez más.
–          Lo tienes muy estrechito, Edurne  – susurró desde atrás – Esto vale por lo menos 1000 euros.
Ya no me extrañaba nada de lo que decía. Sentía aproximarse el imparable orgasmo y mi cerebro era incapaz de procesar la información de lo que sucedía a mi alrededor.
–          Noto que vas a correrte ¿verdad?
Incapaz de hablar, asentí con la cabeza.
–          Estupendo. Es el momento de pasar a mayores.
Pensé que había llegado la hora de que me la clavara en el culo, pero no era así. Aprovechando mi estado de suprema excitación, Jesús comenzó a utilizar las bolas chinas. Por el rabillo del ojo, vi cómo las embadurnaba de vaselina, pero enseguida volví a perderle de vista mientras volvía a situarse tras mi culo.
Novoa reanudó la comida de coño, masturbándome más deprisa, precipitándome hacia el clímax y cuando estuve casi a punto, introdujo la primera de las bolas en mi ano. A pesar de que lo esperaba, mi cuerpo se tensó muchísimo al sentir cómo el intruso se abría camino en mi culo. Jesús aprovechó para redoblar esfuerzos en mi vagina y por fin, me corrí como una burra.
–          ¡AAAAHHHHH! – aullaba yo mientras las devastadoras olas del orgasmo azotaban mi cuerpo.
Al correrme, mis músculos se contrajeron, con lo que estuve a punto de expulsar la bolita de mi interior, cosa que Jesús impidió. Cuando fui calmándome, el chico aprovechó la relajación para introducir la segunda bola en mi ano, provocándome un ligero espasmo de dolor.
–          ¿Te ha dolido? – me preguntó.
–          Un poco – respondí olvidándome del “Amo”, mientras sentía las dos bolas enterradas en mis entrañas.
–          Como has sido muy buena chica he procurado hacerlo con cuidado. Hoy te lo has ganado.
–          Gracias, Amo.
–          ¿Ves? No soy ningún monstruo, cuido de ti.
–          Sí, Amo, lo sé.
–          ¡Espera! Hay que inmortalizar el momento. ¿Dónde tienes el móvil?
–          En el maletín.
Como un rayo, Jesús fue a la butaca donde había dejado mi cartera y sacó el móvil de su interior. Lo manipuló un segundo, supongo que para activar la cámara y situándose detrás, realizó varias fotografías de mi culo, dilatado por la dos bolitas que había en su interior, mientras la tercera quedaba fuera, colgando de su cuerdecita, mientras esperaba su turno.
–          Mira hacia atrás – me dijo – ¡Y di patata!
Como pude, le obedecí, mirando hacia atrás. Él se retiró un poco para tener un campo de visión más amplio y me hizo unas fotos en las que se me ve desnuda sobre la mesa del despacho de mi jefe, atada con el culo en pompa, con las dos terceras partes de un juego de bolas chinas metidas en el ano. Creo que las voy a ampliar y a colgarlas en mi salón.
–          Bueno – dijo Jesús cuando sus inquietudes artísticas quedaron satisfechas – Vamos por la tercera.
Miré adelante y apreté los dientes, preparándome para lo que venía. Noté que Jesús daba unos tironcitos del juego de bolas, como asegurándose de que mi culo podía retenerlas. Por fin, noté cómo la última esfera era apretada contra mi esfínter y poco a poco, comenzaba a introducirse en mi interior.
–          Relájate, Edurne – me dijo Jesús – Esto lo hacemos para que tu ano se acostumbre a abrirse más de lo habitual y para que mejores el control de los músculos anales. Así te será más fácil lo que viene después.
–          Gracias Amo – respondí mientras las lágrimas, mitad de dolor, mitad de agradecimiento, resbalaban por mis mejillas.
–          Bien, ya está – exclamó Jesús cuando la tercera bolita estuvo dentro – Ahora debes aguantar con ellas dentro. Si lo haces bien, te irá mejor luego.
–          Sí, Amo.
–          Esperaremos un rato para que tu culito se aclimate a tener algo dentro. Después no sé si tendrán tantos miramientos, así que será mejor que te acostumbres.
Nuevo comentario extraño.
–          La verdad es que todo esto me ha puesto a mil, así que creo que vas a tener que chupármela un rato.
Mientras decía esto, Jesús rodeó la mesa y se situó frente a mí. Delicadamente, limpió las lágrimas de mi rostro y esa muestra de cariño me hizo ronronear como una gatita, olvidándome por un instante de las bolas en mi culo. Jesús estaba a punto de abrirse la bragueta para sacar mi premio cuando, inesperadamente, sonó su móvil.
–          Vaya, creo que es la hora – dijo echándole un vistazo al inoportuno aparatejo – Tengo que salir un instante, pero vuelvo enseguida.
–          ¿Cómo? – exclamé de nuevo asustada – ¿Vas a dejarme aquí sola? ¿Y así?
Entonces Jesús clavó en mí su mirada más fría, una que me hizo estremecer.
–          ¡Pues claro que sí, puta! ¿Has olvidado cuál es tu lugar? ¿Desde cuándo puedes replicarme? ¡Con lo bien que te estabas portando! ¡Ahora te vas a quedar ahí subida todo el tiempo que me dé la gana! ¡Y reza para que no te deje ahí hasta el lunes!
–          No, Amo… perdón – respondí llorando de pánico esta vez – No lo haré más…
–          Veremos si te perdono – respondió él fríamente – No sé cuando volveré, pero cuando lo haga, será mejor que encuentre esas tres bolas bien metidas en tu ano, así que ¡aprieta bien el culo!
Y se dirigió a la puerta, dejándome llorosa y temblorosa encima del escritorio. Humillada, sí, pero también excitada. Me gustaba hasta que me echara la bronca. Soy una cerda.
–          ¡No te muevas de ahí! – se burló Jesús, riendo mientras salía.
Me quedé sola y asustada, rezando de verdad para que volviera pronto. No entendía adonde coño había ido. Si me tenía allí, completamente entregada, a su entera disposición ¿por qué se iba? Me daba igual, que me la metiera en el culo, en el coño… donde quisiera… ¡Pero no me dejes sola!
¿Y si venía alguien? No podía ni siquiera imaginar la vergüenza, la humillación que sufriría si esa maldita puerta se abría y entraba alguien que no fuera Jesús. Preferiría que nos pillaran follando, así estando atada, como fuera, pues eso tendría justificación, aunque me echaran del trabajo… pero si me descubrían allí sola, expuesta, humillada… me moriría.
Los minutos fueron pasando inexorables, enloquecedoramente lentos y yo cada vez era más consciente de los intrusos que había en mi culo. Mi cuerpo estaba intentando expulsarlos, resistiéndose a la invasión, pero yo me oponía, apretando el esfínter y tensando los músculos al máximo. La vaselina en que estaban untadas las bolas jugaba en mi contra y estaba comenzando a notar que la primera comenzaba a resbalar hacia fuera. Entonces, súbitamente, la puerta se abrió de golpe y el susto hizo que el culo se me cerrara de golpe, volviendo a atrapar las bolas con firmeza… No hay mal que por bien no venga.
Miré hacia atrás, encontrándome con Jesús, que mantenía la puerta abierta. Contenta, le sonreí, demostrándole que había sido una niña buena, pero la sonrisa murió en mi rostro cuando vi que otro hombre entraba en la habitación: Armando, el director.
Creí que me moría.
–          ¡Dios, mío! – exclamó el director.
Yo me eché a llorar, forcejeando con mis ataduras, pensando que Jesús me la había jugado y había traído al director para humillarme y hacer que me despidieran. Me equivocaba…
–          ¡Qué visión celestial! – exclamó Armando abalanzándose sobre mis nalgas y comenzando a cubrirlas de besos.
Yo estaba petrificada. No podía creerlo. Apenas sentía los pellizcos y apretones que el director me propinaba en el culo, mientras mi colapsado cerebro trataba de encontrarle sentido a lo que estaba sucediendo.
–          Quieto, quieto, amiguito… – dijo Jesús apartando al director de mi cuerpo tirando de uno de sus hombros.
–          ¡Fíjate! ¡Si lleva unas bolas chinas en el culo! ¡Mira cómo asoma la primera, mira!
–          Ya lo veo – respondió Jesús – Y será mejor que esta puta la meta otra vez para adentro si no quiere que la castigue…
Su tono de voz me hizo apretar el culo con ganas.
–          Buena chica – continuó Jesús – Bueno, Armando, antes de tener la mercancía, tienes que pagar lo acordado. Ya sabes, el número de cuenta de siempre.
–          Sí, sí, claro. No te preocupes, enseguida lo hago.
¿Mercancía? Poco a poco fui comprendiendo lo que pasaba. ¡Aquel cabrón había vendido mi culo! ¡No podía creerlo!
El director rodeó la mesa y se dirigió a la supletoria en la que estaba el ordenador, encendiéndolo. Mientras el sistema operativo se iniciaba, Armando me miraba sonriente con ojos lujuriosos, anticipando el momento en el que mi culo sería suyo. No aguanté más.
–          Ya basta – dije intentando mantenerme firme – Esto ya es demasiado. Suéltame.
La sonrisa se congeló en el rostro del director. Muy nervioso, se dirigió al joven.
–          ¿Qué pasa? ¡Esto no es lo que habíamos acordado! ¡Me dijiste que ella estaba conforme!
–          ¡Cállate, imbécil! – le respondió Jesús.
Rodeó la mesa y se sentó en el sillón del director, acercándolo hasta quedar delante de mí. Puso sus manos sobre la madera, apoyando la barbilla encima, de modo que su rostro quedó a escasos centímetros del mío.
–          Habíamos acordado que harías todo lo que yo te ordenase… – me dijo en tono sorprendentemente suave.
–          Sí, que lo haría contigo. No dijiste que fueras a venderme al director.
–          Mira, si eres mía, me perteneces por completo. Y puedo usarte como me plazca.
–          No quiero – respondí desafiante – No voy a hacerlo con él.
–          Está bien – concedió Jesús – Creo que me he equivocado contigo, no me sirves. Te soltaré.
Y se levantó.
–          Espero que comprendas que no quiero volver a verte. Me has decepcionado mucho. De ahora en adelante seré un alumno más y quiero que me trates como a cualquier otro. Sin rencores. Espero que tu novio sea capaz de darte lo que necesitas, porque yo no volveré a follarte más.
Mi corazón latía desbocado. Mi yo consciente se alegraba por escapar de esa encerrona, pero mi cuerpo protestaba, insatisfecho y caliente. Noté cómo los dedos de Jesús asían los nudos, completamente decidido a soltarme.
–          ¡Espera! – intervino Armando – ¿Qué haces? ¿Vas a soltarla?
–          Pues claro – respondió el chico – Ella no quiere participar y aún no es mi esclava…estaba en periodo de pruebas y no lo ha superado.
–          ¡Te pagaré el doble! Dos… no, tres mil euros si no la sueltas. ¡Me prometiste su culo virgen! – dijo el director, acercándose a Jesús y aferrándole de la pechera.
Jesús dejó de desatarme. Pensé que se estaba pensando la oferta del director, pero no era así. Su mano salió como una flecha y le propinó una bofetada de revés al viejo en toda la cara. Éste cayó derribado al suelo, con una mano apoyada en la mejilla mientras miraba a mi Amo con ojos llorosos. Sí… a mi AMO.
–          ¡No me toques, desgraciado! ¡Yo no soy un asqueroso violador! ¡Si la chica no quiere, no quiere! ¡Me busco a otra mejor dispuesta y en paz!
–          Pe… pero… – balbuceó el director – Me habías prometido… su culito…
–          Vete a la mierda – dijo Jesús volviéndose a ocupar de los nudos.
Fue entonces cuando noté que, a pesar del follón, inconscientemente había estado esforzándome en mantener las bolas chinas en mi ano. Comprendí que, aunque yo me negara, mi cuerpo ya pertenecía a mi Amo por completo… para lo que él quisiera.
–          ¡Espera, Amo! – le detuve – Me lo he pensado mejor.
Lentamente, él volvió a rodear la mesa y me miró a los ojos.
–          ¿Estás segura? Si no es así te suelto y en paz. Te repito que no voy a obligarte a nada. Aún no eres mi esclava y estás a tiempo de olvidarlo todo y dejarlo.
–          No, Amo… no es eso lo que quiero. Me había asustado por la presencia del director y no sé en lo que pensaba. Mi cuerpo es tuyo y puedes hacer con él lo que quieras…
Jesús me sonrió, haciendo que mi corazón latiese con fuerza. Volvió a acariciarme la mejilla y enjuagó mis lágrimas.
–          Está bien…
Volvió a rodearme y rehizo los nudos que había soltado. Armando, entusiasmado, se había puesto en pié y casi daba saltitos de excitación. Fue entonces cuando me fijé en el bulto que había en su pantalón. El cabrón estaba a mil por hora.
–          ¡Estupendo! – exclamó exultante – Entonces, ¿hay trato?
Jesús dio el último tirón a las cuerdas y regresó al sillón, donde se dejó caer. Miró al director como quien mira a una cucaracha y renegoció los términos del acuerdo.
–          El trato sigue en pié, pero el precio ha subido. Dos mil euros por el culito de mi chica.
–          Pe… pero… – balbuceó Armando.
–          Hace dos minutos me ofreciste tres mil, así que no te quejes. Y da gracias a que no te parta la cara por haberme puesto la mano encima. Si te parece mucho, no hay problema, su culito me lo quedo yo, que está apeteciéndome cada vez más.
El director dudó sólo un instante antes de contestar…
–          De… de acuerdo… Desde el primer día que la vi, he querido tirarme a Edurne. Y cuando me dijiste que su culo era virgen…. No aguanto más.
–          De acuerdo entonces – asintió Jesús – Pero primero paga.
Sin añadir nada más, Armando se dirigió al ordenador e inició el servicio de banca electrónica.
–          De tu cuenta personal, no vayas a tocar la cuenta del colegio, que te conozco – intervino mi Amo.
–          Sí, sí claro…
En pocos minutos, la transferencia quedó hecha. Jesús ocupó el puesto del director frente al ordenador y accedió a su propia banca electrónica, verificando la transacción.
–          Bien, todo correcto – concluyó – Enseguida será tuya.
–          Va… vale.
Jesús volvió a sentarse en el sillón frente a mí y me dijo:
–          Hoy te he perdonado tu rebeldía, porque aún no eres mi esclava ¿lo entiendes?
No le entendía. ¿Cómo que aún no era su esclava? De todas formas, asentí con la cabeza.
–          Por eso y porque te habías estado portando muy bien, te has librado del castigo que te mereces, pero, cuando seas mi esclava… tendrás que obedecerme siempre sin rechistar.
–          Sí, Amo… es sólo que quiero tanto al Amo… que no podía soportar que otro me tocara. Pero si es lo que el Amo quiere… aguantaré.
–          Bien…
Jesús volvió a levantarse y se situó detrás de mí.
–          ¡Porque si no me obedeces, tendré que darte un buen montón de estos!
Sin avisar, me azotó el culo con la mano abierta con muchísima fuerza. Fue un solo cachete, pero seco, intenso, que hizo que volvieran a saltárseme las lágrimas. El inesperado dolor provocó que perdiese momentáneamente el control, por lo que la primera de las bolas se salió de mi culo, quedando colgando de mi esfínter. Por fortuna, el Amo no me reprendió.
–          Esto ha sido, un simple ejemplo – continuó Jesús – para que no te fueras de rositas. Pero… la próxima vez… será peor.
–          Sí, Amo – asentí ahogando las lágrimas.
–          ¿Puedo castigarla yo? – intervino el director, al parecer entusiasmado con la perspectiva de azotarme el culo.
–          Ni pensarlo. Esta zorrita es mía y sólo yo puedo impartir disciplina.
–          ¡Te pagaré!
–          ¡Que te calles, gilipollas!
–          Pero, la otra vez…
–          La otra vez fue distinto. Y ahora dedícate a lo tuyo, que para eso has pagado.
Armando se puso en marcha. Inclinándose sobre mí, me susurró al oído.
–          No sabe usted las ganas que le tenía, señorita Sánchez. Desde el día en que la vi, decidí que sería mía. Me ha salido un poco cara, pero le aseguro que voy a disfrutar cada puto euro…
Armando se desplazó hasta quedar a mi espalda y pronto sentí sus manos apoderándose de mis nalgas.
–          ¡Madre mía, qué culo! ¡Y es todo mío!
Sus labios comenzaron a besarme y chuparme el trasero, mientras me metía mano por todas partes.
–          ¡Qué maravilla! ¡Fíjate cómo resalta la huella de tu mano en la nalga! ¡Le has dado un buen azote!
Debía ser verdad, pues cuando me rozaba esa parte de la piel me dolía un poco, además de notarla caliente y sensible. El tipo no era ni de lejos tan hábil como Jesús, por lo que sus caricias no me ponían a tono. En cambio, él se percibía cada vez más excitado.
–          Mejor – pensé – Así acabará antes.
El tío seguía sobándome a su gusto, pronto me encontré con una mano explorando entre mis muslos, frotando mis labios vaginales con fuerza, con toda la palma. Por fin, hundió la cara entre mis nalgas y comenzó a estimular mi esfínter con la lengua, jugueteando con el trocito de cuerda que asomaba, del que colgaba la bola que había expulsado antes.
Aunque como digo no era especialmente hábil, la verdad es que una no es de piedra y tanta caricia había comenzado a estimularme. Cuando me quise dar cuenta, me había abierto de piernas todavía más, dejándole franco el acceso. Mis líquidos comenzaban a rezumar, excitada especialmente por estar mirando a los ojos de mi Amo, que había vuelto a sentarse frente a mí y me observaba divertido.
Finalmente, Armando ya no pudo más y se preparó para encularme. Pude notar cómo se bajaba febrilmente los pantalones, forcejeando con la hebilla del pantalón. Entonces se lo pensó mejor y rodeó la mesa, caminado como los patos por llevar los pantalones enrollados en los tobillos. No pretendía hacerlo, pero, involuntariamente, mis ojos miraron a su entrepierna, para apreciar el calibre del arma que me iba a romper el culo.
No estaba mal, Armando no estaba mal dotado. Pero las había visto más grandes, la de mi Amo sin ir más lejos. Eso sí, se apreciaba durísima, con la escarlata cabeza asomando y las venas a punto de reventar. Y bastante gruesa, lo que me inquietó.
Armando se situó frente a mí y pronto me encontré con su polla presionando contra mis labios, mientras el muy cabrón me gritaba:
–          ¡Ensalívala bien, puta, que te la voy a meter por el culo!
Yo miré a los ojos a Jesús y él asintió en silencio, por lo que abrí levemente los labios, recibiendo en mi boca la durísima verga del director.  Obedeciéndole, procuré mojarla bien con mi saliva, pero no desaproveché para juguetear un poco con la lengua, intentando excitarle más para que tardara menos en correrse.
–          ¡Qué puta es! – aulló Armando – ¡Cómo la chupa! ¡Se ve que le gusta que le metan pollas en la boca!
–          La tuya no, rico – pensé sintiendo cómo su miembro se hinchaba cada vez más.
Pocos segundos después, Armando me la sacó de un tirón. Me dio igual, pero aún sentía miedo por lo que se avecinaba.
Volviendo a caminar como un pingüino, corrió a situarse de nuevo a popa. Sentí cómo sus dedos jugueteaban con mi ano y comenzaban a tirar suavemente de la bola que había expulsado.
Mi cuerpo volvió a tensarse, mientras notaba cómo las bolas iban ensanchando mi recto de nuevo a medida que eran extraídas de mi cuerpo. Ya era la hora.
Por fin, con un “plop” audible, Armando extrajo la última bolita. Notaba el ano caliente y sensibilizado. Recé para que aquello acabara lo más pronto posible.
–          ¡Joder, cómo se te ha quedado el culo! ¡No se cierra del todo! ¡Parece estar pidiendo verga!
No me gustó que aquel cerdo me humillara. Eso sólo podía hacerlo mi amo.
–          ¡Ya no puedo más! – aulló el viejo verde.
Armando aprovechó para volver a subirme el tanga, lo que me extrañó muchísimo. Aunque claro, aquel diminuto hilo de tela no iba a proteger mi retaguardia de un pervertido como él.
–          ¡Así me gusta más! – jadeó.
Apartó a un lado la tela del tanga, dejando de nuevo mi ano expuesto, pero con la braguita puesta. A continuación, sentí cómo la punta de su cipote se apoyaba en mi agujerito. Me estremecí por el miedo, con el corazón nuevamente desbocado. Entonces, mi Amo se inclinó sobre mí y muy dulcemente, me besó por vez primera en los labios.
–          Relájate – me susurró – O lo pasarás mal.
Yo, agradecida, traté de hacerle caso, intentando relajar el esfínter. Aún así, cuando el director metió la punta de su estoque, me dolió y mis ojos se abrieron como platos.
–          ¡AAAAHHHH! ¡Joder! ¡Qué estrecho! ¡No mentías diciéndome que era virgen! ¡Qué culito! – gemía Armando.
Yo apreté los labios, tratando de soportar el dolor mientras notaba cómo la verga de mi jefe iba abriéndose camino en mi culo. Debo reconocer que fue bastante delicado, no me la clavó de un tirón ni nada, pero empujó con firmeza hasta el final, hundiéndose en mi culo hasta que sus huevos quedaron aplastados contra mis nalgas. Me dolió horrores y lágrimas de auténtica agonía resbalaban por mis mejillas, mojando la mesa.
Ahora comprendo que, sin duda, el mío no era el primer culito que rompía el maldito viejo verde, pues sabía bien lo que se hacía. Tras clavármela entera, se mantuvo un buen rato sin moverse, permitiendo que mi cuerpo se acostumbrara  al invasor.
Poco a poco fui calmándome, notando que cada vez dolía menos. Sin embargo, cuando comenzó a moverse, el dolor regresó con toda intensidad. Pero, a esas alturas, Armando ya no se aguantaba las ganas, así que dejó de lado toda delicadeza y se dedicó a enterrarse en mis entrañas una y otra vez. Lo hizo despacio al principio, pero pronto me encontré con su nabo bombeando en mi culo a ritmo bastante rápido.
Miré a los ojos a mi Amo y vi que su mirada estaba clavada en mi colgante, que oscilaba adelante y atrás debido a las embestidas que me estaba propinando el viejo.
Yo no paraba de llorar, deseando que todo aquello acabase. No comprendía cómo aquello podía gustarle a algunas mujeres, yo sólo sentía dolor y humillación. Sin embargo, mi Amo hizo que todo mejorase.
–          Relájate, Edurne – me susurró al oído – Vamos a probar una cosa.
Se levantó y escuché cómo buscaba algo. Yo no le veía, pues tenía los ojos apretados tratando de soportar el incesante martilleo en mi culo, mientras Armando relinchaba y jadeaba agarrado a mis caderas.
–          Frena un poco, Armando – oí que decía Jesús – Tranquila Edurne, este jueguecito te va a gustar.
Entonces noté que me apartaban un poco el tanga y me metían algo en el coño. La sorpresa hizo que me agitara, con lo que nuevos ramalazos de dolor se produjeron en mi culo, que seguía empalado en la verga del director.
–          Soooooo, yeguaaaaa – gritó Armando, al parecer encantado con lo que Jesús estaba haciendo.
Por fin, Jesús volvió a colocarme la braguita bien, supongo que para que mi cuerpo no expulsara el objeto que me había metido en el coño. Tras hacerlo, volvió a sentarse frente a mí, con su acostumbrada sonrisa en el rostro.
No sabía qué demonios me había metido, no lograba identificarlo. No eran las bolas como pensaba al principio, pues percibía que su forma era más angulosa. Pronto averiguaría de qué se trataba.
Justo entonces, Armando volvió a bombearme en el culo, pero, esta vez, noté con agradecimiento que me dolía un poco menos, no sé si por el objeto enterrado en mi coño o porque la pequeña pausa me había permitido amoldarme mejor a su calibre.
Armando siguió enculándome con entusiasmo, mientras yo miraba a Jesús, que, extrañamente, se había puesto a llamar por teléfono.
De pronto, una melodía muy conocida por mí resonó entonces en el despacho, aunque sonaba extrañamente ahogada. En el mismo instante en que comprendí lo que Jesús había hecho, mi móvil activó su modo de vibración.
–          ¡UAAAAHHHHH! – gemí agitándome mientras sentía cómo mi propio teléfono móvil me vibraba en las entrañas.
–          ¡Ostias! – gritó el director exultante – ¡Puedo notar cómo vibra contra mi polla! ¡Es increíble!
El maldito aparatejo se agitaba y tocaba música en mi interior. La vibración me excitaba notablemente, permitiéndome olvidarme un poco del dolor de mi culo. Además, la misma vibración provocó que Armando se excitara más y, de pronto, noté cómo se corría dentro de mí, enterrándome la polla hasta el fondo mientras ésta vomitaba su carga en lo más profundo de mi cuerpo.
Por fin, el satisfecho director sacó su aún morcillona polla de mi ano. Podía notar cómo su semen resbalaba de mi interior y caía sobre la mesa, pues mi culo había quedado completamente abierto.
Mientras, mi Amo seguía llamando una y otra vez a mi teléfono, para que éste estuviera vibrando continuamente en mi interior. Agradecida, le dirigí una cansada sonrisa y musité:
–          Lo siento, Amo, no he podido cogerlo. ¿Qué es lo que usted quería?
Fue la primera vez que logré hacerle reír. Me gustó. Mientras reía, Jesús me sacó con cuidado el empapado teléfono de mi interior y me lo enseñó para que lo viera.
–          Joder, ha sido increíble – oí que musitaba el pervertido director – Me he quedado con ganas de más. Es la primera vez que no se me baja tras correrme desde hace mucho tiempo ¡Y sin pastillita! ¡Quiero más!
Me asusté. No creía que fuera capaz de soportar que aquel cerdo volviera a sodomizarme. Ahora que me había librado de su polla, notaba cómo mi ano latía de dolor y, si volvía a metérmela, me volvería loca.
–          Lo siento – dijo Jesús – Pagaste por estrenarle el culo y ya lo has hecho.
Me tranquilicé.
–          Si quieres más, tendrás que pagar.
¡Oh, Dios mío!
–          Vale, ¿cuánto?
No podía ser, no podía ser… ¿No iba a acabarse nunca?
–          Mil euros por su coño. El culo hay que dejárselo reposar unos días.
–          Sí, chico, ya lo sé. Ya sabes que no es mi primer culito. ¿Y cuánto por la boca?
–          Su boca es mía. No está en venta.
–          Espera – insistió el director – Te daré los mil euros si te follas su boca mientras yo me follo su coño ¿de acuerdo?
–          De acuerdo.
Me tranquilicé enormemente. No me iban a volver a encular ese día. Les juro que no me importó escucharles negociar con mi cuerpo como si fuese un saco de patatas, tan grande fue el alivio al escuchar que mi culo estaba a salvo.
Segundos después, los dos hombres repetían el proceso de las transferencias desde el ordenador. Yo, exhausta, levantaba la cabeza tratando de verles y así pude comprobar que el director se había quitado los pantalones por completo, caminando por el despacho con su enhiesta polla bamboleando frente a él, sin pudor alguno.
–          Bien – dijo el director dando una palmada – ¡Manos a la obra! ¡Ayúdame a darle la vuelta.
Entre los dos, me cogieron y me levantaron de la mesa, haciéndome quedar ahora boca arriba, pero todavía con las manos atadas a los tobillos. Así quedaba totalmente expuesta, con mi abierto coño ofrecido a quien lo quisiera. Todo mi cuerpo se quejó, pues, a esas alturas, estaba completamente entumecida y acalambrada.
Expertos en aquellas lides, los dos hombres dedicaron varios minutos a masajearme el cuerpo, reactivando la circulación. Incluso me aflojaron un poco las ligaduras, de forma que, aunque seguía sujeta, notaba que podría librarme de ellas forcejeando un poco, pero no lo hice, pues mi Amo no me había dado permiso.
Cuando me encontré mejor, comencé a notar que los masajes de ambos hombres se volvían cada vez más íntimos, más sensuales. En cuanto noté las manos de mi Amo acariciar mis senos, volví a excitarme, si es que en algún momento había dejado de estarlo. Las manos de Armando simplemente las toleraba porque Jesús me lo había ordenado. El viejo no significaba nada para mí.
–          ¡No aguanto, Jesús, no aguanto! – gimió Armando – ¡Vamos a follárnosla ya!
–          Como quieras – respondió el joven – Tú has pagado…
Me colocaron boca arriba sobre la mesa, pero esta vez con la cabeza colgando fuera, entendí que para que mi Amo tuviera fácil el acceso a mi boca. Al acercar mi cuerpo a uno de los lados de la mesa, Armando ya no podía follarme desde el otro lado, pero eso no supuso ningún problema, pues él simplemente se subió a la tabla junto a mí, arrodillándose entre mis abiertas piernas.
–          ¡Qué visión tan sublime! ¡Está buenísima! – gimoteó el asqueroso viejo.
–          Sí, es muy hermosa – asintió mi Amo, haciendo que me estremeciera de placer.
Sin perder un segundo, Armando me cogió por la cintura y levantó mi pelvis, para permitir que su polla se colocara justo a la entrada de mi coño. Fácilmente gracias a lo mojado que lo tenía, Armando me penetró sin miramientos, haciéndome gemir de placer.
–          AAAAAHHH – gemí sin poder resistirme.
–          Sí, puta, sí… Te gusta, ¿eh?
–          Sí me gusta – respondí tras un gesto de asentimiento de mi Amo.
–          Estupendo… Ahora quiero que me llames Amo a mí… ¡Venga, puta, dilo!
Pero Jesús no lo permitió.
–          Su único Amo soy yo, así que ella no puede llamarte así.
–          ¡Pues que me diga señor director! ¡Venga!
–          Sí, señor director. Como usted diga señor director – respondí mientras el viejo comenzaba a propinarme culetazos.
–          ¡Eso es! ¡ASÍ, PUTA, ASÍ! ¿QUIÉN TE ESTÁ FOLLANDO EL COÑO?
–          El señor director me folla mi sucio coñito – respondí adivinando por donde iban los gustos del viejo – Primero me ha roto el culito y ahora me está llenando el coño…
–          ¡SÍIIII!
Pude ver cómo mi Amo me sonreía complaciente. Emocionada, vi que ya se había sacado la polla del pantalón, y ésta se mostraba desafiante ante mis ojos. Aquella visión me excitó mucho más que todo lo que me había estado haciendo el director. Yo era esclava de esa polla.
Sin mediar palabra, Jesús acercó su verga a mis labios, que se abrieron con lujuria para recibirlo. Enseguida su calor inundó mi boca, a medida que su barra de carne se abría paso y se enterraba hasta el fondo de mi garganta, provocando que los ojos me lagrimearan.
–          ¡Fóllatela! – aullaba Armando – ¡Fóllale la boca bien follada!
Lo que siguió fue justo lo que Armando deseaba. Jesús comenzó a bombearme en la boca, follándome hasta la tráquea con su gordo rabo. No fue una mamada ni mucho menos, pues yo no podía hacer más que mantener la boca bien abierta para que mi Amo me la metiera hasta el fondo, cuidando en todo momento de no rozarle siquiera con los dientes.
Mientras, el director, enloquecido de pasión, me martilleaba sin piedad en el coño, con sus manos agarradas a mis tetas, que usaba como asidero.
El viejo no aguantó mucho más y pronto comencé a notar que se corría. Como un poseso, me la sacó del coño y comenzó a pajearse sobre mi cuerpo, para que sus lechazos cayeran sobre mí.
Ese preciso momento fue aprovechado por mi Amo para retirarse de mi boca, sin duda para evitar que el semen del director pudiera alcanzarle.
Tras correrse, el viejo se derrumbó a mi lado, jadeando, completamente agotado por lo que acababa de pasar.
Pasaron varios minutos en los que no me moví ni un ápice, agotada y derrengada por todo lo que había pasado, pero nuevamente insatisfecha sexualmente, pues no me había corrido con Armando.
Escuché un “clic” característico y alcé la cabeza, a tiempo de ver a Jesús librándome de mis ataduras con su navaja. Una vez libre, volvió a darme friegas por todas partes, especialmente en las muñecas, para reactivar la circulación.
Me sentí mucho mejor con aquello, pero aún así me faltaban fuerzas para moverme, por lo que Jesús, sin decir palabra, se encargó de todo. Hábilmente, me quitó las bragas y el sostén y las guardó en mi maletín. Me colocó bien la falda y me ayudó a ponerme mi jersey, entregándome una toalla que no sé de dónde sacó para que me limpiara un poco el semen de los pechos y de la cara.
Abrió la puerta y recogió mi maletín. Yo, haciendo un soberano esfuerzo, me deslicé sobre la mesa, tratando de ponerme de pié pero, sorprendentemente, Jesús me detuvo.
–          Aún estás acalambrada – me dijo – No creo que puedas caminar en un buen rato.
Me entregó mi maletín y, delicadamente, me tomó entre sus brazos y me levantó como si yo fuese una pluma. Me sorprendí de lo fuerte que era, pues, si le costaba cargar conmigo, no lo demostraba en absoluto.
Sin despedirse del viejo, me sacó de aquel despacho y bajó las escaleras conmigo en brazos hasta la calle. Nuevamente no nos encontramos con nadie, pero yo ya empezaba a estar segura de que Jesús sabía que no íbamos a toparnos con el conserje.
Al parecer, antes había aprovechado para sacar las llaves de mi coche del maletín, pues al acercarnos, accionó el mando del cierre centralizado. Con cuidado, abrió la puerta de los asientos de atrás y me depositó allí, donde quedé tumbada, con el corazón a mil por horas por ver lo amable y delicado que se mostraba en ese momento mi Amo. Empecé a sospechar que estaba enamorándome de él.
Sin decir nada, Jesús se sentó al volante y arrancó. Yo sabía que no tenía carnet pero a esas alturas qué importaba.
Condujo durante unos minutos sin decir nada, mientras yo contemplaba su rostro desde atrás, preguntándome cómo era posible que, en tan solo una semana, aquel chico hubiera logrado poner patas arriba todo mi mundo. Justo entonces, él comenzó a hablar.
–          Mierda, creo que hay caravana otra vez. Y yo quería llegar pronto.
–          No pasa nada Amo. Aparque por ahí y déjeme descansar un rato. Seguro que usted a pié llega a tiempo adonde sea. No se preocupe por mí.
–          ¿Y quién ha dicho que yo vaya a ningún sitio? Vamos a tu casa.
El corazón me dio un vuelco.
–          ¿A mi casa?
–          Claro. ¿Te has olvidado de lo que te dije? Hoy no te ibas a quedar insatisfecha…
Un estremecimiento de placer asoló mi cuerpo. ¡El Amo venía a mi casa! ¡Decía que iba a dejarme satisfecha!
–          Gracias Amo – dije nuevamente con lágrimas en los ojos.
Jesús se volvió a mirarme, y pudo ver que de nuevo estaba llorando.
–          Menudo día de lágrimas llevas hoy. Estás llorando cada cinco minutos – me dijo.
–          Lo siento Amo. Pero ahora son lágrimas de alegría.
–          No, si no me importa. Me gusta ver a una mujer llorosa. Me excita.
Callamos unos instantes.
–          ¿Y bien? ¿Te encuentras mejor? – me preguntó.
–          Sí, Amo. Espere, trataré de incorporarme.
–          No lo hagas. Sigue tumbada que ahora lo único que vamos a hacer es charlar y tienes que recuperar fuerzas para luego.
–          De acuerdo.
–          Bien, Edurne. Vamos a hacer una cosa. En el rato que tardemos en llegar hasta tu casa, eres libre para decirme lo que quieras. Puedes hablar con libertad, aunque no te garantizo que vaya a responderte.
–          Gracias, Amo.
–          Y puedes dejar lo de Amo si quieres, hoy te lo has ganado.
–          Gracias, Amo… digo, Jesús.
–          Vale, ¿qué quieres preguntarme?
Dudé unos instantes. Tenía tantas preguntas agolpándose en mi cabeza. Por fin, me decidí por la más importante de todas.
–          ¿Hay otras como yo? – le interrogué.
–          ¿Tú que crees? – retrucó
–          Que sí. Lo que ha pasado con Armando no era ni de lejos la primera vez y con las cosas que me has dicho otras veces, de que detectabas a las mujeres como yo y eso… estoy segura de que sí.
–          Pues ya tienes tu respuesta.
–          ¿Conozco yo a alguna?
–          No voy a responderte a eso. Ya te enterarás.
–          Deduzco entonces que sí – dije sonriendo para mí.
–          Muy lista. ¿Algo más?
–          ¿Por qué has dicho que todavía no soy tu esclava? No lo entiendo ¿qué más quieres?
–          Verás, cuando estoy con una chica nueva, como es tu caso… le doy libertad. Ha habido alguna que no ha podido soportarlo y lo ha dejado, pero normalmente acaban volviendo a mí. Pues bien, cuando la mujer decide que lo que desea es estar a mi servicio (y fíjate que recalco que es ella quien lo decide), pasa a ser una auténtica esclava, obediente de todos mis deseos. Su razón de existencia pasa a ser cumplir con mi voluntad y ya no tiene derecho a no hacer lo que yo le mande. Por ejemplo, si a una esclava se le ocurriese montarme el numerito que tú has organizado antes, le hubiera dado tantos azotes que no habría podido sentarse en un mes.
–          Entonces, ¿la esclava queda atrapada para siempre? – insistí.
–          No. La única libertad que les concedo es poder marcharse cuando quieran. Como te dije a ti antes, la que quiera que se largue, que yo ya no querré saber nada más de ella. Aunque eso todavía no ha pasado nunca.
–          ¿En serio?
–          ¿Qué pasa? ¿No me crees?
Le miré fijamente, consciente de su masculinidad y su magnetismo. Y le creí sin problemas.
–          ¿Y son muchas?
–          Tampoco te lo digo. Si te conviertes en esclava lo sabrás.
–          ¿Y qué tengo que hacer para serlo?
–          Nada en especial. Sigue obedeciéndome y pronto lo serás.
–          Pues no lo entiendo. Si alguna se porta mal le bastaría con decirte que ya no quiere seguir a tu servicio y escapar del castigo.
–          Cuando por fin lo entiendas, estarás lista para convertirte en mi esclava.
Titubeé un segundo antes de continuar.
–          Amo… digo… Jesús – dije insegura.
–          Ten cuidado. A ver si alguna vez te vas a equivocar en clase y la vamos a liar.
–          Sí – sonreí – Es que… quiero preguntarle algo un poco delicado.
–          No tengas miedo, dispara.
–          ¿Es habitual que prostituya a sus esclavas?
Él se volvió a mirarme fijamente. Pensé que se había enfadado y tuve un poco de miedo, pero no era así.
–          Verás. Mis zorritas tienen que hacer siempre lo que yo les ordene, así que sí que es normal que, si te conviertes en una de ellas, tengas que realizar algún “servicio” de este tipo en alguna ocasión. Pero…
–          ¿Pero? – insistí.
–          No es demasiado habitual. Mis coñitos son míos y no me gusta compartirlos con nadie. No me ha gustado nada ver a ese cerdo haciéndose un culito que debería haber sido mío, pero andaba corto de pasta y un culito virgen no se encuentra todos los días. Además, el viejo llevaba dos años dándome el coñazo para que le consiguiera un polvo contigo…
–          ¿Dos años?
–          Sí, no te ha mentido. Desde el día en que llegaste al instituto. Es que estás muy buena… – rió.
–          Pero, ¿cuánto tiempo llevas haciendo estas cosas? – le pregunté.
–          La primera vez fue a los catorce.
Me dejó de piedra.
–          ¿Tan joven?
–          Sí, bueno… soy bastante precoz para todo. Ya conocerás a mi primera esclava.
–          Ah, vale – dije sin saber qué decir.
–          Mira, Edurne. Mis zorritas han de realizar todo tipo de trabajos para mí, pero siempre para que yo obtenga algún beneficio, ya sea económico, social, sexual, sensorial…
–          ¿Sensorial? – me extrañé.
–          Sí. Por ejemplo, el otro día cuando te subiste la falda para que el viejo del bus te viera el coño. Me excité mucho.
–          Comprendo.
–          Pero no soy un desalmado. No me dedico a explotar a mis chicas por la cara.  Ellas también sacan algo, además de tener acceso a mi verga – dijo riendo.
–          ¿En serio?
–          Sí. Mira, cuando puedas, consulta tu cuenta. Verás que, de los tres mil pavos que has ganado hoy, mil están ya en tu cuenta.
–          ¡No hablas en serio!
–          Claro que sí. Cuando accedí a la banca electrónica en el despacho de Armando, te los transferí a tu cuenta.
–          ¿Y cómo averiguaste tú mi número de cuenta?
–          Pues igual que tu número de móvil. De tu expediente en el instituto, así me enteré del número de cuenta donde se te ingresa la nómina. El instituto conserva justificantes de las transacciones e ingresos que efectúa la consejería de educación a sus empleados, así que fue fácil.
–          Madre mí – silbé admirada.
–          Bueno, hemos llegado – exclamó Jesús – ¿Cómo te encuentras?
Más recuperada, me incorporé en el asiento y miré a mi alrededor, comprobando que estábamos en mi calle.
–          El mando del garaje está en la guantera – le indiqué.
Jesús lo encontró en un segundo y lo accionó, abriendo la puerta del sótano del edificio. Yo estaba muy inquieta, por si alguien nos veía, con Jesús conduciendo mi coche, pero no había nadie cerca.
–          ¿Cuál es tu plaza de aparcamiento? – me preguntó.
Le guié por el garaje hasta que el coche quedó correctamente estacionado. Nos bajamos y descubrí que mis piernas, aunque temblorosas, ya eran capaces de sostenerme.
–          Si quieres, te llevo otra vez en brazos – se ofreció.
–          No, gracias, Amo – me negué – Ya estoy mucho mejor.
–          ¿Amo? – me interrogó.
–          Ya hemos llegado a mi casa – concluí, haciéndole sonreír.
Continuará.
                                                                                TALIBOS
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Ernestalibos@hotmail.com

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