La Noticia

Esa mañana me desperté abrazado a María, con una mano agarrando su  pecho y con su culo desnudo pegado a mí. Empecé a acariciar sus pezones buscando despertarla, siguiendo la costumbre adquirida desde que, olvidándome de los prejuicios y que la sociedad consideraba nuestra unión contra natura, la hice mi mujer. Mi prima tardó en reaccionar y solo abrió los ojos cuando sintió la presión de mi pene contra su cuerpo.
-Hola mi amor-, me dijo mientras cogía entre sus manos mi sexo y se lo acomodaba entre sus piernas, -hoy te has levantado caliente-.
-Y cuando no-, le respondí penetrándola sin tener que forzar su entrada.
Eso era lo que más me gustaba de ella, siempre estaba dispuesta. Bastaba con que la tocara unos segundos para que sin poderlo evitar se calentara al instante. Daba igual donde fuera, mi perversa prima se derretía al sentir mis caricias e incapaz de aguantarse, me pedía que la tomase sin importarle el lugar. Habíamos hecho el amor durante esos seis meses en los lugares más inverosímiles, en un baño público, en un juzgado e incluso bajo la atenta mirada de unos ancianos del asilo del pueblo de al lado. Siempre que no hubiese nadie conocido cualquier sitio era lo bastante bueno para dar rienda suelta a nuestra pasión. Habíamos jugado muchos roles. A veces era ella la sumisa para acto seguido convertirse en una adusta institutriz. Nada nos estaba vedado. Todavía recuerdo la noche que poniéndole una máscara la llevé a un club de alterne y la obligué a bailar para el selecto público que atestaba ese antro. Desde entonces solo recordarle la sensación de ser observada por esos cincuenta paletos y sus miradas de lujuria hacía que se calentara y me pidiera que al igual que en ese lugar, la tomara por detrás mientras ella berreaba de placer.
Nuestra relación era perfecta pero en secreto. Nadie en Luarca suponía que el serio subdirector del banco y su prima, la amargada, compartieran algo más que las cuatro paredes en las que vivían. La realidad era diferente, al igual que esa mañana, no podíamos estar solos sin hacernos el amor. Nuestro repertorio de posturas haría palidecer al escritor del Kamasutra. Cada día buscábamos nuevas  formas de amarnos, de pie, tumbados, en un sillón, en la escalera. Su boca, su vagina o su culo eran únicamente instrumentos, lo importante es que nos teníamos uno al otro y con eso nos bastaba. No nos hacía falta nada más.
Desgraciadamente esa mañana, después de hacerle el amor y mientras me duchaba, oí a María vomitar. Ninguno dio importancia a ese hecho y tranquilamente nos sentamos a desayunar.
-No tengo hambre-, me dijo mi prima al tratar de terminarse la tostada, -Algo me debe de haber sentado mal-.
-Tienes mala cara-, respondí sin saber lo que se nos avecinaba y como siempre a esa misma hora, la besé despidiéndome de ella hasta la hora de comer.
Durante las siguientes horas el ajetreo de la sucursal no me dejó pensar en lo ocurrido y tengo que reconocer que cuando volví a casa se me había olvidado el mal rato que había pasado mi mujer esa mañana. Solo comprendí que algo iba mal, al entrar a la cocina y comprobar que, contra la norma que habíamos establecido, la comida no estaba preparada. Fue entonces cuando me acordé que se encontraba indispuesta y subiendo a nuestra alcoba, me la encontré llorando.
-¿Que te ocurre?-, pregunté sin dejar de acariciarle el pelo.
María, mi prima, mi mujer, mi amor, tardó en contestarme y cuando lo hizo, sin dejar de sollozar, me quedé petrificado:
-Estoy embarazada-, soltó hundiendo su cara en la almohada, -¿Qué vamos a hacer?-.
Ni siquiera se me pasó por la cabeza el abortar. Podíamos ser a los ojos de la sociedad unos amorales pero, cómo ella tenía unos solidos principios, tomar esa vía nos resultaba imposible. Comprendí que nuestro idílico mundo se nos venía abajo. Muchas veces habíamos hablado de que ocurriría si a nuestras madres les llegaban rumores de que sus hijos compartían lecho y ambos habíamos llegado a la conclusión que eso las mataría. Las pobres viejas eran buenas pero habían sido educadas en unos valores que harían que nuestro amor les resultara repugnante.
-Podemos irnos del pueblo-, le contesté pensando que así nadie se enteraría.
-Eres tonto. Y que iban a pensar los nuestros que dejáramos todo, nos fuéramos juntos y que a los nueves meses viniese con un crio. Sabrían que tú eres el padre-.
Tratando de tranquilizarla, le di un beso y acariciando su barriga, le dije que ya se nos ocurriría algo. Abrazados en la cama, rumiamos juntos nuestra desgracia y pasaron las horas sin que se nos ocurriera una solución. Como esa tarde no podía dejarla sola, llamé a un compañero y le dije que me sentía de pena y que no iba a ir a trabajar.
-No hay problema, cuídate-, me dijo sin sospechar nada.
Ya eran casi las seis cuando levantándose de la cama y comenzando llorar nuevamente me dijo:
-Tengo que agenciarme un novio y echarle la culpa a él-.
No pude reprimirme y soltándole un guantazo, me negué:
-Eres mi mujer y no pienso compartirte con nadie. Prefiero que se descubra todo a pensar que otro hombre te acaricie-.
Sé que no fue correcto pero pensar en que fuera otro el que compartiera con ella las noches, me había sacado de mis casillas. Al darme cuenta de lo que había hecho, la atraje hacia mí y pidiéndola perdón, la besé apasionadamente. Ella me respondió como solo ella sabe hacerlo. Sus manos me empezaron a desabrochar la camisa y dejándome desnudo, se quitó las bragas y poniéndose de rodillas en la cama, me pidió que le hiciera el amor.
Varias veces la había tomado vestida, pero en esa ocasión verla tan dispuesta sin haberla siquiera tocado, me enervó y pegándome a ella, le subí la falda y de un solo empellón, la penetré hasta el fondo. Convertido en un demente descargué sobre ella toda mi frustración y cabalgándola a un ritmo infernal, busqué limpiar mi pecado. María no tardó en demostrarme con sus gritos su excitación y animándome a continuar, me azuzó diciéndome que era suya y que nada ni nadie podrían evitarlo. Su orgasmo fue brutal, chillando me pidió que siguiera penetrándola mientras el placer corría por sus pantorrillas. Toda la tensión de lo ocurrido se concentró en mi sexo y descargué en su interior, ya germinado, simiente inocua pero repleta de cariño.
Exhaustos caímos en la cama, y llenándonos de besos, nos dijimos que lo importante éramos nosotros y el fruto de sus entrañas. Las caricias mutuas  volvieron a calentarnos y terminándonos de desnudar, volvimos a hacer el amor pero esta vez, suavemente. Yo no lo sabía pero mi prima había tomado una resolución y solo esperaba el momento oportuno para comentármela.
Fue tras la cena, cuando sirviéndome una copa me dijo que teníamos que hablar. Aunque no me apetecía comprendí que no podíamos postergar más el asunto y acomodándome junto a ella, le di entrada.
-Fernando, te pido que no me interrumpas y no te enfades con lo que te voy a decir-, me pidió casi llorando, -aunque me duela no puedo decirle a mi madre que tú eres el padre de mi hijo. Me voy a inventar una aventura de una noche y que a raíz de ella, me quedé embarazada…-.
Cabreado, saltándome mi palabra, la interrumpí:
-Y que quieres, ¿Qué mi hijo no tenga padre?, me niego, pienso educarlo-.
-No te he dicho que no le eduques, serás su padre aunque nominalmente sea un desconocido el que me preñó. Tú le llevarás a la escuela, le enseñaras a jugar al futbol y cuando sea mayor le diremos la verdad-.
Aunque esa solución  no me gustaba, comprendí que era la mejor pero aun así había un problema y tomando un poco de whiski, le dije:
-Está bien, pero eso no acabará con las habladurías. Cuanto tiempo crees que tardara el pueblo en chismorrear que María, la de Joaquín, se ha quedado embarazada del primo con el que vive-.
-Lo sé y por eso te voy a pedir algo que es dolorosísimo para mí-, me contestó llorando, -¡Quiero te busques una novia y que ella venga a vivir a nuestra casa!-.
-¡Tú estás loca!, no solo no quiero buscarme otra sino que al traerla a casa, se daría cuenta de nuestra relación y un chisme de pueblo se convertiría en certeza nada más enterarse-.
-Por eso tendremos que elegir con cuidado la persona, deberá de estar enamorada de ti y ser lo suficientemente manejable y sumisa para que al descubrirlo sea incapaz de traicionarnos-.
Indirectamente, me estaba proponiendo que formáramos un trio y aunque sabía que en la universidad había tenido un escarceo con una mujer, María no era bisexual. Tratando de rebatir su plan, le expliqué que era imposible hallar una candidata que reuniera esas características y menos en Luarca.
-Si existe y durante los últimos tres meses, no ha hecho otra cosa que tontear contigo-.
Me quedé de piedra al comprender a quien se refería.  La elegida en la que estaba pensando era Isabel, la hermana pequeña de mi amigo Rodrigo. Durante las últimas semanas, nos habíamos estado riendo de las maniobras de acoso y derribo que esa cría había intentado con el ánimo de seducirme. Aprovechando que trabajaba en la tienda de al lado del banco, venía a verme todos los días para que la invitara a desayunar.
-Estás de la olla, es una niña. No debe de tener más de veinte años-.
-Veintitrés para ser más exactos y tú mismo me has dicho que si no llegas a estar conmigo ya te la hubieses tirado. Lo que te propongo es que la seduzcamos entre los dos y que esa boquita de fresa cuando se dé cuenta no pueda echar marcha atrás-, me contestó mientras me bajaba la bragueta. -No podrá decir nada porque para entonces se habrá convertido en nuestra amante-.
Sin mediar palabra, sacó mi pene y meneándolo me preguntó:
-¿Te parece bien?-.

No pude negarme, María ya se lo había introducido en la boca y la idea de compartir ese culo juvenil con ella, no me parecía una idea tan desagradable.

Los preparativos


 

Al día siguiente, cuando llegué a comer María estaba contenta. Me sorprendió encontrármela bailando en la cocina mientras preparaba la comida y por eso le pregunté el motivo de su cambio de humor.
-Todo va sobre ruedas. Como te dije, me he encargado de todo, esta mañana he ido a ver a nuestra futura novieta y la muy tonta ha caído en la trampa-.
-¿Qué le has dicho?-, respondí alucinado por la rapidez que se había dado.
-Le he comentado que el banco te ha regalado tres viajes a Fuerteventura y que los íbamos a perder al no tener con quién ir-.
-No te entiendo-, solté al no comprender cuál era su plan.
-Estás a por uvas. Le puse en bandeja que debido a las habladurías no podía irme sola contigo porque ya era bastante el hecho que viviéramos juntos en la misma casa-.
-¿Y qué te dijo?-,
-La muy tonta vio la oportunidad de irse contigo, teniéndome a mí de sujetavelas y sin percatarse donde se metía, me insinuó que ella podía acompañarnos. Como podrás comprender, acepté al instante-.
-Cojonudo-, contesté sonriendo,-¿y cuando nos vamos?-.
-Pasado mañana, ya he comprado los billetes-, me informó mientras me acariciaba el trasero. -Por cierto, yo he sufragado el viaje pero tú me vas a pagar el bikini que he elegido-.
Soltando una carcajada, le pregunté cómo era y porque no me lo modelaba. Ella, muerta de risa, contestó:
-Es sorpresa, pero te anticipo que es muy, pero que muy, sexy-.
No me quedó duda alguna que si mi prima lo describió tan provocativo, era porque en realidad debía de ser indecente y anticipándolo mentalmente, la abracé mientras le intentaba desabrochar la falda. Pero María tenía otros planes y separándose de mí, dijo:
-Tienes que ahorrar fuerzas, hasta el sábado vas a estar a dieta-, y poniendo cara de picar, me  explicó: -Durante tres días seguidos vas a tener que contentar a dos mujeres-.
Esa misma tarde, al salir del banco, me encontré de frente con Isabel. La cría venía vestida con un provocativo vestido que revelaba la mayor parte  de su anatomía. Disimulando me fijé en ella, disfrutando por anticipado de sus contorneadas piernas y grandes pechos. Ella, nada más verme, se acercó y exhibiendo una sonrisa, dijo:
-¡Qué ganas tenía de verte!. Me imagino que ya sabes que me he acoplado al viaje-.
-Si, me lo comentó María-, contesté un tanto cortado, -me alegro que seas tú quien nos acompañe-.
-¿De verdad?-, respondió bajando la mirada, -temía que te enfadaras al enterarte-.
-¿Por qué me iba a enfadar?-, solté mientras le daba un repaso,- sería un idiota si me molestara que una preciosidad como tú nos acompañara-.
Se puso colorada al oír mi piropo pero rápidamente se repuso y mirándome a los ojos se despidió diciendo:
-Gracias, entonces nos vemos el viernes, ¿ok?-.
-No faltes, sino vienes, me aburriré al ir solo con mi prima-, dije, dando por entendido que con ella tendría algo de acción.
Isabel soltó una risotada tras lo cual  contestó a mi indirecta, diciendo:
-Aunque no fuera, nunca te aburrirías ya buscarías como entretenerte-.
Si no llega a ser imposible, de su respuesta se podría deducir que se barruntaba que entre María y yo había algo, por lo que, para evitar el tema me despedí y directamente me fui a casa.
El viaje.
Ese viernes hacía frio en Asturias. El termómetro marcaba seis grados, por lo que, al salir de Luarca los tres íbamos enfundados bajo gruesas capas de ropa. Al llegar al aeropuerto, nos quitamos los abrigos lo que me permitió descubrir que debajo de los mismos, María e Isabel iban vestidas igual. La indumentaria de ambas consistía en una escotada blusa de flores y una minifalda amarilla.
“No puede ser casualidad”, pensé al verlas.
Cuando ya iba a preguntar la razón de esa coincidencia, las dos mujeres preguntaron riéndose:
-¿Te gustan nuestros uniformes?, somos las Fernando´s girls-.
-No-, respondí, -en cambio me encantan los cuerpos que esconden-.
Mi prima y mi amiga buscando incomodarme me empezaron a modelar en mitad de la sala de espera. Una rubia y una morena pero ambas estupendos ejemplares de la raza autóctona de mi región. Asturianas de pura cepa que eran en sí un recordatorio de porqué, en España, la leche asturiana tiene tanta fama.  Si María con sus treinta y cinco años estaba buena, la juventud de Isabel la convertía en un bocado demasiado apetitoso para no ser catado y corriendo un riesgo innecesario, se los hice saber:
-Cómo sigáis tonteando, al llegar al hotel os violo-.
Obtuve como única respuesta más burlas y provocaciones, por lo que, haciéndome el enfadado me alejé de ellas y me senté en el otro extremo de la terminal. Alejarme, me dio la posibilidad de contemplarlas sin que ellas se percataran de mi examen. Mis acompañantes eran dos mujeres de bandera. El sector masculino de la sala las había catado bien y todos sin excepción estaban maravillados observando a  ambas haciendo el tonto mientras se reían de mí. Con unos culos perfectos y unos pechos que no les iban a la zaga, traían embobados a todo aquel con el que se cruzaban. Parecían dos colegialas haciendo travesuras, su desparpajo y sus risas provocaban sonrisas y babeos a su paso. Yo, por mi parte, me estaba empezando a excitar imaginándome mis próximos tres días en compañía de esas bellezas.
Recibí con gozo el aviso que teníamos que embarcar, no en vano tenía ganas de llegar a nuestro destino y que los planes que había  urdido María se llevaran a cabo. Lo que no me esperaba que corriendo hacia mí, mi prima e Isabel se pegaran como lapas y me abrazaran. Su actitud hizo que, tanteando el terreno, mis manos recorrieran sus traseros mientras entrabamos al avión. Ninguna de las dos se quejó, al contrario, compartiendo miradas cómplices las dos muchachas se rieron y charlando entre ellas, comentaron que si la calefacción del aeropuerto me había puesto tan caliente que sería cuando el sol de las Canarias tostase mi piel.
-Segundo aviso-, les dije,-si seguís cachondeándome, no respondo de las consecuencias-.
Mi prima forzando la situación, guiñó el ojo a la morena y acariciando mi pelo, me susurró al oído:
-Ya falta poco para que caiga-.

Ni que decir tiene que al sentarme, conseguí hacerlo entre esas dos bellezas. Con Isabel a mi derecha y María a mi izquierda era la envidia de todo el pasaje.  Nada reseñable hubiera ocurrido durante el despegue sino llega a ser que debido al aire acondicionado del avión, los pezones de mis acompañantes se erizaron y se me mostraron a través de la fina tela de sus blusas. Comprendiendo que era el momento de vengarme, acariciando las piernas de ambas, les dije:

-No soy el único que está caliente-, me miraron sin comprender a que me refería por lo que tuve que aclarárselo:-Tenéis los pitones pidiendo guerra-.
Al mirar hacia abajo y ver a través del escote los efectos del frio, María se puso roja pero Isabel, devolviéndome la caricia, soltó mientras su mano recorría sin disimulo mi entrepierna:
-Lo malo es que no conozco guerrero que pueda calmar mi calentura-.
-Te puedo decir de uno que, si le das una hora, hará que te rindas pidiendo tregua-, contesté siguiendo la broma.
 La morena, mientras pedía a la azafata una manta con la que taparse, me retó diciendo:
-Eso habrá que verlo-.
Sin darse cuenta, esa cría había abierto la veda y no pensaba dejar escapar la oportunidad que me había brindado, por eso cuando la empleada volvió trayendo consigo tres franelas con las que combatir el frio, decidí que era hora de comprobar si Isabel era tan mujer como vacilaba. Bajo el cobijo de la manta, mi mano fue acariciando su pierna, subiendo paulatinamente hacia su sexo. Ella, cortada, trató de impedirlo, retirando mi mano pero acercándome a su oreja, le dije:
-Me has dado una hora, así que te aguantas-.
Con un brillo en sus ojos, producto de la excitación que la embargaba, me dio permiso y tratando de disimular se puso a mirar por la ventanilla.  No sé cuánto tarde en llegar a su tanga, lo que sí me consta es que cuando mis dedos acariciaron la tela, esta se hallaba completamente empapada. Nada más sentir mis yemas centrándose en su pubis, la muchacha, totalmente entregada, separó sus rodillas permitiendo que mi exploración fuese completa. Al comprobar su disposición y siempre por fuera de sus bragas, mimé el clítoris de Isabel mientras ella se mordía los labios tratando de evitar un gemido que exteriorizara su placer.
Sin saber qué hacer o cómo reaccionar, en voz baja, me pidió que parara, a lo que me negué y cada vez más nerviosa, comprendió que no iba a cejar hasta que su cuerpo se liberara por lo que, cerrando los ojos, buscó lo inevitable. Dando la espalda a mi prima, que desde su asiento no perdía comba, usé mi otra mano para  rozar uno de sus pechos. Sus pezones, ya de por si erectos, me recibieron contrayéndose aún más y mientras sopesaba el volumen de sus senos, me dediqué a pellizcarlos suavemente. Sentir mis dedos, recorriendo su aureola, completó su derrota y presionando, con las suyas, la mano que acariciaba la indefensa vulva, se corrió en silencio. Buscando afianzar mi victoria, levanté su cara y dulcemente le di un beso en los labios mientras le decía:
-¿Quieres que siga?-.
-Aquí no-, respondió dándome por entendido que en otro lugar y con menos publico si quería.
Durante unos minutos se mantuvo callada, tras lo cual se levantó de su asiento porque quería ir al baño. Caballerosamente le cedí el paso, esos sí, aprovechando a tocarle el trasero mientras lo hacía. Ella, lejos de molestarse, posó su mano en mi sexo y apretando su presa, me susurró:
-¡Eres un cabrón!, pero me gustas-.
Mi prima esperó a que cerrara la puerta del aseo, para soltar una carcajada y pegándose a mi cuerpo, exclamó:
-Estoy celosa y cachonda. ¡No sabes cómo me ha puesto ver cómo la masturbabas!.- y cogiendo mis dedos impregnados en el flujo de su rival, se los llevó a la boca mientras me decía: -De esta noche no pasa que pruebe directamente el coñito de esa cría-.
Me sorprendió la lujuria de sus palabras, la caza y captura de Isabel había empezado siendo una solución a su embarazo pero se había convertido en un fin. Mi prima ansiaba tener a esa mujer entre sus piernas. Encantado por la transformación, pasé mis manos por sus pechos mientras le decía:
-No sé si será esta noche pero no debemos apresurarnos, tenemos un plan y habrá que cumplirlo-.
-Lo sé pero es que me ha puesto brutísima-.
La llegada de la morena nos impidió seguir hablando por lo que tuvimos que posponer la conversación. Durante el resto del viaje, los tres estuvimos charlando sobre lo que íbamos a hacer durante nuestra estancia en la isla, de manera que casi sin darme cuenta estábamos aterrizando.
Al salir y comprobar que en el exterior rondaban los veintiséis grados de temperatura, decidí que elegir Lanzarote había sido acertado porque no solo nos habíamos alejado del frio asturiano sino que podríamos darnos unos chapuzones en la playa.
“Tengo ganas de verlas en bikini”, pensé mientras cargaba el equipaje en el taxi que nos llevaría al hotel.
La llegada al Hotel.

El taxi tardó cerca de veinte minutos en hacer el trayecto entre el aeropuerto de Lanzarote y nuestro hotel. Durante ese tiempo, María e Isabel se encargaron de tomarme el pelo por medio de reiteradas insinuaciones e indirectas, todas ellas encaminadas a excitarme. Sin cortarse por la presencia del taxista y descojonadas de risa, me exigieron que me enterara donde estaba la playa nudista más cercana porque tenían ganas de comprobar si era cierto que calzaba una xl. Tratando de pasar el trago lo más rápidamente, les dije que si lo que querían era vérmela solo tenía que pedirlo.

La primera en contestar fue la cría, que poniendo cana de viciosa, comentó:
-No solo queremos verla, queremos disfrutarla-.
-¿Queremos?-, preguntó María, un tanto extrañada que la cría usara el plural.
-Quiero-, rectificó al darse cuenta del significado que escondían sus palabras.
Yo, por mi parte, me percaté que lejos de ser un error o una ligereza, Isabel había dejado claro que intuía que entre nosotros había algo más que el parentesco y que de ser así, no le molestaba.
“Quizás sea aún más sencillo desde lo que pensaba”, me dije mientras pagaba el taxi.
Aunque no nos lo había informado, María había reservado dos habitaciones contiguas con una puerta de comunicación entre ellas y por eso al entrar, me quedé agradablemente sorprendido:
-Nosotras dormiremos aquí-, me dijo mi prima señalando la habitación con dos camas, y el tuyo es el otro. Así que vete que tenemos que cambiarnos para ir a cenar y nos vemos en una hora-.
De mala gana, me fui a mi cuarto. No había terminado de deshacer la maleta cuando oí el ruido de la puerta. Al darme la vuelta, me encontré con María casi desnuda que corriendo hacia mí, me bajó la bragueta de mi pantalón mientras me decía:
-Tenemos cinco minutos para que me hagas el amor. No te imaginas como estoy. Esa niña me tiene loca. Nada más llegar se ha desnudado frente a mí y antes de meterse a duchar, exhibiéndose, ha empezado a contarme como te iba a violar esta noche -, me soltó mientras se bajaba las bragas, – la muy zorra me ha prometido que hoy mismo va a conseguir que le llenes todos sus agujeros-.
-¿Todos?-, respondí, metiendo mi pene en su sexo.
-Sí. Esa mosquita muerta quiere que la folles bien follada y que aunque nunca lo ha hecho, le apetece que le desvirgues el culo-.
Saber que ese hermoso trasero estaba a mi disposición hizo que me excitara más aún y dándome prisa, tomé a mi prima de sus hombros. Mi pene encontró su cueva completamente lubricada y de un solo empujón, lo incrusté hasta el fondo. María gimió al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina y como una posesa, me pidió que fuera brutal. Obedeciendo y con un ritmo infernal, mi extensión acuchilló su sexo mientras ella se masturbaba. María no tardó en correrse y sin pedirme opinión, se lo sacó para, a continuación, encastrárselo en su entrada trasera.
-Cuéntame como te la vas a follar-, me rogó fuera de sí.
Mordiendo la almohada para no hacer ruido, mi prima esperó que empezara a hablar:
-Pensando en ti, voy a dejar la puerta entornada para que puedas observar cómo me la tiro. Podrás verme desnudando a esa putita y disfrutar de cómo le voy a mordisquear sus pechos como si fueran los tuyos-.
Sus berridos quedaron amortiguados por la almohada pero estaba claro que mi relato la estaba llevando a unos extremos de excitación nunca antes alcanzados. Sabiendo que teníamos poco tiempo, aceleré mis penetraciones mientras le decía:
-Lo primero que voy a obligarla es que me haga una mamada y con su boca, limpie los restos de ti. Quiero que, entre tanto, te masturbes pensando en su boca, relamiendo tu clítoris y que cuando se trague mi semen, te imagines que es tu flujo el que está bebiendo-.
Al visualizar esa imagen, el cuerpo de mi prima se retorció derramando su placer por los muslos, momento que aproveché para darle un azote en el culo.
-Entonces, la voy a tumbar en la cama y abriéndole sus piernas, voy a tomarla como a ti te gusta. Sin prisas, mi pene va a llenar su cueva mientras mis dedos pellizcaran sus pezones y cuando la vea correrse, utilizaré su flujo para dilatar su ano y entonces sin consideración, la desvirgaré para ti-.
María desplomándose sobre el colchón,  se corrió coincidiendo con mi clímax y tras unos momentos de descanso, se levantó de la cama y mientras se volvía a poner las bragas, me susurró:
-Gracias, lo necesitaba. Me vuelvo a mi cuarto antes de que salga, no vaya a darse cuenta-.
Satisfecho, la vi marcharse tras lo cual terminé de acomodar mi ropa en los estantes y ya tranquilamente, me duché pensando que esa noche iba a ser vital para nuestros planes. Al salir envuelto en una toalla, descubrí que Isabel estaba sentada en un sofá de mi habitación. Me recibió con una mirada picarona y acercándose, me dijo:
-Aprovechando que Isabel se está cambiando he venido a comprobar si es verdad que calzas tan grande-, y antes que pudiera hacer algo, me despojó de la toalla, dejándome en pelotas.
Su cara se iluminó al verme desnudo y pegando su cuerpo al mío, besó mis labios mientras me decía:
-Llevo tres meses soñando este momento. No te imaginas las veces que me he masturbado pensando que hacías conmigo lo mismo que con tu prima-.
-No te entiendo-, respondí disimulando pero bastante excitado.
-No hace falta que lo niegues, acababas de llegar al pueblo cuando un día os descubrí haciendo el amor en una playa y desde entonces, os he seguido.  Cada vez que cogías el coche, con mi moto, os alcanzaba.  No sabes la cantidad de kilómetros que he hecho para veros-.
-No te creo-, contesté todavía inseguro.
La muchacha me miró y sacando unas fotos de su bolso, me las dio muerta de risa.
-Mira qué guapa estaba María mientras te la tirabas en ese asilo, o fíjate que buen plano de tu pene en su boca-.
-¿Qué quieres?-, pregunté totalmente acojonado por las pruebas que esa cría tenía de nosotros.
-Habéis despertado en mí sensaciones que no conocía y si no quieres que esto se haga público, tenéis que admitirme en vuestros juegos y que cada vez que te la cojas, también lo hagas conmigo-.
La muy hija de puta nos estaba haciendo chantaje sin saber que eso mismo era lo que habíamos pensado hacer con ella, por lo que, haciéndome el indignado, le solté:
-Si quieres eso, lo tendrás. Pero con dos condiciones: la primera es que esta noche entre tú y yo seduzcamos a María sin que ella se entere de nuestro trato y la segundas es que…me hagas una mamada-.
Sonrió al escuchar mi respuesta, y arrodillándose a mis pies, besó mi glande mientras con sus manos acariciaba mis testículos. Verla postrada y sumisa, hizo que mi pene se izara orgulloso y que antes que sus labios se abrieran, ya estuviera completamente erecto. Con sus ojos pidió mi aprobación y lentamente se lo fue introduciendo en su boca. La parsimonia con la que lo hizo, me permitió disfrutar de la suavidad de sus labios recorriendo cada centímetro de mi extensión y que su humedad lo envolviera.
Increíblemente, la cría no cejó hasta que desapareció en su interior, completamente introducida hasta su garganta y entonces usando su boca como si de su sexo se tratara empezó un movimiento de vaivén, sacándola y metiéndola sin pausa mientras sus dedos acariciaban mis nalgas desnudas. Con mis manos en su nuca, forcé tanto la rapidez como la profundidad de sus  mamadas y sin importarme la muchacha busqué, mi placer. Este no tardó en llegar y como si fuera un torrente, me derramé dentro de ella con una explosión de gozo que pocas veces había experimentado. Isabel, sabiendo que la primera vez era importante, se esmeró no dejando que ninguna gota de mi esperma se desperdiciara y con su lengua limpió todos los restos de mi pasión, tras lo cual, se levantó y acomodándose el vestido, me dijo:
-Ni esta noche ni ninguna otra, tendrás queja de mí. Seguiré todo lo que me ordenes, si lo que deseas es que ella no lo sepa, no lo sabrá. Usaré todos mis encantos para llevarnos a tu mujer a la cama-.
Alucinado por sus palabras, la vi saliendo del cuarto, pero antes que cruzara la puerta la agarré y forzando sus labios, la besé mientras mis manos acariciaban su trasero. Dejándose llevar, la muchacha respondió mi beso con pasión y gimiendo me rogó que la tomara.
-Ahora, ¡NO!. Quiero que sea mi prima la primera en hacerte el amor y cuando ya te hayas corrido en sus piernas, entonces entre los dos te tomaremos hasta que no puedas más-.
-¿Lo prometes?-, me preguntó con una sonrisa.
Por toda respuesta, recibió un azote en el culo, tras lo cual, me terminé de vestir, convencido que nuestros problemas se habían acabado y que Isabel nos iba a dar la cobertura que necesitábamos.
La cena.

“Son las nueve”, pensé al oir que las dos mujeres salían de su cuarto. Cogí mi chaqueta y salí al pasillo. Al cruzar el umbral de la puerta me encontré con una visión maravillosa, me esperaban ataviadas con unos escuetos vestidos de noche. Ambos lucían grandes escotes y solo se diferenciaban en la longitud de su falda, mientras María llevaba uno largo con una provocativa apertura en un lado, Isabel se había puesto uno cuya falda únicamente tapaba su culo, dejando al descubierto la mayor parte de sus piernas. Durante unos momentos, babeando su belleza, disfruté mirándolas. Ellas, lejos de sentirse incomodas por mi repaso, se sintieron halagadas y con desparpajo, me lucieron los modelitos.

-¿Te gustan?-, me preguntó mi prima.
-Estáis preciosas-, tuve que reconocer.
-Sobre todo María-, soltó la más pequeña de las dos,- está deslumbrante, si fuera hombre le comería esos preciosos pechos-.
-¡Coño con la niña!-, respondió la aludida.
-Tiene toda la razón, además ese vestido te hace un culo formidable. Sería mariquita si no me gustara verte con él-, intervine rozando con mi mano su trasero.
Mi prima, completamente cortada, nos dio las gracias y llamando al ascensor, dio por terminada la conversación. Lo que no se esperaba era que al entrar en el cubículo, Isabel, mirándola, dijera:
-Fernando, ¿te has fijado que se le han puesto duros?-
-¿El qué?-, contesté.
-Los pezones-, y antes que María pudiera decir algo, le pellizcó uno por encima de la tela.
-No me había dado cuenta-, respondí e imitando a la muchacha, cogí el otro entre mis dedos y lo apreté, diciendo: -La pena es que soy su primo que si no sería un placer metérmelos en mi boca-.
Nuestra víctima, alucinada, se quejó y separándose de nosotros, nos dijo que como broma ya tenía suficiente, pero entonces la cría le susurró al oído:
-Yo no soy tu prima y si lo necesitas, no me importaría hacerlo-.
Afortunadamente para María, en ese instante se abrió el ascensor y dos turistas entraron porque tuve claro que, anticipándose a lo hablado. esa cría le hubiera mamado ahí mismo sus pechos. Lo estrecho del habitáculo hizo que nos tuviéramos que pegar unos a otros, dejando a Isabel entre los dos. La muchacha, sin pensárselo dos veces, nos abrazó y pasando sus manos por nuestros traseros, empezó a acariciarlos. Al mirar a mi prima, me percaté que se estaba viendo afectada por los continuos magreos de nuestra amiga y que para evitar que se le notara la excitación, miraba al techo mordiéndose los labios.
Cuando llegamos a la planta baja, los tres salimos abrazados y de esa forma llegamos hasta el restaurante-discoteca del hotel.  Por lo que me había contado el conserje, hasta las once era un restaurante pero a partir de esa hora retiraban unas mesas y se volvía discoteca, por eso al entrar le di una propina al maître para que nos pusiera en alguna de las que no retiraran. Profesionalmente nos llevó a una de media luna, un poco alejada y oscura, tras lo cual, guiñándome un ojo me dijo:
-Aquí estarán tranquilos usted y sus acompañantes-.
Comprendí al instante a que se refería, desde esa mesa teníamos una perfecta visión de todo el restaurante y gracias al juego de luces, nuestros lugares estaban en penumbra, dificultando la percepción de lo que ocurriera allí. Satisfecho, puse a una mujer a cada lado, de manera que María e Isabel estaban enfrentadas. Esperé a que el camarero nos tomara la comanda para dar rienda suelta a lo planeado. Como si no fuera conmigo, le pregunté a mi cómplice que era lo que se comentaba de mi prima y de mí en el pueblo. La cría comprendió que era lo que quería que contestara y tomando un sorbo de vino, exclamó:
-¿Qué los dos estáis buenísimos?-.
Solté una carcajada al oírla, en cambio, María intrigada por su respuesta le pidió que se explicara:
-Creo que lo sabes, todas las mujeres del pueblo babean por Fernando y buscan cualquier excusa para ir al banco y te puedo asegurar que varias son las que aprovechando sus salidas a correr, le esperan para disfrutar viéndole con su cuerpo sudado-.
-Y ¿que se dice de mí?-, preguntó totalmente interesada.
-De ti, se habla del cambio que has dado. Hombres y muchachos están de acuerdo, todos se darían con un canto en los dientes por disfrutar de tu cuerpo aunque fuera solo un día. He llegado a oír de varias mujeres que contigo se harían lesbianas-.
En ese momento intervine diciendo:
-Yo mismo te he espiado en la ducha y puedo asegurar que tienes uno de los culos más impresionantes de todos los que he visto-.
Completamente colorada, mi prima se quedó callada, lo que le dio a nuestra amiga la oportunidad de decir:
-Nunca he estado con otra mujer, pero si tuviera que elegir a una para hacerlo, ten por seguro que te elegiría a ti-.
Nada más terminar de decirlo, noté que bajo la mesa Isabel se había descalzado y sin ningún recato, acariciaba con su pie la pierna de mi prima. Ésta, sin saber cómo reaccionar, me miró buscando ayuda pero en vez de auxiliarla, hice como si no me hubiese enterado. Mirando de reojo a ambas, descubrí en María una mezcla de confusión y excitación, y en su  agresora, la determinación de conseguir sus metas. Los pezones de la rubia no tardaron en demostrar la calentura que sentía y a través del escote, me percaté que se habían erizado por las caricias de la muchacha.  La ausencia de reacción de la mujer espoleó a Isabel y sin recato alguno, subió hasta su entrepierna y descaradamente empezó a acariciar su pubis mientras me decía:
-Ya que la has espiado en el baño, dime como tiene el coño, ¿lo tiene rasurado?-.
-Completamente, no tiene ningún pelo. Pero lo mejor son sus pechos. No te haces una idea; grandes, llenos, en su sitio y con unas negras aureolas que los convierten en irresistibles-.
-¿Tan bonitos como los míos?-, preguntó coquetamente mientras se ahuecaba el escote para que mi prima y yo disfrutáramos de su visión.
María, incapaz de contenerse, gimió de deseo y bajando su mano, acarició el pie que le estaba masturbando e inconscientemente, abrió más sus piernas y echando su cuerpo hacía adelante, facilitó las maniobras de la morena. Decidido a no darme por enterado, contesté:
-Diferentes, los pechos de mi prima son un vicio pero los tuyos piden ser tocados-, y sin pedir su opinión metí mi mano por su escote para acariciarlos.
Isabel al sentir las yemas de mis dedos pellizcando uno de sus pezones, aceleró las caricias de su pie mientras posaba su mano en mi entrepierna. Fue entonces cuando incremente la presión sobre su aureola y susurrándole, le pedí que se concentrara en María. Poniendo cara de pícara, obedeció retirando su mano y con toda la mala leche del mundo, preguntó a mi prima porque estaba tan callada. Para María le fue imposible contestar, en ese preciso instante se estaba corriendo, por lo que tuve que salir en su ayuda diciendo:
-Está avergonzada de nuestros piropos, pero verás que en unos minutos se repone-.
-Eso espero-, contestó la cría,-queda mucha noche y pienso aprovecharla-.
Completamente derrotada por la vergüenza y el deseo, mi prima, una vez se hubo repuesto del orgasmo, nos dijo que necesitaba irse al baño, momento que aproveché para decirla al oído que cuando saliera del mismo, quería que me diera sus bragas. Cabreada, no me respondió pero me dio lo mismo porque sabía que iba a obedecerme.
Nada más irse, Isabel se rio y pegándose a mí, me dio un beso mientras me decía:
-¿Te habrás dado cuenta que he cumplido?, ¿estás contento?-.
-Todavía no-, le respondí, -dame tu tanga y metete debajo de la mesa, quiero que cuando vuelva, te comas su coño-.
Intentó protestar arguyendo que era un local público y que jamás se lo había hecho a una mujer, pero fui inflexible y no tuvo más remedio que darme su ropa interior y disimuladamente, introducirse bajo el mantel. María volvió al cabo de los dos minutos y al ver que estaba solo me preguntó que donde estaba la muchacha.
-Se ha ido a hablar por teléfono-, le contesté.
Al oírme me dio sus bragas mientras me contaba que Isabel la había masturbado sin que yo me diese cuenta. Esperé a que terminara de hablar para preguntarle que había sentido. Sus mejillas se sonrojaron y bajando la mirada, me contestó:
-Me ha puesto brutisima. Pero eso no es lo acordado, tenías que ser tú quien la sedujera-.
-Por eso no te preocupes-, respondí satisfecho, -Aun te quedan muchas sorpresas. Quiero que te subas el vestido y abras tus piernas. Me apetece ver como lo tienes de excitado-.
Soltando una carcajada, me llamó pervertido pero haciendo caso a mi petición, se levantó la falda y abrió sus piernas para mostrarme la humedad de su sexo.
-Estoy chorreando-, me dijo abriendo con sus manos sus labios.
Isabel, creyó que ese era el momento y poniendo sus manos en las rodillas de mi prima, llevó su boca hasta la entrepierna de la mujer. Asustada por la sorpresa, María gritó pero al ver mi sonrisa, se relajó y dejándose hacer, me pidió explicaciones. Torturándola me entretuve bebiendo de mi copa, porque sabía que en ese momento la lengua de la morena estaba dando buena cuenta del inflamado clítoris de mi prima y era consciente que cuanto más alargara mi explicación más caliente estaría. Al comprender que de nada servía prolongar más su ignorancia, le expliqué que mientras se cambiaba, la cría había venido a mi cuarto y que después de hacerme una mamada, me había contado que sabía de lo nuestro y que quería convertirse en nuestra amante.
-Y ¿Qué le dijiste?-, preguntó mientras apretaba el mantel entre sus manos, presa del deseo.
-Que primero tenía que convencerte y que después de veros  disfrutando, entonces y solo entonces, la haría mía-.
Ya sin ningún pudor, gimió de placer y posando sus manos en la cabeza de nuestra nueva amante, disfrutó de las caricias de la jovencita y por segunda vez, se corrió sobre su silla. Disimuladamente, miré bajo el mantel y no me extrañó descubrir que Isabel se estaba masturbando mientras hacía lo propio con mi prima. Fue entonces cuando cambiándola de postura la giré de manera que su culo estaba  a mi disposición y metiendo mi mano en su entrepierna, busqué y encontré el botón que se escondía entre los pliegues de su sexo. Una vez localizado, comencé a acariciarlo con un dedo mientras con otro lo introducía en el estrecho conducto de su cueva. Sentir que mis dedos en su interior fue demasiado para Isabel y retorciéndose, el placer se derramó sus piernas. Satisfecho al comprobar que ambas habían obtenido su parte de gozo, dejé que saliera de su encierro y retornara a su silla.


Al salir de debajo del mantel, los ojos de la cría tenían un brillo especial y por eso le pregunté que le había parecido:

-Ha sido brutal. Nunca creí que fuera capaz de hacer algo tan pervertido y menos disfrutar como una perra haciéndolo-, me contestó,- No sabes el corte que tenía pero en cuanto probé tu coño-, dijo mirando a María,- me puse tan cachonda que no pude parar y cuando Fernando me tocó me corrí como una cerda-.
-Entonces, ¿te ha gustado?- le susurró mi prima cogiendo su mano.
-Sí- y guiñándole un ojo, prosiguió diciendo,-estoy deseando llegar a la habitación y perderme entre vuestros brazos-.
-Todo a su tiempo-, interrumpí,- primero tenemos que cenar y luego bailar para bajar la comida. No quiero que la vomitéis. Esta noche vuestros cuerpos van  a dar muchas vueltas en mi cama. -.
-¿Nos lo prometes?- dijeron ambas al unísono.
-Solo espero tener energía suficiente. Tengo dos coños y dos culos que rellenar y una sola polla-, respondí en son de guasa.
Muerta de risa, mi prima señalando a un grupo de muchachos de otra mesa, contestó:
-Eso es porque tú quieres, no creo que ni Isabel ni yo tengamos ningún problema en conseguir alguien que te ayude-.
-No voy a necesitar ayuda, si me canso, mis mujercitas pueden consolarse mutuamente-.

-No te preocupes que lo haremos. Esta noche cuando te hayamos dejado seco, te juro que tendré suficiente con María y si no es así, siempre podré utilizar uno de los juguetes que he traído en mi maleta-.

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