Desperté de repente. En un momento, negrura y vacío absolutos. Al segundo siguiente, mis ojos estaban abiertos, asombrados, y mi boca se abría jadeando, como un pez que boquea fuera del agua. Estaba mirando hacia arriba, a través de un cristal de plástico transparente y, cuando traté de moverme, me di cuenta de que estaba confinado dentro de una caja acolchada, lo bastante grande para contenerme. Una escasa luz mortecina iluminaba aquel sarcófago de plástico y metal.

¿Dónde demonios estaba? En un primer momento, me invadió el terror. Ni siquiera recordaba mi nombre. ¿Qué hacía allí? ¿Quién era? ¿Qué estaba sucediendo? Estaba completamente desorientado. Sólo sentía un intenso frío que remitía poco a poco, sustituido por un agradable calor. Pronto, el vaho provocado por mi respiración fue desapareciendo con rapidez de los bordes del plástico situado sobre mí.

Calma, me dije, tienes que serenarte, calma, calma, respira hondo.

Entonces, los recuerdos empezaron a regresar a mi mente. Colono aprendiz de Tecnoingeniero de Grado C34 Alex Martínez, aunque todos me llamaban Lucky, dieciocho años, nacido en la Confederación de Naciones, en la vieja Tierra. Telépata de grado bajo, apenas un treinta por ciento en el test Randi de percepción extrasensorial.

Recordaba el puerto espacial, la multitud de cámaras y periodistas contenidos con firmeza por una hilera de soldados, cómo embarcamos en la nave de transporte CMX Hécate, la sonrisa cansada de la mujer mayor vestida de blanco mientras decía “No tengas miedo, cielo. Es sólo un pinchazo. Suerte en vuestro viaje a las Colonias.”

Recordé también la aguja, introduciéndose en mi brazo, con los aportes y vitaminas necesarios para un viaje criogenizado en animación suspendida. Y después… nada. Nada hasta esta cubierta transparente claustrofóbica que casi me tocaba la nariz.

Como si me hubiera leído el pensamiento, la cubierta de la cámara comenzó a abrirse con una especie de resoplido, expulsando algún chorro de vapor. Poco a poco, mientras mis músculos se quejaban, me incorporé.

Las luces se fueron conectando una tras otra. Aquello no era la sala de prácticas de la vieja Tierra, no eran las sesiones de prácticas y entrenamientos para el largo viaje. Estaba observando por primera vez un compartimento de hibernación de una nave intergaláctica de transporte.

Pero algo iba mal. ¿Dónde estaba el resto de la gente? Se me había dicho que cuando la nave espacial llegara a su destino, todo el mundo se despertaría a la vez. Y. sin embargo, allí estaba yo, completamente despierto, mientras que mis compañeros de viaje se encontraban en sus compartimentos, durmiendo. No se produjo ningún movimiento en ninguna de las otras cámaras de hibernación.

Intenté serenar mi respiración. Quizás fuera inevitable un lapso de tiempo de unos pocos minutos. Quizás yo hubiera sido el primero. Seguro que si esperaba un poco, el resto de sarcófagos comenzarían a abrirse, los cobertores de plástico se retirarían y mis compañeros de viaje se sentarían en las camas, parpadeando y recuperándose de años de sueño.

Así que decidí esperar.

Y esperé.

Esperé.

Esperé.

Pero no sucedió nada. No escuchaba ningún sonido, salvo el zumbido casi imperceptible de los motores de la nave, que la impulsaban a través de la oscuridad del vacío sideral, entre las estrellas.

Me sentí terriblemente solo. Y muy asustado.

Salí de mi compartimento, algo azorado por mi desnudez. Una reacción bastante estúpida, tenía que reconocerlo, porque estaba completamente solo, no había nadie que pudiera verme. La sensación del frío suelo de acero bajo mis pies desnudos me provocó un escalofrío. Me asomé al compartimento de hibernación más próximo. Dentro había un muchacho de aproximadamente mi edad, con la piel de un tono canela. Sus ojos cerrados en su atractivo rostro en un sueño profundo. Me acordé de su nombre. Era Carmelo Duncan, otro de los técnicos que, como yo, debían aportar sus conocimientos a la colonización del Sector 417-A.

La certeza me golpeó como una piedra. Todos estaban dormidos. Sólo yo me había despertado antes de que llegara el momento. La única persona despierta en una nave espacial, a varios cientos de millones de kilómetros de distancia de cualquier parte.

Calma, calma, calma. Sin duda todo se debía a algún tipo de error del ordenador de la nave. No tenía más que dirigirme al Centro de Control, arreglar el problema –crucé los dedos para que el problema tuviera solución –y volver a sumirme en el estado de hibernación hasta la llegada.

Primero me dirigí hacia una de las taquillas en las paredes. Un frío rótulo con letras negras. “Alexander Martínez – 784578 – C34”. Lo abrí y saqué una mochila negra de su interior. Sin duda dentro estaría mi mono de sintepiel gris con el que poder vestirme.

Al correr la cremallera de la mochila, mis manos palparon unos cables entrelazados. Enseguida me di cuenta de lo que era, una de las escasas pertenencias de la Tierra que había traído conmigo: un estimulador neuronal, un juguetito que, sujeto por una cinta a la sien, amplificaba las sensaciones. Cuando lo adquirí hace unos cuantos años, apenas había leído las instrucciones. Como casi todos los muchachos de mi edad, lo había usado, no pude evitar enrojecer, para mis sesiones masturbatorias.

No había más que colocarlo sobre la frente, ajustar la potencia y comenzar a pajearse. El estimulador mandaba las señales al cerebro multiplicadas por dos, tres o lo que uno marcara en el dial. Y vaya si lo había utilizado. De hecho, el uso lo había estropeado y no funcionaba del todo bien. Si uno lo ponía en las escalas máximas, las sensaciones eran demasiado intensas hasta llegar a ser peligrosas. Una de las últimas veces que lo había usado casi perdí la conciencia del placer.

Lo sostuve en mi mano, recordando aquellos momentos, mientras el espejo de la taquilla me devolvía mi imagen: un chaval de dieciocho años, completamente desnudo, de pelo negro y piel muy pálida, ojos achinados, estirado, estrecho de hombros y delgaducho, a pesar del duro entrenamiento al que había sido sometido, junto al resto de miembros de la tripulación, para sobrellevar el largo viaje. A pesar del momento inoportuno, tenía una erección. Lentamente, no pude evitar deslizar la mano hasta mi grueso pene, comenzando a acariciarlo, sintiéndolo pulsar, como si tuviera vida propia. Miré el amplificador neuronal, pensando en colocarlo sobre mi frente…

Con un bufido, metí el cacharro dentro de uno de los bolsillos del mono y me vestí lo más deprisa que pude. ¿Qué demonios estaba haciendo? Estaba en una situación angustiosa y yo me comportaba como un adolescente pajillero. Con rapidez, acomodándome como pude la erección dentro del mono gris, me vestí y me dispuse a salir al pasillo.

Las luces eran tenues en el estrecho corredor, con aberturas a ambos lados a intervalos regulares. Debía estar en la bodega de carga de la nave, donde se apilaban en filas los cientos de cámaras de hibernación, los colonos que repoblarían el Sector 147-A. Bajo mis pies estaban los generadores, con lo que sobre mí debían hallarse los paneles de control y los sistemas de soporte vital.

Por fin llegué a unas escaleras. Por encima del zumbido de los motores pude detectar otro sonido: palabras murmuradas, una conversación que cesó repentinamente. Durante un momento pensé que todo debía ser parte de mi imaginación, pero las pisadas de unos pies calzados con botas me sacaron de mi error. No estaba solo.

¿Habría alguien más despierto aparte de mí? En el trayecto hacia la Sala de Control no había visto ninguna otra cámara de hibernación abierta. Subí las escaleras con precaución, tratando de hacer el menor ruido posible. Pero a pesar de todo mi esfuerzo, uno de los peldaños metálicos chirrió. El susurro y los pasos se detuvieron. Respiré profundamente y continué, internándome en la cabina.

Dentro de la Sala de Control había dos personas. Eran dos mujeres, de aspecto duro y fibroso, ataviadas con sendos pantalones de uniforme militar y unas ceñidas camisetas pardas de tirantes. Ambas debían estar en torno a los veinticinco años, pero sus rudos rostros les daban una apariencia mayor.

Mi mirada se desvió instantáneamente hacia la mujer sentada en una silla. Su pelo rojo estaba recogido en unas rastas atadas en una cola de caballo en su nuca. Su actitud era desdeñosa, con las botas militares apoyadas encima de la mesa. En su hombro desnudo podía verse claramente un tatuaje con la insignia de algún regimiento militar. Pero lo que verdaderamente atraía la atención era el desfigurado lado izquierdo de su rostro. Intenté no mostrar ninguna mueca de repulsión, pero no estuve seguro de lograrlo. Sin duda, alguna herida de guerra, un impacto de láser, una explosión o algo similar había provocado unas profundas yagas que cubrían parte de su cara como complicados dibujos orientales. Su ojo izquierdo había desaparecido, siendo remplazado por un implante cibernético de mala calidad, un ojo biónico totalmente rojo, clavado en ese momento en mí.

Su compañera se hallaba de pie, era rubia y, a pesar de alguna cicatriz en su rostro, muy bella. Llevaba el pelo corto hasta la nuca y, como su compañera, un tatuaje militar adornaba uno de sus atléticos hombros. Me contemplaba con fijeza y no pude evitar estremecerme, como si estuviera siendo observado por un depredador que evalúa a su presa. Sobre la mesa pude ver una pistola láser, desenfundada. Me sentí intimidado. Ambas mujeres parecían fuertes, capaces de romperme el cuello como una rama seca simplemente con un roce de su mano.

Suspiré aliviado pero la inquietud no se disipó. Dos mujeres soldado, sin duda pertenecientes a alguno de los Regimientos Coloniales, tropas de hombres y mujeres destinadas a los sectores exteriores a Tierra para mantener la seguridad y proteger a los ciudadanos de las escasas incursiones alienígenas. No obstante, su actitud era extraña y me encontraba todavía demasiado débil por los efectos de la animación suspendida para emplear mis poderes telepáticos.

-Ho…hola…

Intenté hablar pero sólo un hilillo de voz escapó de mi garganta. El largo tiempo en hibernación provocó que tuviera que carraspear varias veces para hacerme oír.

Tras las mujeres había un panel de conmutadores que controlaban las unidades de hibernación. Absolutamente todos, excepto uno, estaban dirigidos hacia arriba. En ese momento comprendí por qué sólo yo había despertado.

-Me… me llamo Lucky… soy un… un ingeniero… ¿quiénes son ustedes?

Las dos mujeres sonrieron. La sonrisa del lobo que ha olido la sangre de su presa. La mujer rubia habló. Su voz era grave y dura.

-Me llamo Nash, y mi amiga es Karel. Somos militares… en misión de patrulla. Tenemos la misión de reconocer e inspeccionar las naves que vuelan por este sector. Por eso hemos acoplado nuestra nave a la vuestra y hemos subido a bordo. Tenemos unas cuantas preguntas que hacerte, chico.

-¿En qué año estamos? –pregunté repentinamente.

-2.634.

De acuerdo a nuestro plan de vuelo, deberíamos aterrizar en Nuevo Altair dentro de unos meses.

-He estado dormido durante más de cien años… -murmuré.

-Y dos princesas encantadas han venido a despertar al bello durmiente. –Dijo burlonamente Karel, sentada en la mesa.

Nash la miró con dureza antes de dirigirse hacia mí.

-Dije que yo haría las preguntas, chico, no tú. ¿Qué cargamento transporta esta nave?

Aquello empezaba a olerme realmente mal.

-¿No deberían ustedes saberlo? Supongo que un verdadero militar tendría acceso a alguna base de datos que…

Callé de repente. Un flash cruzó mi cerebro, casi dolorosamente. Mis poderes telepáticos empezaban a manifestarse. Varias imágenes se agolparon en mi mente.

“El capitán Hastus empuña su arma casi con desesperación. A su alrededor, las balas vuelan entre humeantes edificios en ruinas. La revuelta del planeta Morlian se ha ido de las manos. La compañía del 101 Regimiento enviada a sofocarla ha perdido más de las tres cuartas partes de sus efectivos. Los escasos soldados supervivientes tras la barricada apenas pueden levantar la cabeza sin que una bala o un láser se la vuele.

La voz del sargento Coporal apenas es audible por encima del tiroteo y las explosiones.

-¡Debemos replegarnos! ¡Pronto estaremos rodeados! ¡Si llegamos hasta ese edificio…!

-¡Negativo, sargento! Se nos encomendó la defensa de este cruce. Resistiremos aquí hasta que lleguen los refuerzos.

-¡Esos refuerzos no van a llegar, mi capitán! Estamos jodidos si no…

El sargento Coporal no llega a gritar. Un proyectil de mortero le ha reducido a pedazos a la vista de los aterrorizados soldados. Los gritos de los insurrectos se hacen ensordecedores mientras comienzan a cargar. El capitán levanta su pistola de plasma mientras grita a los soldados.

-¡Prepárense, soldados! ¡Por Tierra! ¡Venceremos o moriremos! ¡Yo mismo dispararé a quien retroceda un paso!

La cabo Nash contempla con los dientes apretados cómo sus compañeros comienzan a caer, abatidos como si fueran trigo maduro. Y es entonces cuando sabe qué tiene que hacer.

Grita sin poder oírse mientras empuña su rifle láser y hunde su bayoneta en el estómago del capitán. Éste la mira con incredulidad mientras su uniforme comienza a teñirse de carmesí y la sangre brota de su boca. Intenta levantar su revolver hacia ella, pero la vida escapa rápidamente de su cuerpo.

Nash sigue gritando, sin poder escucharse a si misma mientras retuerce su arma en las entrañas de su superior.

-¡Muere, hijo de puta! ¡Muere de una puta vez!”

Quedé con la boca abierta, estupefacto.

-Desertoras…

Me maldije por mi estupidez en cuanto aquella palabra escapó de mi boca. Las dos mujeres sonrieron. Una sonrisa cruel, gélida, desprovista del más mínimo humor.

-Un chico listo. –Dijo Karel.

-Mejor así, todo será más fácil. Podemos dejar de fingir. Sí, somos desertoras, chico listo. Piratas. Hemos robado y matado. Y volveremos a robar. Y puede que también tengamos que volver a matar. –La mano de Nash se cerró sobre la pistola encima de la mesa. Lentamente, el revólver se fue girando hasta encañonarme. Un sudor frío me envolvió. –Desnúdate, chico.

-¿Qué?

-Ya me has oído y nada de trucos. Quítate la ropa. Toda. Ya.

Me ruboricé hasta que mis mejillas adquirieron el color de la grana mientras obedecía a la mujer rubia. La intención era efectiva. Si intentaba resistirme, pelear desnudo genera una sensación de vulnerabilidad agudizada. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no cubrir mi entrepierna de la vista de ellas. Las dos mujeres me contemplaban divertidas.

-No está nada mal aunque un poco paliducho, ¿eh Karel? ¿Qué opinas?

-Está bueno. –Dijo la pelirroja. Su sonrisa era la de un tiburón. No dije nada, completamente avergonzado.

Nash siguió hablando. Parecía llevar la voz cantante. Debía ser la jefa.

-Siéntate, chico mono. –Obedecí. –Y ahora prosigamos nuestra amena charla. ¿Qué hay en las bodegas?

-La Hécate es una nave colonial. Sólo llevábamos colonos en hibernación y maquinaria pesada. Nada de valor.

Nash me miró con dureza. La nave de aquellas dos saqueadoras, que sin duda debía haberse acoplado al casco puesto que no veía que ellas llevaran ningún astrotraje de vacío, debía ser un modelo pequeño y ellas dos los únicos miembros de su tripulación.

-Si esperabais encontrar un botín, habéis perdido el tiempo. Será mejor que os larguéis mientras…

-Creo que estás mintiendo, chico. Las naves suele transportar material pequeño en tamaño pero grande en valor… semillas, sueros, microlibros, herramientas miniaturizadas…

-No en la Hécate. Las cajas de las bodegas llevan tuneladoras y excavadoras. Pesan toneladas.

Karel frunció el ceño.

-Maldita sea…

Pero Nash no parecía dispuesta a darse por vencida.

-Mientes. –Me apuntó con la pistola. Sentí mi vejiga a punto de vaciarse. Cerré los ojos y apreté los dientes. ¿Cómo sería morir? Esperaba que no doliera demasiado. No dije nada. Estaba demasiado aterrorizado.

-Un chico valiente, además de listo. Puede que no te importe tu propia vida…

Abrí los ojos con miedo. Estaba paralizado por el miedo, aunque la mujer rubia lo había confundido equivocadamente con valor.

-… pero a lo mejor si te importa la de los demás. Vamos a jugar a un juego. Yo desconecto otra cámara de hibernación al azar. Y esperamos aquí, Karel, tú y yo, a que otro de tus confundidos amiguitos asome la cabeza por aquí, por el Centro de Control, como has hecho tú. Y en cuanto lo haga, le colocaré una bala entre ceja y ceja. Y así continuaremos hasta que nos digas la verdad. Un juego divertido, ¿no crees?

La mujer pelirroja empezó a incorporarse, confundida.

-Nash, dijimos que…

La mujer rubia no dejó de encañonarme.

-Silencio, Karel. ¿De acuerdo, Lucky? Vamos a empezar a jugar. Sólo tengo que apretar uno de los conmutadores… -El dedo de Nash se acercó a uno de los botones. -… Mmm… ¿Cuál? ¿Éste de aquí? –Dijo burlonamente –¿O este otro?

Yo respiraba agitadamente. ¿Sería un farol o la mujer estaba hablando en serio? Mi telepatía no funcionaba bien en situaciones de presión y no podía captar nada claro de sus pensamientos. Pero lo que yo les había dicho era cierto. No había material de valor en la nave. Piensa, piensa lo más deprisa, me dije a mí mismo, mientras mi cerebro trabajaba furiosamente.

-Está bien, está bien… tú ganas…

La sonrisa de Nash se ensanchó.

-Me dijeron que no lo dijera nunca, pero… si os hablo de uno de los objetos que transportamos, ¿prometeréis no dañar a nadie de la tripulación?

-Habla.

-Antes tenéis que prometerlo.

-Lo prometemos. Ahora escupe. –Dijo Karel antes de que Nash hablara.

-¿Habéis oído hablar alguna vez de las PCE?

Una mueca de extrañeza se pintó en el rostro de la mujer pelirroja. Pero un brillo de codicia se asomó a los ojos de Nash.

-¿Las Plantillas de Construcción Estándar?

-Exacto. Sistemas creados para ayudar a los colonizadores pioneros que se internaban en sistemas distantes. Contienen todas las aplicaciones y diseños tecnológicos para construir casi cualquier cosa: refugios, generadores, transportes…

-Estás mintiendo, chico. Los diseños de las PCE se perdieron tras la Gran Guerra Nuclear.

-Sí, es correcto. Pero en la vieja Tierra han podido volver a fabricarlas. En la bodega llevamos un prototipo que debía usarse en Nuevo Altair. –Resistí la tentación de cruzar los dedos ante la mentira que les estaba contando.

-¿Y esa cosa es valiosa? –Preguntó Karel.

-Tecnología que se creía perdida. Estaríamos hablando de millones de créditos en el mercado negro. –Respondió Nash sin dejar de escrutarme. Podía ver en sus ojos que no se fiaba, pero la tentación era demasiado grande para no correr el riesgo. Me limité a callar y dejar que la ambición de las dos piratas trabajara por mí.

-¡Por los dioses sagrados! –Karel quedó estupefacta. -¿Qué hacemos que no vamos a por ella?

-Está en la bodega L-12. Os acompañaré y podréis cog…

-No me fío. Puede ser un truco para ganar tiempo. O una trampa. Vamos a hacer una cosa, Karel, tú te quedarás con él y yo iré a buscarlo. Ay de ti si nos la has jugado, chico listo.

Intentando sonar lo más verosímil posible le describí una inexistente caja en uno de los compartimentos de carga más alejados y me estrujé el cerebro pensando en cómo salir de ese atolladero en el que me estaba metiendo.

La mujer pelirroja tocó su pistola enfundada mientras me dedicaba una mirada siniestra y volvió a sentarse en una silla en cuanto Nash hubo salido de la Sala. Sonreía.

-Millones de créditos… por los dioses, por fin Nash y yo podremos viajar muy lejos de aquí y dejar esta vida de mierda. No sé en qué voy a gastarlos, podré comprar cientos de vestidos y de zapatos. Qué coño, me compraré toda una puñetera fábrica textil para mí sola. Te daría un beso, Lucky.

-¿Por qué no lo haces?

Ni siquiera supe por qué había dicho eso. Karel me miró durante un momento pero enseguida apartó la vista, fingiendo no haberme oído.

Tenía que ser rápido. Pronto su compañera se daría cuenta de mi engaño y entonces las cosas se pondrían muy, muy negras para mí. ¿Podía intentar reducirla? Enseguida lo descarté. La mujer era a todas luces muy fuerte y tenía entrenamiento militar. Sin duda me aventajaba físicamente incluso con un brazo atado a su espalda. No. Tendría que engañarla de alguna forma.

El efecto de la hibernación casi había desaparecido. Intenté leer sus pensamientos, buscando la más mínima oportunidad de sobrevivir. Karel en ese momento se rozaba la escalofriante cicatriz de su rostro. De nuevo, varias imágenes aparecieron repentinamente en mi cerebro.

“Los disparos vuelan alrededor de los soldados. El caos del combate es absoluto pero la voz de Hastus puede oírse a duras penas, arengando a unos reclutas aterrorizados, incapaces de moverse, llorando como niños encogidos de miedo, pues no son más que niños enviados al matadero.

Justo en ese momento, un impacto de láser se estrella contra el rostro de la recluta Karel. La muchacha cae aullando al suelo, sus miembros agitándose espasmódicamente, parte de su rostro destrozado y cubierto de sangre y lágrimas.

-¡Karel! ¡Karel! Aguanta, joder. –La cabo Nash se arrodilla frente a ella y coge su mano. –Te sacaré de aquí, juro por lo más sagrado que saldremos de ésta.

-¡Prepárense, soldados! ¡Por Tierra! ¡Venceremos o moriremos! ¡Yo mismo dispararé a quien retroceda un paso!

Nash mira a su alrededor, y es entonces cuando sabe qué tiene que hacer.

Grita sin poder oírse mientras empuña su rifle láser y hunde su bayoneta en el estómago del capitán. Éste la mira con incredulidad mientras su uniforme comienza a teñirse de carmesí. Intenta levantar su revolver hacia ella, pero la vida escapa rápidamente de su cuerpo.

Nash sigue gritando, sin poder escucharse a si misma mientras retuerce su arma en las entrañas de su superior.

-¡Muere, hijo de puta! ¡Muere de una puta vez!

Acto seguido, la mujer soldado coge a la desmayada Karel, la deposita como un fardo sobre su hombro y abandona la trinchera, mientras las balas silban a su alrededor y los gritos de los vivos y los moribundos resuenan en sus oídos hasta quedar atrás.”

Descarté igualmente intentar volver a una pirata contra la otra. Ambas eran codiciosas, sí, pero la lealtad entre ambas probablemente fuera superior. Me sentí abatido. ¿Qué podía hacer?

Recorrí la vista por la habitación y mis ojos se posaron sobre mi ropa en el suelo. Uno de los cables del estimulador neuronal asomaba por uno de los bolsillos. Como si se tratara del perro de Pavlov, mi pene empezó a crecer. Dicen que las pollas tienen vida propia independiente del cerebro. En aquel momento pude certificarlo. Estaba a punto de morir pero con una erección de campeonato.

La voz burlona de Karel me sacó de mi ensimismamiento.

-Parece que tu… “soldadito” se ha despertado.

La contemplé primero a ella y después miré estúpidamente a mi erección. Un plan se empezó a dibujar en mi mente.

-La culpa es tuya, Karel. Es lo que tiene estar solo en una habitación con una mujer hermosa.

Karel se llevó la mano instintivamente hacia sus cicatrices. Dejó de sonreír.

-No me vaciles, Lucky.

-Te prometo que te digo la verdad. Estás muy buena. Nunca había conocido a una chica como tú.

-Estás burlándote de mí.

-Te equivocas. Además –bromeé –dicen que una erección es la muestra más genuina de atracción, ¿no?

Karel se ruborizó, azorada. Parecía indecisa. Seguí hablando.

-Antes has dicho que me darías un beso.

Me levanté y me dirigí hacia ella. Al principio se envaró, temiendo una jugarreta por mi parte. Su mano se posó en su pistola. No dije nada y continué avanzando lentamente. Ella sabía que yo no era lo suficientemente fuerte como para intentar nada.

-Basta, Lucky. Vuelve a tu silla.

Su voz sonaba vacía, sin convicción. Podía leer algunos fragmentos y retazos de sus pensamientos y emociones. Karel se hallaba excitada pero en su fuero interno, su deformidad pesaba enormemente. Se veía a sí misma como un monstruo desfigurado, feo, aborrecido por los demás, pero su cuerpo tenía las mismas necesidades que tenía todo el mundo.

Llegué hasta ella y mi mano se posó en sus cicatrices, acariciando su desfigurada mejilla y acerqué mis labios a los suyos.

-Eres preciosa, Karel, tan hermosa…

Me sentí un perfecto hijo de la gran puta cuando la pelirroja sonrió y respondió a mi beso. Su voz sonó enronquecida por el deseo.

-Lucky…

Sí, ella era una ladrona y una asesina, una saqueadora que acabaría con mi vida en cuanto Nash y ella se dieran cuenta de que no existía ninguna Plantilla de Construcción Estándar. Pero me sentía un miserable por jugar con los sentimientos de aquella mujer, aunque fuera para salvar mi vida.

Besé su cuello mientras acariciaba sus brazos y cintura. Karel cerró los ojos y suspiró, excitada. Respiré lentamente sobre su piel y pude notar cómo su pelo se ponía de gallina, mientras ella ahogaba una risita por el escalofrío.

-Lucky, yo…

-Sshhh… -Puse un dedo en sus labios, acallándola y empecé a meter una mano por debajo de su ceñida camiseta.

Pronto encontré uno de sus generosos pechos y lo acaricié con fuerza. Karel se dejaba hacer, gimiendo quedamente. Pronto noté cómo sus pezones se endurecían. Mi erección comenzaba a ser dolorosa.

Mis dedos continuaron bajando, rozando su musculado torso y su ombligo hasta llegar a su pantalón militar. Lo desabroché toscamente y metí un dedo para explorar. La tela de sus braguitas estaba empapada. Al deslizar uno de los dedos bajo el elástico, acaricie su suave vello e introduje con facilidad uno de ellos entre los labios húmedos, arrancándola un gemido. Karel abrió las piernas, invitándome a que continuara.

Ahora venía la parte fundamental. Agarré el amplificador neuronal y se lo empecé a colocar en la frente.

-Ponte esto.

-¿Qué es? –Una punzada de recelo en la voz de Karel, que pronto se diluyó y desapareció.

-Un amplificador neuronal. Potencia el placer.

-Qué sofisticados. –Sonríe. –En el ejército no teníamos estos aparatitos…

La besé sonriendo y conecté el indicador de la magnitud de la potencia al máximo, aún sabiendo que era peligroso pero no tenía otra alternativa si quería sobrevivir. Acto seguido bajé mi rostro hasta estar a la altura de su sexo. Un vello rojizo oscuro dejaba entrever unos labios hinchados y húmedos. Comencé a lamerlo con entusiasmo, con ansia. Los gemidos de Karel se intensificaron, mientras comenzaba a estremecerse sin control. El amplificador debía estar dando sus frutos.

Pronto tuve que sujetar las caderas de la pelirroja con mis manos, mientras sus gemidos se convertían en gritos, mientras sus muslos tapaban y destapaban mis oídos. Debido a sus movimientos espasmódicos, su mojada vulva se estrelló un par de veces contra mi cara, mojándome completamente. Proseguí el asalto clavando dos dedos y comenzando a follarla con ellos sin dejar de lamer su clítoris grande e hinchado, que ya expulsaba flujos como una cascada. Posé un dedo en su ano y comencé a penetrarlo poco a poco, moviéndolo en círculos. Antes incluso de lo previsto, Karel tuvo un orgasmo arrebatador, su cuerpo se tensó y su espalda se arqueó hasta casi romperse, mientras gritaba como si le arrancaran la vida, el potenciador neuronal colapsando su cerebro con miles de impulsos nerviosos amplificados hasta lo indecible. Más placer del que podía soportar.

Su sudoroso cuerpo quedó abatido en el suelo, desmadejado como una muñeca a la que han cortado las cuerdas, exhausto y jadeante, demasiado débil para resistirse. La mujer pelirroja perdió el control de su cuerpo e incluso un chorro de orina escapó de su sexo. No podía permitirme la piedad, así que volví al asalto. Sujeté mi polla, empalmada hasta casi doler, y apunté a la entrada de su sexo.

Karel no podía hablar, mucho menos oponer resistencia. Se quejó lastimeramente mientras mi verga se deslizaba húmedamente por su gruta encharcada. Su ojo derecho estaba entrecerrado pero su rojo ojo biónico parecía contemplarme suplicante. Un hilillo de saliva escapaba por la comisura de sus labios.

Me detuve. Si seguía penetrándola, el efecto del amplificador neuronal le podría acabar causando una apoplejía o la muerte. Yo no era un asesino, a pesar de que las dos mujeres tuvieran intención de matarme. Salí del esponjoso interior de mi mujer y apenas tuve que rozar mi pene para que numerosos chorros de semen brotaran de mi polla. Los pringosos latigazos de leche azotaron el sudado estómago de la pirata pelirroja, salpicando su tripa y ombligo.

Jadeando, busqué por la habitación algún tipo de cuerda con la que atar a Karel. Quizás en algún de los bolsillos de los pantalones de la mujer, que se hallaban por los tobillos de ella, encontrara unas esposas con las que inmovilizarla. Nada que pudiera utilizar, sólo un microtransmisor y algunos cacharros más. Bueno, no tenía importancia. Karel estaba completamente desmayada y no creía que se recobrara hasta un par de horas como mínimo.

Pero ahora venía el otro problema: Nash. En el suelo se hallaba la pistola láser. La miré con aprensión. ¿Me atrevería a usarla contra ella?

No tuve tiempo de vestirme. Un chasquido me sacó de mis reflexiones. Era el microtransmisor de la pirata, en otro de los sus bolsillos.

-¿Karel? Aquí Nash. El chaval nos la ha jugado. No he encontrado ni rastro de la PCE ni de nada por el estilo. En cuanto llegue le voy a…

Intenté que mi voz sonase lo más segura posible, a pesar de que estaba muerto de miedo.

-Ríndete, Nash, estás perdida. Si te rindes te prometo que…

-¿Lucky? ¿Dónde está Karel? ¿Qué has hecho con ella?

-Está a buen recaudo. Ríndete o… o…

-Escúchame, cabrón, si le has hecho algo a Karel te prometo por lo más sagrado que te arrancaré las pelotas y te las haré tragar. ¿Me has oído?

-Karel está bien. Tu situación es desesperada, Nash. Si te rindes, te prometo que te entregaré a las autoridades y Karel y tú tendréis un juicio just…

-Escúchame, renacuajo. Ahora mismo voy a ir a la Sala de Control y te voy a arrancar las entrañas y me las voy a comer. Te voy a joder como nunca te han jodido, pequeño bastardo.

La comunicación se cortó repentinamente. Vacilé. Agarré con fuerza la pistola y apunté hacia la puerta. Mis manos temblaban. No creo que acertara ni a un acorazado estelar. En breve llegaría la pirata. ¿Qué podía hacer?

Entonces se me ocurrió una idea. Lo más deprisa que pude me dirigí hacia el panel de control cercano a la puerta. Mis conocimientos de electricidad por fin me iban a ser útiles. Rápidamente desvié parte de la corriente eléctrica del generador de la Sala hacia la misma puerta. En cuanto alguien tocase el control de apertura…

Esperé tras la mesa, como si aquel mueble pudiera protegerme de la furia de la mujer si algo saliera mal. Mi corazón estaba a punto de salirse de mi pecho. Me pareció escuchar un paso en el pasillo. Crucé los dedos para que mi estratagema saliera bien. Al momento siguiente, Nash debió tocar el control de acceso. Se escuchó un chasquido eléctrico y las luces de la sala fluctuaron durante un segundo. Oí un gemido ahogado tras la puerta y el ruido de un cuerpo al caer al suelo.

Con rapidez anulé el desvío eléctrico y abrí la puerta. Nash estaba tumbada en el suelo, semiinconsciente. Al rozar el control de acceso para abrir la puerta, el desvío había provocado que una corriente penetrara en su cuerpo. No habían sido demasiados voltios pero sí lo suficiente para atontarla. Con un golpe del pie alejé su láser pero la mujer no tardaría mucho en recuperarse y, aún desarmada, no tendría muchos problemas en acabar conmigo.

Me mordí los labios. ¿Qué debía hacer? Nash gemía, aturdida por la descarga eléctrica. Miré la pistola láser pero sacudí la cabeza. No era un asesino. Decidí reducirla de la misma forma que había hecho con Karel. Mi polla volvió a crecer, como si le entusiasmase la idea.

Conecté el potenciador neuronal a la frente de la mujer y volví a ponerlo al máximo. Acto seguido, le di la vuelta y la puse boca abajo, dejando su culito respingón en pompa. Desabroché sus pantalones y los bajé con rudeza junto a sus bragas, revelando unas hermosas nalgas pálidas. Mis ávidas manos tocaron y masajearon a placer el cuerpo de Nash, aprovechando su indefensión. Acaricié la regata de su culo, estrujé sus deliciosos cachetes, abriéndolos, cerrándolos, besándolos, mordiéndolos.

Y acariciando y sobando esas nalgas, descubrí el ano de la mujer rubia, un delicioso orificio oscuro que parecía abrirse y cerrarse. Mi lengua se lanzó rápidamente a por ese tesoro y comencé a lamerlo con placer. Nash había empezado a despejarse pero no pudo resistirse. Un gemido escapó de sus labios. Una de mis manos fue a por su entrepierna. Estaba bastante húmeda, víctima del amplificador.

Durante un buen rato, mi lengua siguió lamiendo el arrugado agujerito de Nash, introduciéndose de vez en cuando hasta que su ano acogió ya en su interior más de media lengua mía, serpenteando y chapoteando. La mujer gemía, abandonada ya al placer. Uno de mis dedos se deslizó húmedamente dentro de su culo, sintiendo los calientes latidos.

De pronto me puse de rodillas, retiré el dedo y apoyé mi verga contra su ano. Nash gimió e intentó hablar, su voz ronca por la excitación.

-Mmm… mi… mi culo…

-Antes me dijiste que me ibas a joder como nunca me habían jodido. Creo que es justo que yo te joda a ti un poco.

Con un movimiento lento, presioné mi polla contra su orificio más estrecho y mi verga fue abriéndose paso poco a poco por el interior de Nash, incrustándose hasta ensartarla literalmente. Con sus últimas fuerzas, Nash intentó debatirse, pero lo único que consiguió fue que mi miembro se introdujera más y más, ganando terreno en sus cálidas entrañas y empalándola completamente. El amplificador neuronal provocó que Nash gritara, en parte por el dolor y parte por el placer.

Poco a poco, inicié una danza, meneando las caderas y entrando y saliendo viscosamente del ano de la pirata. La Sala de Control se inundó de los gemidos y quejidos de la mujer, junto con mis roncos jadeos y el húmedo golpeteo de la carne contra la carne.

Casi reí de la sorpresa cuando pude captar los pensamientos de la pirata. El amplificador neuronal había provocado que el placer fuera casi insoportable, pero a la vez casi adictivo. El hecho de que su enemigo la estuviera sometiendo, que un simple y debilucho chaval la estuviera sodomizando y humillando la excitaba como nunca.

-¿Te gusta, Nash?

La mujer no dijo nada, avergonzada. Yo, ebrio de gozo, busqué y encontré sus erectos pezones a través de la ceñida camiseta. Los retorcí y pellizqué, arrancándola un chillido.

-Vamos, dime, ¿te gusta?

-S… sí… Maldito… me… me corroooo!!!

Nash gritó mientras tenía un fortísimo orgasmo, provocando que su cuerpo se convulsionara como si de nuevo estuviera siendo sometida a la corriente eléctrica. Su clímax fue tan fuerte que sentí que su ano se dilataba y contraía sobre mi polla que llegó igualmente al orgasmo, llenando todas sus entrañas con mi semen, descargando toda mi leche en sus intestinos.

-¿Te… te rindes ya, Nash? –Logré jadear.

La mujer había quedado boca abajo, con los pantalones por los tobillos, sus seductoras nalgas a la vista, con un hilillo de semen escapando desde su ano abierto. No pudo contestarme. Había perdido la consciencia.

*************

Contemplé cómo la compuerta de plástico se cerraba sobre las cámaras de hibernación de las dos mujeres piratas. Las había sedado con unos narcóticos de la enfermería. Dormirían como dos adorables angelitos hasta llegar a Nuevo Altair, donde las autoridades se encargarían de ellas.

Comprobé que todos los sensores estuvieran correctos y me dirigí hacia mi propia cámara de hibernación. En breve llegaríamos hasta mi destino, el sector 417-A. En el entrenamiento en la Tierra se nos había dicho que era un sector inhóspito, hostil, peligroso. Sonreí. Si los incidentes que me esperaban allí eran la mitad de movidos que la que acababa de sufrir, me esperaban grandes aventuras.

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